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sábado, 7 de julio de 2012


No malogremos el vino nuevo que Dios nos ha regalado
Amós, 9, 11-15; Sal. 84; Mt. 9, 14-17

Cada vez me hago la pregunta con más frecuencia y también con más fuerza ¿por qué los cristianos damos con tanta frecuencia aires de tristeza y de luto? Tendríamos que ser las personas más felices del mundo, a pesar de que en muchas ocasiones las cosas no marchen bien, haya muchos problemas a nuestro alrededor o en nosotros mismos, porque en nosotros se supone que hay fe y hay esperanza. Y una persona con fe y esperanza no puede manifestarse nunca llena de amargura. Ponemos nuestra confianza en el Señor. Con nosotros está el Señor.

Me surge este pensamiento con el que inicio esta breve reflexión precisamente a partir del evangelio proclamado hoy. Le vienen a preguntar a Jesús por qué sus discípulos no ayunan si lo hacen los discípulos de Juan y los fariseos. ‘Los discípulos de Juan se acercaron a Jesús preguntándole: ¿Por qué nosotros y los discípulos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?’ La forma en que ellos hacían el ayuno estaba llena de aires de luto y de tristeza. Además había que poner cara, llamémosla así, de circunstancias para que todo el mundo notara que estaban haciendo ayuno. Por eso en otro momento nos dirá Jesús que cuando ayunemos nos lavemos la cara y nos echemos perfume para que nadie note ese ayuno sino el Padre del cielo.

‘¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos?’, pregunta Jesús. Unas referencias a las fiestas de la boda que se celebraban con toda alegría. Pues los que creemos en Jesús hemos de tener siempre esa alegría. El ‘novio’ está con nosotros, Jesús está con nosotros. ‘¿Y quién podrá separarnos del amor de Dios?’, que se preguntaba el apóstol Pablo en una de sus cartas. Nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor de Dios.

Tenemos a Jesús con nosotros y nuestra vida tiene que ser distinta, en consecuencia, y siempre con la alegría de la fe y de la esperanza. El nos ha prometido que estará con nosotros hasta la consumación de los tiempos. Para eso nos da su Espíritu para que podamos apreciar su presencia, sentir su presencia en todo momento, que además en momentos especiales se hace sacramento y es especial presencia del Señor, como lo es en la Eucaristía.

Teniendo a Jesús con nosotros todo ha de ser distinto. De ahí las imágenes que nos propone a continuación. Nos habla de vino nuevo y de odres nuevos. Tenemos el vino nuevo del Reino de Dios; tenemos el vino nuevo de la gracia y de la presencia de Jesús. Nuestro odre, nuestra vida tiene que ser nueva. De ahí que san Pablo nos dirá que somos hombres nuevos, los hombres nuevos de la gracia, los hombres nuevos llenos de la vida divina que nos hace hijos de Dios. ‘Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, nos dice el Señor… el vino nuevo se echa en odres nuevos’. No malogremos en nosotros el vino nuevo, la vida nueva de la gracia que Dios nos ha regalado.

Por eso como decíamos al principio no caben en nosotros las tristezas y las amarguras porque tenemos al Señor con nosotros. No nos quita eso la lucha que hemos de mantener por superarnos que muchas veces será costosa. Pero no nos falta la gracia del Señor. Es nuestra fe. Es nuestra esperanza. Es la confianza que ponemos en el Señor. 

El cristiano es siempre el hombre de la Pascua. Y quien ha vivido la Pascua del Señor se sentirá renovado y renacido; quien ha vivido la alegría pascual de la resurrección del Señor, sabe que habrá de pasar por la muerte, será purificado en el sufrimiento, pero al final siempre está la luz, está la vida nueva, porque está el Señor. Eso es vivir el misterio pascual en nosotros. Y la alegría con que celebramos la fiesta de la resurrección del Señor no es la fiesta de un día, es la alegría que siempre ha de estar presente en la vida del cristiano. Caminamos hacia la plenitud total que un día en la vida eterna con el Señor podremos alcanzar.

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