1Tim. 6, 13-16
Sal. 99
Lc. 8, 4-15
Sal. 99
Lc. 8, 4-15
‘Dichosos los que con un corazón noble y generoso guardan la Palabra de Dios y dan fruto perseverando’. Son las palabras finales del Evangelio y que hemos utilizado también como antífona del Aleluya. Resumen verdadero del mensaje del Evangelio de hoy.
Es la parábola del sembrador narrada por san Lucas. La hemos escuchado muchas veces. Pero siempre es una semilla nueva que cae en la tierra de nuestra vida y que tiene que dar fruto. La misma parábola nos lo dice. Hay diversos tipos de tierra. Hay diversas actitudes ante esa semilla de la Palabra que llega a nuestra vida.
¡Cuidado que diciendo ‘una vez más la parábola del sembrador’ seamos esa tierra endurecida en la que no penetra, no cala en nosotros y no puede echar raíces para que sea una planta hermosa que luego nos dé el fruto de una dorada espiga en las buenas obras, en la fe y en el compromiso de nuestra vida.
Ya hay muchos vientos de tentaciones en la vida que quieren agostar y echar a perder esa planta para que también nosotros endurezcamos el corazón. Jesús mismo nos explica la parábola a petición de los discípulos. ‘¿Qué significa esa parábola?’ Cuidemos nuestras actitudes, la apertura sincera de nuestro corazón. Para que cale y eche raíces. Para que los momentos de la prueba no pongan en peligro sus frutos, para que ‘los afanes y las riquezas y los placeres de la vida’ no la vayan ahogando. Por eso tenemos que buscar todos los medios para hacerla fructificar. Por eso tenemos que evitar lo que impida dar el generoso fruto. Por eso tenemos que saber acogerla con actitud orante. Es la mejor manera prometedora de ricos y abundantes frutos. No en vano es Dios que nos habla y se ha de establecer ese diálogo de amor entre nosotros y Dios.
Hoy se está recomendando vivamente – ya se habló de ello intensamente en el reciente Sínodo de la Palabra - y está surgiendo en nuestras comunidades la ‘lectio divina’, que dicho en pocas palabras es una lectura desde una actitud orante y comunitaria, en todos los casos en que sea posible, de la Palabra de Dios.
Con espíritu de fe acudimos al sagrado texto. No vamos a leer o a escuchar un texto cualquiera, sino que es la Palabra que el Señor en todo tiempo quiere dirigirnos. De ahí esa postura de fe y de recogimiento; de ahí esa oración, no sólo para prepararnos para escucharla, sino también en esa reflexión, en esa respuesta. Porque con esa misma Palabra tenemos que orar para, una vez descubierto lo que el Señor ha querido decirnos, nosotros darle nuestra respuesta. Para hacerlo tanto de forma individual como en grupos, por así decirlo, tiene un método propio, pero que es fundamentalmente lo que acabamos de explicar.
Una Palabra así escuchada es semilla caída en tierra buena que necesariamente tiene que llevarnos a dar frutos. Y creceremos por dentro en nuestra espiritualidad. Y creceremos en nuestro compromiso cristiano de fe y de amor. Haremos que nuestra cristiana sea más viva y aquellas comunidades cristianas donde haya muchos cristianos que hagan esta lectura orante de la Palabra de Dios se convertirán en comunidades vivas, en comunidades de intensa vida cristiana y espiritual.
Que con corazón noble y generoso escuchemos la Palabra de Dios, la guardemos porque la hagamos vida nuestra y con perseverancia alcancemos frutos de vida eterna.