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sábado, 15 de agosto de 2020

María con su calor de Madre se hace presente junto a nosotros y se convierte en un aliciente de esperanza en nuestro camino que también nos llevará a la glorificación

 

María con su calor de Madre se hace presente junto a nosotros y se convierte en un aliciente de esperanza en nuestro camino que también nos llevará a la glorificación

Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Sal 44; 1Corintios 15, 20-27ª; Lucas 1, 39-56

Hoy es un día en que en cualquier rincón de nuestra geografía celebramos una fiesta de María. La Virgen de Agosto escuchamos decir en los medios de comunicación y aún algunos nos ofrecen imágenes de las más insólitas de estas fiestas de María en sus distintas advocaciones según la devoción y la tradición de los diversos pueblos. Y es que cuando consideramos bien el hondo significado de la fiesta que nos ofrece la liturgia en este día es casi espontáneo que surja por acá o por allá el amor de los hijos que tiene los mejores piropos para la madre y se inventa los más diversos nombres para invocarla y para ofrecerle su amor.

Nosotros mismos, en nuestra tierra canaria, la invocamos como la Virgen de Candelaria a quien proclamamos patrona de nuestras islas y recordamos y celebramos las tradiciones de la aparición y del encuentro de su imagen en nuestras costas isleñas por los guanches, antiguos pobladores de estas islas.

Hoy es la gran fiesta de la exaltación y de la glorificación de María en su Asunción en cuerpo y alma a los cielos. Si María había sido la elegida de Dios para encarnarse en sus entrañas y así hacerla su madre y la había rodeado de toda gracia y bendición, era la llena de gracia que había sabido decir Sí al designio de Dios para dejarse envolver por el Espíritu Santo y de ella naciera el Santo, el Hijo del Altísimo como diría el ángel de la Anunciación, justo era que por su unión tan profunda con el misterio de Cristo que incluso la había preservado de toda mancha de pecado, Inmaculada en su Concepción la llamamos, ahora participara trascurrido el curso de su vida temporal de la gloria eterna de los hijos de Dios. Es lo que viene a expresar este misterio y este dogma de la Asunción de María a los cielos.

Y es que en María nos estamos viendo a nosotros mismos y la gloria que un día nos espera si vivimos en la fe. Ella es un ser humano como nosotros pero a quien ahora vemos glorificada junto a Dios. Ella que hizo ese mismo camino mortal que nosotros hacemos y que recoge en su vida lo que es nuestro camino cuando unida a Cristo estuvo a su lado en el momento de la cruz y de la pasión. De alguna manera ella, con su dolor de madre ante el sufrimiento y la muerte de su Hijo está recogiendo en su vida, en su sufrimiento, en su dolor lo que es nuestro dolor y nuestro sufrimiento, como saben hacerlo siempre las madres que hacen suyo el dolor de los hijos.

En María están nuestros anhelos y nuestras esperanzas, nuestros calvarios y también todas esas frustraciones que sufrimos en la vida, nuestros problemas y nuestras angustias. Ella con el Sí al misterio de Dios que la convertía en la Madre de Dios, estaba también dando un sí a todo ese regalo de Dios que la iba a convertir en la madre de la humanidad, en la madre de la Iglesia. Y como madre recoge y asume, como decíamos, los anhelos, esperanzas, angustias, frustraciones y desencantos de sus hijos. Pero todo eso en María se transforma porque ha llenado su vida de Dios, porque su vida para siempre va a rebosar de fe y de amor; tras ese momento de calvario por el que María tuvo que pasar con Cristo porque así estaba unida al misterio de su Hijo, vendría también para ella la luz de la resurrección y de la gloria.

María participa ya de esa resurrección y de esa gloria, eso viene a significar su Asunción, pero María nos está abriendo el camino para que también nosotros participemos de esa resurrección y de esa gloria. María nos despierta la esperanza para que todo no se vuelva oscuro y turbio en nuestra vida mientras pasamos por esos momentos duros de calvario por los que tenemos que pasar en nuestra vida. Contemplando a María, que ha ido delante de nosotros, ya glorificada en el cielo nos sentimos fuertes en esos momentos duros de esta vida porque en nosotros hay esperanza.

