El mensaje del Evangelio que siempre nos inquieta, no nos deja adormilados, nos interroga por dentro, nos compromete y nos pone en camino de una vida nueva
Génesis 3, 9-15; Sal. 129; 2Corintios 4, 13–5, 1; Marcos 3,
20-35
El mensaje de Jesús no es como para dejarnos como adormilados y relajados
en nuestras rutinas y en la insensibilidad de una vida cómoda. La presencia de
la figura de su Jesús y su mensaje siembra inquietud en los que lo contemplan y
lo escuchan cuando hay un mínimo de sensibilidad y de sinceridad en la escucha.
Algunas veces una lectura en cierto modo superficial del evangelio nos
puede hacer pensar que en torno a Jesús todos lo tenían claro y siempre todo
eran aclamaciones de gentes entusiasmadas que lo escuchaban y seguían. Pero si
hacemos una lectura atenta nos iremos dando cuenta que aquello que había
anunciado el anciano Simeón cuando la presentación de Jesús niño en el templo
se hacia realidad continuamente. Era en verdad un signo de contradicción.
Por eso tenemos que acercarnos siempre al Evangelio sin ideas
preconcebidas en un sentido o en otro sino con una sinceridad de conciencia
para ponernos frente a frente con Jesús y su evangelio, con sus enseñanzas y
sus signos aunque pudieran dejarnos intranquilos porque se produzca una inquietud
en nuestro corazón. Inquietud que no significa pérdida de paz, sino
interrogantes, deseos de búsqueda, descubrimiento de las contradicciones que
tantas veces pueden aparecer en nuestra vida.
Ejemplo lo tenemos en la página del evangelio de hoy. Nos habla de que
acudía tanta gente que no le dejaban tiempo ni para comer, pero inmediatamente
vienen algunos familiares y tratan de llevárselo porque no estaba en sus
cabales. La preocupación de los familiares porque veían que no podía seguir con
una vida así y aquello podía acabar mal.
Pero al mismo tiempo por allá andan diciendo los que siempre estaban
en contra que lo que Jesús hacia lo hacia con el poder del demonio. Realmente
es que les desconcertaba lo que Jesús hacia y decía, no podían entenderlo, rompía
sus esquemas, y para ellos eso era como echar abajo aquella religión en la que
siempre habían creído. Cuanto de eso puede seguir sucediendo cuando ella
alguien que con sus palabras o con sus gestos nos provoca inquietudes que nunca
habíamos sentido y que nos hace tener unos planteamientos serios sobre lo que
hemos venido haciendo siempre. Cuando nos tratan de arrancar de nuestras
rutinas y comodidades ya no nos gusta y nuestra reacción puede ser el
desprestigiar a aquel que nos hace pensar, que nos hace reflexionar para entrar
en revisión de nuestras posturas.
Ya nos responde Jesús haciéndonos ver la contradicción que realmente
donde está es en nosotros por nuestra frialdad, por nuestros legalismos, por los
ritualismos en que convertimos todo el hecho religioso y cristiano. Ya
tendríamos que pararnos a pensar y a reflexionar más a fondo en lo que hacemos
y como y por qué lo hacemos. Ya tendríamos que revisarnos de esa tibieza
espiritual en la que hemos metido nuestra vida donde de verdad no terminamos de
definirnos si estamos o no estamos por el evangelio. Ya tendríamos que
revisarnos y plantearnos seriamente nuestra falta de compromiso, y hasta de la
incongruencia en que podemos estar viviendo nuestra vida cristiana, porque no
terminamos de entregarnos como tendríamos que hacerlo.
Y habla Jesús de ese pecado terrible de la blasfemia contra el Espíritu
Santo. Atribuir al espíritu maligno la acción del Espíritu de Dios. Es ese hacernos
oídos sordos a la inspiración del Espíritu en nosotros. ¿Cómo podemos avanzar
en el camino de nuestra vida, de nuestra fe, de la respuesta que como
cristianos tenemos que dar si no nos
dejamos conducir por el Espíritu Santo? Es el pecado que nos hace caer por la
pendiente del mal; es el meternos en ese torbellino de las obras malas que
comienzan por nuestra tibieza y superficialidad del que luego nos será difícil
arrancarnos y en el que nos iremos hundiendo más y más.
Y finalmente nos ofrece otro detalle que a primera vista nos puede
parecer desconcertante. Parece que Jesús no hace caso cuando le dicen que allí
están su madre y sus hermanos, su familia. ‘¿Quiénes son mi madre y mis
hermanos?’ se pregunta Jesús ante el anuncio que le hacen. Parece que se
desentendiera, pero sin embargo nos deja un hermoso mensaje. Podemos entrar en
la órbita de su familia si hacemos como María, como el proclamara en otro
momento. Ahora nos dice que serán su madre y sus hermanos los que cumplen la
voluntad de Dios, los que de verdad plantan en su corazón la Palabra de Dios y
la ponen en práctica.
Un evangelio que nos puede hacer reflexionar sobre muchas cosas. Un
evangelio, como lo es siempre como Buena Nueva que es, que nos inquieta, nos
hace preguntar, no nos deja adormilados, nos pone en camino de vida nueva, nos
hace renovarnos de verdad. Porque quien escucha y la escucha de verdad, con
total sinceridad, la Buena Nueva de Jesús ya su vida no puede seguir siendo
igual. Dejémonos interpelar por el Evangelio de Jesús.
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