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sábado, 31 de mayo de 2025

Buena Nueva que nos habla de acogida, de disponibilidad, de generosidad, porque acogemos a Dios y porque Dios se hace presente en nosotros también para los demás

 


Buena Nueva que nos habla de acogida, de disponibilidad, de generosidad, porque acogemos a Dios y porque Dios se hace presente en nosotros también para los demás

 Romanos 12, 9-16b; Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6; Lucas 1, 39-56

Imaginaos que estáis en casa tranquilamente, con vuestras tareas, con vuestras preocupaciones, disfrutando del momento o preparando quizás lo que está por venir, siempre tenemos algo que preparar porque los trabajos se continúan unos tras otros, y de pronto alguien toca a la puerta. ¿Quién será? nos preguntamos, ¿Quién llama? Preguntamos muchas veces antes incluso de abrir la puerta. Y os encontráis con el amigo querido que hace tiempo no veías, o al familiar por quien sentís mucho aprecio pero que quizás vive lejos. Además de la sorpresa la alegría será grande, el encuentro será efusivo, las puertas no solo de la casa sino del corazón se abren de par en par para recibir a quien llega a nosotros y nos disponemos pronto a agasajarlo y ofrecerle de todo para que se sienta bien. Nuestra alegría es tan grande que es como si Dios hubiera entrado por esa puerta, en expresión que muchas veces usamos en ocasiones así.

Es lo que nos ofrece hoy el evangelio en esta fiesta y celebración especial que en este final de mayo tenemos, la visitación de María a su prima Isabel. No nos extrañan las muestras de alegría que se nos muestran en el evangelio, en la acogida de Isabel, en sus palabras llenas de alabanzas y bendiciones, hasta en el pequeño Juan que desde el seno de su madre está también saltando de alegría. Era Dios que llegaba a aquella casa; si, era la visita de María, la prima que desde la lejana Galilea se había puesto en camino para llegar a las montañas de Judea; era la disponibilidad de Maria que en su generosidad venía a ayudar a su prima Isabel de quien se había enterado que en su vejez esperaba un hijo, y necesitaría de apoyo y ayuda. María, al tener noticia, se había puesto aprisa en camino. Cuando llegan las muestras de amor a nuestra vida, sí, está llegando Dios a nosotros.

Pero llegaba Dios a aquella casa de las montañas de Judea por el misterio de Dios que en Maria se está desarrollando. Ella también había recibido la visita del ángel, como un día Zacarías también lo había recibido allá en el templo; pero el ángel de Dios había llegado a aquella pequeña aldea de Galilea, perdida incluso en los mapas, que no en los mapas celestiales. Algún día la gente proclamaría al contemplar a Jesús y los signos que realizaba que Dios había visitado a su pueblo; pronto escucharemos también proclamar a Zacarías que con el nacimiento de Juan era el comienzo de la visita de Dios a su pueblo mostrándonos su misericordia y su amor. Dios había visitado también aquel hogar de Nazaret en Galilea, pero no para una visita de paso, sino para quedarse entre nosotros, para ser el Emmanuel, el Dios con nosotros. Y con María, habitando ya en su seno había llegado también a aquel hogar de las montañas de Judea.

Proclamaría Isabel que se sentía feliz y no cabía en ella de gozo porque la madre de su Señor la visitaba, bendeciría a Maria que por su fe estaba haciendo que se manifestasen así las maravillas de Dios. ‘¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. Allí se estaba cumpliendo, allí se estaba manifestando la gloria del Señor.

Muchas conclusiones tendríamos que sacar para nuestra vida de este momento del evangelio que estamos contemplando. Es Buena Nueva de Dios que nos habla de acogida a los otros porque en ellos estamos acogiendo a Dios.

