Bebamos en la fuente del amor de Jesús para vivir una auténtica comunión con los hermanos
Hechos, 4, 32-37; Sal. 92; Jn. 3, 11-15
‘En el grupo de los creyentes todos pensaban y
sentían lo mismo; lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio, nada de
lo que tenía’. Es el
segundo resumen y descripción que nos hacen los Hechos de los Apóstoles de lo
que era la vida de la comunidad cristiana.
Hemos ido escuchando en la lectura de los textos
escogidos ahora en la Pascua de los Hechos de los Apóstoles el anuncio valiente
que van haciendo los apóstoles de la Buena Nueva de Jesús, de la Buena Nueva de
la resurrección. Hoy mismo hemos escuchado cómo ‘los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con
mucho valor’. Ya hemos escuchado las primeras reacciones en contra y hemos
contemplado a Pedro y Juan en la cárcel, después de la curación del paralítico
de la puerta Hermosa y la oración de la comunidad cristiana, ayer, al ser
liberados, aunque con la prohibición de hablar del nombre de Jesús.
Pero el libro de los Hechos además de querernos
manifestar el crecimiento de la comunidad de los que creían en Jesús por la
predicación de los apóstoles, también quieren expresarnos lo que era la vida de
aquellas primeras comunidades de los que creían en el camino nuevo de Jesús. ‘Los que seguían el camino’, dirá en algún
momento. Y es que aceptar la fe en Jesús como nuestro Salvador desde su muerte
y resurrección implicaba todo un estilo y sentido de vida. Ya nos había dicho Jesús
cuál había de ser el distintivo de los que creyeran en él y nos dejó el
mandamiento del amor.
Por eso la señal clara del seguimiento de Jesús implicaba
el ir creando esa comunidad de amor que tenía y tiene que ser la Iglesia de Jesús.
Son las obras de nuestro amor las que van a hablar de nuestra fe, ya hemos
dicho en algún momento. Por eso en estas descripciones que nos hace de la vida
de aquella primera comunidad de Jerusalén en lo que más incide es en la vida de
comunión que se vivía entre ellos. Nos hablará del compartir generoso, de
manera ‘que nadie llamaba suyo propio
nada de lo que tenía’, pero lo más importante es esa comunión fraternal que
entre todos se había ido creando. ‘Todos
pensaban y sentían lo mismo’, nos decía el texto de hoy.
Ya decíamos que esta era el segundo resumen en este
sentido. El domingo segundo de pascua, en la primera lectura, ya se nos ofreció
el primer resumen descripción. ‘Eran
constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la
fracción del pan y en las oraciones’, nos decía entonces. ‘Los creyentes Vivian todos unidos y lo tenían
todo en común’, seguía diciéndonos. Comían juntos… y eran bien vistos por todo
el pueblo’.
Esa comunión de amor que se habían creado entre ellos
les llevaba a que nadie pasara necesidad, a compartirlo todo entre ellos. Hoy nos
narra el caso ya más extremo, por así decirlo, del levita Bernabé ‘que
tenía un campo y lo vendió, llevó el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles’.
Serán muchos lo que lo hagan de la misma manera. En una comunidad así era
normal que fueran bien vistos por todos. Y es que las obras del amor son el
mayor atractivo, la mejor predicación que se podía hacer del nombre de Jesús.
Queremos nosotros también seguir a Jesús, confesar
nuestra fe en Cristo resucitado, como venimos haciéndolo de manera intensa en
este tiempo de pascua. Crezcamos en nuestro amor, que resplandezcan las obras
de nuestro amor; son el mejor testimonio de nuestra fe. Sintamos allá en lo más
hondo de nosotros mismos el ardor del amor que nos lleve a vivir en esa armonía
y en esa convivencia llena de paz con nuestros hermanos.
Llenemos nuestro corazón del amor de Dios y amémonos de
verdad los unos a los otros. Quienes se aman y se quieren de verdad siempre
buscarán lo bueno para el otro, siempre sabrán ser comprensivos con las
debilidades de los demás, aprenderemos de verdad lo que es el perdón, tendremos
generosidad en nuestro corazón para acercarnos al hermano y compartir. Si no
hemos llenado de amor nuestro corazón, y la fuente la tenemos en Jesús, poco
podremos compartir, poco podremos ser generosos con los demás, poco podemos
vivir esa comunión que tiene que ser nuestro distintivo como cristianos.
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