Una huella y un perfume que recibimos de nuestros mayores para aprender a hacer nuestro mundo mejor
fiesta de los mayores y los abuelos
Eclesiástico, 44,
1.10-15; Sal. 131; Mt. 13, 16-17
‘Os aseguro que muchos
profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo
que oís y no lo oyeron’,
les decía Jesús refiriéndose a la suerte y a la gracia que ellos tuvieron de
poder escuchar y estar con el Hijo del Hombre.
Sin querer forzar demasiado el evangelio y las palabras
de Jesús podía estar refiriéndose a san Joaquín y Santa Ana a quien hoy estamos
celebrando, los padres de María, la Virgen, que fueron los abuelos de Jesús.
¿Lo conocieron? ¿no lo conocieron? ¿Estarían ellos deseando también ver el día
del Señor y no lo vieron? El evangelio
nos habla de aquel otro anciano que estaba en el templo también esperando la
llegada del día del Señor y a quien el Espíritu Santo le hizo reconocer en
aquel niño que llevaban José y María para su presentación en el templo al Mesías
del Señor; ya recordamos cuanta era la alegría que desbordaba su corazón que ya
solo deseaba morir para seguir
disfrutando de la presencia del Señor, porque ya sus ojos terrenales habían
visto al Salvador que era la luz de todos los pueblos.
Por supuesto el evangelio no nos habla de san Joaquín y
Santa porque tampoco entra en esas historias, llamémoslas, familiares; sólo una
piadosa tradición nos habla de ellos, pero ya desde casi los primeros siglos
del cristianismo así fueron considerados y a espaldas del lugar donde estuvo el
templo de Jerusalén y muy cerca de la piscina probática - recordamos lo del
paralítico que esperaba el movimiento de las aguas - se levanta una basílica
muy antigua dedicada a Santa Ana y se tiene como el lugar del nacimiento de
María.
Si una mujer anónima en el evangelio en medio de las
gentes que escuchaban a Jesús prorrumpió en alabanzas a la madre que lo trajo
al mundo - ‘dichoso el vientre que te
llevó y los pechos que te amamantaron’ - nosotros quizá podríamos
atrevernos a prorrumpir también en alabanzas para los padres de María; en
cierto modo es lo que la Iglesia ha querido reconocer cuando los ha introducido
desde siempre en el catálogo de los santos y que motiva la fiesta de este día.
Y es que si vemos las virtudes de María - salvo lo que
es la gracia del Señor que así la enriqueció porque la había escogido para ser
la madre del Hijo de Dios porque en su seno se encarnase el Verbo divino -
también nosotros tenemos que cantar cánticos de alabanza para quien crió y
educó a María en la que resplandeciera una fe y una humildad tan grande, como
un amor tan exquisito y delicado. Todo en fin de cuentas es gracia del Señor, y
lo que recibimos de los padres así hemos de verlo con ojos de fe.
En la rectitud y en las virtudes de los hijos podemos
ver reflejados lo que fueron los padres, porque ellos, con lo que tienen en
profundidad en sus vidas y en lo que enseñan a sus hijos no solo con sus
palabras sino con su propio ejemplo, van dejando una impronta muy importante en
ellos de manera que vienen como a marcar su vida y los hijos vienen a ser ese
reflejo de los padres y de lo que les trasmitieron. Aunque el evangelio no nos
diga nada de ellos, repito, en María estamos viendo como en un espejo lo que
era también la fe, la humildad y la santidad de aquellos padres Joaquín y Ana
que se convierten así también en los abuelos de Jesús.
Al celebrar la fiesta de san Joaquín y santa Ana por
ser los abuelos de Jesús, hace ya años que esa celebración se convierte en la
fiesta de los mayores, la fiesta de los abuelos. Un reconocimiento de lo que
vosotros, los mayores, nos habéis dejado con vuestra vida, pero también de lo
que podéis seguir aportándonos. Un momento propicio para hacer una lectura con
ojos de fe de lo que es la vida y en este caso la vida de los mayores, de
nuestros mayores.
