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sábado, 9 de diciembre de 2017

Pensemos qué tendríamos que hacer, qué podríamos hacer para que en esta navidad que vamos a vivir esté más cerca de nosotros y de nuestro mundo el Reino de Dios

Pensemos qué tendríamos que hacer, qué podríamos hacer para que en esta navidad que vamos a vivir esté más cerca de nosotros y de nuestro mundo el Reino de Dios

Isaías 30,19-21.23-26; Sal 146; Mateo 9,35–10,1.6-8

‘Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias’. Un resumen, podríamos decir, que nos hace el evangelista de lo que era la acción de Jesús.
Cuando inició su vida pública los evangelistas nos repiten que su anuncio era el Reino de Dios. ‘Convertios, creed la buena nueva del Reino de Dios que llega’, repite una y otra vez. Ahora de nuevo el evangelista nos recuerda su anuncio. Anunciaba el Reino de Dios. ¿Cómo? Enseñaba y como un signo iba curando de toda dolencia y de todo mal.
Una Buena Noticia era lo que enseñaba, porque nos venia a decir que se iba a establecer el reino nuevo de Dios. Una Buena Noticia que sorprende y que llena de alegría los corazones, porque renace la esperanza de algo nuevo. Comienza porque reconozcamos que Dios es el único Señor de nuestra vida. Y eso exige una transformación del corazón. Y El nos iba enseñando en que habría de realizarse esa transformación.
Nuevas actitudes, nuestras posturas, nueva manera de actuar. El Reino de Dios exigía un estilo nuevo de vivir y como finalmente nos dirá dándonos su único mandamiento el amor habría de ser el fundamento de toda esa nueva manera de vivir. No cabrían los egoísmos y las injusticias, no tendría sentido la insolidaridad y todo lo que significara distanciamiento de los demás, el orgullo, las envidias, los resentimientos no tienen lugar en ese nueva modo de vivir, las apariencias, mentiras y vanidades no tendrían que ser lo que resplandeciera en nuestra vida.
Todo ese mal habría que arrancarlo de raíz de nuestra vida. Y El realizaba signos que nos manifestaban como  habría de ser esa transformación. El mal habría de ser vencido, hacerlo desaparecer de nuestro corazón y de nuestro mundo. Como una señal de ello realizaba los milagros en que los enfermos eran curados, pero todos los que tenían un mal en su vida eran sanados. Curaba todas las enfermedades y dolencias. Era una señal de su amor. Era un signo de la vida nueva que en el Reino de Dios habríamos de vivir.
Pero no era solo el anuncio que Jesús tendría que realizar sino que ese mismo anuncio, esa misma misión nos la confiaba a nosotros. ‘Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia…Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca’.
Estamos haciendo ahora el camino del Adviento. Camino que nos conduce a la Navidad que tendrá que ser algo profundo que vivamos en nuestra vida. Navidad es hacer presente a Dios en nuestra vida y en nuestro mundo. Fue el nacimiento del Emmanuel, el Dios con nosotros. Pero eso  no lo vamos a hacer porque pongamos muchas luces y muchos adornos, porque hagamos copiosas comidas o porque nos regalemos muchas cosas, porque entremos en esa órbita de consumismo que se desata en estos días y nos demos por comprar y comprar muchas cosas, porque cantemos muchos villancicos o hagamos muchas fiestas.
Navidad tiene que ser algo mucho más profundo. No nos quedemos en superficialidades. Nos estamos contagiando los cristianos demasiado del espíritu del mundo. Y tenemos el peligro de olvidar el verdadero sentido de la navidad. Cuidemos que no nos pase eso. Recojamos el testigo que hoy pone Jesús en nuestras manos cuando nos envía a proclamar que el Reino de los cielos está cerca.
Pensemos un poquito qué tendríamos que hacer, qué podríamos hacer para que en esta navidad que vamos a vivir esté más cerca de nosotros y de nuestro mundo el Reino de Dios. No podemos dejar pasar una navidad más de cualquiera manera. Ya es hora que nos despertemos de ese sopor en que nos sumerge nuestro mundo cuando nos dejamos contagiar por él.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Celebrar la Inmaculada Concepción de María es contemplar como Dios volvió su rostro sobre ella inundándola de su presencia que la hizo llena de gracia para siempre

