Un testimonio de amor hasta el final de quien está lleno del Espíritu, el protomártir san Esteban
Ayer celebrábamos con gozo el nacimiento del Señor. El
Emmanuel, el Dios con nosotros que nos trae la vida y la salvación. Todo es
alegría, pero no una alegría cualquiera, no la alegría superficial y efímera
que nos puede dar el mundo. Es la alegría de la presencia del Señor, del Señor
que se nos revela, del Señor que está con nosotros para que esa alegría sea
completa.
Pero la liturgia hoy se viste de rojo para celebrar un
mártir; no es un mártir cualquiera, es el protomártir, el primero en derramar su sangre por el
testimonio de Cristo, san Esteban, del que se
nos habla en los Hechos de los Apóstoles.
Fue uno de los siete diáconos elegidos para el servicio
de los pobres en la primitiva comunidad de Jerusalén; estaba lleno del Espíritu
y no solo anunciaba a Jesús con el testimonio de las obras del amor, sino también
con su ardiente palabra. Pronto encontraría la oposición y el rechazo que le
llevaría al martirio. El texto de la liturgia nos relata y recuerda su
martirio.
Ya el evangelio nos recuerda que habrá persecuciones,
tribunales, cárceles, pero Jesús nos dice que no temamos porque su Espíritu
estará con nosotros. Lo vemos en Esteban. Ojalá supiéramos tener fe en la
presencia del Espíritu de Dios en nosotros y nos dejáramos conducir por El. Cómo
nos sentiríamos fortalecidos en el corazón.
Dos palabras que le escuchamos a Esteban en ese momento
supremo del martirio nos convendría recordar. «Señor Jesús, recibe mi espíritu», dice en primer lugar poniéndose
en las manos de Dios. Pero dirá también en relación a aquellos que le persiguen
y ahora le martirizan: «Señor, no les
tengas en cuenta este pecado.» Había aprendido bien el padrenuestro; había
aprendido bien lo que Jesús había enseñado allá en el sermón del monte. No solo
perdonar sino también orar por los que nos persiguen.
Estamos en navidad pero este
mensaje no está lejos de la alegría de la Navidad. Nos hace descubrir al Señor
en nuestra vida, en nuestras luchas, en nuestras dificultades y problemas, en
el coraje que hemos de tener para el anuncio del nombre de Jesús, y también en
nuestros sufrimientos.
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