No nos podrán entonces las frustraciones y desencantos que en la vida encontremos, no nos sentiremos hundidos en esos momentos duros del dolor y del sufrimiento, no nos sentiremos angustiados por muchos que sean los problemas que parece que nos quieren ahogar y de los que nos parece tantas veces que no les vemos salida. Tenemos la esperanza de la vida, del triunfo, de la gloria. María se convierte delante de nosotros en ese aliciente para nuestras luchas al tiempo que sentimos su amor de madre que está a nuestro lado. María viene con nosotros en nuestro caminar y nos ayuda a ponernos en camino como ella supo hacerlo como la contemplamos en el evangelio.

Nos podremos sentir pequeños, sentir nuestra pobreza o dolernos en nuestra humillación, pero en María vemos a la pequeña y a la humilde esclava del Señor que fue levantada y elevada y en quien el Señor realizó maravillas. Así sentiremos entonces cómo el brazo poderoso del Señor que es su misericordia se despliega sobre nosotros para hacernos sentir una vida nueva, para hacernos sentir como todo se transforma, para hacernos sentir iluminados por esa luz nueva de vida nueva que nos regala Jesús.

La imagen bendita de María de Candelaria, a quien hoy los canarios celebramos, se convierte en un signo para nosotros de esa luz. En su brazo porta a Jesús, pero en su mano tiene una luz, una candela – de ahí su nombre – para hacernos sentir cómo seremos iluminados en nuestra fe por la luz de Jesús.

Quizás este año nuestra fiesta de la Virgen de Agosto no tiene la alegría externa de otros años por las circunstancias que parece que cada día se nos hacen más duras y más difíciles, pero eso no impide que celebremos, y lo hagamos con una hondura especial, esta fiesta de María. ¿No decíamos que contemplar hoy a María nos llena de esperanza? Pues desde esas negruras que vivimos miremos de manera especial a María en esta fiesta para que renazcan las esperanzas en nuestros corazones y sigamos en el empeño de conseguir una pronta recuperación. María, la madre del cielo, ante su Hijo está intercediendo por sus hijos. No olvidemos nunca su calor de Madre que se hace presente junto a nosotros.

viernes, 14 de agosto de 2020

Dios hizo a la persona para el amor y para un amor que lleva a la comunión y a la comunión más profunda de vida que es el vivir el amor

 

Dios hizo a la persona para el amor y para un amor que lleva a la comunión y a la comunión más profunda de vida que es el vivir el amor

Ezequiel 16, 1-15. 60. 63; Sal.: Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6; Mateo 19, 3-12

‘Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: ¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?’ Son los problemas de siempre, de entonces en la época antigua, y son los problemas de hoy, que tantos sufrimientos llevan aparejados.

La pregunta de los fariseos va con trampa. ‘Para ponerlo a prueba’, dice el evangelista. Y es que aparte del problema del divorcio en sí podríamos decir, en aquellos momentos había distintas opiniones entre los rabinos sobre lo que se habría de hacer. Y ahora quizá lo que menos les preocupa es la respuesta de verdad que Jesús les pueda dar, sino el ver cómo Jesús se posiciona en sus luchas dialécticas, pero sobre todo porque siempre andaban buscando de qué acusar a Jesús y bien sabían de la lealtad y de la sinceridad de Jesús que en algún momento no les queda más remedio que reconocer.

Pero detrás de todo eso podríamos decir que está el drama que se produce en las personas cuando falla el amor. Jesús les recuerda lo que era la doctrina de siempre, lo que había sido la voluntad de Dios desde la creación. Dios hizo a la persona para el amor y para un amor que lleva a la comunión y a la comunión más profunda de vida que es el vivir el amor. Ahí tendríamos que buscar las bases; es mucho más que superar o controlar la concupiscencia humana, sino que la pasión más hermosa que hay en el ser humano es la del amor. Y es lo que en todo momento, en toda circunstancia tendríamos que cultivar.

Y es lo que cuesta, porque muchas son las pasiones que se entremezclan en el ser humano. Porque el amor que siempre tiene que ser donación, una donación que lleva compartir una vida, una donación que lleva a la comunión, muchas veces lo oscurecemos con el amor propio. Y es cuando surgen los egoísmos y las insolidaridades, es cuando aparecen los orgullos o los afanes de dominio y todo se nos puede volver turbio. Y se confunde nuestra visión como se confunde el corazón. Y se desequilibra nuestra vida, y cuando andamos desenfocados no somos capaces de ver con claridad lo que brilla, lo bueno de las personas, y son las sombras las que lo oscurecen todo y nos oscurecen nuestro sentir, y nos debilitan el amor. Son los dramas que profundamente viven tantas personas y de los que no sabemos cómo salir.