Celebrar la Inmaculada Concepción de María es contemplar como Dios volvió su rostro sobre ella inundándola de su presencia que la hizo llena de gracia para siempre

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38

Hay a quien le cuesta entender lo gratuito; parece que por todo hay que pagar, a todo le ponemos un precio y cuando viene alguien y nos ofrece una cosa valiosa de forma gratuita nos extraña. Y el que recibe algo gratuito algunas veces  no sabe qué hacer, de alguna manera se siente turbado porque no termina de entender que haya alguien tan generoso que venga a ofrecerle un regalo, él que quizá nunca le ha dado nada a nadie.
Parece como que si nos regalan nosotros tenemos también que regalar o que nadie nos va a regalar nada si antes nosotros no le habíamos regalado algo. Pueden ser cosas valiosas, objetos de valor, cosas por las que sentimos gran aprecio y para nosotros tiene un valor mas allá de una cuantía material, o pueden ser favores o servicios que le hagamos a la otra persona, un detalle que no tiene que ser valioso en lo material pero que queremos tener u ofrecerle a la otra persona.
Como decíamos se siente turbada la persona que lo recibe porque se ve sorprendida, no se siente merecedora, o no cree que haya hecho nada para que le puedan tener en cuenta. Y eso es lo valioso de lo gratuito; damos algo gratuitamente porque hay generosidad en nuestro corazón, porque sentimos aprecio por la persona con la que compartimos, o porque queremos tener una muestra de nuestro amor.
Hay una palabra que en el lenguaje cristiano y religioso empleamos con mucha frecuencia, pero no sé si llegamos a caer en la cuenta de todo su significado; es más, algunas veces parece como si la despojáramos de su sentido espiritual y la cosificamos. La palabra es ‘gracia’. Decimos la gracia de Dios y parece como si fuera una cosa que ahí conservamos en nosotros, no se donde, pero que no llegamos a captar todo el sentido maravilloso que tiene esa palabra.
Hablamos de gracia y tendríamos que estar pensando en el amor gratuito de Dios. El amor de Dios es gratuito, es un regalo de Dios que en su amor nos inunda con su presencia. Ya tendríamos que recordar aquello que nos dice san Juan en sus cartas. ‘El amor no consiste en que nosotros amemos a Dios, sino en que Dios nos amó primero’. Sí, Dios nos amó primero, no porque nosotros lo mereciéramos sino porque El que nos ha creado nos regala para siempre su amor con una generosidad, como es la de Dios, infinita.
Es todo lo que consideró María, y por lo que se sentía turbada como dice el evangelio, cuando recibió la visita del Ángel en Nazaret. Allí estaba ella experimentando ese amor gratuito de Dios que piensa en ella y la elige desde toda la eternidad porque la quería hacer su Madre. Con razón la llama el ángel ‘la llena de gracia’. Y como si no se llegara a entender todo lo que quiere decir el ángel con estas palabras, luego le dice que ha encontrado gracia ante Dios, Dios la ha mirado y la ha mirado con una mirada especial. ‘El Señor está contigo’, le dice. Y si Dios está en María ella se siente envuelta en esa presencia de Dios, en ese amor de Dios.
