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sábado, 27 de diciembre de 2014

Juan el testigo que desde el amor nos hablará de lo que ha palpado en Jesús

Juan el testigo que desde el amor nos hablará de lo que ha palpado en Jesús


Juan el Bautista había sido la voz que anunciaba que llegaba la Palabra; Juan, el evangelista, es el testigo. Aunque al principio de su evangelio nos hable de que el Bautista había venido como testigo, para dar testimonio simplemente era un anuncio del que iba a venir; así lo señalaría como el que venía detrás de él con bautizando no ya con agua sino con el Espíritu.
Pero en verdad sí podemos decir que Juan, el evangelista, el hijo del Zebedeo, el hermano de Santiago es el testigo que nos va a hablar de lo que ha visto y ha oído, de lo que ha palpado incluso con sus manos. Era el discípulo amado de Jesús, así se presentará a sí mismo en su evangelio, y desde ese amor que sentía por Jesús y desde ese amor de Jesús que sentían tan hondamente en él podrá decirnos cosas grandes de Jesús.
Los otros evangelistas, a los que llamamos sinópticos, nos describen a Jesús por lo que hizo y también por lo que dijo. Son muy expresivos en detallarnos, describirnos la vida de Jesús. Juan, sin dejar de describirnos las acciones de Jesús y trasmitirnos sus palabras, en pocas palabras nos dará una alta definición teológica de Jesús. 
Es en Juan donde oiremos decir repetidamente a Jesús ‘yo soy…’ Cuando a la hora del prendimiento se adelanta hacia aquellos que vienen les pregunta ‘¿a quién buscáis?... a Jesús Nazareno’, le responden. ‘Yo soy’, exclama Jesús.
En el principio del evangelio en la descripción que nos adelanta de Jesús nos dice que es la luz que viene a iluminar nuestras tinieblas; pero más adelante en el evangelio nos dirá ‘Yo soy la luz del mundo’.
A la mujer samaritana le ofrece un agua que calmará para siempre su sed, más adelante nos dirá que El es el agua viva y que quien tenga sed que venga a El y beba.
Nos dice que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. Luego nos dirá ‘Yo soy la vida’. Por eso nos hablará de no morir para siempre si en verdad creemos en El como le explica a Marta cuando la resurrección de Lázaro: ‘El que cree en mi vivirá para siempre porque Yo soy la resurrección y la vida’.
Nos hablará de un pan bajado del cielo que quien lo coma tendrá vida para siempre; luego  nos dirá ‘Yo soy ese pan bajado del cielo, el que me coma tendrá la vida eterna… y yo lo resucitaré en el último día’.
Cuando les dice a los discípulos que ya conocen el camino para ir al Padre, ante las dudas de los discípulos que no terminan de entender terminará afirmando ‘Yo soy el Camino y la Verdad, y la Vida’.
Ha venido para dar testimonio de la verdad, le responde a Pilatos que le preguntará y cuál es la verdad, aunque no quiera oír la respuesta en su escepticismo, pero aquí se correspondería esa definición que de sí mismo ha dado cuando nos ha dicho como recordábamos ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’.
Por eso terminamos esta reflexión con las palabras que le hemos escuchado a Juan en su carta: ‘Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo’.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Un testimonio de amor hasta el final de quien está lleno del Espíritu, el protomártir san Esteban

Un testimonio de amor hasta el final de quien está lleno del Espíritu, el protomártir san Esteban