Es Buena Nueva de Dios que nos habla también de esa disponibilidad y de esa generosidad que debe abundar en nuestro corazón para llegar a donde fuera necesario si allí vamos a mostrar nuestro amor, por encima de las renuncias que tengamos que hacer, de los desprendimientos de nosotros mismos que tengamos que tener, de lo que nos pueda costar correr esas puertas del corazón algunas veces endurecidas por los apegos para ser capaces de abrirnos siempre a los demás, sin pretensiones de grandeza poniéndonos al nivel de los demás en sus llantos y en sus alegrías, en sus sufrimientos o en sus necesidades.

Buena Nueva de Dios que nos hace reconocer las maravillas que Dios está obrando en nosotros por lo que tenemos que saber dar gracias, pero que precisamente impulsados por ese amor de Dios que sentimos nos pondremos siempre en camino para hacer llegar esa Buena Noticia también a los demás.

viernes, 30 de mayo de 2025

Nuestros encuentros cristianos tienen que estar más llenos la alegría de los que se sienten amados y engrandecidos por el amor de Dios entusiasmados por contagiar su fe

 


Nuestros encuentros cristianos tienen que estar más llenos la alegría de los que se sienten amados y engrandecidos por el amor de Dios entusiasmados por contagiar su fe

Hechos 18, 9-18; Salmo 46;  Juan 16, 20-23a

Qué alegría se siente en los reencuentros. En imagen de mi infancia tengo grabadas imágenes de despedidas y de reencuentros que no se borran tan fácilmente. Es la despedida de un familiar, un hermano o el padre, que marchaba para América. En los años cincuenta para los canarios Venezuela era el punto de destino de tantos familiares nuestros que allí tuvieron que emigrar a causa de la pobreza que se vivía en nuestras islas. El acompañar al familiar hasta el muelle para verlo embarcar era la parte triste de la historia; cuando años más tarde aquel familiar regresaba cuánta era la alegría que se vivía en la casa familiar.

Al rememorar todo esto no puedo menos que pensar en la tragedia de los inmigrantes que llegan hoy a nuestras islas, siempre dolorosas y en momento trágicas como lo sucedido ayer mismo en quienes estaban a punto de abordar el mismo muelle que les recibía. Puede parecer ajeno este recuerdo al evangelio que pretendemos comentar, pero va con el ánimo que vivían los discípulos de Jesús en aquellos momentos de la última cena donde escuchamos las palabras que hoy nos ofrece el evangelio. Vaya como recuerdo hecho oración por quienes pasan por esta tragedia de la inmigración o emigración.

Hoy Jesús sigue abundando en esa tristeza por la que han de pasar los discípulos, pero también anuncia una alegría, como les dice, que nadie les podrá arrebatar. ‘Vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría’, les dice. Parece que les está adelantando una descripción del regocijo de aquellos que se sentían satisfechos por ver a Jesús clavado en una cruz, pero es también anticipo de lo que será la alegría de la pascua. ‘Pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada’. Me evoca aquel momento del encuentro con Jesús en la orilla del lago, que cuando todos llegaron a donde estaba Jesús, nadie le preguntaba nada porque todos sabían bien quién era.

Todo esto me hace pensar en la alegría de la fe que nosotros hemos de vivir, o mejor, en la alegría con que hemos de vivir nuestra fe y ser capaces de mostrarla al mundo que nos rodea. Muchas veces nos falta esa alegría a los cristianos, muchas veces a nuestras celebraciones les falta alegría, con lo que le estamos quitando un matiz importante para que en verdad sea una celebración. Qué lástimas nuestros rostros adustos en nuestras reuniones, muchas veces parece con cara de aburrimiento. Nos falta entusiasmo cuando nos reunimos para celebrar y proclamar nuestra fe. La alegría de los que se sienten amados y engrandecidos por el amor de Dios.

Nos dejamos envolver por un ambiente de pasividad y desgana; vamos por la vida como arrastrándonos y sin entusiasmo; parece que eso de ser cristiano o ser creyente es simplemente una pegatina que nos han puesto, pero no es algo que haya de verdad arraigado en nuestra vida; parece que hiciéramos las cosas por obligación y entonces se nos convierten en una rutina; no llegamos a contagiar, no sabemos trasmitir porque quizás tampoco lo estamos viviendo con toda intensidad dentro de nosotros mismos.