Es en lo que quiero fijarme hoy de manera especial cuando estamos celebrando esta fiesta tan hermosa de María. La estamos proclamando Inmaculada, toda limpia, toda pura, toda llena de gracia, toda llena de la presencia de Dios desde el primer instante de su Concepción.
Decíamos que Dios había pensado en María y la había escogido desde toda la eternidad, había vuelto su mirada sobre ella y la había inundado de su presencia porque en ella había de encarnarse el Hijo de Dios. No podía haber en ella mácula de pecado porque estaba llena de Dios. Así la llamamos Inmaculada, Inmaculada en su Concepción, desde el primer instante en que fue concebida fue preservada por esa gracia de Dios, por es presencia de Dios incluso del pecado original con el que todos nacemos.
Por eso la contemplamos así resplandeciente y llena de luz y de gracia; por eso nos queremos gozar en esta fiesta tan hermosa que tanto nos dice y tanto gozo nos produce porque todo hijo se goza en su madre, en las alegrías de su madre. Con ella de manera especial nos sentimos unidos en esta fiesta, como no puede ser menos. Porque María es la Aurora de la Salvación; su concepción y su nacimiento fue el inicio de un camino que nos traería la salvación, porque de ella había de nacer Jesús que es nuestro Salvador.
Hace unos días tras una breve consideración que en las redes sociales se hacia de la presencia de María en la vida del cristiano y como habíamos de aprender de ella a hacer este camino de Adviento que nos lleva a la navidad, alguien me comentaba que no teníamos que adorar a María porque no es Dios y nuestro único Salvador es Jesús. No sé de donde aquella persona sacó el que estuviéramos diciendo que había que adorar a María y que ella fuera nuestra salvación.
Algunas veces hay quien quiere hacernos decir cosas que no decimos y que ellos por principio parece que siempre quieren rechazarnos en lo que es la devoción que los cristianos le tenemos a María. A María, es cierto, nunca la adoramos porque bien sabemos que no es Dios. Y tenemos muy claro que nuestro único salvador es Jesús porque no hay otro nombre en quien se nos de la salvación. Pero los cristianos amamos a María porque es la Madre del Señor y El nos la ha querido dejar como Madre; y de ella como buenos hijos queremos aprender, queremos imitarla porque es el más hermoso ejemplo de santidad para nosotros que nos acerca a Jesús.
Si hoy la contemplamos llena de gracia porque así Dios ha querido volver su rostro sobre ella para inundarla de su presencia, tenemos que pensar también cómo Dios vuelve su rostro sobre nosotros y también nos quiere inundar con su presencia y su gracia. No sabemos muchas veces corresponder a esa maravilla de la gracia de Dios en nosotros y por eso acudimos a María, para aprender de ella en esa acogida a la presencia de Dios, y para que como madre nos ayude a que sepamos dar esa respuesta. ¿No acuden siempre los hijos a su madre para pedirles su presencia y su ayuda en sus problemas o sus necesidades? Y ahí siempre estará la presencia de la madre junto a sus hijos. Así María con nosotros, así nosotros acudimos también a María.
Que también nosotros sepamos llenarnos de la gracia de Dios; que aprendamos a sentirnos inundándoos por su presencia y así nuestra vida será santa.