‘Por vuestra terquedad permitió el divorcio Moisés’, les dice Jesús. Qué difícil es buscar y encontrar de nuevo ese equilibrio perdido. Podemos tener muy claros muchos principios y muchas doctrinas, pero qué difícil es a veces entender el corazón humano sobre todo cuando se revuelven las aguas y surgen todas esas pasiones que se hacen pasiones encontradas que enfrentan y que dividen, que separan y que arruinan tantas bellezas que se han podido vivir en la vida cuando había bonita comunión de amor. Las soluciones no son fáciles. Como nos dirá Jesús hoy en lo que va comentando ‘no todos son capaces de entenderlo’, no todos son capaces de vivirlo. Es algo que solo por nosotros mismos tampoco podemos vivir.

Jesús ha querido hacer del matrimonio un sacramento del amor de Dios, porque en el amor matrimonial vivido con toda entrega y comunión estamos reflejando lo que es el amor que Dios nos tiene y no nos abandona nunca. Pero Jesús ha querido hacerlo sacramento porque sabía muy bien que sin su gracia era algo que no podemos vivir. Y el sacramento no fue solamente aquel momento en que nos dimos el sí, sino que sacramento es toda la vida de una pareja, de un matrimonio porque en todo su amor, con todas sus luchas y dificultades también, están queriendo, intentando vivir y parecerse a ese amor de Dios; porque en toda la vida del matrimonio y en todas sus circunstancias no faltará nunca la gracia del Señor, la gracia sacramental que se hace fuerza y que da vida a ese amor matrimonial.

No nos pongamos a hacer ‘casitos’ de lo que veamos o lleguemos a vivir en el matrimonio, como les sucedía a los fariseos cuando acudían a Jesús con sus preguntas para ponerlo a prueba. Seamos capaces de comprender el drama y el dolor que se produce en un matrimonio cuando se llega a una situación de ruptura y hagámoslo siempre con mucho respeto y sin entrar a hacer juicios. Pongamos siempre nuestra vida y nuestro amor en las manos del Señor, que es el que nos ilumina con su gracia y fortalece nuestro amor y nuestra vida.

jueves, 13 de agosto de 2020

Un amor que dignifica y un perdón que reconstruye es la experiencia de sentirse perdonados que nos lleva a perdonar con generosidad a los demás

 

Un amor que dignifica y un perdón que reconstruye es la experiencia de sentirse perdonados que nos lleva a perdonar con generosidad a los demás

Ezequiel 12, 1-12; Sal 77; Mateo 18, 21 – 19, 1

Hemos de reconocer que muchas veces no damos la medida; vamos en la vida de mezquinos y raquíticos en las medidas de humanidad que ponemos en el trato con los demás. Lo queremos todo para nosotros pero no somos capaces de compartir; y no me refiero tanto en este momento de aquellas cosas materiales que poseemos, que hemos conseguido o que se nos han dado que no somos capaces de compartirlas con los demás, sino de las actitudes que tenemos con los otros.

Queremos que sean generosos con nosotros, queremos que nos valoren o nos ofrezcan sus respetos, queremos que nos tengan en cuenta y mejor que sea en grado superlativo la valoración que hacen de nosotros, queremos ser bien tratados y que sean comprensivos con aquellas sombras negativas que pudieran aparecer en nosotros, pero no es la misma medida que tenemos con los demás, porque estamos prontos al juicio y a la condena, estamos prontos para descalificar o para marginar, estamos prontos para apartar de nosotros a quienes no nos caen bien sin darnos cuenta de que por nuestra manera de ser tampoco nosotros caemos bien a los demás.

Esto nos lo está planteando Jesús en el evangelio que hoy hemos escuchado. No sabemos valorar el amor que nosotros recibimos para ser igualmente comprensivos con los demás y amar con una medida igual. No sé si nos sentimos agradecidos cuando nos han ofrecido el perdón, al menos quizá nos habremos sentido liberados del peso de la culpa – bueno siempre estaremos buscando razones para disculparnos o para disimular – pero de la misma manera no somos capaces de perdonar a los demás. Y queremos imponer nuestras medidas, queremos que haya unos límites porque no siempre vamos a estar perdonando.

