La credibilidad de nuestra vida se manifiesta en las obras revestidas de responsabilidad y coronadas por el amor
1Reyes 19,19-21; Sal 15; Mateo 5,33-37
‘Lo juro’ escuchamos una y otra vez repetir a muchas personas
cuando quieren afirmarnos algo, ante lo que quizás nosotros nos mostremos algo
incrédulos. Hay gente que lo tiene como una muletilla, porque les parece que es
la única forma de credibilidad que tienen para presentarse, y porque quizá
ellos mismos son desconfiados en si mismos, ni confían en lo que le digan los
demás ni confían en si mismos.
Pero nos encontramos también que ya incluso en las fórmulas oficiales,
por ejemplo, en la toma de posesión de cargos o responsabilidades se va
sustituyendo el juramento por la promesa y si en principio el juramento para un
creyente es poner a Dios por testigo de la verdad de aquello que afirmamos en
la sociedad en que vivimos se sustituye esa invocación de Dios en el propio
honor o en el respeto que podamos tener por las obligaciones que asumimos.
En una sociedad en la que ya no prima lo creyente y para una gran mayoría
se ha dejado de tener en su vida esa referencia a Dios porque vivan un
agnosticismo o un ateismo práctico, no nos extrañe esas sustituciones; como
tampoco creo que en el respeto que podamos tener por las otras personas no nos
ha de escandalizar que se sustituyan o supriman los elementos o signos
religiosos de esas formalidades. Claro que para mí, que soy creyente, siempre
será valida y necesaria esa relación con Dios en mi vida y en los actos que realizo.
Como creyente, por mucho respeto que tenga a mi propio honor, la última
referencia de mi vida siempre será Dios, porque es el que da sentido a mi ser y
a mi vivir.
El juramento no solo le da solemnidad al acto que realizamos, sino que
realizado responsablemente viene a darle credibilidad a aquello que afirmamos.
Y diríamos que por la seriedad que reviste en si mismo se constituye para mi en
una obligación que asumo, lo que me hará vivir todo aquello que realizo con
responsabilidad y como una exigencia de justicia en si mismo. Por eso sería
irresponsable no realizarlo con seriedad; de ahí que no es algo que tenemos que
prodigar como una muletilla, como decíamos antes, sino que hemos de reservarlo
para aquellos actos que tengan verdadera seriedad.
Hoy Jesús en el evangelio nos
habla de su seriedad y responsabilidad. Pero creo que Jesús quiere ir más al
fondo y es que por la responsabilidad de nuestra vida nosotros nos hagamos creíbles
siempre sin necesidad de reafirmarnos por medio de juramentos. No es solo ya
que sería terrible un juramente en falso, de algo que no es verdad, sino que
también hemos de evitar lo innecesario. ‘No juréis en absoluto’, nos
viene a decir. ‘A vosotros
os basta decir sí o no’.
Es la autenticidad de
nuestra vida; es la congruencia con que vivimos, de manera que nuestras
palabras y nuestras obras vayan por el mismo camino. Es importante esa
congruencia de nuestra vida. Es necesario que nos hagamos verdaderamente
creíbles por las obras que realizamos. Es el testimonio que tenemos que dar de
nuestros principios, de nuestros valores, de nuestra fe. Hemos de ser testigos,
pero no solo por las palabras que pronunciemos, sino por el testimonio de la
vida que vivimos.
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