Con una mirada de luz tenemos que mirar nuestro mundo para saber descubrir ese brote nuevo que con la fuerza del Espíritu hará surgir un mundo mejor
Ezequiel
17, 22-24; Sal 91; 2Corintios 5, 6-10; Marcos 4, 26-34
A veces podemos tener la tentación de ponernos pesimistas en la vida;
desde situaciones personales, pero también desde lo que podemos palpar en
nuestra sociedad, en aquellos ambientes de la comunidad en los que nos movemos,
grupos a los que podemos pertenecer, programas sociales en los que nos sintamos
implicados, o incluso hasta en nuestra realidad eclesial.
Nos puede parecer que las cosas no marchan, o al menos con la rapidez
o intensidad que nosotros desearíamos, nos parece que los implicados somos
menos o que la gente ha perdido la ilusión, nuestros grupos parecen cada vez
mas pequeños y la gente menos implicada, es por otra parte tanta la maldad, la
corrupción, el mundo de la drogadicción, y otras situaciones desagradables que
vemos en el entorno de la sociedad, aparte de una transformación que vemos de
la vida que muchas veces no sabemos a donde nos va a llegar.
Es cierto que vemos también gente comprometida, momentos en que parece
que florece la solidaridad ante situaciones puntuales, hay gente que se agrupa
y quiere trabajar conjuntamente en muchas cosas, gente que sigue luchando
contracorriente aunque nos parezca que no se avanza, pero aun así nos parece
que somos un resto muy pequeño en medio de toda la problemática de nuestro
mundo. Nos gustaría ver transformado nuestro mundo, hacerlo mejor, pero ¿qué
somos ante algo tan complejo? ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo avanzar? Decíamos antes
que nos volvíamos pesimistas.
Es el ámbito de nuestra sociedad, pero es también el lugar concreto de
la Iglesia. Es cierto que surge un movimiento renovador muy grande, que
queremos embarcarnos en las tareas de nueva evangelización de nuestra sociedad,
pero aunque vivamos en lugares que nos decimos que todos somos cristianos,
quizá simplemente por tradición, vemos que la sociedad que camina a nuestro
alrededor va bien lejos de la Iglesia. Tantos que se manifiestan en contra, que
se presentan como agnósticos, que viven sin ninguna referencia a Dios, ni a la
religión ni a la Iglesia, y no podemos abarcar todo lo que quisiéramos, no
sabemos como llegar a hacer ese anuncio de Jesús y su evangelio al mundo
actual, al mundo concreto en el que aquí y ahora vivimos. ¿Nos entrará también
el desencanto?
Los creyentes, los que deseamos seguir de verdad el camino de Jesús
queremos dejarnos conducir por el Espíritu del Señor aunque muchas veces se nos
obnubile la mente y el corazón. Pero seguimos cada día o al menos cada semana
dejarnos iluminar por la Palabra de Dios.
Es lo que queremos hacer cuando acudimos cada domingo a la celebración
de la Eucaristía y deseamos en verdad que esa Palabra que se nos proclama
llegue de forma muy concreta a nuestro corazón y responda a expectativas e
inquietudes. Es una tarea ingente y hermosa la que tienen que hacer nuestros
pastores, para que no nos vayamos de la celebración con la misma hambre y la
misma sed con que habíamos entrado al templo, quedándonos vacíos
espiritualmente.
Creo que la Palabra que se nos proclama en este domingo puede arrojar
mucha luz para llenar nuestro corazón de paz y de esperanza y sentir que con la
fuerza del Espíritu eso poco que nos parece que estamos haciendo tiene una
fuerza grande y transformadora.
Nos habla Jesús en parábolas. Pero parábola es en cierto modo también
lo que hemos escuchado con el profeta. Nos habla de una pequeña ramita, un
cogollo de un inmenso cedro; una ramita pequeña pero de la que brotará un cedro
hermoso que dará sus frutos.
Son las imágenes que nos ofrecen las dos parábolas. Una semilla
arrojada a la tierra, y que allá bajo la tierra germina en silencio para que a
su tiempo brote una nueva planta y podamos finalmente contemplar un campo hecho
un nuevo trigal que a su tiempo nos dará también su fruto. Igualmente la
pequeña e insignificante semilla de la mostaza, pero que cuando germina y brota
una nueva planta será una hortaliza más grande que el resto de hortalizas del
huerto, en la que llegaran a anidar también los pájaros.
Pequeño brote, pequeña semilla, plantas pequeñas que una vez germinada
la semilla Irán creciendo y creciendo para multiplicar los frutos. Algo
misterio que se realiza y produce en la misma semilla y en la misma planta que
nos está hablando de ese misterio de la vida, de ese misterio que se produce en
el interior del hombre y que se puede producir en el interior de la misma
sociedad para hacer surgir un hombre nuevo, una sociedad nueva. Pero todo tiene
su tiempo, su ritmo, y hemos de aprender a respetar ese ritmo de las cosas, de
las personas, incluso de nuestra sociedad.
A nosotros nos toca ser esa semilla, ese brote, que nos puede parecer
pequeño e insignificante, pero que como creyentes sabemos que está, digámoslo así
para seguir con la imagen, germinado por el Espíritu que lo hará fecundo.
Tengamos paz y tengamos esperanza. No podemos desanimarnos sino que tenemos que
seguir sembrando; quizá no nos toque a nosotros recoger los frutos; nosotros
recogemos hoy lo que otros antes que nosotros sembraron. Tenemos que dejarnos
iluminar por la Palabra de Dios.
Y es la tarea, sí, que realizamos en la Iglesia, pero es la tarea que
tenemos que realizar en nuestro mundo. Porque también tenemos que saber
apreciar esos pequeños brotes que otros también están sembrando para hacer una
sociedad nueva y mejor. Y aunamos nuestras fuerzas, y valoramos todo lo bueno,
y trabajamos unidos a los demás, sin perder nunca por supuesto nuestras metas,
nuestros ideales, los principios que animan nuestra vida para hacer esa
sociedad mejor que nosotros queremos que sea el Reino de Dios.
No nos valen los pesimismos, ni las miradas llenas de sombras. La
Palabra del Señor nos hace mirar con una mirada de luz.
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