Es lo que le están planteando los discípulos a Jesús – Pedro siempre hace de portavoz – pero es lo que en el fondo nosotros llevamos también en nuestro corazón. ‘¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?’ Habría escuchado las palabras de Jesús por ejemplo en el sermón del monte cuando nos hablaba del amor a los enemigos y hasta rezar por aquellos que nos hayan hecho mal, pero todavía no han terminado de digerir las palabras de Jesús. ‘¿Hasta siete veces?’, preguntará Pedro.

Y Jesús nos pone un ejemplo, una parábola, para reflejarnos la mezquindad con que nosotros vamos por la vida a la hora del perdón, pero para que comprendamos la generosidad sin límites del amor del Padre. Ya conocemos la parábola; el hombre que tenía una gran deuda con su amo y señor y que cuando le piden cuentas ruega y suplica para que le condonen la deuda o al menos aplacen el pago, pero aquel amor generoso le perdona cuanto debía y era buena cantidad. Pero no actúa este hombre de la misma manera con quienes tienen deudas con él, porque al que no le paga lo mete en la cárcel y ya sabemos todas las consecuencias. Había sido perdonado de una gran deuda, pero no es capaz de perdonar la pequeñez que le debe su compañero. El raquitismo del egoísta y del insolidario, la mezquindad de quien no ha sabido apreciar lo que es el amor que ha recibido.

Cómo nos falta con tanta frecuencia la generosidad del amor en nuestro corazón. Decimos que amamos pero ponemos límites y medidas; decimos que amamos y vamos con mezquindades a la hora de repartir amor para con los demás; decimos que amamos y no terminamos de valorar y dignificar a aquellos a los que decimos que amamos. El amor no es simplemente lástima, es mucho más; el amor me tiene que llevar a engrandecer a la persona, comenzando por tratarla con toda dignidad, con toda la dignidad que toda persona se merece.

Y desde un amor que así dignifica surgirá de forma espontánea el perdón que reconstruye; con nuestro perdón no solo vamos a sentir lástima por aquella persona sino que vamos a ayudarla a que rehaga su vida, se reconstruya a sí mismo, comience a darse cuenta de su dignidad y que merece la valoración de toda persona; con el perdón va a sentir que lo amamos de verdad porque seguimos confiando en la persona y no tememos caminar a su lado sino que le tenderemos nuestras manos para aprender a caminar juntos; con un perdón así la persona se va a sentir curada desde lo más hondo de sí misma y se va a sentir llena de vida.

¿No es eso de alguna manera lo que nosotros hemos sentido cuando hemos recibido el perdón del Señor? Creo que tenemos que aprender a disfrutar del amor que Dios nos tiene cuando nos regala su perdón, y vamos a saber sentir esa alegría profunda en el alma. Seguro que si lo sentimos así, eso le ofreceremos generosamente a los demás cuando le regalamos también el perdón.

miércoles, 12 de agosto de 2020

No es solo aquello de que la unión hace la fuerza sino que nuestra comunión es también con Jesús que está en medio nuestro para ser la fuerza de nuestro amor

 

No es solo aquello de que la unión hace la fuerza sino que nuestra comunión es también con Jesús que está en medio nuestro para ser la fuerza de nuestro amor

 Ezequiel 9, 1-7; 10, 18-22; Sal 112; Mateo 18, 15-20

Creo que en esto estamos todos convencidos. La unión hace la fuerza. Es como un lema que utilizamos mucho en la vida. Cuando queremos emprender algo y deseamos que todos se impliquen acudimos a llamadas como ésta, que como un slogan proclamamos buscando la colaboración, la participación de todos en aquella tarea común, en aquella tarea que sabemos que es para bien de todos.

Aunque reconocemos también que en ocasiones nos ponemos renuentes, miramos de lejos, tenemos miedo de perder nuestra propia autonomía, pensamos quizá que podemos ser manipulados por los demás, tenemos nuestros criterios particulares que quizá puedan chocar con la manera de ver las cosas de los otros y se pone en peligro esa unidad deseada; afloran insolidaridades, egoísmos, nuestros orgullos, la cerrazón de nuestro corazón y como se suele decir no ponemos toda la carne en el asador.

