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sábado, 23 de junio de 2018

Dentro de nuestro corazón tenemos siempre la alegría de la fe, la alegría de la presencia y del amor del Señor que nunca nos abandona


Dentro de nuestro corazón tenemos siempre la alegría de la fe, la alegría de la presencia y del amor del Señor que nunca nos abandona

2ª Crónicas 24, 17-25; Sal 88; Mateo 6,24-34

Responsabilidad y trabajo nunca pueden estar lejos de nuestro ánimo. Con responsabilidad hemos de tomarnos la vida, con trabajo nos ganamos el pan de cada día, y con esa misma responsabilidad y trabajo vamos contribuyendo a la construcción de nuestro mundo. Nos sentimos responsables de la vida, nos sentimos responsables de nuestra sociedad, nos sentimos responsables de nuestro mundo.
No podemos caminar por la vida cruzados de brazos; físicamente incluso si camináramos así cruzados de brazos perderíamos estabilidad y serian fáciles los tropiezos y caídas, nuestros brazos y nuestras manos han de tener libertad de movimientos que nos ayuden en ese caminar y en ese evitar tropiezos. Pero entendemos muy bien que no nos referimos solo a ese aspecto físico, sino que nuestra responsabilidad nos tiene que llevar a actuar, a poner nuestra parte, nuestro esfuerzo, nuestro grano de arena con el que vamos contribuyendo a ese desarrollo de nuestro mundo, a ese mundo mejor.
La responsabilidad y el trabajo no están exentos de esfuerzo que para eso tenemos también nuestras capacidades, pero sí lo hemos de vivir sin agobios. Preocupaciones y responsabilidades sí, agobios no. no podemos perder la serenidad y la paz a causa del esfuerzo que hagamos en la vida. Podemos perder perspectiva, puede aparecer el cansancio y la desilusión. Y es que tenemos en quien confiar, quien es nuestra vida y nuestra fuerza.
Hoy Jesús nos habla de la confianza que hemos de tener en la providencia de Dios. Es el Padre bueno que está a nuestro lado y con su presencia nos llena de la fuerza de su Espíritu. Nos propone unas bellas imágenes de las flores revestidas de tanta belleza en el campo o de los pajaritos que nos alegran con sus vuelos y con sus cantos. Y nos dice Jesús cómo Dios los cuida. ¿No nos va a cuidar a nosotros que somos sus hijos?
Por eso nos invita Jesús a buscar siempre el Reino de Dios y su justicia, que lo demás nos vendrá por añadidura. Ese Reino de Dios que construimos, sí, con nuestro esfuerzo, con nuestra responsabilidad, con el cumplimiento de nuestras obligaciones y en el quehacer de la vida diaria, con nuestro búsqueda del bien y de la verdad, con nuestra entrega y nuestra generosidad, con esa semillas de amor y de paz que queremos ir sembrando en los corazones por la vida. No nos podemos cansar, no podemos abandonar la tarea, aunque nos sea costosa y difícil en muchas ocasiones, porque dentro de nuestro corazón tenemos la alegría de la fe, la alegría de la presencia y del amor del Señor que no nos abandona.
Confiar en la providencia de Dios no nos hace olvidar nuestras obligaciones, nuestras responsabilidades, el esfuerzo que cada día hemos de poner en la vida. Porque hagamos trascender nuestra vida y miremos al cielo, no nos hace desentendernos de los pasos que tenemos que ir dando aquí y ahora en la tierra, en nuestro mundo, en la vida de cada día. Se equivocan quienes dicen que porque miramos al cielo nos desentendemos de la tierra.
Quienes miramos al cielo porque ponemos metas altas en la vida nos sentimos más obligados y más responsables con las cosas de la tierra, con lo que es nuestra vida de cada día. Buscamos el Reino de Dios y su justicia y queremos que esa justicia verdadera se consiga cada día en nuestra vida y en nuestro mundo, aunque bien sabemos que la plenitud solo la vamos a encontrar en Dios. Por eso como decíamos al principio la responsabilidad y el trabajo nunca pueden estar lejos de nuestro ánimo sino que lo expresamos en la tarea de cada día. Y sabemos que Dios en eso está con nosotros, nos confiamos en su amor providente que nos ayuda y fortalece.

viernes, 22 de junio de 2018

Démosle verdadera trascendencia a nuestra vida encontrando los verdaderos valores, los que no caducan, los que nos abren puertas de eternidad



