Pensemos
qué tendríamos que hacer, qué podríamos hacer para que en esta navidad que
vamos a vivir esté más cerca de nosotros y de nuestro mundo el Reino de Dios
Isaías 30,19-21.23-26; Sal 146; Mateo 9,35–10,1.6-8
‘Jesús recorría todas
las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del
reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias’. Un resumen, podríamos decir, que
nos hace el evangelista de lo que era la acción de Jesús.
Cuando inició su vida pública
los evangelistas nos repiten que su anuncio era el Reino de Dios. ‘Convertios,
creed la buena nueva del Reino de Dios que llega’, repite una y otra vez.
Ahora de nuevo el evangelista nos recuerda su anuncio. Anunciaba el Reino de
Dios. ¿Cómo? Enseñaba y como un signo iba curando de toda dolencia y de todo
mal.
Una Buena Noticia era lo
que enseñaba, porque nos venia a decir que se iba a establecer el reino nuevo
de Dios. Una Buena Noticia que sorprende y que llena de alegría los corazones,
porque renace la esperanza de algo nuevo. Comienza porque reconozcamos que Dios
es el único Señor de nuestra vida. Y eso exige una transformación del corazón.
Y El nos iba enseñando en que habría de realizarse esa transformación.
Nuevas actitudes, nuestras
posturas, nueva manera de actuar. El Reino de Dios exigía un estilo nuevo de
vivir y como finalmente nos dirá dándonos su único mandamiento el amor habría
de ser el fundamento de toda esa nueva manera de vivir. No cabrían los egoísmos
y las injusticias, no tendría sentido la insolidaridad y todo lo que
significara distanciamiento de los demás, el orgullo, las envidias, los
resentimientos no tienen lugar en ese nueva modo de vivir, las apariencias,
mentiras y vanidades no tendrían que ser lo que resplandeciera en nuestra vida.
Todo ese mal habría que
arrancarlo de raíz de nuestra vida. Y El realizaba signos que nos manifestaban
como habría de ser esa transformación.
El mal habría de ser vencido, hacerlo desaparecer de nuestro corazón y de
nuestro mundo. Como una señal de ello realizaba los milagros en que los
enfermos eran curados, pero todos los que tenían un mal en su vida eran
sanados. Curaba todas las enfermedades y dolencias. Era una señal de su amor.
Era un signo de la vida nueva que en el Reino de Dios habríamos de vivir.
Pero no era solo el anuncio
que Jesús tendría que realizar sino que ese mismo anuncio, esa misma misión nos
la confiaba a nosotros. ‘Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad
para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia…Id y proclamad
que el reino de los cielos está cerca’.
Estamos haciendo ahora el
camino del Adviento. Camino que nos conduce a la Navidad que tendrá que ser
algo profundo que vivamos en nuestra vida. Navidad es hacer presente a Dios en
nuestra vida y en nuestro mundo. Fue el nacimiento del Emmanuel, el Dios con
nosotros. Pero eso no lo vamos a hacer
porque pongamos muchas luces y muchos adornos, porque hagamos copiosas comidas
o porque nos regalemos muchas cosas, porque entremos en esa órbita de
consumismo que se desata en estos días y nos demos por comprar y comprar muchas
cosas, porque cantemos muchos villancicos o hagamos muchas fiestas.
Navidad tiene que ser algo
mucho más profundo. No nos quedemos en superficialidades. Nos estamos
contagiando los cristianos demasiado del espíritu del mundo. Y tenemos el
peligro de olvidar el verdadero sentido de la navidad. Cuidemos que no nos pase
eso. Recojamos el testigo que hoy pone Jesús en nuestras manos cuando nos envía
a proclamar que el Reino de los cielos está cerca.
Pensemos un poquito qué
tendríamos que hacer, qué podríamos hacer para que en esta navidad que vamos a
vivir esté más cerca de nosotros y de nuestro mundo el Reino de Dios. No
podemos dejar pasar una navidad más de cualquiera manera. Ya es hora que nos despertemos
de ese sopor en que nos sumerge nuestro mundo cuando nos dejamos contagiar por
él.