jueves, 7 de diciembre de 2017

Cuando escuches la Palabra de Dios detente un momento y haz silencio para captar de verdad y fijar en tu vida el mensaje que el Señor quiere trasmitirnos a través de su Palabra

Cuando escuches la Palabra de Dios detente un momento y haz silencio para captar de verdad y fijar en tu vida el mensaje que el Señor quiere trasmitirnos a través de su Palabra

Isaías 26,1-6; Sal 117; Mateo 7,21.24-27

Palabras, palabras, palabras… somos muy dados a las palabras. Sabemos decir cosas bonitas, nos hacemos hermosos planteamientos, prometemos y prometemos que haríamos tantas cosas buenas, pero palabras, palabras, palabras. Nos sucede tantas veces. Nos puede suceder a todos. Es una tentación constante de quedarnos solamente en palabras pero a la hora de la acción ya nos cuesta mas, ya no vemos las cosas tan bonitas, ya no somos capaces de ser constantes para realizar lo que nos habíamos planteado, las promesas se desvanecen como humo.
Pudiera parecer exagerado todo esto que estoy diciendo, pero analicemos bien nuestra vida y veamos en qué parte estamos haciendo así tantas veces. Se nos queda todo en sueño que traducimos en palabras pero que no somos capaces de llevarlo a la práctica. Es bueno soñar y prometernos muchas cosas buenas, pero bajemos a la realidad de la vida y vayamos poniendo en práctica todo eso que pensamos y deseamos para que no se queden en vanos propósitos y nada más.
Hoy Jesús en el evangelio nos esta planteando que seamos serios en su seguimiento. No podemos quedarnos embelesados al oír lo que El nos va diciendo, admirando la belleza de sus palabras y planteamientos. Tenemos que escuchar de verdad, y escuchar de verdad es llegar a plantar todo eso en nuestro corazón para hacerlo vida nuestra. No nos quedemos en admirar lo hermoso y nutritivo que pueda ser un determinado plato de comida, sino comámoslo para que nos nutra, para que nos alimente y se transforme en energía de nuestra vida.
Nos habla Jesús de aquellos que dicen una y otra vez, ‘¡Señor! ¡Señor!’ pero pronto olvidan ese reconocimiento que han hecho con sus palabras porque en su vida no están reconociendo que El es el Señor de nuestra vida, porque no hacemos lo que nos enseña, no seguimos el camino que nos plantea.
Y nos habla del insensato que edifica su casa sobre arena y del hombre sabio y prudente que busca buenos cimientos sobre roca en los que asentar su casa. Esa Roca es el Señor, como tantas veces repetimos en los salmos, y el cimiento de verdad de nuestra vida es su Palabra. Esa Palabra que escuchamos y que llevamos a la vida; esa Palabra que no nos deja impasibles sino que transforma nuestra vida; esa Palabra que es la Luz que nos señala caminos y que llevaremos siempre junto a nosotros para no perdernos en la oscuridad.
¡Qué importancia más grande tendríamos que darle a la Palabra de Dios en nuestra vida! Con qué atención tendríamos que escucharla, porque muchas veces el sonido de las palabras llega a nuestros oídos, pero no se transforma en vida en nuestro corazón. Nos sucede cuando la leemos personalmente porque tomamos la Biblia en nuestras manos y la leemos queriendo alimentar nuestra vida; o nos puede suceder cuando la escuchamos en la celebración litúrgica. Cuantas veces nos sucede que termina nuestra celebración, volvemos a nuestros quehaceres y si te preguntan qué te dijo de especial hoy la Palabra que escuchaste quizás no sabemos responder, no sabemos dar una idea de aquello que debería haber llegado a nuestro corazón.
Tratemos de hacer silencio en nosotros después de escucharla; no nos apresuremos a comenzar nuestras reflexiones o a seguir con otras cosas de inmediato. Sepamos hacer una parada, un silencio, un detenernos a ver qué nos ha dicho el Señor en su Palabra. Un minuto de silencio que resuma, que fije claramente el mensaje del Señor que hemos recibido, porque será el principio de que lo sigamos recordando y de que comencemos a ponerlo en la practica. No estaremos edificando el edificio sobre arena sino sobre el verdadero cimiento de la roca. Estaremos sintonizando muy bien con la voluntad de Dio para nosotros. Será un buen propósito en este camino de Adviento.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

También con nuestra limitaciones y debilidades, que tenemos que reconocer, con las limitaciones de nuestras rutinas y nuestros miedos esperamos a Jesús, queremos encontrarnos con Jesús que viene a transformar nuestros corazones

También con nuestra limitaciones y debilidades, que tenemos que reconocer, con las limitaciones de nuestras rutinas y nuestros miedos esperamos a Jesús, queremos encontrarnos con Jesús que viene a transformar nuestros corazones

