Preparemos una morada para Dios a la manera del corazón humilde de María
En la noche de Belén nos encontraremos con María y con
José que deambulan por las calles de Belén buscando una posada porque va a
nacer Jesús pero para ellos no hay sitio
en la posada.
Pero fijémonos que en la primera lectura de hoy el Rey
David, que ya ha conquistado Jerusalén y puede vivir él ya en un palacio quiere
sin embargo construir un templo para el Señor donde deposite el arca de la
Alianza y sea signo y lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Como hemos escuchado aunque el profeta en
principio le da la aprobación, sin embargo el Señor no quiere ese templo
construido por manos humanas y así se lo hace saber el profeta a David en el
nombre del Señor. Serán otras las promesas que Dios le haga a David y que
veremos cumplidas en Jesús.
Nosotros quisiéramos también buscar donde recibir a
Dios y encontrarnos con el Señor, y a la manera del rey David queremos
construir los mejores y más hermosos templos en su honor. Pero los caminos y
designios de Dios son bien distintos, porque El ya ha encontrado donde
encontrarse mejor con el hombre y se ha elegido el mejor templo o la mejor
morada, como queramos decir, para ser ese
Emmanuel, ese Dios con nosotros.
Ha elegido a una humilde doncella de Nazaret que está
desposada con un artesano, con el carpintero del pueblo, aunque aun no se han
celebrado los desposorios, lo cual indica como será en los pequeños y los
humildes donde mejor podremos sentir su presencia. Aquella doncella de Nazaret,
aunque su nombre sabe a gloria, porque se llama María, sin embargo a sí mismo
se llama la humilde esclava del Señor.
Decíamos cómo nosotros también buscamos cómo mejor
acoger al Señor, al rey de la gloria que viene a nosotros pero aquí tenemos la
lección, el mensaje que el mismo Señor nos quiere dar. Cuando seamos capaces de
tener un corazón humilde como el de María, que sea capaz de vaciarse de todo,
que sea capaz de vaciarse de si mismo estaremos preparando la mejor morada que
le podamos ofrecer a Dios que siga siendo Emmanuel, siga siendo Dios en medio
de nosotros los hombres.
Solo el corazón vacío de sí mismo, el corazón humilde y
que se siente pequeño es capaz de albergar a Dios. Así se sintió María, así
tenemos que sentirnos nosotros, así tenemos que abrirle nuestro corazón a Dios.
En esa pobreza y en esa humildad se hará presente Dios. Con esa pobreza
sentirnos no solo pequeños sino muy necesitados de El porque somos pecadores y
El es el que va a salvar al nombre de sus pecados, con esa humildad pero muy
llena de amor es cómo podremos recibir a Dios.
Pensemos que buscará esa pobreza en Belén de manera que
no habiendo sitio ni siquiera en la posada, que ha era un lugar donde
guarecerse los pobres caminantes y peregrinos, tendrá finalmente que nacer en
un establo recostándose en la paja de un pesebre y al calor del vahído de unos
ganados.
¿Qué le vamos a ofrecer nosotros? ¿cómo vamos a
preparar nuestro corazón? Miremos a María y aprendamos de ella. En ella
contemplamos su fe y su humildad; de ella aprenderemos a vaciar nuestro corazón
para que solo se llene de Dios; de ella que es madre amorosa aprenderemos los
mimos del amor; con ella aprenderemos a mirar con mirada nueva las necesidades
de los demás; como ella sabremos ponernos en el camino del servicio, de la
acogida, de la hospitalidad, del amor para ir siempre de la mejor manera al
encuentro con los demás, que es ir al encuentro de Dios.
No siempre es fácil porque pesan muchas rémoras en
nuestra vida que nos retrasan en el camino y la tarea a realizar; no siempre es
fácil porque aparecerá el sacrificio y el sufrimiento pero será también una
forma de ofrecernos al amor del Señor.
Ese es el templo más hermoso que podemos construir en
nuestra vida para acoger y recibir a Dios. Caminando con ese estilo de María
los hombres podrán descubrir de verdad al Emmanuel, al Dios con nosotros,
porque con nuestra vida y nuestro amor lo estaremos haciendo presente en
nuestro mundo.
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