Se abren los cielos y se desborda sobre nosotros la misericordia del Señor
‘Proclama
mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador,
porque se ha fijado en la humillación de su esclava’.
Es el inicio del cántico de María,
del Magnificat, que tantas veces hemos escuchado, meditado, orado. No nos
cansamos de cantar con María las maravillas que el Señor hace en ella. Se
siente pequeña, la humilde esclava del Señor, pero reconoce las maravillas de
Señor, ‘la grandeza del Señor’. Sigue
sintiendo que es su Salvador.
María siente que es como si
desbordaran todos los torrentes del cielo que van inundando todos los corazones
con el amor y la misericordia del Señor.
Ella es la primera que siente ese amor de Dios en ella, pero siente que
a partir de este momento se desborda la misericordia del Señor para inundar los
corazones de todos los hombres.
Lo de menos es que todos vayan a
felicitarla, porque ella todo lo revierte en Dios. ‘Su nombre es santo’. Es como diríamos hoy como una jaculatoria,
pero es una aclamación, una invocación del nombre de Dios. ¿No decimos en el
padrenuestro ‘santificado sea tu nombre’?
Es lo que María ahora está haciendo.
Me recuerda esas como letanías de
jaculatorias, de alabanzas a su Dios que los musulmanes van repitiendo
continuamente; los hemos visto con una especie de rosario en sus manos y les
vemos moviendo los labios repitiendo esas alabanzas a Dios.
Es lo que María está haciendo,
cuando reconoce las obras grandes que Dios está haciendo en ellas no le queda
otra cosa que decir ‘su Nombre es santo’,
santificado sea siempre el nombre del Señor; como nos enseñaría a decir san
Ignacio de Loyola ‘todo para la gloria de
Dios’.
Y es que ‘la misericordia del Señor llega a sus fieles de generación en
generación… auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como
lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abrahán y si descendencia para
siempre’.
Sintamos esa misericordia del Señor;
invoquemos esa misericordia del Señor; recordamos la promesa del Señor y el
Señor siempre cumple sus promesas. Con confianza, con humildad porque no puede
ser de otra manera. Solo los que con corazón humilde se ponen ante Dios van a
ser enaltecidos, como canta también María.
Así queremos ponernos ante Dios en
estos pasos finales de nuestra preparación para la navidad.
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