Isaías 25,6-10; Sal 22; Mateo 15,29-37

No siempre es fácil reconocer nuestras limitaciones; para algunos les resulta una humillación; y aquello que está muy palpable en su vida les cuesta reconocerlo ante los demás; nos queremos manifestar perfectos, sin debilidades, que no vayan a reconocer nuestro talón de Aquiles, pensamos y actuamos en consecuencia muchas veces. Pero en el fondo aunque en nuestro orgullo no seamos capaces de decirlo o reconocerlo nos damos cuenta de que no podemos llegar a todo, que hay cosas en las que nos sentimos limitados, que tendríamos que reconocerlo y pedir ayuda.
Ocultamos limitaciones físicas que podamos tener, no queremos reconocer que somos unos disminuidos en algo, porque quizá no oímos bien, porque ya nuestros ojos tienen una visión limitada, porque quizá los dolores nos molestan en nuestras articulaciones y no queremos llevar un bastón, pero peor es cuando nuestras limitaciones o debilidades sobrepasan lo físico y entramos en lo espiritual o en nuestra manera de ser o de reaccionar, por nuestro temperamento o porque nos hayamos hecho orgullosos y no soportamos a todos de la misma manera y se nos haga difícil el convivir con los demás.
Así como si no reconocemos las limitaciones físicas no vamos a encontrar un remedio – una muleta para nuestra cojera, por ejemplo – de la misma manera en el otro ámbito de la persona no podremos avanzar y crecer humanamente si no sabemos contar con nuestras limitaciones para partir de ahí en el ejercicio de nuestra superación. Hay cegueras en el espíritu, cojeras en el alma, actitudes o posturas negativas de nuestra vida que tenemos que saber reconocer si en verdad queremos ser mejores y llegar a una mayor plenitud de vida.
En el evangelio hoy escuchamos cómo las multitudes acuden a Jesús. Pero acuden como son, con sus necesidades, con sus limitaciones, con sus carencias, con sus enfermedades y debilidades de todo tipo, con su pobreza. Nos hace una descripción el evangelista de toda aquella gente con la que se encontró Jesús cuando desembarco en aquel lugar. Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies, y él los curaba’. Y nos dice el evangelista que Jesús sintió lastima de toda aquella gente; allí estaba su corazón misericordioso y compasivo. No puede permitir que toda aquella gente tenga que volver a sus casas sin comer, porque están en descampado, no hay donde poder comprar comida, llevan muchos días buscando a Jesús y sus provisiones se han terminado.
Y Jesús que siente compasión en su corazón quiere movernos a nosotros a la compasión y al amor. Les dice a los discípulos que les den de comer. No saben que hacer porque ellos también se sienten limitados, solo podrán ofrecer siete panes y unos peces, pero qué es eso para tantos. Pero cuando hay amor, como se suele decir donde comen dos comen tres. La disponibilidad para compartir obrará el milagro. Allí está Jesús el que cura a los enfermos, el que pone remedio a nuestras necesidades, el que nos dará fuerza para que salgamos de nuestra situación y seamos capaces de ponernos en camino aunque nos sintamos débiles. Aquella gente come pan en abundancia, porque allí está Jesús. Aquella gente no solo come pan en abundancia porque se ha realizado el milagro, sino porque con Jesús se sentirá transformada.
Es bueno que pensemos en eso en este camino de adviento que estamos haciendo. También con nuestras limitaciones y debilidades que tenemos que reconocer esperamos a Jesús, queremos encontrarnos con Jesús. También con las limitaciones de nuestras rutinas y nuestros miedos – tenemos que saberlo reconocer – esperamos a Jesús que viene a transformar nuestros corazones. Pero tenemos nosotros que querer que Jesús nos transforme porque reconocemos nuestra pobreza.
Se tiene que realizar el milagro de la navidad. No es solo la fiesta de un día o de unos días en que parece que todos nos queremos, sino el milagro de que comencemos a querernos más y no solo un día, en que prolonguemos de verdad esa alegría de la navidad más allá de una fechas, porque vamos a sentir a Jesús siempre con nosotros, porque se van a multiplicar esos pocos panes de nuestros valores y vamos a querer transformar de verdad nuestro mundo.
No podemos hacer una navidad más, una navidad cualquiera, pero ahora tenemos que vivir un adviento nuevo y distinto. Es en lo que tenemos que poner todo nuestro empeño.

martes, 5 de diciembre de 2017

Los pobres son evangelizados es una de las características del Reino de Dios, porque los que se vacían de si mismos y sus orgullos son los que mejor se abren a Dios y se dejan inundar de su paz y de su amor

Los pobres son evangelizados es una de las características del Reino de Dios, porque los que se vacían de si mismos y sus orgullos son los que mejor se abren a Dios y se dejan inundar de su paz y de su amor