Y de esto nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. Porque cuidado que lo reduzcamos solo a algunos aspectos y no terminemos de ver toda la amplitud que tiene el mensaje de Jesús. Quiere Jesús que busquemos el encuentro, entremos en diálogo los unos con los otros, seamos capaces de abrir nuestro corazón aunque esté llagado y dolido por muchos males que se nos hayan metido dentro, nos aprestemos a colaborar juntos, pero ofreciendo nuestra mano de amistad, ofreciendo nuestra colaboración para ayudarnos a superarnos, seamos capaces de caminar juntos.

Podríamos decir que esto que estamos diciendo es prácticamente lo mismo que decíamos cuando hablábamos de la unión que hace la fuerza, pero creo que en el mensaje de Jesús hay mucho más. porque, por ejemplo, nos habla de algo que a todos nos cuesta mucho, que es el reconocer nuestros errores y nuestros tropiezos y el ser comprensivos con los demás para ofrecer nuestro perdón generoso.

Es tal la comunión que Jesús quiere que haya entre nosotros que no hemos de temer presentarnos ante los demás con nuestras debilidades o que el hermano llegue a mi lado para alentarme y decirme algo en lo que tengo que superarme. Cuánto nos cuesta que nos digan algo. Lo miramos como una humillación y no llegamos a descubrir que en el fondo es un acto de amor; porque nos aman nos quieren ayudar a superarnos, a hacer que reconozcamos esos errores y pongamos también el remedio para salir de ellos.

Y es cuando en esa comunión de amor que se crea entre los que queremos seguir a Jesús aparece la comprensión y la misericordia. Por eso seremos capaces de perdonar, porque a pesar de los pesares sabemos que podemos seguir edificando juntos, sabemos que podemos contar con el otro, sabemos que podemos seguir caminando juntos. El perdón no es solo borrar, por así decirlo, el mal que hayamos cometido sino la oportunidad de levantarnos, la oportunidad de rehacer nuestra vida, la posibilidad de caminar sin tener siempre encima el peso de lo que hayamos hecho. Es saber que somos aceptados tal como somos, porque todos reconocemos que no somos perfectos y todos tenemos muchas debilidades en la vida.

Es difícil muchas veces. Y están todas esas cosas que decimos tantas veces de que perdonamos pero no olvidamos, perdonamos pero cada uno por su lado, perdonamos pero ya no va a ser igual que antes, porque aparecen las desconfianzas y aunque hayamos dicho que perdonamos permanecen los resquemores en el corazón. Por eso tenemos que mirar a Jesús, tenemos que elevar nuestra mirada tal como nos dice Jesús en el evangelio que seamos compasivos y misericordiosos como lo es con nosotros nuestro Padre del cielo.

Pero hay algo más que simplemente aquello de que la unión hace la fuerza. Por una parte Jesús nos dice que cuando oramos al Padre y lo hacemos desde esa comunión que hay entre nosotros tenemos la certeza de que somos escuchados por nuestro Padre del cielo. Pero por otra parte nos está diciendo Jesús que cuando queremos vivir así unidos tenemos la seguridad de que El está con nosotros. No somos solo nosotros los que nos unimos y nos unimos por un interés, podríamos decir, de sacar algo adelante, es que Jesús está con nosotros.

El está en medio nuestro y será quien nos inspire esta nueva forma de vivir; con El a nuestro lado podremos superar todas aquellas suspicacias que decíamos que muchas veces se nos meten por dentro; con El a nuestro lado podremos rebosar de compasión y misericordia en nuestro corazón, para hacer que en él quepan todos a pesar de las oscuridades o debilidades que cada uno lleve consigo; pero El será quien nos dé la fuerza de su Espíritu para poder vivir esa comunión y ese amor.

martes, 11 de agosto de 2020

Tenemos que aprender a abajarnos en la vida para ponernos realmente a la altura del otro y poder mirarle directamente a los ojos desde la sinceridad del corazón

 
Tenemos que aprender a abajarnos en la vida para ponernos realmente a la altura del otro y poder mirarle directamente a los ojos desde la sinceridad del corazón

Ezequiel 2, 8 – 3, 4; Sal 118; Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

Vivimos en una cultura de competitividad. Una palabra que refleja un estilo de vida lleno de luchas, que no nos importan que sean desleales, porque lo importante es ganar, quedar por encima del otro, arrebatar como sea ese primer puesto o ese poder porque queremos hacer relucir nuestro ego, nuestro orgullo. No es competencia en el sentido de hacer valer aquello en lo que somos competentes, en lo que tenemos unos valores o unas cualidades o unas capacidades que con el aprendizaje hemos desarrollado. Es el competir en un sentido de lucha que nos lleva a enfrentamientos, que nos hace ser dominantes, en que nos creemos poderosos buscando muchas veces solo nuestro beneficio personal. Todo vale entonces para lograr ese poder, todo vale en esa lucha y en la deslealtad a la que llegamos no importa la traición con tal de yo quedar vencedor.

