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sábado, 21 de abril de 2012


Está siempre junto a nosotros a pesar de los nubarrones que nos puedan enturbiar la vida

Hechos, 6, 1-7; Sal. 32; Jn. 6, 16-21
La comunidad de los que creían en Jesús iba creciendo. ‘La Palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de los discípulos’. Pero en su crecimiento van apareciendo nuevos problemas y dificultades que pueden poner en peligro la armonía y la comunión que entre todos se vivía.
Ante las dificultades hay quienes se acobardan y se encierran sin saber buscar soluciones a los problemas; otros se crecen y hace que surjan valores y virtudes que ayudarán más aún a su crecimiento; pero también ante las dificultades y problemas hay que saber tener una visión distinta, la visión del creyente que puede ver en esas mismas dificultades una llamada del Señor y una invitación a descubrir cosas nuevas, que el mismo Espíritu divino va haciendo surgir en el interior de las personas.  
Cuando crece el número de los discípulos comienzan las quejas y malentendidos por el servicio que se les presta a los diferentes sectores y necesidades. Hay creyentes en Jesús que provienen del judaísmo porque son de allí mismo de Jerusalén o Palestina, pero también están los de lengua griega, como dice el texto, para referirse a los provenientes de la gentilidad o de aquellos judíos de la diáspora que al venir a Jerusalén con motivo de la pascua y ante todo lo sucedido se van abriendo a la fe en Jesús.
En la dificultad no nos sentimos solos porque siempre nos sentimos asistidos por la fuerza del Espíritu del Señor, por la presencia de Dios junto a nosotros, aunque a veces nos cueste comprender. Es lo que nos expresa hoy el evangelio. Los apóstoles iban remando con gran dificultad queriendo atravesar el lago para llegar a Cafarnaún, pero se les había hecho de noche, el viento soplaba fuerte y en contra y parecía que se podían encontrar en dificultades y se encontraban solos. Pero allí estaba el Señor; aparece caminando sobre el agua. ‘No temáis, soy yo’, les dice.
Pero allí en medio de aquella comunidad está el Espíritu del Señor que es el que en verdad guía a la Iglesia, la guió hace dos mil años y la sigue guiando en la actualidad. El creyente ha de saber discernir, tener la mirada de Dios en sus ojos y en su corazón para descubrir los caminos por donde quiere llevarnos el Señor. Así surgió la diaconía dentro de la comunidad cristiana; aquellos cristianos con el don y el ministerio del servicio, en este caso para atender a los huérfanos y a las viudas, como dice el texto sagrado, porque reflejan las situaciones de mayor desamparo y pobreza en que podían verse envueltos; la mujer que pierde a su marido o el niño o joven que se queda sin la protección de los padres.
Los apóstoles han de dedicarse a la misión concreta que han de realizar en medio de la comunidad, del anuncio de la Buena Nueva del Evangelio y ser aglutinadores de la comunidad dirigiendo la oración de los hermanos. Por eso los apóstoles les piden que elijan a ‘siete de entre vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría y los encargaremos de esa tarea, mientras nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra’.
Es así como nace la dianonía, el diaconado en la Iglesia de Jesús. ‘Los apóstoles les impusieron las manos orando’ e invocando el Espíritu divino sobre ellos, en lo que vemos lo que va a ser la base de la ordenación sacerdotal o de los diferentes ministerios dentro de la Iglesia. Pues ¿qué es realmente una ordenación sacerdotal? No es simplemente elegir a unas personas a las que se les confía un encargo, sino que es fundamentalmente invocar al Señor para saber quienes han de ser elegidos y en la oración y en la imposición de las manos del Obispo invocando al Espíritu Santo consagrarlos para una misión.
Este texto nos ofrece por una parte lo que es el crecimiento de la comunidad cristiana ayudándonos a entender cómo van surgiendo los diferentes ministerios dentro de la Iglesia, y por otra parte nos puede ayudar también para saber descubrir la presencia del Señor junto a nosotros, a pesar de los nubarrones en que nos veamos envueltos en la vida. Nunca nos deja el Señor. Está siempre a nuestro lado y la fuerza de su Espíritu no nos faltará.

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