Es un desgaste que es peligroso; es una forma de no darle continuidad a nuestra fe, es el decaimiento que estamos viendo en nuestras comunidades poco entusiastas para los valores cristianos y que nos quedamos en unas fiestas tradicionales pero a las que les falta una verdadera hondura espiritual. ¿Llegaremos un día a despertarnos los cristianos y a vivir la alegría de la fe? Nuestros encuentros cristianos tienen que estar más llenos de alegría.


jueves, 29 de mayo de 2025

Tiene que renacer nuestra esperanza, sentir esa alegría honda en nuestro corazón, en nuestra Pascua, paso de Dios también hoy por nuestro mundo, para vida y salvación

 


Tiene que renacer nuestra esperanza, sentir esa alegría honda en nuestro corazón, en nuestra Pascua, paso de Dios también hoy por nuestro mundo, para vida y salvación

 Hechos 18, 1-8; Salmo 97; Juan 16, 16-20

¿Por qué a mí? Es una pregunta que seguramente nos habremos hecho más de una vez, cuando los problemas nos envolvían con sus oscuridades, cuando las cosas se nos vinieron en contra y no sabíamos cómo salir de la situación; momentos difíciles, momentos oscuros, momentos de incertidumbres, momentos que nos hacen temblar, momentos de dudas y de dudas que tendrían gran trascendencia en nuestra vida. Caminos, sin embargo, y seguimos luchando con esperanza, los problemas se resolverán, las oscuridades se transformarán en luz. Después de haberlo pasado quizás sacaremos consecuencias, aprenderemos lecciones, la vida se nos iluminará de otra manera. Con esa esperanza, que queremos que se vuelva certeza, caminamos.

Son los momentos que están pasando los discípulos a lo largo de la cena pascual, de donde están tomadas las palabras del Evangelio que hoy escuchamos. Pero que en el momento litúrgico en que nos encontramos al final del tiempo pascual en las vísperas ya de la Ascensión  nos pueden transportar a aquellos momentos de incertidumbre que vivieron los apóstoles en una ocasión como en otra. Claro que al mismo tiempo la Palabra es luz para nosotros en la situación en que hoy vivimos en la Iglesia y en la realidad del mundo.

Siempre podemos estar quizás preguntándonos ¿y ahora, qué? Nos puede inquietar la misma situación de nuestro mundo con esa lucha de poderes y de intereses entre los grandes y poderosos, pero que se refleja también en situaciones cercanas a nosotros, en nuestra propia sociedad, en nuestras propias comunidades. Unas luchas interesadas por una parte pero también una dejadez y una pasividad que nos envuelve en nuestras cercanías; la gente va a lo suyo, solo se preocupan de sus intereses, un afán desbocado de consumir y de pasarlo bien de la forma que sea, criticamos fácilmente a los que tendrían que estar haciendo por nuestra sociedad por su dejadez, pero nosotros tampoco hacemos nada.

Algunas veces comenzamos a sentir cierta angustia por los derroteros que estamos tomando. Nos vemos en ocasiones solos, pensando y amargándonos quizás en nuestros pensamientos que se vuelven negativos, pero sin hacer nada por remediar y cambiar, sin saber incluso qué caminos tomar.

Hoy Jesús nos dice que pasaremos por momentos tristes, en que nos veamos angustiados porque parecerá que perdemos la esperanza y la ilusión por algo distinto, en que nos puede parecer que Él nos deja solos. Jesús está hablándoles en aquella situación concreta, como ya antes hicimos referencia, pero para ellos entonces y para nosotros Jesús quiere tener una palabra de Luz, una Palabra que nos despierte y que nos anime. Por eso nos dice que todo eso pasará pero llegarán momentos de alegría plena. Y la palabra de Jesús tiene que ser para nosotros en verdad un rayo de esperanza.

‘¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría’. Tratemos de discernir bien ese anuncio de alegría que nos está haciendo Jesús. La vivieron los discípulos en la Pascua, tenemos que seguirla viviendo nosotros hoy, en nuestra Pascua,  en ese paso de Dios también hoy por nuestro mundo, que será para vida y para salvación. Tiene que renacer nuestra esperanza, tenemos que sentir esa alegría honda en nuestro corazón. 


miércoles, 28 de mayo de 2025

Damos gracias por la acción del Espíritu que se manifestó y se manifiesta el hoy del camino de la Iglesia y dejémonos enseñar y conducir por El que nos guiará a la Verdad plena

 


Damos gracias por la acción del Espíritu que se manifestó y se manifiesta el hoy del camino de la Iglesia y dejémonos enseñar y conducir por El que nos guiará a la Verdad plena

Hechos 17, 15. 22 — 18, 1; Salmo 148; Juan 16, 12-15

Los conocimientos no los podemos reducir a unas como estancias o espacios estancos que cuando se llenan ya no tienen capacidad para más; el conocimiento en sí mismo está en progresivo conocimiento, no podemos decir hasta aquí he llegado y ya no tengo más a donde ir para aprender algo nuevo; el sabio no lo es porque ya se lo sepa todo, sino porque está cada día queriendo conocer más. Lástima que en la vida algunas veces podamos encerrarlo en aquello de que yo eso ya lo estudié cuando era niño o cuando era joven y no necesita aprender más; es limitar nuestras capacidades, limitar nuestra misma humanidad que siempre ha de estar en crecimiento y siempre podemos dar un paso más y llegar un poco más allá. Tenemos siempre la base de lo aprendido pero sobre ella seguimos construyendo; así tiene que ser la vida.

Así tiene que ser también nuestra vida cristiana, no solo en cuanto a lo que podemos hacer sino también en cuanto a lo que podemos ser; es el crecimiento de Dios en nuestro corazón, es la comprensión de su Palabra que cada día ha de ser mayor, es el leer lo que es la Palabra eterna de Dios pero en el hoy de nuestra vida para seguir descubriendo la luz que tiene que estar siempre llena de vida y que nos ha de iluminar para comprender también lo que hoy vivimos y lo que hoy somos.

Seguramente los que cada día nos dejamos iluminar por la Palabra de Dios y reflexionamos sobre ella, nos damos cuenta de la novedad que siempre nos encontramos, de ese paso adelante que cada día podemos dar; aquellos textos que tantas veces hemos escuchado y nos pudiera parecer que ya lo tienen todo dicho para nosotros, nos damos cuenta que en una nueva lectura descubrimos aspectos nuevos, nuevas perspectivas, nuevas formas en como lo vamos aplicando a nuestra vida en nuestro hoy. Nunca la Palabra de Dios, incluso teniendo en cuenta la fidelidad que hemos de tener a esa Palabra, será algo anquilosado que nos frena sino que siempre nos ayudará a crecer un poco más.

Es lo que nos está diciendo hoy Jesús en el Evangelio. ‘Muchas cosas me quedan por decirnos, nos dice, no podéis cargar con ellas ahora, pero cuando venga el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la Verdad plena’.

Es el Espíritu de Dios que nos guía, que sigue guiando a la Iglesia a lo largo de los tiempos, es el Espíritu que nos hará comprender la verdad de Dios en cada momento, en cada situación, como lo ha sido a lo largo de la historia. Es la continuidad de la Iglesia, a pesar de sus debilidades porque está compuesta por seres humanos que también tienen sus debilidades, y ahora queramos hacer un juicio de la historia pasada – somos en todos los aspectos muy dados a hacer esos juicios de la historia – tenemos que darnos cuenta que a pesar de las oscuridades que ahora nosotros podamos ver, allí estuvo el Espíritu de Dios guiando a su Iglesia, y si aun permanece es por la permanencia del Espíritu Santo en su Iglesia a través de la historia.