Ayer celebrábamos con gozo el nacimiento del Señor. El Emmanuel, el Dios con nosotros que nos trae la vida y la salvación. Todo es alegría, pero no una alegría cualquiera, no la alegría superficial y efímera que nos puede dar el mundo. Es la alegría de la presencia del Señor, del Señor que se nos revela, del Señor que está con nosotros para que esa alegría sea completa.
Pero la liturgia hoy se viste de rojo para celebrar un mártir; no es un mártir cualquiera, es el protomártir, el  primero en derramar su sangre por el testimonio de Cristo, san Esteban, del que se  nos habla en los Hechos de los Apóstoles.
Fue uno de los siete diáconos elegidos para el servicio de los pobres en la primitiva comunidad de Jerusalén; estaba lleno del Espíritu y no solo anunciaba a Jesús con el testimonio de las obras del amor, sino también con su ardiente palabra. Pronto encontraría la oposición y el rechazo que le llevaría al martirio. El texto de la liturgia nos relata y recuerda su martirio.
Ya el evangelio nos recuerda que habrá persecuciones, tribunales, cárceles, pero Jesús nos dice que no temamos porque su Espíritu estará con nosotros. Lo vemos en Esteban. Ojalá supiéramos tener fe en la presencia del Espíritu de Dios en nosotros y nos dejáramos conducir por El. Cómo nos sentiríamos fortalecidos en el corazón.
Dos palabras que le escuchamos a Esteban en ese momento supremo del martirio nos convendría recordar. «Señor Jesús, recibe mi espíritu», dice en primer lugar poniéndose en las manos de Dios. Pero dirá también en relación a aquellos que le persiguen y ahora le martirizan: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Había aprendido bien el padrenuestro; había aprendido bien lo que Jesús había enseñado allá en el sermón del monte. No solo perdonar sino también orar por los que nos persiguen.
Estamos en navidad pero este mensaje no está lejos de la alegría de la Navidad. Nos hace descubrir al Señor en nuestra vida, en nuestras luchas, en nuestras dificultades y problemas, en el coraje que hemos de tener para el anuncio del nombre de Jesús, y también en nuestros sufrimientos.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Dios nos sorprende en la ternura de un niño recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre

Dios nos sorprende en la ternura de un niño recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre

 ‘Habitaban tierras de sombras… caminaban en tinieblas… una luz les brilló… el pueblo vio una luz grande…’ Es la noche de Belén; es la noche de la historia; es la noche de la humanidad; son las tinieblas de nuestros males y pecados, pero una luz comenzó a brillar con un especial resplandor en medio de esas sombras, de esas tinieblas, de esa noche. Pero es la noche de Belén que se llena de luz; es la noche de la humanidad que se ilumina como el día porque el Sol que viene de lo alto ha comenzado a brillar en medio de la humanidad. Es Navidad.
Se manifiesta la ternura de Dios; ‘ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres’; las esperanzas se ven cumplidas; la misericordia de Dios se derrama sobre toda la humanidad.
‘Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre…’ Las maravillas de Dios que sorprenden. ‘Os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor’, es el primer anuncio. ¿Cómo lo van a encontrar? Mucho era lo que habían soñado y esperando la venida del Mesías; con ansias y esperanzas grandes esperaban el que iba a ser el salvador. Pero no lo van a encontrar rodeado de ejércitos ni aposentado en un palacio. Un pesebre, un niño envuelto en pañales. Son las sorpresas de Dios.
Es lo que esta noche a nosotros también nos convoca. Queremos también llenarnos de esa luz, sentir esa salvación, vivir esa presencia nueva de Dios en medio de nosotros. ¿Cómo lo vamos a buscar? Dejémonos sorprender por Dios. Ahí estamos contemplando la ternura de un niño recién nacido; pero estamos contemplando también la pobreza de un establo.
Cuántas ternuras tenemos que descubrir para encontrarnos con Dios; cuánta ternura tenemos que poner también en nuestro corazón. Cuantos pobres y que no tienen ni donde guarecerse pasan a nuestro lado; descubramos el paso de Dios, pero abramos nuestras puertas; que no se cierren como las puertas de Belén. Que como los pastores con nuestra pobreza corramos al encuentro de esa ternura de Dios, de ese Emmanuel que se manifiesta pobre y recostado entre las pajas de un pesebre.
En la noche se siente el silencio. Hagamos silencio en el corazón. Que no haya ruidos que nos perturben. Pongamos a un lado incluso aquellas cosas que nos preocupan. Que nada nos distraiga de lo que el Señor quiere decirnos en esta noche.
Que sintamos la paz que nos trae Jesús en lo más hondo del corazón. Descubramos la presencia del Señor en las cosas más sencillas, la ternura de un niño recién nacido, la pobreza de un establo o las propias pobrezas de los pastores que corrieron hasta Belén. Que se nos abran los ojos para ver a Dios. Ya sabemos cómo podemos encontrarlo.
El quiere llegar a nuestra vida en esta navidad para disipar todas nuestras tinieblas y nuestras dudas, para darnos paz en el corazón y esperanza en nuestros agobios y luchas. Estemos atentos a su luz; no nos durmamos, que no nos encandilemos, ni nos confundamos con otras luces que tratan de distraernos.
Cuando corramos al encuentro de esa ternura que se nos manifiesta en el niño envuelto en pañales y recostado entre las pajas de un pesebre, aprendiendo a olvidar nuestros propios agobios, seguro que se nos va a manifestar con mayor claridad el misterio de la presencia de Dios en nuestra vida. Y nos llenaremos de esa nueva alegría y paz que sabe darnos el Señor.
Hagamos silencio para adorar el misterio de Dios que se nos manifiesta. No será necesario decir muchas cosas. Pongámonos en silencio ante Dios. Su Palabra eterna se hace carne, acampa, pone su tienda entre nosotros, nos habla al corazón. Siempre será palabra de Vida porque El es la Vida. Adoremos y demos gracias. La noche de las tinieblas se llenará de luz.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria

Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria


‘Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria’. Es la primera antífona que se reza hoy 24 de diciembre en el Oficio Divino. Es el último anuncio de su venida, porque esta noche celebraremos la Navidad, celebraremos la venida del Señor y contemplaremos su gloria.
Pero seguimos esperando. Seguimos esperando porque todavía hoy estamos en Adviento. Seguimos esperando porque nuestra vida es un contínuo adviento. ¿No gritamos todos los días en la aclamación de la plegaria eucaristía ‘¡Ven, Señor Jesús!’? ¿No pedimos en la oración con la que prolongamos el padrenuestro cada día en la Eucaristía que ‘esperamos la venida de nuestro Salvador Jesucristo’?
Celebramos la venida del Señor y tenemos que hacer viva nuestra Navidad preparando todo nuestro corazón para que nazca Dios en nosotros y comencemos de verdad una nueva vida. Pero seguimos pidiendo que venga el Señor cada día a nuestra vida envuelta en problemas, tormentas, dificultades, luchas, tentaciones, pecados. Y queremos sentir cada día la presencia del Señor que nos fortalece, nos da vida, nos ayuda, nos hace sentir su gracia que nunca nos abandona.
Hoy en el evangelio hemos escuchado una vez más el cántico de Zacarías que tantas veces nos ha servido y nos sigue sirviendo de oración. Bendecimos a Dios que nos visita con su salvación, que cumple sus promesas y derrama su misericordia sobre nosotros. ‘Nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas… para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’.
Necesitamos esa luz, pedimos esa luz. Escuchamos a Juan, el profeta el Altísimo, que viene delante del Señor preparando sus caminos. Queremos preparar los caminos de nuestra vida. Queremos abrir caminos de Dios en nuestra vida. Queremos que el Señor llegue a nosotros con su salvación, con su misericordia, con su perdón, con su paz.
¡Cuánto lo necesitamos! Preparemos el corazón para que seamos en verdad morada de Dios en medio de los hombres. Hemos de ser testigos de la presencia de Dios en medio de nosotros, en medio de nuestro mundo que tanto necesita la paz que nos trae Jesús. Es el anuncio que esta noche vamos a escuchar; pero es el anuncio que nosotros también tenemos que hacer.