Démosle verdadera trascendencia a nuestra vida encontrando los verdaderos valores, los que no caducan, los que nos abren puertas de eternidad

2Reyes 11, 1-4.9-18. 20; Sal 131; Mateo 6, 19-23

Cómo nos gusta ir acumulando cosas en la vida. Miramos en nuestro entorno, miramos nuestra habitación y nuestra casa y vemos cuántas cosas se acumulan y de las que no queremos desprendernos; unas porque nos traen un recuerdo, otras porque, quizás sí, las necesitamos o utilizamos, otras porque un día nos sirvieron para algo pero que ahora sentimos lástima de desprendernos de ellas, otras porque quizá olvidadas con el paso del tiempo ahí se van acumulando, llenándose de polvo y suciedad y casi no les prestamos atención pero tampoco nos desprendemos de ellas, otras veces porque de alguna manera halagan nuestra vanidad y parece que le dan cierta prestancia a nuestro lugar o a nuestra vida, o pueden ayudar a manifestar de alguna manera cierto poder, y así cosas y cosas que nos rodean, se amontonan y hasta nos ahogan.
Pero bien sabemos que no son solo esos objetos que ponemos en algún lugar en nuestro entorno, sino son otros los deseos de acumular, de ser en cierto modo avaros porque en lo económico queremos tener más y más, nos parece siempre que no va a faltar, pensamos en futuros o en lo que nos pueda venir el día de mañana y parece que con esos bienes económicos o materiales lo vamos a tener todo resuelto. En nuestra avaricia hasta quizás pasamos necesidad de algo en estos momentos porque lo que queremos es guardar y guardar.
¿Para qué todo eso? ¿La vida estará hecha solo de esas cosas que poseemos o de esos bienes económicos que guardamos? ¿No habrá algo más que seria lo que tendría que enriquecer nuestra vida? Algunas veces no sabemos ni disfrutar de lo que tenemos. Hay otras posibilidades en nuestra vida que pasamos por alto y no llegamos a tener ese crecimiento interior como personas porque nos quedamos en apariencias y vanidades.
Tenemos libros que decimos que algún día en el futuro leeremos pero nunca abrimos sus páginas; ahí están alineados en la biblioteca pero nada mas, cerrados no nos aprovechamos de su riqueza. Pero eso no nos sucede solo en nuestra biblioteca – es un imagen -, sino que no sucede cuando no nos damos cuenta de la riqueza interior que pudiera haber en nuestra vida, pero que realmente no nos hemos preocupado de desarrollar.
Las satisfacciones más hondas en el desarrollo de nuestra personalidad las olvidamos y las sustituimos por satisfacciones efímeras que pensamos que nos pueden dar las cosas. No son las cosas lo que verdaderamente te harán feliz, sino lo que hay dentro de ti mismo, en tus propias capacidades y cualidades que tendrías que preocuparte de desarrollar con lo que también podrías hacer feliz a tantos que están a tu lado.
Hoy esta diciendo Jesús que acumulemos tesoros donde la polilla no los roa, sino los ladrones se los puedan llevar. Y nos dice que allí donde está nuestro tesoro está nuestro corazón. ¿Dónde tenemos el verdadero tesoro de nuestra vida? ¿Cuáles son las metas por las que merece luchar que nos hemos propuesto? ¿Qué es lo que verdaderamente da satisfacción a nuestra vida y nos hace verdaderamente grandes?
Tenemos mucho en qué pensar. Démosle verdadera trascendencia a nuestra vida, encontremos los verdaderos valores, los que no caducan, los que duran para siempre, los que nos abren puertas de eternidad.

jueves, 21 de junio de 2018

Saboreemos esa hermosa palabra y más que palabra con la que Jesús nos enseñó a llamar a Dios, Padre



Saboreemos esa hermosa palabra y más que palabra con la que Jesús nos enseñó a llamar a Dios, Padre