Podemos pensar como Iglesia en lo que hemos vivido en los últimos tiempos y ahora mismo estamos viviendo; en cada momento el Espíritu nos ha dado el Papa que necesitaba la Iglesia, cada uno con sus características, con su visión, con su apertura; no podemos pedir que un Papa, por ejemplo, sea igual al anterior o sea igual a otro, como lo podemos pensar del obispo en nuestras diócesis o de los sacerdotes en nuestras parroquias; cada uno dejará su huella, sembrará su semilla, aportará su iniciativa, sin dejar de ser la Iglesia, la Iglesia querida por Jesús y que va guiada por el Espíritu.

He querido compartir esta reflexión porque frente a todos los comentarios que por un lado y por otro podamos escuchar, hemos de tener la serenidad que nace de la fe, de confiarnos al Espíritu Santo que está inspirando también estos momentos de la Iglesia. Ni podíamos pedir que Francisco fuera una copia del Papa Benedicto XVI, sino que ahora León XIV sea una copia mimética de lo que hizo el Papa Francisco. Damos gracias a Dios por la acción del Espíritu Santo que se manifestó y se manifiesta hoy del camino de la Iglesia.

Sintamos que de la misma manera así también el Espíritu se va manifestando en nuestra vida, en nuestro corazón y en lo que vamos en cada momento realizando. Dejémonos enseñar y conducir por el Espíritu que siempre nos guiará a la Verdad plena.


martes, 27 de mayo de 2025

Os conviene que yo me vaya, nos dice Jesús, para que recibamos la fuerza de su Espíritu, para que nos pongamos en camino, para que arranquemos hacia una vida nueva

 


Os conviene que yo me vaya, nos dice Jesús, para que recibamos la fuerza de su Espíritu, para que nos pongamos en camino, para que arranquemos hacia una vida nueva

Hechos 16, 22-34; Salmo 137;  Juan 16, 5-11

Las despedidas son siempre costosas y tristes; confieso que a mi es algo que me parte el alma, pero tenemos que afrontarlas en la vida; es una ruptura pero es un arranque, porque se rompen unos lazos creando distancias, es cierto, pero es un arranque porque quien marcha se abre a otros caminos, descubre otros horizontes, se desprende de apegos y ataduras, comienza quizás una libertad nueva; arranque también para quien se queda porque comenzamos a creer más en nosotros mismos y comenzamos también a ver la vida, las cosas, las personas de manera distinta y no dependiendo siempre de nosotros, como confiar en el que marcha con sus posibilidades y sus potencialidades.

Pero como decimos, aunque sepamos todas estas cosas, siempre hay una tristeza que se nos mete en el alma. Cuando hay una despedida por una marcha siempre queremos dejar o queremos que nos dejen un recuerdo, algo que vamos a tener muy presente a nuestro lado para no olvidar a quien marchó. ¡Cuántos recuerdos en este sentido vamos acumulando en la vida!

Es la situación en la que nos encontramos hoy en las páginas del evangelio. ‘Os digo la verdad, nos dice Jesús hoy o le dijo entonces a los discípulos, conviene que yo me vaya’. Andaban tristes porque ellos presentían algo, aunque no habían terminado de comprender todo lo que Jesús les había anunciado. ‘Por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón’, les dice Jesús. Era consciente del mal momento por el que estaban pasando.

Pero no les va a dejar solo un recuerdo, como nosotros cuando nos despedimos de alguien. Ya les había dejado unos signos diciéndoles que era algo que ellos tenían que hacer, cuando les había lavado los pies. Había dejado el mandamiento del amor, para que aprendiéramos a amar como El nos había amado. Pero ahora promete la asistencia de su Espíritu, que estará siempre con ellos, que les descubrirá todas las cosas, que les hará emprender una tarea nueva con su fuerza.