Siempre estamos pensando en quién es más grande o más importante, quién puede más o en no dejar de ninguna manera que nadie esté por encima. Y eso nos ciega para ver los valores de los demás, para descubrir lo bueno que hay en el otro, para buscar un camino de colaboración para entre todos, cada uno según sus capacidades, sus competencias, cooperar para lo que sea lo mejor para todos. Hasta en lo que tendría que ser un juego en la vida que nos proporcionara diversión y entretenimiento ponemos por medio esa competitividad de lucha, de enfrentamiento y de pasión convirtiéndonos en rivales los unos de otros que casi en enemigos;  pensemos en lo que hemos hecho incluso de nuestros deportes.

Es una tentación que ha estado siempre en el hombre, en la humanidad. A todos nos pueden tentar esos brillos del poder, esa vanidad de la vida, esos orgullos que nos endiosan y cuando nos subimos a esos pedestales cómo nos cuesta bajarnos para caminar el camino llano donde todos nos sintamos hermanos. Vemos hoy en el evangelio que también los discípulos de Jesús sentían esa tentación. Desde el orgullo patrio en que vivían y en el que se sentían humillados bajo el poder de pueblos y poderes extranjeros, con la esperanza de un Mesías que les daría la gloria y la libertad, el estar cerca de aquel en el que pensaban que podía ser el Mesías, les hacía soñar también en esos brillos de poder. ¿Quién sería el más importante? Ya conocemos el momento en que dos de los discípulos, porque se sentían de la familia de Jesús, aspiraban a estar uno a la derecha y otro a la izquierda.

Jesús a estos sueños y aspiraciones que les aparecen hoy les ofrece la imagen de un niño y les dice que tienen que ser como niños. El niño que no ha entrado en ese juego de la competitividad de los mayores, el niño que es humilde y sencillo y en su ternura es amigo de todos, el niño que juega con los otros niños solamente por divertirse y pasarlo bien, el niño de esa sonrisa abierta y de esos ojos brillantes en los que aún no han aparecido las sombras de la ambición y de los orgullos que tan pronto aprenderán de los mayores, el niño que siempre es dado y servicial, que solo busca cariño y que siempre nos ofrecerá la ternura de su corazón en ese beso inocente que con tanta facilidad nos regala.

Así nos dice Jesús que tenemos que ser. Así tiene que ser la humildad y la ternura que se han de destilar siempre de nuestro corazón; así con esa generosidad de poner lo que somos y lo que llevamos de bueno en el corazón para que todos seamos felices, para que haya esa sonrisa franca y esa risa llena de alegría y alejada de amarguras; así con esa generosidad que le hace espontáneamente solidario y que sabe llorar con el que llora, pero que también está pronto para reír y cantar con el que expresa alegría en la vida.

‘En verdad os digo, nos dice, que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí’.

¿Aprenderemos de verdad que el Reino de Dios lo vamos a vivir desde cosas pequeñas? ¿Aprenderemos que no necesitamos hacer grandes cosas para vivir el Reino de Dios sino que esas cosas pequeñas de cada día las podemos hacer extraordinarias cuando llenamos la vida de humildad, sencillez, ternura, lealtad, amor y amistad verdadera? ¿Aprenderemos de una vez por todas a estar siempre a la altura del otro aunque pare ello tengamos que abajarnos, agacharnos para poder mirarle directamente a los ojos?

 

lunes, 10 de agosto de 2020

No nos gusta morir pero solo cuando somos capaces de morir a nosotros mismos daremos fruto de verdad siendo generadores de nueva vida

 

No nos gusta morir pero solo cuando somos capaces de morir a nosotros mismos daremos fruto de verdad siendo generadores de nueva vida

2Corintios 9, 6-10; Sal 111; Juan 12, 24-26

Todos habremos tenido alguna vez en nuestra mano una semilla, un grano de trigo por ejemplo, y no sé si nos habremos detenido a pensar en todo el significado de vida que esa pequeña semilla encierra. Pero quizá nos habremos dado cuenta que de nada nos sirve si la dejamos en ese estado en el que la tenemos en nuestra mano, una semilla que encierra vida, pero una semilla que si la queremos dejar así intacta con el paso del tiempo aquella potencia de vida que encierra se pierde.

