La escucha de la Palabra es siempre oración, porque es un diálogo de amor
Jer. 2, 1-3.7-8.12-13; Sal. 35; Mt. 13, 10-17
Alguna vez quizá lo hemos pensado y hasta quizá
expresado el sueño o el deseo de haber estado nosotros escuchando a Jesús como
le escuchaban sus discípulos o aquellas gentes de Galilea o de cualquier parte
de Palestina que acudían a El para escucharle. Pensamos y soñamos cuánto
hubiéramos disfrutado escuchando de sus propios labios las palabras de Jesús; y
hasta pensamos en la respuesta que nosotros hubiéramos dado con nuestra vida a
lo que Jesús decía y enseñaba.
¿Sueños irrealizables? ¿deseos inalcanzables? ¿cierta
envidia quizá de quienes sí pudieron oírle? Hoy le hemos escuchado decir a
Jesús directamente a aquellos que sí le escuchaban y más directamente aún al
grupo de los discípulos más cercanos ‘Dichosos
vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos
profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo
que oís y no lo oyeron’. No son simples sueños nuestros, hemos de
reconocer.
Pero sí tenemos la suerte y la gracia de tener con
nosotros siempre la Palabra de Jesús. Agradecidos tendríamos que estar porque
los evangelistas dejándose inspirar por el Espíritu Santo nos dejaron por escrito
las Palabras de Jesús con toda fidelidad para que nosotros podamos seguir
escuchándolas, y agradecidos a la Iglesia que nos ha trasmitido a lo largo de
los tiempos, también con la asistencia del Espíritu Santo, la Palabra de Dios
con toda fidelidad.
Claro que esto nos exige también a nosotros una
apertura grande de nuestro espíritu a esa Palabra de Dios que nos trasmite la
Iglesia con el deseo de plantarla de verdad en nuestro corazón. Apertura de
nuestro corazón con un espíritu grande de humildad porque es la verdadera llave
que nos lo abre para que llegue a nosotros esa gracia, esa riqueza de la
Palabra de Dios.
Los discípulos se acercaron a Jesús cuando llegaron a
casa para preguntarle por qué hablaba en parábolas para la gente. Jesús les
hace comprender que ellos tienen una riqueza grande de gracia cuando pueden
escuchar y entender toda la revelación del misterio de Dios. De alguna manera
está resaltando ese espíritu humilde, ese corazón abierto que ellos tienen para
recibir ese mensaje de Dios; pero les hace comprender cómo han tantos que se
cierran a ese misterio de la fe, a ese misterio de Dios y son incapaces de
comprender el misterio que se les quiere revelar.
‘Está embotado el
corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos, para no ver
con los ojos, ni oír con los oídos, ni
entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure’. Cuando ponemos o tenemos barreras
entre nuestra vida y la Palabra de Salvación que se nos revela, no podrá llegar
a nosotros esa semilla de gracia que nos haga renacer y que transforme nuestra
vida. Oirán sin entender, mirarán sin ver, les dice Jesús.
Pero, siempre la pregunta que tenemos que hacernos,
¿nos pasará a nosotros eso? También tenemos el peligro y la tentación; también
se nos pueden meter resabios de orgullo en nuestro corazón que se convierten en
corazas y en barreras que no dejan pasar la gracia del Señor. Pidámosle con
humildad al Señor que no nos pase eso, que no se nos cierre el corazón; que su
gracia venza esas resistencias que nosotros podamos poner, cuando cerramos
nuestros oídos porque nos llenamos de soberbia y de orgullo, de autosuficiencia
y de vanidad.
Con espíritu de oración hemos de acercarnos nosotros a
la Palabra de Dios, no solo porque le pidamos esa gracia de ser humildes para
escucharla y recibirla, sino porque nos
demos cuenta de que escuchar la Palabra es un diálogo; es entrar en un diálogo
de amor, donde Dios nos habla y nosotros con humildad y amor le respondemos. Nuestra
oración no puede ser un monólogo por nuestra parte donde solo vayamos a llevar
una lista de peticiones, como quien lleva la lista de la compra, ni es tampoco, porque así Dios lo quiere, un
monologo de Dios a nosotros en que no podamos responderle. La escucha de la
Palabra de Dios es siempre oración, porque es un diálogo de amor entre Dios y
nosotros.
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