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domingo, 25 de mayo de 2025

Nos sentimos amados y se desborda el amor, guiados por el Espíritu en el nombre del amor construimos la paz con los presupuestos del perdón y la reconciliación

 


Nos sentimos amados y se desborda el amor, guiados por el Espíritu en el nombre del amor construimos la paz con los presupuestos del perdón y la reconciliación

Hechos 15, 1-2. 22-29; Sal. 66;  Apc. 21, 10-14. 22-23; Jn. 14, 23-29

Muchas nos habremos escuchado a nosotros mismos decir ‘mi madre nos decía…’ ‘mi padre soñaba con…’ y plasmamos lo que fueron sus deseos, su manera de ver y de hacer las cosas, lo que realmente querían para nosotros y quizás no vieron realizados; y el mejor recuerdo que ahora podemos tener de ellos no es solo repetir sus palabras sino hacer realidad a través de lo que nosotros hagamos lo que fueron sus sueños o sus deseos; es el mejor monumento que podemos levantar en su memoria. ¿No es esa la mejor memoria que pueden tener los hijos de sus padres?

Las palabras de Jesús hoy en el evangelio tienen aire de despedida y de últimas voluntades; y las últimas voluntades en aquellos que nos sentimos amados y que queremos amar también con la misma intensidad tienen que realizarse, tienen que cumplirse. Por eso nos está diciendo Jesús, ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’.

Nos sentimos amados y amamos, es el gran testamento de Jesús, es la órbita nueva en la que debemos entrar. Y aquí está lo grandioso, lo maravilloso que Dios realizará en nosotros, ‘mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él’. Nos sentimos amados y desde nuestra respuesta de amor se desborda el amor de Dios sobre nosotros de tal manera que nos llenaremos de Dios, ‘vendremos a él y haremos morada en él’.

Pero termina ahí la maravilla del amor de Dios, nos da su Espíritu. Como nos dice Jesús, cuando Él no esté con nosotros el Espíritu nos lo recordará todo,  ‘el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’. Algunas veces en nuestro primer pensamiento o reflexión pensamos cómo aquellos discípulos – y lo vamos a ver cuando celebremos la festividad de Pentecostés – se sintieron llenos y fortalecidos por el Espíritu Santo y revivieron por la sabiduría del Espíritu todo lo que habían vivido con Jesús y todo lo que escucharon a Jesús. Hoy pensamos que tenemos los Evangelios porque aquellos discípulos con la inspiración del Espíritu Santo nos pudieron dejar por escrito cuanto Jesús hizo y dijo.

Pero tenemos que pensar algo más; como guió el Espíritu Santo a aquella Iglesia naciente sigue guiando a la Iglesia en el hoy de nuestra historia. Estos días pasados con la elección del Papa una cosa que decimos y repetimos es que el Espíritu es el que inspira y guía a los cardenales reunidos en el cónclave para la elección del Papa.

Nos hemos encontrado opiniones diversas que se escuchan desde el mundo hablando de tendencias o de luchas de candidatos como si de un parlamento cualquiera se tratara, y de alguna manera es normal que escuchemos esas voces que provienen desde quienes no ven este momento de la Iglesia desde un sentido de la fe. El cristiano desde la convicción de su fe tiene que decir y reconocer que es el Espíritu prometido por Jesús, como hoy hemos escuchado, el que ha dado a la Iglesia el Papa que hoy la Iglesia necesita y que también necesita nuestro mundo. Es el Espíritu que ‘os lo enseñará todo y os va recordando lo que yo os he dicho’, como nos decía Jesús.

Pero nos habla de algo más hoy el evangelio, porque nos habla de la paz, no una paz cualquiera, como la puede dar o buscar el mundo, sino como nos la da Jesús. ¡Qué difícil es entender lo que es la verdadera paz aunque todos la deseemos! Nos duele la falta de paz con todas sus consecuencias. Candentes están ante nuestros ojos y en nuestro espíritu las consecuencias de la falta de paz; las imágenes que nos llegan de todos los lugares donde hay violencia o donde hay guerra muchas veces nos aturden, aunque muchas veces olvidamos esa otra falta de paz que muchas veces tenemos más cercana cuando se rompen las relaciones entre las personas en nuestro entorno, o cuando seguimos manteniendo esa llama destructora de nuestros resentimientos o deseos de venganza ante cualquier situación complicada que vivamos en nuestras mutuas relaciones.

Y hoy Jesús nos habla de paz, de que nos viene a traer la paz; estas palabras fueron pronunciadas momentos antes de comenzar su pasión y la primera palabra que escucharemos luego en labios de Cristo resucitado será también la paz. Hoy nos dice Jesús que no se turbe nuestro corazón ni nos acobardemos, que bien necesitamos recordarlo cuando estamos atravesando o sufriendo las sombras y tinieblas de nuestras violencias; pero cuando Cristo resucitado salude con la paz a los discípulos en el cenáculo les enviará con la fuerza del Espíritu a llevar el perdón por el mundo.

Aquí podemos descubrir cómo es que la paz que Jesús nos ofrece no es como la que el mundo pueda ofrecer; la paz de Jesús nace del amor, provoca el camino del perdón y nos lleva siempre al reencuentro y la reconciliación. ¿No fue Jesús el que mientras lo crucificaban dijo aquello de ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’?

Cuando hoy buscamos paz para nuestro mundo, y tanto hablamos de treguas y de diálogos de paz  ¿estaremos pensando en una paz al estilo de lo que Jesús nos está proponiendo? La paz no puede ser solamente que se callen las armas, sino que sepamos construirla luego desde una verdadera reconciliación entre esos pueblos, o en esas situaciones cercanas en las que también nos vemos envueltos tantas veces en esa falta de paz. No olvidemos que los cristianos en nombre del amor que es nuestro distintivo siempre tenemos que llevar por delante el presupuesto del perdón y de la reconciliación. ¿Seremos capaces de hacerlo?


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