Eclesiástico 48, 1-15; Sal 96; Mateo 6, 7-15

También quizás nosotros sentimos la necesidad, ¿o no?, de pedirle a Jesús que nos enseñe a orar. Hay momentos en que no nos sentimos satisfechos de nuestra oración, de cómo la hacemos. ¿Hacer una lista de cosas que pedirle a Dios para que nos ayude? ¿Darle gracias porque suficientes motivos tenemos para esa gratitud con Dios? ¿Quedarnos en silencio sin saber que hacer o qué decir, simplemente saboreando esa quietud, ese silencio, esa presencia de Dios?
Vemos a otras personas rezar, sabemos de quienes no se olvidan nunca de hacer sus oraciones en la mañana y en la noche, vamos a una iglesia y vemos a otras personas recogidas en silencio, de rodillas o sentados, en meditación, en oración; y quizá sentimos desazón en nosotros porque hay ocasiones en que parece que estamos rezando pero quizá andamos perdidos, nos contentamos en repetir unos rezos o nuestra mente anda como loca por otros lugares en su imaginación, aunque quizás demos la impresión que estamos enfrascados en nuestra oración. ¿Les pasa igual a otras personas? ¿Cómo hacer que mi oración sea oración de verdad? Parece que no terminamos de aprender, no sabemos cómo hacer.
Porque los discípulos veían a Jesús orando un día vienen a pedirle ‘Maestro, enséñanos a orar’. En el evangelio de Mateo que ahora estamos siguiendo nos encontramos en el sermón del monte que se inició con las bienaventuranzas. Y entre todas las cosas que va desgranando Jesús en su enseñanza ahora llega el momento en que quiere enseñarnos a orar. Y si abrimos muy bien los oídos a la enseñanza de Jesús nos daremos cuenta que nos viene a decir que orar es fácil.
‘Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso’, les viene a decir Jesús. Sí, no es cuestión de muchas palabras, Dios conoce nuestro corazón, nuestras necesidades, nuestros problemas y nuestras preocupaciones. Si ya Dios lo conoce todo, ¿entonces no es necesario orar? Todo lo contrario, necesitamos orar, pero tenemos que aprender a hacerlo bien. No es que no le presentemos a Dios nuestras necesidades o queramos poner en su presencia a aquellas personas que amamos y que queremos recordar.
Es algo más grande y más hermoso pero también más sencillo. Con la forma de orar que nos está enseñando Jesús lo que El quiere es que aprendamos a saborear a Dios, a saborear su amor, a saborear su presencia. Y claro que cuando nos sintamos inundados de su presencia todo aquello que está en nuestro corazón, en nuestros deseos o en nuestros gozos va a brotar como de manera espontánea ante Dios. Pero comencemos por saborear su presencia y su amor. Por eso la primera palabra en la que tenemos que pensar y la primera que tenemos que decir es ‘Padre’.
Cuando vamos a hablar con nuestro padre o con nuestra madre la primera palabra que brota de nuestros labios es ‘papá’ o ‘mamá’. Es como llamar su atención; es como decirle ‘aquí estoy’; es sentir que ahí está nuestro papá, nuestra mamá, y con eso nos gozamos, con eso todo lo demás vendrá casi de forma espontánea. Cuando decimos ‘papá’ o ‘mamá’ no vamos con miedo, con temor; vamos con la seguridad del amor, del amor que les tenemos, pero del amor que sabemos que ellos nos tienen; vamos con la confianza de que nos sentimos amados y escuchados, de que estamos a su lado y ellos están a nuestro lado.
Desde esa experiencia humana que vivimos con nuestros padres aprendamos a vivir y gozarnos en el amor y en la presencia de Dios. Seguro que cuando lleguemos a sintonizar de verdad con su amor surgirá nuestra oración que es nuestra respuesta de amor. Saboreemos esa hermosa palabra y más que palabra con la que Jesús nos enseñó a llamar a Dios, Padre.

miércoles, 20 de junio de 2018

Nos alejamos de las vanidades buscando interioridad, pero no abandonamos a ese mundo por el que hemos de pedir y ante el cual hemos de ser signos de la presencia de Dios



Nos alejamos de las vanidades buscando interioridad, pero no abandonamos a ese mundo por el que hemos de pedir y ante el cual hemos de ser signos de la presencia de Dios