martes, 23 de diciembre de 2014

Juan es su nombre porque nos manifiesta el consuelo de Dios sobre su pueblo

Juan es su nombre porque nos manifiesta el consuelo de Dios sobre su pueblo


‘Se va a llamar Juan’, replica Isabel a quienes quieren llamarlo Zacarías como su padre, según eran las costumbres. Pero es Zacarías el que interviene escribiendo su nombre en una tablilla - aún estaba sin poder hablar - ‘Juan es su nombre’.
Así lo había señalado el ángel allá en el templo junto al altar de los sacrificios. Pero era en verdad el nombre más apropiado. ‘El consuelo de su pueblo’, viene a significar el nombre de Juan. Consuelo para aquellos padres que habían pedido con tanta insistencia al Señor el don de un hijo. Como nos dice el evangelista hoy ‘cuando se enteraron sus vecinos y parientes, de que el Señor le había hecho una gran misericordia, la felicitaban’.
Pero era el consuelo del pueblo de Israel porque era ya el paso inmediato del que venía como Mesías y Redentor. Juan sería la voz que lo anunciara en el desierto preparando los caminos del Señor. Y su voz llenaba de esperanza los corazones por la venida inminente del Mesías y el pueblo sentía el consuelo de Dios en sus vidas. Eso era Juan para aquellas gentes, el signo y la señal de que llegaba la salvación; era un consuelo para todo el pueblo que veía así renacer sus esperanzas.
‘¿Qué va a ser este niño?’ se preguntaban las gentes ante todos los acontecimientos que se iban sucediendo en torno a su nacimiento. ¿Qué va a significar también para nosotros? nos preguntamos. Juan llega también a nuestra vida en la inminencia de la Navidad como la voz que nos trae el consuelo. También Dios tiene gran misericordia con nosotros. Lo cantó una y otra vez María en su cántico de alabanza al Señor y lo escucharemos cantar también a Zacarías.
‘La mano de Dios estaba con El’. ¿No puede ser esa la oración que nosotros hagamos también en este día? Que la mano del Señor esté con nosotros, en nosotros, en nuestra vida. Que el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos llene de su misericordia y de su paz. Que sintiendo la mano poderosa y misericordiosa de Dios en nosotros nos dispongamos a vivir con ánimo alegre y confiado las fiestas de Navidad que se acercan. Muchos serán los nubarrones, muchas pueden ser las negruras que se abaten sobre nuestro mundo y también sobre nuestra vida, pero sentimos el consuelo de Dios. Juan nos anuncia que llega el Señor y con El la misericordia, el perdón, su compasión y su amor.
Que así podamos celebrar una navidad dichosa porque tenemos la mano de Dios sobre nosotros. Que así nos podamos nosotros felicitar en el Señor.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Se abren los cielos y se desborda sobre nosotros la misericordia del Señor

Se abren los cielos y se desborda sobre nosotros la misericordia del Señor


‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque se ha fijado en la humillación de su esclava’.
Es el inicio del cántico de María, del Magnificat, que tantas veces hemos escuchado, meditado, orado. No nos cansamos de cantar con María las maravillas que el Señor hace en ella. Se siente pequeña, la humilde esclava del Señor, pero reconoce las maravillas de Señor, ‘la grandeza del Señor’. Sigue sintiendo que es su Salvador.
María siente que es como si desbordaran todos los torrentes del cielo que van inundando todos los corazones con el amor y la misericordia del Señor.  Ella es la primera que siente ese amor de Dios en ella, pero siente que a partir de este momento se desborda la misericordia del Señor para inundar los corazones de todos los hombres. 
Lo de menos es que todos vayan a felicitarla, porque ella todo lo revierte en Dios. ‘Su nombre es santo’. Es como diríamos hoy como una jaculatoria, pero es una aclamación, una invocación del nombre de Dios. ¿No decimos en el padrenuestro ‘santificado sea tu nombre’? Es lo que María ahora está haciendo.
Me recuerda esas como letanías de jaculatorias, de alabanzas a su Dios que los musulmanes van repitiendo continuamente; los hemos visto con una especie de rosario en sus manos y les vemos moviendo los labios repitiendo esas alabanzas a Dios. 
Es lo que María está haciendo, cuando reconoce las obras grandes que Dios está haciendo en ellas no le queda otra cosa que decir ‘su Nombre es santo’, santificado sea siempre el nombre del Señor; como nos enseñaría a decir san Ignacio de Loyola ‘todo para la gloria de Dios’.
Y es que ‘la misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en generación… auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abrahán y si descendencia para siempre’.
Sintamos esa misericordia del Señor; invoquemos esa misericordia del Señor; recordamos la promesa del Señor y el Señor siempre cumple sus promesas. Con confianza, con humildad porque no puede ser de otra manera. Solo los que con corazón humilde se ponen ante Dios van a ser enaltecidos, como canta también María.
Así queremos ponernos ante Dios en estos pasos finales de nuestra preparación para la navidad. 

