Para aceptar la buena noticia de Jesús
hay que cambiar la óptica con la mirada de Dios
Jonás 3, 1-5. 10; Sal 24, 4-5ab. 6-7bc. 8-9; 1Corintios 7,
29-31; Marcos 1, 14-20
‘Jesús se marchó a
Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está
cerca el reino de Dios: convertios y creed en el Evangelio’. Jesús iba anunciando una Buena
Noticia. Ya llegó el momento; lo que hemos esperado desde los inicios del mundo
ya está aquí. Esperaban al Mesías Salvador; los profetas habían ido alentando
esa esperanza durante siglos. Ahora llega Jesús y les dice que ya es el
momento. Era una buena noticia lo que estaban escuchando y por lo que tenían
que llenarse de alegría.
Pero había que creer en esa Buena Noticia. Había que
prepararse para recibirla y aceptarla. Ya el Bautista lo había anunciado como
inminente e invitaba a prepararse. Habían ido realizando signos de purificación
y de penitencia con el bautismo que Juan realizaba allá en el desierto junto al
Jordán. Y la tarea del Bautista había acabado porque incluso lo habían
arrestado. Todas las señales se iban cumpliendo. Y Jesús comienza a recorrer
los caminos y los pueblos y aldeas de Galilea anunciando esa buena noticia: la
llegada del Reino de Dios.
Sin embargo era necesario algo para poder creer en esa
buena noticia, ese evangelio que es lo que significa. Había que cambiar la
forma de mirar las cosas. Por muchos motivos. Primero porque por muy creyentes
que fueran no siempre Dios había estado en el centro de sus vidas. Cuántas
veces se habían visto tentados por otras cosas de manera que Dios no era el
centro de sus vidas. Como nos sucede a nosotros; sí, tenemos que reconocerlo
así porque es tentación de los hombres de todos los tiempos.
Confiamos más en nosotros, en nuestras fuerzas o en
nuestros saberes que aunque decimos que ponemos toda nuestra fe en El sin
embargo no siempre es así. Pensemos, por ejemplo, ¿cuáles son nuestros sueños
de felicidad? ¿qué es lo que aspiramos
tener tantas veces para decir que así seríamos felices? Podemos pensar en el
dinero o las riquezas, podemos pensar en el poder o en las influencias, podemos
pensar en tantas vanidades de las que rodeamos y llenamos nuestra vida.
Pero creer y aceptar el Reino de Dios que llega a nuestras
vidas significará que Dios es nuestro único Rey, nuestro único Señor. El tendrá
que ser en verdad el centro de nuestra vida. Y en consecuencia todo lo que
queremos hacer o queremos vivir tendrá que pasar, por así decirlo, por la óptica
de Dios; mirar las cosas, la vida, lo que somos o lo que tenemos desde la
mirada de Dios. Es necesario, entonces como decíamos, cambiar nuestra forma de
mirar. Es lo que expresamos con la palabra conversión.
Conversión no es simplemente hacer penitencia porque
sabemos que somos pecadores. Podemos hacer penitencia, muchos sacrificios pero
tenemos el peligro de convertirlo en un rito y luego seguir pensando o viendo
las cosas de la misma manera. Conversión es dar la vuelta, mirar las cosas
desde otra óptica, desde otra perspectiva, como cuando cogemos una cosa en
nuestras manos la estamos mirando por un lado, pero le damos la vuelta y vemos
que por el otro lado es distinta.
Por otra parte, se habían hecho una idea muy concreta
de lo que iba a ser el Mesías que iba a venir porque lo veían como un caudillo
guerrero que les iba a liberar de la opresión de los pueblos vecinos, en este
caso los romanos, a los que estaban sometidos. Y esa forma ver las cosas tenía
que cambiar. Les iba a costar, bien lo vemos a lo largo de la vida de Jesús con
las aspiraciones incluso de aquellos que estaban más cercanos a El que
aspiraban a primeros puestos y quienes iban a ostentar el poder después de
Jesús.
Aceptar esa buena noticia que Jesús anunciaba les iba a
costar, muchas cosas tendrían que cambiar en su mente y en su corazón, de manera
distinta habían de ver lo que era la función salvadora de Jesús, del Mesías;
por eso, incluso, Jesús casi no quiere que se emplee esa palabra; cuando lo
llegan a descubrir les prohíbe hablar de eso para que no hubiera malas
interpretaciones. Ya vemos cómo querían hacerlo rey cuando les multiplicó los
panes milagrosamente allá en el descampado.
Y cuidado que esa puede ser una visión que nosotros
tenemos también que cambiar, algo de lo que convertirnos; en la mirada que
hacemos de la Iglesia; en las interpretaciones que hacemos de lo sagrado y de
lo religioso; en la lectura que hagamos incluso de los acontecimientos y de la
misma Biblia. Muchos ejemplos podríamos poner. Es la visión de un guerrero que
se da de Moisés, por ejemplo, en una reciente película sobre el Éxodo. Es la
visión que tiene el mundo de lo sagrado, de lo religioso y hasta del sentido
cristiano.
Es lo que nos está pidiendo hoy la Palabra de Dios; no
nos podemos quedar en comentar lo que Jesús le pedía a las gentes de su tiempo;
tenemos que escuchar que es lo que nos dice hoy a nosotros; para aceptar la
buena noticia de Jesús hay que cambiar la óptica con la mirada de Dios.
¿Seremos capaces? ¿Tendremos la humildad de las gentes de Nínive de convertir
de verdad nuestro corazón al Señor para que sea en verdad el centro de nuestra
vida? Vemos ya en el relato del evangelio a unos primeros discípulos que le
dicen sí a Jesús, aquellos pescadores a los que llama a seguirle. ¡Qué
generosidad y que disponibilidad!
Acojamos de verdad esa Buena Noticia. Jesús llega a
nuestra vida concreta con su salvación. Necesitamos acoger con esperanza, una
esperanza que pone alegría en el corazón, esa buena noticia de Jesús.