Está siempre junto a nosotros a pesar de los nubarrones que nos puedan enturbiar la vida
Hechos, 6, 1-7; Sal. 32; Jn. 6, 16-21
La comunidad de los que creían en Jesús iba creciendo. ‘La Palabra de Dios iba cundiendo, y en
Jerusalén crecía mucho el número de los discípulos’. Pero en su crecimiento
van apareciendo nuevos problemas y dificultades que pueden poner en peligro la
armonía y la comunión que entre todos se vivía.
Ante las dificultades hay quienes se acobardan y se
encierran sin saber buscar soluciones a los problemas; otros se crecen y hace
que surjan valores y virtudes que ayudarán más aún a su crecimiento; pero
también ante las dificultades y problemas hay que saber tener una visión
distinta, la visión del creyente que puede ver en esas mismas dificultades una
llamada del Señor y una invitación a descubrir cosas nuevas, que el mismo
Espíritu divino va haciendo surgir en el interior de las personas.
Cuando crece el número de los discípulos comienzan las
quejas y malentendidos por el servicio que se les presta a los diferentes
sectores y necesidades. Hay creyentes en Jesús que provienen del judaísmo
porque son de allí mismo de Jerusalén o Palestina, pero también están los de
lengua griega, como dice el texto, para referirse a los provenientes de la gentilidad
o de aquellos judíos de la diáspora que al venir a Jerusalén con motivo de la
pascua y ante todo lo sucedido se van abriendo a la fe en Jesús.
En la dificultad no nos sentimos solos porque siempre
nos sentimos asistidos por la fuerza del Espíritu del Señor, por la presencia
de Dios junto a nosotros, aunque a veces nos cueste comprender. Es lo que nos
expresa hoy el evangelio. Los apóstoles iban remando con gran dificultad
queriendo atravesar el lago para llegar a Cafarnaún, pero se les había hecho de
noche, el viento soplaba fuerte y en contra y parecía que se podían encontrar
en dificultades y se encontraban solos. Pero allí estaba el Señor; aparece
caminando sobre el agua. ‘No temáis, soy
yo’, les dice.
Pero allí en medio de aquella comunidad está el
Espíritu del Señor que es el que en verdad guía a la Iglesia, la guió hace dos
mil años y la sigue guiando en la actualidad. El creyente ha de saber
discernir, tener la mirada de Dios en sus ojos y en su corazón para descubrir
los caminos por donde quiere llevarnos el Señor. Así surgió la diaconía dentro
de la comunidad cristiana; aquellos cristianos con el don y el ministerio del
servicio, en este caso para atender a los huérfanos y a las viudas, como dice
el texto sagrado, porque reflejan las situaciones de mayor desamparo y pobreza
en que podían verse envueltos; la mujer que pierde a su marido o el niño o
joven que se queda sin la protección de los padres.
Los apóstoles han de dedicarse a la misión concreta que
han de realizar en medio de la comunidad, del anuncio de la Buena Nueva del
Evangelio y ser aglutinadores de la comunidad dirigiendo la oración de los
hermanos. Por eso los apóstoles les piden que elijan a ‘siete de entre vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de
sabiduría y los encargaremos de esa tarea, mientras nosotros nos dedicaremos a
la oración y al ministerio de la palabra’.
Es así como nace la dianonía, el diaconado en la
Iglesia de Jesús. ‘Los apóstoles les impusieron las manos orando’ e invocando
el Espíritu divino sobre ellos, en lo que vemos lo que va a ser la base de la
ordenación sacerdotal o de los diferentes ministerios dentro de la Iglesia.
Pues ¿qué es realmente una ordenación sacerdotal? No es simplemente elegir a
unas personas a las que se les confía un encargo, sino que es fundamentalmente
invocar al Señor para saber quienes han de ser elegidos y en la oración y en la
imposición de las manos del Obispo invocando al Espíritu Santo consagrarlos
para una misión.
Este texto nos ofrece por una parte lo que es el crecimiento
de la comunidad cristiana ayudándonos a entender cómo van surgiendo los
diferentes ministerios dentro de la Iglesia, y por otra parte nos puede ayudar
también para saber descubrir la presencia del Señor junto a nosotros, a pesar
de los nubarrones en que nos veamos envueltos en la vida. Nunca nos deja el
Señor. Está siempre a nuestro lado y la fuerza de su Espíritu no nos faltará.