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jueves, 29 de mayo de 2025

Tiene que renacer nuestra esperanza, sentir esa alegría honda en nuestro corazón, en nuestra Pascua, paso de Dios también hoy por nuestro mundo, para vida y salvación

 


Tiene que renacer nuestra esperanza, sentir esa alegría honda en nuestro corazón, en nuestra Pascua, paso de Dios también hoy por nuestro mundo, para vida y salvación

 Hechos 18, 1-8; Salmo 97; Juan 16, 16-20

¿Por qué a mí? Es una pregunta que seguramente nos habremos hecho más de una vez, cuando los problemas nos envolvían con sus oscuridades, cuando las cosas se nos vinieron en contra y no sabíamos cómo salir de la situación; momentos difíciles, momentos oscuros, momentos de incertidumbres, momentos que nos hacen temblar, momentos de dudas y de dudas que tendrían gran trascendencia en nuestra vida. Caminos, sin embargo, y seguimos luchando con esperanza, los problemas se resolverán, las oscuridades se transformarán en luz. Después de haberlo pasado quizás sacaremos consecuencias, aprenderemos lecciones, la vida se nos iluminará de otra manera. Con esa esperanza, que queremos que se vuelva certeza, caminamos.

Son los momentos que están pasando los discípulos a lo largo de la cena pascual, de donde están tomadas las palabras del Evangelio que hoy escuchamos. Pero que en el momento litúrgico en que nos encontramos al final del tiempo pascual en las vísperas ya de la Ascensión  nos pueden transportar a aquellos momentos de incertidumbre que vivieron los apóstoles en una ocasión como en otra. Claro que al mismo tiempo la Palabra es luz para nosotros en la situación en que hoy vivimos en la Iglesia y en la realidad del mundo.

Siempre podemos estar quizás preguntándonos ¿y ahora, qué? Nos puede inquietar la misma situación de nuestro mundo con esa lucha de poderes y de intereses entre los grandes y poderosos, pero que se refleja también en situaciones cercanas a nosotros, en nuestra propia sociedad, en nuestras propias comunidades. Unas luchas interesadas por una parte pero también una dejadez y una pasividad que nos envuelve en nuestras cercanías; la gente va a lo suyo, solo se preocupan de sus intereses, un afán desbocado de consumir y de pasarlo bien de la forma que sea, criticamos fácilmente a los que tendrían que estar haciendo por nuestra sociedad por su dejadez, pero nosotros tampoco hacemos nada.

Algunas veces comenzamos a sentir cierta angustia por los derroteros que estamos tomando. Nos vemos en ocasiones solos, pensando y amargándonos quizás en nuestros pensamientos que se vuelven negativos, pero sin hacer nada por remediar y cambiar, sin saber incluso qué caminos tomar.

Hoy Jesús nos dice que pasaremos por momentos tristes, en que nos veamos angustiados porque parecerá que perdemos la esperanza y la ilusión por algo distinto, en que nos puede parecer que Él nos deja solos. Jesús está hablándoles en aquella situación concreta, como ya antes hicimos referencia, pero para ellos entonces y para nosotros Jesús quiere tener una palabra de Luz, una Palabra que nos despierte y que nos anime. Por eso nos dice que todo eso pasará pero llegarán momentos de alegría plena. Y la palabra de Jesús tiene que ser para nosotros en verdad un rayo de esperanza.

‘¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría’. Tratemos de discernir bien ese anuncio de alegría que nos está haciendo Jesús. La vivieron los discípulos en la Pascua, tenemos que seguirla viviendo nosotros hoy, en nuestra Pascua,  en ese paso de Dios también hoy por nuestro mundo, que será para vida y para salvación. Tiene que renacer nuestra esperanza, tenemos que sentir esa alegría honda en nuestro corazón. 


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