También
con nuestra limitaciones y debilidades, que tenemos que reconocer, con las
limitaciones de nuestras rutinas y nuestros miedos esperamos a Jesús, queremos
encontrarnos con Jesús que viene a transformar nuestros corazones
Isaías 25,6-10; Sal 22; Mateo 15,29-37
No siempre es fácil reconocer nuestras limitaciones; para algunos les
resulta una humillación; y aquello que está muy palpable en su vida les cuesta
reconocerlo ante los demás; nos queremos manifestar perfectos, sin debilidades,
que no vayan a reconocer nuestro talón de Aquiles, pensamos y actuamos en consecuencia
muchas veces. Pero en el fondo aunque en nuestro orgullo no seamos capaces de
decirlo o reconocerlo nos damos cuenta de que no podemos llegar a todo, que hay
cosas en las que nos sentimos limitados, que tendríamos que reconocerlo y pedir
ayuda.
Ocultamos limitaciones físicas que podamos tener, no queremos
reconocer que somos unos disminuidos en algo, porque quizá no oímos bien,
porque ya nuestros ojos tienen una visión limitada, porque quizá los dolores
nos molestan en nuestras articulaciones y no queremos llevar un bastón, pero
peor es cuando nuestras limitaciones o debilidades sobrepasan lo físico y
entramos en lo espiritual o en nuestra manera de ser o de reaccionar, por
nuestro temperamento o porque nos hayamos hecho orgullosos y no soportamos a
todos de la misma manera y se nos haga difícil el convivir con los demás.
Así como si no reconocemos las limitaciones físicas no vamos a
encontrar un remedio – una muleta para nuestra cojera, por ejemplo – de la
misma manera en el otro ámbito de la persona no podremos avanzar y crecer
humanamente si no sabemos contar con nuestras limitaciones para partir de ahí
en el ejercicio de nuestra superación. Hay cegueras en el espíritu, cojeras en
el alma, actitudes o posturas negativas de nuestra vida que tenemos que saber
reconocer si en verdad queremos ser mejores y llegar a una mayor plenitud de
vida.
En el evangelio hoy escuchamos cómo las multitudes acuden a Jesús.
Pero acuden como son, con sus necesidades, con sus limitaciones, con sus
carencias, con sus enfermedades y debilidades de todo tipo, con su pobreza. Nos
hace una descripción el evangelista de toda aquella gente con la que se encontró
Jesús cuando desembarco en aquel lugar. ‘Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados,
sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies, y él los curaba’. Y nos dice el evangelista que Jesús sintió
lastima de toda aquella gente; allí estaba su corazón misericordioso y
compasivo. No puede permitir que toda aquella gente tenga que volver a sus
casas sin comer, porque están en descampado, no hay donde poder comprar comida,
llevan muchos días buscando a Jesús y sus provisiones se han terminado.
Y Jesús que siente
compasión en su corazón quiere movernos a nosotros a la compasión y al amor.
Les dice a los discípulos que les den de comer. No saben que hacer porque ellos
también se sienten limitados, solo podrán ofrecer siete panes y unos peces,
pero qué es eso para tantos. Pero cuando hay amor, como se suele decir donde
comen dos comen tres. La disponibilidad para compartir obrará el milagro. Allí
está Jesús el que cura a los enfermos, el que pone remedio a nuestras
necesidades, el que nos dará fuerza para que salgamos de nuestra situación y
seamos capaces de ponernos en camino aunque nos sintamos débiles. Aquella gente
come pan en abundancia, porque allí está Jesús. Aquella gente no solo come pan
en abundancia porque se ha realizado el milagro, sino porque con Jesús se sentirá
transformada.
Es bueno que pensemos en
eso en este camino de adviento que estamos haciendo. También con nuestras
limitaciones y debilidades que tenemos que reconocer esperamos a Jesús,
queremos encontrarnos con Jesús. También con las limitaciones de nuestras
rutinas y nuestros miedos – tenemos que saberlo reconocer – esperamos a Jesús
que viene a transformar nuestros corazones. Pero tenemos nosotros que querer
que Jesús nos transforme porque reconocemos nuestra pobreza.
Se tiene que realizar el
milagro de la navidad. No es solo la fiesta de un día o de unos días en que
parece que todos nos queremos, sino el milagro de que comencemos a querernos
más y no solo un día, en que prolonguemos de verdad esa alegría de la navidad
más allá de una fechas, porque vamos a sentir a Jesús siempre con nosotros,
porque se van a multiplicar esos pocos panes de nuestros valores y vamos a
querer transformar de verdad nuestro mundo.
No podemos hacer una
navidad más, una navidad cualquiera, pero ahora tenemos que vivir un adviento
nuevo y distinto. Es en lo que tenemos que poner todo nuestro empeño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario