Buena
Nueva que nos habla de acogida, de disponibilidad, de generosidad, porque
acogemos a Dios y porque Dios se hace presente en nosotros también para los
demás
Romanos 12, 9-16b; Is 12, 2-3. 4bcd.
5-6; Lucas 1, 39-56
Imaginaos que estáis en casa tranquilamente,
con vuestras tareas, con vuestras preocupaciones, disfrutando del momento o
preparando quizás lo que está por venir, siempre tenemos algo que preparar
porque los trabajos se continúan unos tras otros, y de pronto alguien toca a la
puerta. ¿Quién será? nos preguntamos, ¿Quién llama? Preguntamos muchas veces
antes incluso de abrir la puerta. Y os encontráis con el amigo querido que hace
tiempo no veías, o al familiar por quien sentís mucho aprecio pero que quizás
vive lejos. Además de la sorpresa la alegría será grande, el encuentro será
efusivo, las puertas no solo de la casa sino del corazón se abren de par en par
para recibir a quien llega a nosotros y nos disponemos pronto a agasajarlo y
ofrecerle de todo para que se sienta bien. Nuestra alegría es tan grande que es
como si Dios hubiera entrado por esa puerta, en expresión que muchas veces
usamos en ocasiones así.
Es lo que nos ofrece hoy el evangelio
en esta fiesta y celebración especial que en este final de mayo tenemos, la
visitación de María a su prima Isabel. No nos extrañan las muestras de alegría
que se nos muestran en el evangelio, en la acogida de Isabel, en sus palabras
llenas de alabanzas y bendiciones, hasta en el pequeño Juan que desde el seno
de su madre está también saltando de alegría. Era Dios que llegaba a aquella
casa; si, era la visita de María, la prima que desde la lejana Galilea se había
puesto en camino para llegar a las montañas de Judea; era la disponibilidad de
Maria que en su generosidad venía a ayudar a su prima Isabel de quien se había
enterado que en su vejez esperaba un hijo, y necesitaría de apoyo y ayuda.
María, al tener noticia, se había puesto aprisa en camino. Cuando llegan las
muestras de amor a nuestra vida, sí, está llegando Dios a nosotros.
Pero llegaba Dios a aquella casa de las
montañas de Judea por el misterio de Dios que en Maria se está desarrollando.
Ella también había recibido la visita del ángel, como un día Zacarías también
lo había recibido allá en el templo; pero el ángel de Dios había llegado a aquella
pequeña aldea de Galilea, perdida incluso en los mapas, que no en los mapas
celestiales. Algún día la gente proclamaría al contemplar a Jesús y los signos
que realizaba que Dios había visitado a su pueblo; pronto escucharemos también
proclamar a Zacarías que con el nacimiento de Juan era el comienzo de la visita
de Dios a su pueblo mostrándonos su misericordia y su amor. Dios había visitado
también aquel hogar de Nazaret en Galilea, pero no para una visita de paso,
sino para quedarse entre nosotros, para ser el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Y con María, habitando ya en su seno había llegado también a aquel hogar de las
montañas de Judea.
Proclamaría Isabel que se sentía feliz
y no cabía en ella de gozo porque la madre de su Señor la visitaba, bendeciría
a Maria que por su fe estaba haciendo que se manifestasen así las maravillas de
Dios. ‘¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá’. Allí se estaba cumpliendo, allí se estaba manifestando la gloria
del Señor.
Muchas conclusiones tendríamos que
sacar para nuestra vida de este momento del evangelio que estamos contemplando.
Es Buena Nueva de Dios que nos habla de acogida a los otros porque en ellos
estamos acogiendo a Dios.
Es Buena Nueva de Dios que nos habla también
de esa disponibilidad y de esa generosidad que debe abundar en nuestro corazón
para llegar a donde fuera necesario si allí vamos a mostrar nuestro amor, por
encima de las renuncias que tengamos que hacer, de los desprendimientos de
nosotros mismos que tengamos que tener, de lo que nos pueda costar correr esas
puertas del corazón algunas veces endurecidas por los apegos para ser capaces
de abrirnos siempre a los demás, sin pretensiones de grandeza poniéndonos al
nivel de los demás en sus llantos y en sus alegrías, en sus sufrimientos o en
sus necesidades.
Buena Nueva de Dios que nos hace
reconocer las maravillas que Dios está obrando en nosotros por lo que tenemos
que saber dar gracias, pero que precisamente impulsados por ese amor de Dios
que sentimos nos pondremos siempre en camino para hacer llegar esa Buena
Noticia también a los demás.