Sin embargo tenemos que hacer que se pierda de ese estado en que se encuentra, porque o la trituramos para hacer de ella harina con la que elaboraremos el pan, o hemos de hacer que se pierda enterrándola para que pueda germinar y hacer que brote otra planta llena de vida que nos dará abundantes granos en sus espigas multiplicándose así incluso su vida. Pero al germinar, se pudre decimos, porque la semilla desaparece en si misma, parece que pierde la vida pero se potencia la vida en esa nueva planta que va a surgir generadora de nuevos frutos.

Es la imagen que nos está proponiendo hoy Jesús cuando nos dice que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto’. Y nos está hablando de si mismo, pero nos está hablando de lo que nosotros tenemos que ser.

Parece que a nadie le gusta morir, pero Jesús nos dice que si no morimos no damos fruto, que solo cuando se es capaz de morir a si mismo es cuando daremos fruto de verdad.

Creo que entendemos de verdad lo que quiere significar, porque nos habla no tanto de esa muerte en que un día nuestro cuerpo desaparecerá sino de esa entrega de amor que hemos de ser capaces de hacer de nosotros mismos, aunque nos parezca que nosotros somos anulados, pero que sin embargo en esa nuestra entrega, hasta la muerte si es preciso, seremos en verdad generadores de vida. Lo importante no es que nos reservemos para nosotros mismos, cosa que entraría en lo que podríamos llamar orden natural en cuanto que tenemos que preservar nuestra vida, sino que cuando entramos en la órbita del amor así nos vamos a dar, así nos vamos a olvidar incluso de nosotros mismos porque ya lo que nos importa es el bien de aquellos a los que amamos, a los que queremos amar.

Y escuchamos este texto del evangelio en la fiesta de san Lorenzo, aquel diácono de la Iglesia de Roma que sufrió la tortura del fuego hasta la muerte porque su vida había sido siempre para los demás. Como diácono su misión era el servicio y la atención a los pobres, por eso cuando el emperador de Roma le pide que le entregue las riquezas de la Iglesia, porque sabía que era el administrador de los bienes de la Iglesia de Roma, él reúne a todos los pobres de Roma y se los presenta al emperador diciéndole que aquellos son la riqueza de la Iglesia. Aquellos pobres a los que el diácono Lorenzo servía y atendía y por los que terminó dando su vida en el cruel tormento del fuego, como antes mencionamos.

Hay un aforismo que siempre se suele repetir y que la iglesia está muy convencida de ello y es que la sangre de los mártires es semilla de cristianos. Lo que decíamos antes del grano de trigo que al morir, al germinar se multiplica en una nueva espiga que contendrá numerosos nuevos granos, o que si se tritura para hacer harina se convertirá en fuente de vida al convertirse en nuestro alimento. Así la muerte es generadora de vida cuando somos capaces de entregarnos por el amor. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna’, termina diciéndonos Jesús.

domingo, 9 de agosto de 2020

Una barca que va atravesando el lago, una travesía que se hace costosa y con el viento en contra pero en el susurro silencioso de la suave brisa se hace presente el Señor

 

Una barca que va atravesando el lago, una travesía que se hace costosa y con el viento en contra pero en el susurro silencioso de la suave brisa se hace presente el Señor

1Reyes 19, 9a. 11-13ª; Sal 84; Romanos 9, 1-5; Mateo 14, 22-33

Una barca que va atravesando el lago, una travesía que se hace costosa y con el viento en contra parece que los brazos son pocos para hacerla avanzar, una sensación de soledad en el silencio de la noche porque aquel que más deseaban que estuviera con ellos los había apremiado a embarcarse pero él se había quedado en tierra, imágenes que aparecen ante sus ojos que les parecen frutos de su imaginación pero que no terminan de comprender todo su sentido. Una descripción de la situación anímica en que muchas veces nos encontramos en la travesía de la vida. Nos sentimos solos y sin fuerzas, parece que nunca vamos a alcanzar la meta hacia la que queremos avanzar.