2Reyes 2. 1. 6-14; Sal 30; Mateo 6, 1-6- 16-18

Hay gente que parece que ya no tienen abuela que les ría siempre las gracias o que esté diciendo siempre qué bonito y qué bueno es mi nieto, cuantas cosas buenas que hace. Es un dicho que se suele emplear, ‘ya no tienes abuela’, cuando nos encontramos con alguien que no hace sino hablar de si mismo y de todo lo que hace; cuenta maravillas de si mismo y parece que no hubiera otro que fuera capaz de hacer todo lo que hace él.
Es la vanidad que se nos mete en la vida; hacemos algo bueno pero queremos que se sepa bien para que todos conozcan cuánto valemos nosotros; nos vamos dando importancia por el trabajo que tenemos, por la familia a la que pertenecemos, el pueblo de donde procedemos, los títulos que tenemos que colgamos bien enmarcados para que todos vean lo importante que nosotros somos.
No sé lo que a ustedes les pasará ante individuos así, tan henchidos de si mismos, pero salvo que nos dediquemos nosotros también a la adulación, son personas que nos producen un cierto rechazo, porque no nos gustan esas vanidades, o porque parece que les hace ser uno como inferior y que no seriamos capaces de llegar al talón de su zapato.
Es cierto que los valores que tenemos hemos de desarrollarlos que nos ayudará a crecer nosotros como personas, pero también sabemos que cuanto somos y lo que son nuestros valores también tienen una función social con lo que podemos ayudar a los demás e ir contribuyendo a un desarrollo de nuestro mundo y hacer que nuestra sociedad sea mejor. Pero todo eso no tiene que estar mezclado con la vanidad. Esa vanidad del amor propio, del orgullo, que nos hace mirar nuestro ombligo y no seremos capaces de ver lo bueno de los demás.
Y esto en todos los aspectos de nuestra vida, en nuestra propia mirada interior, donde tenemos que saber, es cierto, reconocer nuestros valores, pero dar gracias a Dios por cuanto nos ha regalado y nos sigue regalando cada día; pero esto es muy importante también en nuestras relaciones con los demás. Y es que el hombre vanidoso se endiosa en si mismo y puede hacer daño a los otros aunque crea en su orgullo que les está haciendo tantas cosas buenas. Las relaciones de sencillez, de humildad, de disponibilidad generosa para el servicio nos ayudan y son las que de verdad nos hacen felices a todos.
Y hoy Jesús nos recuerda en el evangelio cuál es la actitud humilde con que hemos de saber acudir a Dios. Ante Dios no nos valen las prepotencias; ante Dios tenemos que saber acudir con corazón humilde; cuando nos ponemos ante Dios lo hacemos con la sencillez de los que se sienten hijos, pero que también se sienten hermanos de los demás. Nos habla Jesús de nuestra oración en lo escondido y en el silencio de tu habitación interior. No es la habitación física a lo que se está refiriendo Jesús sino a esa habitación interior de nuestro corazón. Claro que también hemos de buscar un lugar con ambiente adecuado para poder hacer mejor ese silencio interior para escuchar y sentir a Dios.
Aunque también en medio de la barahúnda de los ruidos y de los gritos de los que nos rodean también hemos saber ir a esa habitación interior y saber hacer ese silencio interior para mejor sentir a Dios. A ese mundo que grita y hace ruido en nuestro entorno también nosotros hemos de presentar a Dios en nuestra oración. Nos alejamos buscando interioridad, pero no abandonamos a ese mundo por el que tenemos que pedir y ante el cual también hemos de ser signos de la presencia de Dios.

martes, 19 de junio de 2018

Dejémonos transformar por el amor para arrancar de nosotros esas amarguras que tanto daño nos hacen cuando no nos sabemos aceptar mutuamente


Dejémonos transformar por el amor para arrancar de nosotros esas amarguras que tanto daño nos hacen cuando no nos sabemos aceptar mutuamente

