Una barca que va atravesando el lago, una travesía que se
hace costosa y con el viento en contra pero en el susurro silencioso de la
suave brisa se hace presente el Señor
1Reyes 19, 9a. 11-13ª; Sal 84; Romanos 9,
1-5; Mateo 14, 22-33
Una barca que va atravesando
el lago, una travesía que se hace costosa y con el viento en contra parece que
los brazos son pocos para hacerla avanzar, una sensación de soledad en el
silencio de la noche porque aquel que más deseaban que estuviera con ellos los
había apremiado a embarcarse pero él se había quedado en tierra, imágenes que
aparecen ante sus ojos que les parecen frutos de su imaginación pero que no
terminan de comprender todo su sentido. Una descripción de la situación anímica
en que muchas veces nos encontramos en la travesía de la vida. Nos sentimos
solos y sin fuerzas, parece que nunca vamos a alcanzar la meta hacia la que
queremos avanzar.
Este episodio del
evangelio que nos presenta la liturgia en este domingo lo podemos transportar y
traducir a muchas situaciones en las que nos encontramos en la vida. No siempre
los caminos son fáciles, no siempre logramos lo que ansiamos a la primera sino
que muchas veces parece que todo se nos viene en contra. Lo pensamos a nivel
individual de nuestras luchas particulares pero lo pensamos en el camino de
nuestra sociedad y en el camino de la Iglesia.
Puede reflejar muy
bien el momento presente de nuestra sociedad con sus crisis y con sus
pandemias; porque ahora nos vemos muy afectados por esta crisis sanitaria que
vive toda la humanidad y que luego se deriva en muchísimos otros problemas
sociales que están desequilibrando la vida y el sentido y valor que le hemos
dado a las cosas hasta el momento presente. Pero no es la única crisis del
mundo de hoy tan envuelto en corrupción, con tantos intereses encontrados, con
tantos enfrentamientos sociales de todo tipo, con la falta de paz en nuestro
mundo tan lleno de violencias que no son solamente las guerras entre pueblos y
naciones, sino en esa acritud con que vivimos la vida y con esa violencia que
aparece a cualquier momento o a cualquier tensión.
El viento en contra.
Son muchas las personas de buena voluntad que quieren un mundo mejor y por ello
y para ello intentan trabajar pero aparecen tantas cosas que destruyen ese
trabajo, rompen esas ilusiones, nos hacen perder la fuerza y el empuje que
tanto necesitamos para ir levantando poco a poco ese mundo mejor. Pero son
muchos los vientos en contra.
Y decíamos antes
también es el camino de la Iglesia. Los que creemos en Jesús hemos sido enviados
al mundo con una Buena Nueva de salvación y así la Iglesia va atravesando esas
aguas procelosas de nuestro mundo que tantas veces incluso se le vuelve
adverso. Hubo quizá momentos de cristiandad en que todo parecía triunfalismo y
nos creíamos que ya el mundo estaba convertido al evangelio, pero nos vamos
dando cuenta de cuántos vacíos hay en nuestra sociedad, de cuánta falta la fe y
cómo en tan poco valor se tienen los valores del Evangelio.
El mundo que nos creíamos
tan religioso no lo es tanto porque un nuevo paganismo aflora por todas partes
y algunos quieren incluso resucitar viejas tradiciones paganas porque nos dicen
que no teníamos derecho a transformar nuestro mundo según los valores del
evangelio. Son muchos los vientos en contra con los que nos encontramos y
sentimos también en ocasiones, por nuestra falta de fe, una sensación de soledad
y casi como si estuviéramos abandonados a nuestra suerte.
Y nos pueden aparecer
fantasmas que nos confundan. O quizá nosotros mismos nos creamos expectativas
de cosas extraordinarias, milagros espectaculares en los que queremos encontrar
a Dios y encontrar el camino de salvación que El nos ofrece. Pero hoy nos está
pidiendo que sencillamente nos mantengamos firmes en nuestra fe, sin
desconfianzas ni miedos, sin buscar cosas espectaculares, sino sabiendo sentir
en silencio esa mano de Dios que está con nosotros, nos levanta, y nos hace
sentir su presencia con nosotros en la barca. Pedro quizá quiso hacer cosas
espectaculares y él caminar también sobre las aguas, pero cuando se levantó un
poco de viento y se movieron un poco las olas dudó y casi se hundía.
Pero allí estaba el
Señor, aquí está el Señor tenemos que decir con toda confianza. Y hacer
silencio en nuestra oracion para escuchar el susurro de su presencia y el susurro
de amor de sus palabras. Elías allá en el monte de Dios no lo encontró ni en la
tormenta ni en el viento impetuoso, lo sintió y experimentó en el silencio de
la suave brisa. Tenemos que aprender a saborear esa suave brisa de la presencia
del Señor en nuestra vida, en medio de nuestras tormentas, nuestras luchas,
nuestras dudas, nuestros miedos e incertidumbres, en medio de ese mundo
revuelto en el que vivimos y que nos parece que no sabemos como vamos a salir
adelante. Cada uno pensemos también en nuestras propias tormentas personales. A
través de todo eso y en el silencio de nuestro corazón nos habla el Señor, se
hace presente el Señor.
Pero ahí está el
Señor, que viene a nosotros cuando está el viento en contra, que viene a
nosotros en la suave brisa, que viene a nosotros en el silencio de la montaña,
que viene a nosotros cuando nos parece que nos sentimos en soledad pero El nos
hace sentir a su manera las llamadas del amor.
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