Isaías 11, 1-10; Sal 71; Lucas 10, 21-24

Más de una vez nos hemos visto sorprendido cuando hemos escuchado palabras llenas de sabiduría de una persona sencilla, aparentemente sin mayor cultura – al menos como entendemos muchas veces la cultura – de la que no esperábamos que nos dijera cosas tan hermosas y tan llenas de sensatez y sabiduría. Quizá expresiones así, sentencias para la vida, descripción certera de la realidad y consejos de una forma sensata de actuar las hubiéramos esperado de personas a las que consideramos habitualmente cultas, preparadas en ciencias o filosofías, pero nunca de unas personas sencillas así. Es la abuela que nos da un consejo, es el hombre sencillo del campo que nos hace pensar con sus reflexiones, es la persona humilde pero que quizá con una palabra nos resume grandes pensamientos.
No quitamos valor a las personas que con sus estudios y formación académica pueden llegar a darnos grandes principios o hermosas visiones de la vida desde su pensamiento filosófico y de una cultura que bien han cultivado, pero sí hemos de saber valorar a quienes de forma humilde y sencilla han sido capaces de desarrollar en su mente grandes pensamientos y han sabido reflexionar sobre la vida para darnos esos sabios pensamientos, fruto de esa mirada profunda que con sencillez han sabido ir haciendo de la vida. Han sabido estar abiertos en su pensamiento a grandes cosas que han sabido rumiar en el silencio de su corazón.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio que no son los que se creen sabios y entendidos los que mejor pueden llegar a admirar y comprender el misterio de Dios; que solo los de corazón humilde y sencillo saben abrir su corazón a Dios y reciben su revelación porque Dios se goza en los sencillos y en los humildes. Algunos en su prepotencia querrán despreciar por ignorantes a los que viven con profundidad su experiencia religiosa de Dios y tratarán de convencernos de que quizá sean inútiles todas nuestras expresiones religiosas. Mucho de esto nos vamos encontrando cada vez en la vida, pero no hemos de temer ni sentirnos humillados por eso, sino todo lo contrario vivir esa sabiduría de Dios que en la sencillez y humildad de nuestro corazón así se nos manifiesta y nos llena de plenitud.
Los pobres son evangelizados es una de las características de la llegada del Reino de Dios, y es que los que se sienten vacíos de si mismos, de sus orgullos o de la posesión de lo que muchos se piensan que son sus riquezas, es la mejor manera de abrirnos a Dios, sentir su presencia, dejándonos inundar de su paz y de su amor. Son los que mejor pueden saborear mejor lo que es la paz que se siente cuando nos llenamos de Dios. Y aunque la presencia de Dios nos inquieta porque siempre nos abre caminos a darnos con mayor amor, la satisfacción que sentimos cuando somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos para darnos por demás nos da una paz bien profunda que es algo que nadie nos podrá arrebatar.
Hagamos este camino que estamos iniciando del Adviento desde esos presupuestos de nuestra pobreza, desde la humildad y la sencillez abriendo de verdad nuestro corazón a Dios. De esa pobreza nuestra que pudiera parecer un tronco reseco y sin vida va un surgir un renuevo que florecerá en una vida nueva y distinta que podrá alegrar muchos corazones. Aprenderemos a saborear lo que es el amor y haremos gusta de esa dulzura del amor a los demás a través de nuestro servicio, nuestro desprendimiento, nuestra generosidad, nuestra humildad y quienes estén a nuestro lado se van a sentir cada vez más a gusto, porque repartiremos amor y haremos gustar a todos lo que es el amor verdadero.

lunes, 4 de diciembre de 2017

‘Voy yo a curarlo’, dice Jesús y viene a nosotros con su salvación enseñándonos a ir también nosotros a los demás para compartir nuestro amor

‘Voy yo a curarlo’, dice Jesús y viene a nosotros con su salvación enseñándonos a ir también nosotros a los demás para compartir nuestro amor