Aunque quizá en este momento pudieran venirnos a la
memoria momentos tristes que nos hayan podido llenar de sufrimiento el corazón
y la soledad que ya muchos sufrís también nos puede entristecer el alma, sin
embargo creo que tenemos que recoger lo que ha sido vuestra vida en positivo y
darle gracias a Dios por toda esa semilla de bien que habéis sembrado en los
hijos y en cuantos os rodeaban, por esa semilla de bien que en el cumplimiento
de vuestras responsabilidades habéis dejado sembrada en nuestro mundo con el
deseo de hacerlo mejor.
Muchas huellas de cosas buenas habéis podido dejar
sembradas en el surco de la vida de quienes os rodearon a lo largo de vuestra
vida; pero también tenemos que decir que vuestra vida, porque estéis aquí,
porque os veáis con muchos años y muchas limitaciones que van apareciendo en el
cuerpo y en el espíritu, vuestra vida no es inútil; vuestra vida sigue teniendo
una fecundidad muy grande. Con huellas de muchas cosas hermosas podéis seguir marcándonos
los surcos de nuestra vida, la vida de quienes os rodeamos.
Será vuestro agradecimiento, y quiero comenzar por
ello, por cuantas atenciones y por tanto cariño que podéis estar recibiendo de
las personas que os cuidan y atienden. Es de corazones nobles ser agradecidos y
reconocer cuanto recibimos de los demás. Y esa nobleza tiene que resplandecer
en vuestro espíritu porque además será un buen aliciente para quienes estamos a
vuestro lado para agradecer también cuanto de vosotros podemos recibir y de
hecho recibimos. En eso queremos también aprender de vosotros. Grande es el
cariño que también ustedes nos ofrecen y por lo que los que estamos cerca de
vuestra vida les estamos profundamente agradecidos.
Pero todo eso bueno que habéis vivido, y que seguro que
ha sido mucho y es bueno recordarlo y revivirlo, puede hacer rebrotar y
florecer también en muchas cosas hermosas y positivas con las que podéis
dejarnos el perfume de vuestra bondad, de vuestras inquietudes, de vuestras
alegrías y esperanzas que ahora podéis compartir con nosotros, de muchas cosas
que os ha ido enseñando la sabiduría de la vida y que no os podéis quedar para
vosotros, sino que tiene que dejar una huella positiva en quienes os rodeamos y
queremos recibir también vuestro cariño y con lo que tenemos que seguir
aprendiendo a hacer mejor nuestro mundo.
Vosotros, queridos ancianos y ancianas, con vuestros
muchos años y la experiencia de tantas cosas buenas de la vida, que ha sido
vuestra experiencia y vuestro vivir, podéis ser como esas flores que se van deshojando
pero que nos vais repartiendo esos pétalos perfumados que nos pueden llenar de
color y de buen olor nuestras vidas. Ese deshojarse vuestra vida con el paso de
los años no va a ser una pérdida porque nosotros iremos recogiendo esos pétalos
perfumados de todas esas cosas buenas que nos ofrecéis para aprender también
esa sabiduría de la vida que se desparrama de vosotros.
Como Joaquín y Ana dejaron su huella en María, también
queremos que vuestras vidas con el perfume de tantas cosas buenas vaya dejando
huella en nuestro mundo, porque así además contribuís a que entre todos los
hagamos mejor.
Y pensad también que si sabemos hacer una ofrenda de
nuestra vida al Señor, vuestro amor con todo lo bueno que deseáis hacer, pero
también los sufrimientos que padecéis ya sea en vuestras limitaciones,
debilidades y achaques que nos van apareciendo con el paso de los años, pero
también de otras cosas que os hacen sufrir en el silencio de vuestro corazón en
tantas soledades y recuerdos, puede ser como ese humo del incienso que se eleva
al Señor que nos hace querer darle gloria al Señor con nuestra vida, pero que
puede ser también un perfume - como el del incienso - que envuelva la vida de
cuantos os rodean porque desde vuestra ofrenda van a ser gracia del Señor para
nuestro mundo y para todos nosotros. Qué hermosa y valiosa puede ser vuestra
vida cuando nos unimos en ofrenda al amor del Señor.