Hb. 5, 7-9;
Sal. 30;
Jn. 19, 25-27
‘Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre…’ Allí estaba María. Si ayer contemplábamos la Cruz de Cristo y la celebrábamos, hoy contemplamos a quien está al pie de la Cruz, María, la madre de Jesús.
El concilio Vaticano II, en la constitución Lumen Gentium sobre la Iglesia, dedica el último capítulo para hablarnos de María en el Misterio de Cristo y de la Iglesia. Entresacamos algunos párrafos en referencia a lo que hoy contemplamos, a María al pie de la cruz.
‘En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su madre ya desde el principio… a lo largo de su predicación acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el reino … proclamó bienaventurados a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente. Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; y, finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la Cruz como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, he ahí a tu hijo’.
Subrayamos algunos pensamientos. Allí estaba al pie de la cruz con su dolor de madre, unida a Jesús; allí estaba unida al sufrimiento redentor de su Hijo; pero tendríamos que decir que allí estaba en el sufrimiento doloroso de todos sus hijos. Esos hijos que precisamente, allí desde la Cruz, Jesús le había confiado.
Allí estaba la Madre asociándose al sacrificio de Cristo. Es Cristo quien nos redimió, pero ella puso su dolor de madre junto al dolor y sufrimiento redentor de Cristo; pero podríamos decir también, ya que ella es una de los nuestros, con ella, con su dolor y sufrimiento estaba también nuestro dolor, nuestro sufrimiento. Contemplándola a ella con esa firmeza al pie de la cruz nos está enseñando a estar nosotros con firmeza y con amor también junto a la cruz, o si queremos, con nuestra cruz.
Allí estaba María ‘consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado’, nos dice el concilio. Ella estaba haciendo también una inmolación de su vida. Como dirá más adelante el mismo concilio: ‘concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas’.
Es la gran lección que tenemos que aprender. La sabiduría de la cruz es la sabiduría del amor. Vamos a poner nosotros también nuestra obediencia, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra ardiente caridad. Es el sí de la fe y es el sí del amor. Es el sí con que nosotros nos ponemos al lado de la cruz de Cristo. Pero un sí que aprendemos a decir de María. Que nos enseñe a decir Amén, cantamos en nuestra oración a María tantas veces. El Amén de María no fue sólo el de la Anunciación, sino el de toda su vida. Allá en el templo lo ofreció a Dios como hijo primogénito, pero ahora consuma esa ofrenda en el Amén que María pronuncia en la Cruz.
Es lo que hoy le hemos pedido al Señor en nuestra oración. Que nos asociemos con María a la pasión de Cristo, para que un día merezcamos participar de su resurrección. Nos asociamos a la pasión de Cristo, pero queremos tomar también todo el sufrimiento de todos los hombres para ponerlo ahí también a la sombra de la cruz. Que todo él se transforme en vida, que todo ese dolor y sufrimiento de la humanidad pueda ser camino de vida nueva para todos los hombres.
Que ese regalo que desde la cruz hoy Jesús nos hace al darnos a María como madre nosotros sepamos apreciarlo, amando cada vez más a María, aprendiendo de ella a decir Amén y copiando sus virtudes y su santidad en nuestra vida. Que María, Madre, nos proteja, nos ayude alcanzándonos la gracia del Señor y nos conduzca siempre de su mano maternal hasta Jesús.
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