Todos necesitamos caminar en la vida con esperanza y los creyentes sabemos que Jesús es nuestra esperanza y su Espíritu nos da fuerza para encontrar la luz de una vida mejor
Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7; Sal 79; 1Corintios 1,
3-9; Marcos 13, 33-37
Todo ser humano necesita caminar en la vida con esperanza. Nuestra
vida, por así decirlo, no es simplemente vegetar, o sea reducirnos a que se
vayan desarrollando armoniosamente nuestras funciones vitales para decir que
tenemos vida porque respiramos, comemos, trabajamos, dormimos y a poco más
reduzcamos nuestro vivir.
El ser humano tiene capacidad y voluntad de decisión, puede desear y
puede amar, se traza metas u objetivos a conseguir, sabe que su existir está
ligado al existir de los otros seres humanos que están junto a él, no se
conforma con vivir solo el momento sino que tiene deseos y esperanzas de hacer
que su vida sea mejor y trata de construir ese mundo en el que habita haciendo
que sea lo mejor posible y con el que pueda lograr una mayor felicidad.
Ya lo hemos dicho tiene unas esperanzas, no se conforma con lo que
ahora pueda vivir o sufrir sino que desea algo mejor por lo que se afana y por
lo que lucha. Así vamos construyendo nuestra vida, pero no solo la nuestra sino
que estamos contribuyendo a construir un mundo mejor sin sentirse derrotado por
un destino fatal sino con una esperanza cierta de un mañana mejor.
Aunque no lo hemos mencionado todo esto que es la vida del hombre, del
ser humano, está como envuelto y transido también por un sentido espiritual que
le hace buscar también una trascendencia para cuanto vive y para cuanto hace.
Sin embargo no le falta la esperanza de que lo que vive pueda ser o hacerlo un
día mejor que le da fuerza para su lucha y para su vivir.
Quizá algunos se queden en un sentido demasiado en lo humano o en lo
terreno de un tiempo que vivimos sin pensar en algo que vaya más allá de ese
tiempo limitado que vivamos sobre esta tierra, pero el creyente tiene otra
trascendencia espiritual para su existir en donde encuentra un sentido profundo
y desde donde aspira y sueña con metas más altas, con un mundo definitivamente
que sabe será mejor.
Como decíamos al principio todo ser humano necesita caminar con
esperanza. Para nosotros los cristianos este tiempo litúrgico que ahora comenzamos
con el Adviento a la venida del Señor, a la celebración del nacimiento de
nuestro Salvador es un fuerte aldabonazo que nos hace despertar a la esperanza,
que la hace revivir cuando en la rutina del caminar de todos los días quizás se
haya dormido en cierto modo esa esperanza influenciada por las cosas negativas
de la vida que muchas veces nos pueden hacer perder el rumbo y el ritmo de
nuestro vivir.
En la preparación que queremos hacer para vivir el autentico sentido
de la navidad – que desgraciadamente se ve enturbiado en cierto modo por tantas
cosas ajenas a su verdadero sentido que se le han pegado como rémoras que nos
arrastran de un lado para otro – reavivamos en nosotros la esperanza con que el
pueblo creyente esperaba la venida del Mesías. Contemplando aquellas
situaciones que nos describen los profetas que eran las angustias y las
desesperanzas de aquel pueblo creyente, contemplamos también nuestra propia
realidad para que no dejemos entrar en nosotros tantas desilusiones y angustias
como nos pueden aparecer cuando nos enfrentamos a querer vivir con rotundidad
nuestra fe.
No es solo la conmemoración del nacimiento de Jesús sino que además
nosotros miramos mas allá para pensar en el destino final de la historia, el
final de nuestra existencia y nuestro encuentro definitivo con el Señor cuando
al final de nuestros días El nos llame a vivir en El para siempre. Es también,
pues, la esperaza de vida eterna, de vida en la plenitud de Dios que también
ansiamos desde lo más hondo de nuestro corazón con toda nuestra fe.
Es animar la esperanza a vivir con total sentido el momento presente
que nos toca vivir y en el que no siempre no es fácil vivir nuestra fe y dar
nuestro testimonio cristiano. A nuestro alrededor nos encontramos con bastante
frecuencia la indiferencia y también la increencia muchas veces muy combativa;
queremos y ansiamos un mundo mejor en el que todos podamos ser más felices,
pero seguimos contemplando mucha maldad que también a nosotros nos puede
contagiar, y no es necesario que hagamos ahora aquí un listado de tantas
corruptelas e injusticias como se viven en nuestro mundo y que hacen sufrir a
tantos a nuestro lado. Somos todos muy conscientes de ello.
Esas negruras de la vida pudieran desilusionarnos y hacer que algunas
veces nos cansemos en nuestra lucha por ser nosotros mismos mejores y por hacer
también mejor el mundo en el que vivimos. Pero sabemos que no estamos solos. Y
no estamos solos por una parte porque hay muchos como nosotros que también están
intentando hacer el bien y lugar por ese mundo mejor; pero mas aun no estamos
solos porque sabemos que no nos falta la fuerza del Señor.
Precisamente lo que vamos a celebrar en la próxima navidad y para lo
que queremos prepararnos con este tiempo de Adviento, es que Dios es Emmanuel,
quiso hacer Emmanuel porque quiere ser Dios que está con nosotros. En Jesús, el
Emmanuel que vamos a celebrar, estamos contemplando el inicio de ese mundo
nuevo cuando nos anuncia el Reino de Dios y se entrega por nosotros hasta el
final para que venga a nosotros ese Reino de Dios.
Es Jesús nuestra esperanza. Para nosotros, los que creemos en Jesús,
en su Espíritu encontramos esa fuerza para la esperanza que tanto necesitamos.
Este tiempo de Adviento nos lo recuerda; la celebración próxima del Nacimiento
de Jesús pone esperanza en nuestro corazón al mismo tiempo que nos va a
comprometer a seguir en esa misma lucha por un mundo mejor, a querer vivir con
toda intensidad ese camino que Jesús nos señala en el Evangelio.
Nos preparamos contemplando la realidad de nuestro mundo pero no
dejándonos envolver por sus negruras, sino queriendo buscar la luz, queriendo
encontrar esa luz que nos ayude a salir de ese túnel de maldad tan oscuro que
vamos muchas veces atravesando. Lo hacemos con el Espíritu de Jesús que es nuestra
fuerza y que es nuestra esperanza.
Siempre envuelto en el espíritu de Cristo. Esa actitud que me hace feliz, aunque en ocasiones me duela y me exija. Soy débil por mis defectos y fuerte por mis creencias.
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