Isaías 2,1-5; Sal 121; Mateo 8,5-11

Quizá alguna vez hayamos recibido la llamada de un amigo que nos preguntaba cómo hacer una cosa, o resolver un problema que se le presentaba en su casa o quizá en su lugar de trabajo; en lugar de ponernos a explicarle por teléfono como tenía que hacerlo o resolver aquel problema, nos ofrecimos a acercarnos a su casa o lugar donde se encontrara para ayudarle mejor o ante la situación concreta decirle como mejor resolver tal problema; la reacción del amigo quizá fue decirnos que no era necesario que nos molestáramos en ir, que era suficiente con la explicación o las palabras que le dijéramos y que confiaba que solo de palabra a través de aquel medio nos explicáramos bien, él llegara a entendernos y así sin molestarnos resolver el problema.
Algo así, pero en un sentido mucho más sublime de lo que nosotros podamos hacer, es lo que nos cuenta hoy el evangelio. Un hombre que tiene un problema, tiene un criado enfermo; es un centurión que por su condición militar podríamos decir que es importante. Sabe que en Jesús puede estar la solución, curar a su criado enfermo. Según el relato del evangelista que escuchemos, o bien se vale de personas que le aprecian o bien va directamente a Jesús buscando que se cure su criado a quien aprecia mucho.
Pero la reacción de Jesús es querer ir a su casa a curar al muchacho enfermo. ‘Voy yo a curarlo’. Y es cuando aparece la grandeza de aquel hombre que se muestra humilde y confiado ante Jesús; no se siente digno de que Jesús vaya a su casa, pero tiene una fe muy grande en la palabra poderosa de Jesús. ‘Basta que lo digas de palabra’.
Jesús se admira de la fe y de la humildad de aquel hombre. Alabará su fe. ‘No he encontrado en Israel tanta fe’. Aquel hombre es un pagano. Y el milagro de salvación se realiza, el criado quedará sano.
En estos momentos en que estamos casi comenzando el adviento, también nosotros escuchamos lo que es la voluntad del Señor. ‘Voy yo a curarlo’. Viene el Señor y viene con su salvación. Somos nosotros, es nuestro mundo ese criado enfermo; necesitamos también la salvación. Queremos la gracia salvadora de Jesús, y por eso estamos iniciando este tiempo en la espera del Señor. Y el Señor viene – ‘voy yo a curarlo’ – porque es Emmanuel, porque es Dios con nosotros, y lo vamos a contemplar en Jesús, que se acerca a nuestra vida, a nuestro mundo concreto con los problemas concretos que vivimos cada día, con nuestra situación pecado, con nuestras desesperanzas y nuestras negruras, con nuestras debilidades y nuestros cansancios.
Tengamos la humildad de reconocer que necesitamos la salvación, de ver lo que es la realidad de nuestra vida concreta, lo que son esos tumbos que vamos dando de un lado para otro sin saber muchas veces qué rumbo tomar, porque son tantos los cantos de sirena que escuchamos por todos lados y que nos quieren atraer. Hagamos un verdadero adviento, porque haya mucha esperanza en nosotros, pero para creer en la Palabra de Jesús, para aceptar el camino que nos señala, para que nos alegremos porque vivamos su verdadera salvación.
El profeta anunciaba días de salvación, en el primer texto que escuchamos hoy, y como todo se va a transformar. ‘De las espadas forjarán arados, y de las lanzas podaderas’. No más armas de violencia, no más actitudes duras en nuestra vida, no más intransigencias ni condenas, no más intolerancia ni resentimientos; que lo que vayamos haciendo en nuestra vida sea siempre constructivo, sea una verdadera siembra de amor, busquemos siempre el dialogo y el entendimiento, desterremos enfrentamientos y violencias, estemos abiertos siempre al amor, a la comprensión y la misericordia. Estemos siempre a ir al encuentro del otro para compartir nuestro amor, hay mil formas de hacerlo.


domingo, 3 de diciembre de 2017

Todos necesitamos caminar en la vida con esperanza y los creyentes sabemos que Jesús es nuestra esperanza y su Espíritu nos da fuerza para encontrar la luz de una vida mejor


Todos necesitamos caminar en la vida con esperanza y los creyentes sabemos que Jesús es nuestra esperanza y su Espíritu nos da fuerza para encontrar la luz de una vida mejor

Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7; Sal 79; 1Corintios 1, 3-9; Marcos 13, 33-37