La Pascua era un arranque para algo nuevo, como antes decíamos, para un mundo nuevo, para una vida nueva. A partir de la Pascua era posible una vida nueva, era necesario que se sintieran firmes y seguros para no derrumbarse en lo que les podía parecer una hecatombe, ni seguir encerrados con sus miedos. Algo nuevo tenía que comenzar y era posible realizarlo, para eso les dejaba su Espíritu. Pero convenía que El marchase, para que sintieran la fuerza del Espíritu, para que se pusieran a caminar abriendo las puertas cerradas por el miedo. Lo vamos a contemplar cuando llegue Pentecostés y ellos se echen a la calle. Es lo que ahora les está anunciando Jesús. Las tristezas había que superarlas y un empuje nuevo iban a sentir en sus vidas.

Pero esto lo escuchamos no solo como algo dicho y sucedido entonces a los apóstoles, sino como una realidad que nosotros tenemos que vivir. Litúrgicamente nos encontramos en las vísperas de la Ascensión del Señor. ¿Una despedida? ¿Un quedarnos apesadumbrados y hundidos por la tristeza simplemente contemplando la marcha de Jesús al cielo? ¿Un ponernos de nuevo en camino?

La promesa de la presencia del Espíritu ahí está claramente en las palabras de Jesús. Es lo que tenemos que esperar, es a lo que tenemos que abrir el corazón, es el comienzo de un nuevo camino porque escucharemos que somos enviados por el mundo para llevar esa buena noticia, y podremos hacerlo, seremos capaces de hacerlo, creemos no solo en nosotros mismos sino en la presencia en nuestro corazón y en el corazón de la Iglesia del Espíritu del Señor.

lunes, 26 de mayo de 2025

Es la valentía de nuestra fe, el arrojo con que hemos que proclamarla, la alegría al mismo tiempo de poder trasmitir esa buena nueva del Evangelio, salvación del mundo

 


Es la valentía de nuestra fe, el arrojo con que hemos que proclamarla, la alegría al mismo tiempo de poder trasmitir esa buena nueva del Evangelio, salvación del mundo

Hechos 16, 11-15; Salmo 149;  Juan 15, 26 — 16, 4a

Alguna vez he escuchado algo así como que quien se mete de redentor al final sale redimido, en referencia a alguien que con buena voluntad quiso implicarse en la solución de algunos problemas, sobre todo tratándose de algún tipo de acción social en condenado por aquellos mismos por los que él quería trabajar. Suelen pasar cosas así, personas que con buena voluntad se implican en algo que signifique mejorar algo en el ambiente en que vive, por ejemplo, y luego al final en lugar de reconocimientos lo que va a encontrar son críticas y que si solo se quedan en críticas, no sale tan mal parado.

Es el riesgo que tenemos que asumir en la vida si no queremos quedarnos cruzados de brazos viendo como las cosas van de mal en peor; implicarnos muchas veces nos complica, ya desde el hecho de perder tiempo en nuestras cosas personales para hacer algo por los demás; pero es ahí donde aflora la generosidad del corazón, es ahí donde se manifiesta la madurez de nuestra vida, unas fuertes convicciones que le llevan a hacer el bien aunque luego no tenga reconocimientos; el mejor reconocimiento es el bien que vemos que le estamos haciendo a la otra persona, ver que la otra persona sale adelante, mejora su vida, encuentra luz para sus problemas.

Es en lo que muchas veces los cristianos tenemos miedo, nos parece que no somos capaces, nos sentimos débiles en esos vaivenes de la vida que quizás nos puedan como consecuencia producir alguna inestabilidad en nuestras cosas, pero es el camino que hemos de seguir con fe y con confianza. No estamos solos, no lo hacemos solo con nuestras fuerzas, no lo hacemos por nosotros mismos; siempre podremos tener la certeza de la fuerza del Espíritu que está con nosotros, nos acompaña en nuestro camino y es nuestra inspiración y fortaleza. Pero aun así andamos tambaleantes.