1Reyes 21, 17-29; Sal 50; Mateo 5, 43-48

Esa persona me cae mal, no la aguanto, cuando la veo se me revuelven las tripas (¡!), con todo lo que me hizo, lo que habló de mi, el daño que me hizo; por eso, si puedo, la evito, ella por su camino que yo voy por el mío y que no se tropiece conmigo.
Cosas así escuchamos demasiadas veces en nuestro entorno; cosas así podemos en algún momento nosotros sentir por dentro. Podríamos pensar en muchas cosas concretas en ese sentido; y nos encontramos con vecinos que aunque viviendo puerta con puerta no se hablan, personas que pasan indiferentes ante aquellos que un día les hicieron algo – aunque no se si tan indiferentes o con muchos sentimientos encontrados en su interior -, familiares que se han dejado de hablar porque en un momento determinado tuvieron sus diferencias, cosas que no se olvidan y se recuerdan aunque pasen los años.
Pero hemos de reconocer que todo eso produce muchas amarguras en tantos corazones, porque aunque se diga que cada uno viva su vida y cada cual aguante el palo de su vela, sin embargo en el interior no nos sentimos quizá con tanta paz. Y es triste que vivamos con los corazones rotos, que se hayan roto tantas relaciones familiares o de amistad o vecindad que en un momento quizá fueron maravillosas, porque seguimos con nuestros orgullos en nuestro interior. Y hay quien se pregunta que puede hacer, cómo resolverlo, cómo olvidar, cómo restaurar cariños o amistades perdidas. Es difícil.
Hoy Jesús nos propone tres acciones a la hora de situarnos frente a situaciones así. Jesús nos habla de cosas muy concretas; Jesús tiene en cuenta eso que son nuestros dramas interiores y lo que quiere es que encontremos la paz. Son cosas muy sencillas las que Jesús nos propone, aunque nos puedan parecer difíciles. ‘Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, rezad por quienes os persiguen’. Tres acciones derivadas lógicamente del estilo del amor que quiere para nuestras vidas.
¿Son enemigos? ¿Por qué razón? ¿Por qué piensan distinto, tienen otra manera de concebir las cosas? ¿Porque quizá luchan contra nosotros y en esas luchas podrían hacernos daño? ¿O los consideramos enemigos porque un día hicieron algo que no nos agradó o contra nosotros o contra lo nuestro?
Pues Jesús nos dice que pongamos amor. Sí, es difícil, pero nos está pidiendo que seamos capaces de ponerlos en nuestro corazón. Y una forma de ponerlos en nuestro corazón es rezando por ellos. Simplemente desde nuestro corazón ponerlos en la presencia de Dios en nuestra oración. Y cuando seamos capaces de rezar por ellos – que es una forma ya de hacerles el bien – seguro que seguirlos haciendo el bien a esas personas en muchas cosas, estaremos poniéndolas en nuestro amor.
Cuando seamos capaces de hacer eso por quienes nos hayan dañado, nos hayan perseguido, por aquellos a los consideramos o ellos se consideran nuestros enemigos, estaremos comenzando a alejar de nuestro corazón el odio, el rencor, los resentimientos, la ira, la violencia, los deseos de venganza. Era la reacción primaria a cuanto pudieran habernos hecho, pero lo estamos transformando por la fuerza del amor, y podremos comenzar a tener paz en nuestro corazón, y se estarán alejando las amarguras que tanto daño nos hacían, y estaremos comenzando a olvidar y a perdonar.
Y Jesús nos da unas razones y motivaciones. Somos hijos de nuestro Padre del cielo, el Padre del cielo que a todos ama. ¿Vamos nosotros a enmendarle la plana a Dios diciendo que esas personas no merecen ser amadas de Dios? Si nos decimos que somos hijos de Dios y creemos en El, ¿en que nos vamos a diferenciar de los demás? Amar a los que los aman o hacer el bien a quien te haya hecho el bien, eso lo hace cualquiera. Pero un hijo de Dios que ha experimentado su amor en su vida en algo tendrá que diferenciarse. ‘Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo’, nos dice Jesús.

lunes, 18 de junio de 2018

La creatividad del amor realiza la más maravillosa espiral que ha de envolver cada más nuestro mundo para hacerlo mejor y todos seamos más felices



La creatividad del amor realiza la más maravillosa espiral que ha de envolver cada más nuestro mundo para hacerlo mejor y todos seamos más felices

