Cuando escuches la Palabra de Dios detente un momento y haz silencio para captar de verdad y fijar en tu vida el mensaje que el Señor quiere trasmitirnos a través de su Palabra
Isaías 26,1-6; Sal 117; Mateo 7,21.24-27
Palabras, palabras, palabras… somos muy dados a las palabras. Sabemos
decir cosas bonitas, nos hacemos hermosos planteamientos, prometemos y
prometemos que haríamos tantas cosas buenas, pero palabras, palabras, palabras.
Nos sucede tantas veces. Nos puede suceder a todos. Es una tentación constante
de quedarnos solamente en palabras pero a la hora de la acción ya nos cuesta
mas, ya no vemos las cosas tan bonitas, ya no somos capaces de ser constantes
para realizar lo que nos habíamos planteado, las promesas se desvanecen como
humo.
Pudiera parecer exagerado todo esto que estoy diciendo, pero
analicemos bien nuestra vida y veamos en qué parte estamos haciendo así tantas
veces. Se nos queda todo en sueño que traducimos en palabras pero que no somos
capaces de llevarlo a la práctica. Es bueno soñar y prometernos muchas cosas
buenas, pero bajemos a la realidad de la vida y vayamos poniendo en práctica
todo eso que pensamos y deseamos para que no se queden en vanos propósitos y
nada más.
Hoy Jesús en el evangelio nos esta planteando que seamos serios en su
seguimiento. No podemos quedarnos embelesados al oír lo que El nos va diciendo,
admirando la belleza de sus palabras y planteamientos. Tenemos que escuchar de
verdad, y escuchar de verdad es llegar a plantar todo eso en nuestro corazón
para hacerlo vida nuestra. No nos quedemos en admirar lo hermoso y nutritivo
que pueda ser un determinado plato de comida, sino comámoslo para que nos
nutra, para que nos alimente y se transforme en energía de nuestra vida.
Nos habla Jesús de aquellos que dicen una y otra vez, ‘¡Señor!
¡Señor!’ pero pronto olvidan ese reconocimiento que han hecho con sus
palabras porque en su vida no están reconociendo que El es el Señor de nuestra
vida, porque no hacemos lo que nos enseña, no seguimos el camino que nos
plantea.
Y nos habla del insensato que edifica su casa sobre arena y del hombre
sabio y prudente que busca buenos cimientos sobre roca en los que asentar su
casa. Esa Roca es el Señor, como tantas veces repetimos en los salmos, y el
cimiento de verdad de nuestra vida es su Palabra. Esa Palabra que escuchamos y
que llevamos a la vida; esa Palabra que no nos deja impasibles sino que
transforma nuestra vida; esa Palabra que es la Luz que nos señala caminos y que
llevaremos siempre junto a nosotros para no perdernos en la oscuridad.
¡Qué importancia más grande tendríamos que darle a la Palabra de Dios
en nuestra vida! Con qué atención tendríamos que escucharla, porque muchas
veces el sonido de las palabras llega a nuestros oídos, pero no se transforma
en vida en nuestro corazón. Nos sucede cuando la leemos personalmente porque
tomamos la Biblia en nuestras manos y la leemos queriendo alimentar nuestra
vida; o nos puede suceder cuando la escuchamos en la celebración litúrgica.
Cuantas veces nos sucede que termina nuestra celebración, volvemos a nuestros
quehaceres y si te preguntan qué te dijo de especial hoy la Palabra que
escuchaste quizás no sabemos responder, no sabemos dar una idea de aquello que debería
haber llegado a nuestro corazón.
Tratemos de hacer silencio en nosotros después de escucharla; no nos
apresuremos a comenzar nuestras reflexiones o a seguir con otras cosas de
inmediato. Sepamos hacer una parada, un silencio, un detenernos a ver qué nos
ha dicho el Señor en su Palabra. Un minuto de silencio que resuma, que fije
claramente el mensaje del Señor que hemos recibido, porque será el principio de
que lo sigamos recordando y de que comencemos a ponerlo en la practica. No
estaremos edificando el edificio sobre arena sino sobre el verdadero cimiento
de la roca. Estaremos sintonizando muy bien con la voluntad de Dio para
nosotros. Será un buen propósito en este camino de Adviento.
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