Y es a lo que nos está invitando Jesús, la tarea que pone en nuestras manos. A los discípulos más tarde les dirá que tienen que ir por todo el mundo haciendo el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios. No dice que sea fácil, porque Jesús no nos oculta nada. Hoy nos está hablando y diciendo cosas para que cuando llegue el momento no olvidemos que El nos lo dijo, nos lo anunció, pero también nos prometió la asistencia de la fuerza de su Espíritu.

Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo’. Es la promesa de Jesús, es la garantía de que podemos dar nuestro testimonio, es la fortaleza del Espíritu del Señor en esos momentos que muchas veces se nos vuelven difíciles, oscuros, en que nos sentimos débiles, en que vemos el muro que en ocasiones tenemos enfrente, tenemos en contra. Pero podemos hacerlo, podemos dar ese testimonio.

‘Os he hablado de esto, para que no os escandalicéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios… para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho…’

No nos importa salir redimidos, como decíamos en aquella imagen que proponíamos al principio; no tengamos miedo a las incomprensiones, actuemos con rectitud y nos sentimos fuertes con la verdad. Es cierto que no somos perfectos, lo reconocemos como reconocemos nuestra debilidad, pero no nos quedamos con los brazos cruzados.

Muchos no lo entenderán, o no les interesa entenderlo, porque además estaremos dando un testimonio que les resulta contradictorio para su manera de ver las cosas, denuncia de alguna manera actitudes que no son tan justas. No será una expulsión de las sinagogas como dicen las palabras de Jesús, pero bien sabemos como en nuestra sociedad quiere ocultarse la verdad del evangelio y cuantas cosas vamos a encontrar en nuestra sociedad con lo quieren desprestigiar la Palabra de la Iglesia o el testimonio de los cristianos. De maneras muy sofisticadas nos encontraremos esa oposición y de alguna manera esa persecución. Ya nos lo ha dicho Jesús.

Es la valentía, pues, de nuestra fe, el arrojo con que tenemos que proclamarla, la alegría al mismo tiempo de poder trasmitir esa buena nueva del Evangelio y saber que ahí podemos encontrar la salvación del mundo.

domingo, 25 de mayo de 2025

Nos sentimos amados y se desborda el amor, guiados por el Espíritu en el nombre del amor construimos la paz con los presupuestos del perdón y la reconciliación

 


Nos sentimos amados y se desborda el amor, guiados por el Espíritu en el nombre del amor construimos la paz con los presupuestos del perdón y la reconciliación

Hechos 15, 1-2. 22-29; Sal. 66;  Apc. 21, 10-14. 22-23; Jn. 14, 23-29

Muchas nos habremos escuchado a nosotros mismos decir ‘mi madre nos decía…’ ‘mi padre soñaba con…’ y plasmamos lo que fueron sus deseos, su manera de ver y de hacer las cosas, lo que realmente querían para nosotros y quizás no vieron realizados; y el mejor recuerdo que ahora podemos tener de ellos no es solo repetir sus palabras sino hacer realidad a través de lo que nosotros hagamos lo que fueron sus sueños o sus deseos; es el mejor monumento que podemos levantar en su memoria. ¿No es esa la mejor memoria que pueden tener los hijos de sus padres?

Las palabras de Jesús hoy en el evangelio tienen aire de despedida y de últimas voluntades; y las últimas voluntades en aquellos que nos sentimos amados y que queremos amar también con la misma intensidad tienen que realizarse, tienen que cumplirse. Por eso nos está diciendo Jesús, ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’.

Nos sentimos amados y amamos, es el gran testamento de Jesús, es la órbita nueva en la que debemos entrar. Y aquí está lo grandioso, lo maravilloso que Dios realizará en nosotros, ‘mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él’. Nos sentimos amados y desde nuestra respuesta de amor se desborda el amor de Dios sobre nosotros de tal manera que nos llenaremos de Dios, ‘vendremos a él y haremos morada en él’.