1Reyes 21, 1-16; Sal 5; Mateo 5, 38-42

Da la impresión muchas veces que en la vida actuamos solo movidos por impulsos que no siempre son motivados por una razón serena y equilibrada. Si los impulsos que recibimos son negativos la tendencia es que respondamos con impulsos igualmente negativos generándose así una espiral que no siempre es fácil detener. Es esa espiral de violencia, de rencores, de resentimientos en que tantas veces nos vemos envueltos.
Qué difícil es no responder de la misma manera con la que actúan con nosotros sobre todo cuando nos hacen daño de la forma que sea. La gente suele decir yo soy amigo de mis amigos, hago el bien a los que me hacen bien, y se quedan tan tranquilos; a fuerza de oírlo nos creemos que eso es un principio inmutable y terminamos nosotros actuando de la misma manera; pero ¿eso significa que te encierras en un circulo y no eres capaz de abrirte a nuevas amistades? ¿Es que a quien previamente no te haya hecho algo bueno tú no le vas a ofrecer nada bueno de ti mismo? No creo que eso sea un círculo de amor, más bien es una espiral convergente que se cierra en el punto de mi yo.
Todos sin embargo querríamos un mundo de felicidad, un mundo pacifico, un mundo en que todo fuera bien. Pero entonces tenemos que ver los cauces para esa felicidad, porque si la encierro en que yo sea feliz importándome poco la felicidad de los demás, no es precisamente el camino para hacer un mundo mejor.
Y me atrevo a decir una cosa, no hay más momento en que yo sienta más felicidad y dé más felicidad al otro que el del perdón. Y es que perdonar es empezar por quitar un peso de mi mismo, de mi corazón; quien se ha sentido ofendido o herido en algo siente el dolor en si mismo de su orgullo herido del que luego Irán surgiendo muchos otros sentimientos negativos. Por eso empieza curándote a ti mismo, perdonando, que es quitando ese peso que se te ha metido en el corazón. Y con ese perdón estarás curando el corazón que se siente mal por lo que ha hecho, aunque quizás no muestre exteriormente ningún signo de arrepentimiento, en el fondo es también un corazón herido que con tu perdón le das la posibilidad de curarse. Por eso es felicidad también el sentirse perdonado.
Tengamos pues la valentía de perdonar, porque nos curamos a nosotros mismos y ayudamos a la curación de los demás. Somos humanos y todos cometemos errores y con nuestros fallos y debilidades terminamos hiriendo a los demás. Ofrezcamos esa posibilidad de sanarnos de verdad. Así haremos en verdad que nuestro mundo sea mejor y seamos más felices.
Es lo que hoy nos está enseñando el evangelio. Recientemente el papa Francisco nos ha invitado a la santidad en su exhortación apostólica.  En el número 88, cuando habla de los que luchan por la paz, nos dice: “Los pacíficos son fuente de paz, construyen paz y amistad social”.  Y en el número 89: “Se trata de ser artesanos de la paz, porque construir la paz es un arte que requiere serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza”.
Es la creatividad del amor que realiza la más maravillosa espiral que envuelve y envuelve cada más nuestro mundo. Es nuestra tarea, es la respuesta que nosotros tenemos que dar con verdadero sentido y como decíamos con gran valentía. Es el impulso más hermoso por el que tenemos que dejarnos envolver. Es lo positivo que tenemos que ir haciendo en la vida para tener la más pacifica influencia sobre nuestro mundo.

domingo, 17 de junio de 2018

Con una mirada de luz tenemos que mirar nuestro mundo para saber descubrir ese brote nuevo que con la fuerza del Espíritu hará surgir un mundo mejor


Con una mirada de luz tenemos que mirar nuestro mundo para saber descubrir ese brote nuevo que con la fuerza del Espíritu hará surgir un mundo mejor

