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jueves, 24 de julio de 2014

La escucha de la Palabra es siempre oración, porque es un diálogo de amor


La escucha de la Palabra es siempre oración, porque es un diálogo de amor


Jer. 2, 1-3.7-8.12-13; Sal. 35; Mt. 13, 10-17

Alguna vez quizá lo hemos pensado y hasta quizá expresado el sueño o el deseo de haber estado nosotros escuchando a Jesús como le escuchaban sus discípulos o aquellas gentes de Galilea o de cualquier parte de Palestina que acudían a El para escucharle. Pensamos y soñamos cuánto hubiéramos disfrutado escuchando de sus propios labios las palabras de Jesús; y hasta pensamos en la respuesta que nosotros hubiéramos dado con nuestra vida a lo que Jesús decía y enseñaba.
¿Sueños irrealizables? ¿deseos inalcanzables? ¿cierta envidia quizá de quienes sí pudieron oírle? Hoy le hemos escuchado decir a Jesús directamente a aquellos que sí le escuchaban y más directamente aún al grupo de los discípulos más cercanos ‘Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron’. No son simples sueños nuestros, hemos de reconocer.
Pero sí tenemos la suerte y la gracia de tener con nosotros siempre la Palabra de Jesús. Agradecidos tendríamos que estar porque los evangelistas dejándose inspirar por el Espíritu Santo nos dejaron por escrito las Palabras de Jesús con toda fidelidad para que nosotros podamos seguir escuchándolas, y agradecidos a la Iglesia que nos ha trasmitido a lo largo de los tiempos, también con la asistencia del Espíritu Santo, la Palabra de Dios con toda fidelidad.
Claro que esto nos exige también a nosotros una apertura grande de nuestro espíritu a esa Palabra de Dios que nos trasmite la Iglesia con el deseo de plantarla de verdad en nuestro corazón. Apertura de nuestro corazón con un espíritu grande de humildad porque es la verdadera llave que nos lo abre para que llegue a nosotros esa gracia, esa riqueza de la Palabra de Dios.
Los discípulos se acercaron a Jesús cuando llegaron a casa para preguntarle por qué hablaba en parábolas para la gente. Jesús les hace comprender que ellos tienen una riqueza grande de gracia cuando pueden escuchar y entender toda la revelación del misterio de Dios. De alguna manera está resaltando ese espíritu humilde, ese corazón abierto que ellos tienen para recibir ese mensaje de Dios; pero les hace comprender cómo han tantos que se cierran a ese misterio de la fe, a ese misterio de Dios y son incapaces de comprender el misterio que se les quiere revelar.
‘Está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos, para no ver con los ojos,  ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure’. Cuando ponemos o tenemos barreras entre nuestra vida y la Palabra de Salvación que se nos revela, no podrá llegar a nosotros esa semilla de gracia que nos haga renacer y que transforme nuestra vida. Oirán sin entender, mirarán sin ver, les dice Jesús.
Pero, siempre la pregunta que tenemos que hacernos, ¿nos pasará a nosotros eso? También tenemos el peligro y la tentación; también se nos pueden meter resabios de orgullo en nuestro corazón que se convierten en corazas y en barreras que no dejan pasar la gracia del Señor. Pidámosle con humildad al Señor que no nos pase eso, que no se nos cierre el corazón; que su gracia venza esas resistencias que nosotros podamos poner, cuando cerramos nuestros oídos porque nos llenamos de soberbia y de orgullo, de autosuficiencia y de vanidad. 
Con espíritu de oración hemos de acercarnos nosotros a la Palabra de Dios, no solo porque le pidamos esa gracia de ser humildes para escucharla y recibirla,  sino porque nos demos cuenta de que escuchar la Palabra es un diálogo; es entrar en un diálogo de amor, donde Dios nos habla y nosotros con humildad y amor le respondemos. Nuestra oración no puede ser un monólogo por nuestra parte donde solo vayamos a llevar una lista de peticiones, como quien lleva la lista de la compra,  ni es tampoco, porque así Dios lo quiere, un monologo de Dios a nosotros en que no podamos responderle. La escucha de la Palabra de Dios es siempre oración, porque es un diálogo de amor entre Dios y nosotros.

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