Este episodio del evangelio que nos presenta la liturgia en este domingo lo podemos transportar y traducir a muchas situaciones en las que nos encontramos en la vida. No siempre los caminos son fáciles, no siempre logramos lo que ansiamos a la primera sino que muchas veces parece que todo se nos viene en contra. Lo pensamos a nivel individual de nuestras luchas particulares pero lo pensamos en el camino de nuestra sociedad y en el camino de la Iglesia.

Puede reflejar muy bien el momento presente de nuestra sociedad con sus crisis y con sus pandemias; porque ahora nos vemos muy afectados por esta crisis sanitaria que vive toda la humanidad y que luego se deriva en muchísimos otros problemas sociales que están desequilibrando la vida y el sentido y valor que le hemos dado a las cosas hasta el momento presente. Pero no es la única crisis del mundo de hoy tan envuelto en corrupción, con tantos intereses encontrados, con tantos enfrentamientos sociales de todo tipo, con la falta de paz en nuestro mundo tan lleno de violencias que no son solamente las guerras entre pueblos y naciones, sino en esa acritud con que vivimos la vida y con esa violencia que aparece a cualquier momento o a cualquier tensión.

El viento en contra. Son muchas las personas de buena voluntad que quieren un mundo mejor y por ello y para ello intentan trabajar pero aparecen tantas cosas que destruyen ese trabajo, rompen esas ilusiones, nos hacen perder la fuerza y el empuje que tanto necesitamos para ir levantando poco a poco ese mundo mejor. Pero son muchos los vientos en contra.

Y decíamos antes también es el camino de la Iglesia. Los que creemos en Jesús hemos sido enviados al mundo con una Buena Nueva de salvación y así la Iglesia va atravesando esas aguas procelosas de nuestro mundo que tantas veces incluso se le vuelve adverso. Hubo quizá momentos de cristiandad en que todo parecía triunfalismo y nos creíamos que ya el mundo estaba convertido al evangelio, pero nos vamos dando cuenta de cuántos vacíos hay en nuestra sociedad, de cuánta falta la fe y cómo en tan poco valor se tienen los valores del Evangelio.

El mundo que nos creíamos tan religioso no lo es tanto porque un nuevo paganismo aflora por todas partes y algunos quieren incluso resucitar viejas tradiciones paganas porque nos dicen que no teníamos derecho a transformar nuestro mundo según los valores del evangelio. Son muchos los vientos en contra con los que nos encontramos y sentimos también en ocasiones, por nuestra falta de fe, una sensación de soledad y casi como si estuviéramos abandonados a nuestra suerte.

Y nos pueden aparecer fantasmas que nos confundan. O quizá nosotros mismos nos creamos expectativas de cosas extraordinarias, milagros espectaculares en los que queremos encontrar a Dios y encontrar el camino de salvación que El nos ofrece. Pero hoy nos está pidiendo que sencillamente nos mantengamos firmes en nuestra fe, sin desconfianzas ni miedos, sin buscar cosas espectaculares, sino sabiendo sentir en silencio esa mano de Dios que está con nosotros, nos levanta, y nos hace sentir su presencia con nosotros en la barca. Pedro quizá quiso hacer cosas espectaculares y él caminar también sobre las aguas, pero cuando se levantó un poco de viento y se movieron un poco las olas dudó y casi se hundía.

Pero allí estaba el Señor, aquí está el Señor tenemos que decir con toda confianza. Y hacer silencio en nuestra oracion para escuchar el susurro de su presencia y el susurro de amor de sus palabras. Elías allá en el monte de Dios no lo encontró ni en la tormenta ni en el viento impetuoso, lo sintió y experimentó en el silencio de la suave brisa. Tenemos que aprender a saborear esa suave brisa de la presencia del Señor en nuestra vida, en medio de nuestras tormentas, nuestras luchas, nuestras dudas, nuestros miedos e incertidumbres, en medio de ese mundo revuelto en el que vivimos y que nos parece que no sabemos como vamos a salir adelante. Cada uno pensemos también en nuestras propias tormentas personales. A través de todo eso y en el silencio de nuestro corazón nos habla el Señor, se hace presente el Señor.

Pero ahí está el Señor, que viene a nosotros cuando está el viento en contra, que viene a nosotros en la suave brisa, que viene a nosotros en el silencio de la montaña, que viene a nosotros cuando nos parece que nos sentimos en soledad pero El nos hace sentir a su manera las llamadas del amor.