Todo ser humano necesita caminar en la vida con esperanza. Nuestra vida, por así decirlo, no es simplemente vegetar, o sea reducirnos a que se vayan desarrollando armoniosamente nuestras funciones vitales para decir que tenemos vida porque respiramos, comemos, trabajamos, dormimos y a poco más reduzcamos nuestro vivir.
El ser humano tiene capacidad y voluntad de decisión, puede desear y puede amar, se traza metas u objetivos a conseguir, sabe que su existir está ligado al existir de los otros seres humanos que están junto a él, no se conforma con vivir solo el momento sino que tiene deseos y esperanzas de hacer que su vida sea mejor y trata de construir ese mundo en el que habita haciendo que sea lo mejor posible y con el que pueda lograr una mayor felicidad.
Ya lo hemos dicho tiene unas esperanzas, no se conforma con lo que ahora pueda vivir o sufrir sino que desea algo mejor por lo que se afana y por lo que lucha. Así vamos construyendo nuestra vida, pero no solo la nuestra sino que estamos contribuyendo a construir un mundo mejor sin sentirse derrotado por un destino fatal sino con una esperanza cierta de un mañana mejor.
Aunque no lo hemos mencionado todo esto que es la vida del hombre, del ser humano, está como envuelto y transido también por un sentido espiritual que le hace buscar también una trascendencia para cuanto vive y para cuanto hace. Sin embargo no le falta la esperanza de que lo que vive pueda ser o hacerlo un día mejor que le da fuerza para su lucha y para su vivir.
Quizá algunos se queden en un sentido demasiado en lo humano o en lo terreno de un tiempo que vivimos sin pensar en algo que vaya más allá de ese tiempo limitado que vivamos sobre esta tierra, pero el creyente tiene otra trascendencia espiritual para su existir en donde encuentra un sentido profundo y desde donde aspira y sueña con metas más altas, con un mundo definitivamente que sabe será mejor.
Como decíamos al principio todo ser humano necesita caminar con esperanza. Para nosotros los cristianos este tiempo litúrgico que ahora comenzamos con el Adviento a la venida del Señor, a la celebración del nacimiento de nuestro Salvador es un fuerte aldabonazo que nos hace despertar a la esperanza, que la hace revivir cuando en la rutina del caminar de todos los días quizás se haya dormido en cierto modo esa esperanza influenciada por las cosas negativas de la vida que muchas veces nos pueden hacer perder el rumbo y el ritmo de nuestro vivir.
En la preparación que queremos hacer para vivir el autentico sentido de la navidad – que desgraciadamente se ve enturbiado en cierto modo por tantas cosas ajenas a su verdadero sentido que se le han pegado como rémoras que nos arrastran de un lado para otro – reavivamos en nosotros la esperanza con que el pueblo creyente esperaba la venida del Mesías. Contemplando aquellas situaciones que nos describen los profetas que eran las angustias y las desesperanzas de aquel pueblo creyente, contemplamos también nuestra propia realidad para que no dejemos entrar en nosotros tantas desilusiones y angustias como nos pueden aparecer cuando nos enfrentamos a querer vivir con rotundidad nuestra fe.
No es solo la conmemoración del nacimiento de Jesús sino que además nosotros miramos mas allá para pensar en el destino final de la historia, el final de nuestra existencia y nuestro encuentro definitivo con el Señor cuando al final de nuestros días El nos llame a vivir en El para siempre. Es también, pues, la esperaza de vida eterna, de vida en la plenitud de Dios que también ansiamos desde lo más hondo de nuestro corazón con toda nuestra fe.
Es animar la esperanza a vivir con total sentido el momento presente que nos toca vivir y en el que no siempre no es fácil vivir nuestra fe y dar nuestro testimonio cristiano. A nuestro alrededor nos encontramos con bastante frecuencia la indiferencia y también la increencia muchas veces muy combativa; queremos y ansiamos un mundo mejor en el que todos podamos ser más felices, pero seguimos contemplando mucha maldad que también a nosotros nos puede contagiar, y no es necesario que hagamos ahora aquí un listado de tantas corruptelas e injusticias como se viven en nuestro mundo y que hacen sufrir a tantos a nuestro lado. Somos todos muy conscientes de ello.
Esas negruras de la vida pudieran desilusionarnos y hacer que algunas veces nos cansemos en nuestra lucha por ser nosotros mismos mejores y por hacer también mejor el mundo en el que vivimos. Pero sabemos que no estamos solos. Y no estamos solos por una parte porque hay muchos como nosotros que también están intentando hacer el bien y lugar por ese mundo mejor; pero mas aun no estamos solos porque sabemos que no nos falta la fuerza del Señor.
Precisamente lo que vamos a celebrar en la próxima navidad y para lo que queremos prepararnos con este tiempo de Adviento, es que Dios es Emmanuel, quiso hacer Emmanuel porque quiere ser Dios que está con nosotros. En Jesús, el Emmanuel que vamos a celebrar, estamos contemplando el inicio de ese mundo nuevo cuando nos anuncia el Reino de Dios y se entrega por nosotros hasta el final para que venga a nosotros ese Reino de Dios.
Es Jesús nuestra esperanza. Para nosotros, los que creemos en Jesús, en su Espíritu encontramos esa fuerza para la esperanza que tanto necesitamos. Este tiempo de Adviento nos lo recuerda; la celebración próxima del Nacimiento de Jesús pone esperanza en nuestro corazón al mismo tiempo que nos va a comprometer a seguir en esa misma lucha por un mundo mejor, a querer vivir con toda intensidad ese camino que Jesús nos señala en el Evangelio.
Nos preparamos contemplando la realidad de nuestro mundo pero no dejándonos envolver por sus negruras, sino queriendo buscar la luz, queriendo encontrar esa luz que nos ayude a salir de ese túnel de maldad tan oscuro que vamos muchas veces atravesando. Lo hacemos con el Espíritu de Jesús que es nuestra fuerza y que es nuestra esperanza.