domingo, 21 de diciembre de 2014

Preparemos una morada para Dios a la manera del corazón humilde de María

Preparemos una morada para Dios a la manera del corazón humilde de María

En la noche de Belén nos encontraremos con María y con José que deambulan por las calles de Belén buscando una posada porque va a nacer Jesús pero para ellos no hay sitio en la posada.
Pero fijémonos que en la primera lectura de hoy el Rey David, que ya ha conquistado Jerusalén y puede vivir él ya en un palacio quiere sin embargo construir un templo para el Señor donde deposite el arca de la Alianza y sea signo y lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo.  Como hemos escuchado aunque el profeta en principio le da la aprobación, sin embargo el Señor no quiere ese templo construido por manos humanas y así se lo hace saber el profeta a David en el nombre del Señor. Serán otras las promesas que Dios le haga a David y que veremos cumplidas en Jesús.
Nosotros quisiéramos también buscar donde recibir a Dios y encontrarnos con el Señor, y a la manera del rey David queremos construir los mejores y más hermosos templos en su honor. Pero los caminos y designios de Dios son bien distintos, porque El ya ha encontrado donde encontrarse mejor con el hombre y se ha elegido el mejor templo o la mejor morada, como queramos decir, para ser ese Emmanuel, ese Dios con nosotros.
Ha elegido a una humilde doncella de Nazaret que está desposada con un artesano, con el carpintero del pueblo, aunque aun no se han celebrado los desposorios, lo cual indica como será en los pequeños y los humildes donde mejor podremos sentir su presencia. Aquella doncella de Nazaret, aunque su nombre sabe a gloria, porque se llama María, sin embargo a sí mismo se llama la humilde esclava del Señor.
Decíamos cómo nosotros también buscamos cómo mejor acoger al Señor, al rey de la gloria que viene a nosotros pero aquí tenemos la lección, el mensaje que el mismo Señor nos quiere dar. Cuando seamos capaces de tener un corazón humilde como el de María, que sea capaz de vaciarse de todo, que sea capaz de vaciarse de si mismo estaremos preparando la mejor morada que le podamos ofrecer a Dios que siga siendo Emmanuel, siga siendo Dios en medio de nosotros los hombres.
Solo el corazón vacío de sí mismo, el corazón humilde y que se siente pequeño es capaz de albergar a Dios. Así se sintió María, así tenemos que sentirnos nosotros, así tenemos que abrirle nuestro corazón a Dios. En esa pobreza y en esa humildad se hará presente Dios. Con esa pobreza sentirnos no solo pequeños sino muy necesitados de El porque somos pecadores y El es el que va a salvar al nombre de sus pecados, con esa humildad pero muy llena de amor es cómo podremos recibir a Dios.
Pensemos que buscará esa pobreza en Belén de manera que no habiendo sitio ni siquiera en la posada, que ha era un lugar donde guarecerse los pobres caminantes y peregrinos, tendrá finalmente que nacer en un establo recostándose en la paja de un pesebre y al calor del vahído de unos ganados.
¿Qué le vamos a ofrecer nosotros? ¿cómo vamos a preparar nuestro corazón? Miremos a María y aprendamos de ella. En ella contemplamos su fe y su humildad; de ella aprenderemos a vaciar nuestro corazón para que solo se llene de Dios; de ella que es madre amorosa aprenderemos los mimos del amor; con ella aprenderemos a mirar con mirada nueva las necesidades de los demás; como ella sabremos ponernos en el camino del servicio, de la acogida, de la hospitalidad, del amor para ir siempre de la mejor manera al encuentro con los demás, que es ir al encuentro de Dios.
No siempre es fácil porque pesan muchas rémoras en nuestra vida que nos retrasan en el camino y la tarea a realizar; no siempre es fácil porque aparecerá el sacrificio y el sufrimiento pero será también una forma de ofrecernos al amor del Señor.
Ese es el templo más hermoso que podemos construir en nuestra vida para acoger y recibir a Dios. Caminando con ese estilo de María los hombres podrán descubrir de verdad al Emmanuel, al Dios con nosotros, porque con nuestra vida y nuestro amor lo estaremos haciendo presente en nuestro mundo.