Pero termina ahí la maravilla del amor de Dios, nos da su Espíritu. Como nos dice Jesús, cuando Él no esté con nosotros el Espíritu nos lo recordará todo,  ‘el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’. Algunas veces en nuestro primer pensamiento o reflexión pensamos cómo aquellos discípulos – y lo vamos a ver cuando celebremos la festividad de Pentecostés – se sintieron llenos y fortalecidos por el Espíritu Santo y revivieron por la sabiduría del Espíritu todo lo que habían vivido con Jesús y todo lo que escucharon a Jesús. Hoy pensamos que tenemos los Evangelios porque aquellos discípulos con la inspiración del Espíritu Santo nos pudieron dejar por escrito cuanto Jesús hizo y dijo.

Pero tenemos que pensar algo más; como guió el Espíritu Santo a aquella Iglesia naciente sigue guiando a la Iglesia en el hoy de nuestra historia. Estos días pasados con la elección del Papa una cosa que decimos y repetimos es que el Espíritu es el que inspira y guía a los cardenales reunidos en el cónclave para la elección del Papa.

Nos hemos encontrado opiniones diversas que se escuchan desde el mundo hablando de tendencias o de luchas de candidatos como si de un parlamento cualquiera se tratara, y de alguna manera es normal que escuchemos esas voces que provienen desde quienes no ven este momento de la Iglesia desde un sentido de la fe. El cristiano desde la convicción de su fe tiene que decir y reconocer que es el Espíritu prometido por Jesús, como hoy hemos escuchado, el que ha dado a la Iglesia el Papa que hoy la Iglesia necesita y que también necesita nuestro mundo. Es el Espíritu que ‘os lo enseñará todo y os va recordando lo que yo os he dicho’, como nos decía Jesús.

Pero nos habla de algo más hoy el evangelio, porque nos habla de la paz, no una paz cualquiera, como la puede dar o buscar el mundo, sino como nos la da Jesús. ¡Qué difícil es entender lo que es la verdadera paz aunque todos la deseemos! Nos duele la falta de paz con todas sus consecuencias. Candentes están ante nuestros ojos y en nuestro espíritu las consecuencias de la falta de paz; las imágenes que nos llegan de todos los lugares donde hay violencia o donde hay guerra muchas veces nos aturden, aunque muchas veces olvidamos esa otra falta de paz que muchas veces tenemos más cercana cuando se rompen las relaciones entre las personas en nuestro entorno, o cuando seguimos manteniendo esa llama destructora de nuestros resentimientos o deseos de venganza ante cualquier situación complicada que vivamos en nuestras mutuas relaciones.

Y hoy Jesús nos habla de paz, de que nos viene a traer la paz; estas palabras fueron pronunciadas momentos antes de comenzar su pasión y la primera palabra que escucharemos luego en labios de Cristo resucitado será también la paz. Hoy nos dice Jesús que no se turbe nuestro corazón ni nos acobardemos, que bien necesitamos recordarlo cuando estamos atravesando o sufriendo las sombras y tinieblas de nuestras violencias; pero cuando Cristo resucitado salude con la paz a los discípulos en el cenáculo les enviará con la fuerza del Espíritu a llevar el perdón por el mundo.

Aquí podemos descubrir cómo es que la paz que Jesús nos ofrece no es como la que el mundo pueda ofrecer; la paz de Jesús nace del amor, provoca el camino del perdón y nos lleva siempre al reencuentro y la reconciliación. ¿No fue Jesús el que mientras lo crucificaban dijo aquello de ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’?

Cuando hoy buscamos paz para nuestro mundo, y tanto hablamos de treguas y de diálogos de paz  ¿estaremos pensando en una paz al estilo de lo que Jesús nos está proponiendo? La paz no puede ser solamente que se callen las armas, sino que sepamos construirla luego desde una verdadera reconciliación entre esos pueblos, o en esas situaciones cercanas en las que también nos vemos envueltos tantas veces en esa falta de paz. No olvidemos que los cristianos en nombre del amor que es nuestro distintivo siempre tenemos que llevar por delante el presupuesto del perdón y de la reconciliación. ¿Seremos capaces de hacerlo?