Ezequiel 17, 22-24; Sal 91; 2Corintios 5, 6-10; Marcos 4, 26-34

A veces podemos tener la tentación de ponernos pesimistas en la vida; desde situaciones personales, pero también desde lo que podemos palpar en nuestra sociedad, en aquellos ambientes de la comunidad en los que nos movemos, grupos a los que podemos pertenecer, programas sociales en los que nos sintamos implicados, o incluso hasta en nuestra realidad eclesial.
Nos puede parecer que las cosas no marchan, o al menos con la rapidez o intensidad que nosotros desearíamos, nos parece que los implicados somos menos o que la gente ha perdido la ilusión, nuestros grupos parecen cada vez mas pequeños y la gente menos implicada, es por otra parte tanta la maldad, la corrupción, el mundo de la drogadicción, y otras situaciones desagradables que vemos en el entorno de la sociedad, aparte de una transformación que vemos de la vida que muchas veces no sabemos a donde nos va a llegar.
Es cierto que vemos también gente comprometida, momentos en que parece que florece la solidaridad ante situaciones puntuales, hay gente que se agrupa y quiere trabajar conjuntamente en muchas cosas, gente que sigue luchando contracorriente aunque nos parezca que no se avanza, pero aun así nos parece que somos un resto muy pequeño en medio de toda la problemática de nuestro mundo. Nos gustaría ver transformado nuestro mundo, hacerlo mejor, pero ¿qué somos ante algo tan complejo? ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo avanzar? Decíamos antes que nos volvíamos pesimistas.
Es el ámbito de nuestra sociedad, pero es también el lugar concreto de la Iglesia. Es cierto que surge un movimiento renovador muy grande, que queremos embarcarnos en las tareas de nueva evangelización de nuestra sociedad, pero aunque vivamos en lugares que nos decimos que todos somos cristianos, quizá simplemente por tradición, vemos que la sociedad que camina a nuestro alrededor va bien lejos de la Iglesia. Tantos que se manifiestan en contra, que se presentan como agnósticos, que viven sin ninguna referencia a Dios, ni a la religión ni a la Iglesia, y no podemos abarcar todo lo que quisiéramos, no sabemos como llegar a hacer ese anuncio de Jesús y su evangelio al mundo actual, al mundo concreto en el que aquí y ahora vivimos. ¿Nos entrará también el desencanto?
Los creyentes, los que deseamos seguir de verdad el camino de Jesús queremos dejarnos conducir por el Espíritu del Señor aunque muchas veces se nos obnubile la mente y el corazón. Pero seguimos cada día o al menos cada semana dejarnos iluminar por la Palabra de Dios.  Es lo que queremos hacer cuando acudimos cada domingo a la celebración de la Eucaristía y deseamos en verdad que esa Palabra que se nos proclama llegue de forma muy concreta a nuestro corazón y responda a expectativas e inquietudes. Es una tarea ingente y hermosa la que tienen que hacer nuestros pastores, para que no nos vayamos de la celebración con la misma hambre y la misma sed con que habíamos entrado al templo, quedándonos vacíos espiritualmente.
Creo que la Palabra que se nos proclama en este domingo puede arrojar mucha luz para llenar nuestro corazón de paz y de esperanza y sentir que con la fuerza del Espíritu eso poco que nos parece que estamos haciendo tiene una fuerza grande y transformadora.
Nos habla Jesús en parábolas. Pero parábola es en cierto modo también lo que hemos escuchado con el profeta. Nos habla de una pequeña ramita, un cogollo de un inmenso cedro; una ramita pequeña pero de la que brotará un cedro hermoso que dará sus frutos.
Son las imágenes que nos ofrecen las dos parábolas. Una semilla arrojada a la tierra, y que allá bajo la tierra germina en silencio para que a su tiempo brote una nueva planta y podamos finalmente contemplar un campo hecho un nuevo trigal que a su tiempo nos dará también su fruto. Igualmente la pequeña e insignificante semilla de la mostaza, pero que cuando germina y brota una nueva planta será una hortaliza más grande que el resto de hortalizas del huerto, en la que llegaran a anidar también los pájaros.
Pequeño brote, pequeña semilla, plantas pequeñas que una vez germinada la semilla Irán creciendo y creciendo para multiplicar los frutos. Algo misterio que se realiza y produce en la misma semilla y en la misma planta que nos está hablando de ese misterio de la vida, de ese misterio que se produce en el interior del hombre y que se puede producir en el interior de la misma sociedad para hacer surgir un hombre nuevo, una sociedad nueva. Pero todo tiene su tiempo, su ritmo, y hemos de aprender a respetar ese ritmo de las cosas, de las personas, incluso de nuestra sociedad.
A nosotros nos toca ser esa semilla, ese brote, que nos puede parecer pequeño e insignificante, pero que como creyentes sabemos que está, digámoslo así para seguir con la imagen, germinado por el Espíritu que lo hará fecundo. Tengamos paz y tengamos esperanza. No podemos desanimarnos sino que tenemos que seguir sembrando; quizá no nos toque a nosotros recoger los frutos; nosotros recogemos hoy lo que otros antes que nosotros sembraron. Tenemos que dejarnos iluminar por la Palabra de Dios.
Y es la tarea, sí, que realizamos en la Iglesia, pero es la tarea que tenemos que realizar en nuestro mundo. Porque también tenemos que saber apreciar esos pequeños brotes que otros también están sembrando para hacer una sociedad nueva y mejor. Y aunamos nuestras fuerzas, y valoramos todo lo bueno, y trabajamos unidos a los demás, sin perder nunca por supuesto nuestras metas, nuestros ideales, los principios que animan nuestra vida para hacer esa sociedad mejor que nosotros queremos que sea el Reino de Dios.
No nos valen los pesimismos, ni las miradas llenas de sombras. La Palabra del Señor nos hace mirar con una mirada de luz.