‘Voy yo a curarlo’, dice Jesús y viene a nosotros con su salvación enseñándonos a ir también nosotros a los demás para compartir nuestro amor
Isaías 2,1-5; Sal 121; Mateo 8,5-11
Quizá alguna vez hayamos recibido la llamada de un amigo que nos
preguntaba cómo hacer una cosa, o resolver un problema que se le presentaba en
su casa o quizá en su lugar de trabajo; en lugar de ponernos a explicarle por
teléfono como tenía que hacerlo o resolver aquel problema, nos ofrecimos a
acercarnos a su casa o lugar donde se encontrara para ayudarle mejor o ante la
situación concreta decirle como mejor resolver tal problema; la reacción del
amigo quizá fue decirnos que no era necesario que nos molestáramos en ir, que
era suficiente con la explicación o las palabras que le dijéramos y que
confiaba que solo de palabra a través de aquel medio nos explicáramos bien, él
llegara a entendernos y así sin molestarnos resolver el problema.
Algo así, pero en un sentido mucho más sublime de lo que nosotros
podamos hacer, es lo que nos cuenta hoy el evangelio. Un hombre que tiene un
problema, tiene un criado enfermo; es un centurión que por su condición militar
podríamos decir que es importante. Sabe que en Jesús puede estar la solución,
curar a su criado enfermo. Según el relato del evangelista que escuchemos, o
bien se vale de personas que le aprecian o bien va directamente a Jesús
buscando que se cure su criado a quien aprecia mucho.
Pero la reacción de Jesús es querer ir a su casa a curar al muchacho
enfermo. ‘Voy yo a curarlo’. Y es cuando aparece la grandeza de aquel
hombre que se muestra humilde y confiado ante Jesús; no se siente digno de que Jesús
vaya a su casa, pero tiene una fe muy grande en la palabra poderosa de Jesús.
‘Basta que lo digas de palabra’.
Jesús se admira de la fe y de la humildad de aquel hombre. Alabará su
fe. ‘No he encontrado en Israel tanta fe’. Aquel hombre es un pagano. Y
el milagro de salvación se realiza, el criado quedará sano.
En estos momentos en que estamos casi comenzando el adviento, también
nosotros escuchamos lo que es la voluntad del Señor. ‘Voy yo a curarlo’.
Viene el Señor y viene con su salvación. Somos nosotros, es nuestro mundo ese
criado enfermo; necesitamos también la salvación. Queremos la gracia salvadora
de Jesús, y por eso estamos iniciando este tiempo en la espera del Señor. Y el
Señor viene – ‘voy yo a curarlo’ – porque es Emmanuel, porque es Dios
con nosotros, y lo vamos a contemplar en Jesús, que se acerca a nuestra vida, a
nuestro mundo concreto con los problemas concretos que vivimos cada día, con
nuestra situación pecado, con nuestras desesperanzas y nuestras negruras, con
nuestras debilidades y nuestros cansancios.
Tengamos la humildad de reconocer que necesitamos la salvación, de ver
lo que es la realidad de nuestra vida concreta, lo que son esos tumbos que
vamos dando de un lado para otro sin saber muchas veces qué rumbo tomar, porque
son tantos los cantos de sirena que escuchamos por todos lados y que nos
quieren atraer. Hagamos un verdadero adviento, porque haya mucha esperanza en
nosotros, pero para creer en la Palabra de Jesús, para aceptar el camino que
nos señala, para que nos alegremos porque vivamos su verdadera salvación.
El profeta anunciaba días de salvación, en el primer texto que
escuchamos hoy, y como todo se va a transformar. ‘De las espadas forjarán
arados, y de las lanzas podaderas’. No más armas de violencia, no más
actitudes duras en nuestra vida, no más intransigencias ni condenas, no más
intolerancia ni resentimientos; que lo que vayamos haciendo en nuestra vida sea
siempre constructivo, sea una verdadera siembra de amor, busquemos siempre el
dialogo y el entendimiento, desterremos enfrentamientos y violencias, estemos
abiertos siempre al amor, a la comprensión y la misericordia. Estemos siempre a
ir al encuentro del otro para compartir nuestro amor, hay mil formas de
hacerlo.
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