Hagamos de nuestra vida una ofrenda de amor unidos a Jesús y así quedaremos en verdad santificados
Hebreos
10,1-10; Sal
39,2.4ab.7-8a.10.11; Marcos
3,31-35
‘Y conforme a esa
voluntad todos quedamos santificados por la oblación de cuerpo de Jesucristo,
hecha una vez para siempre’.
No son los sacrificios de cosas materiales o terrenas los que nos santifican.
La salvación la tenemos en Cristo Jesús. El se entregó por nosotros, ofreció su
vida, derramó su Sangre, hizo la oblación de amor de su vida entregada en todo
a hacer la voluntad del Padre; en El encontramos la redención, la salvación, la
santificación.
El autor sagrado de la carta a los Hebreos nos hace,
por así decirlo, una comparación entre los sacrificios y holocaustos de la
antigua ley, de la Antigua Alianza, y la ofrenda de la Nueva Alianza que es la
Sangre de Cristo. Con aquellos sacrificios ofrecíamos los hombres una ofrenda
de nuestras cosas, pero Cristo viene a enseñarnos que la verdadera ofrenda es
la que hacemos de nuestra voluntad, de nuestra vida. Nos puede ser fácil
ofrecer cosas, porque a la larga nos desprendemos de eso, de cosas que por muy
valiosas que sean para nosotros son siempre ajenas a nosotros; lo que en verdad
cuesta es ofrecer nuestra voluntad, nuestro yo, hacer ofrenda de nuestra vida.
‘Cuando Cristo entró
en el mundo dijo: Tú no quiere sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado
un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo
que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’. Como diría Jesús en Getsemaní ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’.
Como nos diría en otro lugar, su alimento era hacer la voluntad del Padre.
Eso no es fácil; el hombre quiere su autonomía, hacer
su voluntad, que nadie que tenga que decir lo que tengo que hacer. Llegar a
hacer esa ofrenda de mi voluntad, no es fácil; ponerme en la manos de Dios,
hacer lo que el Señor quiere y no simplemente mis deseos es costoso; decirlo es
fácil, nos podemos hacer bonitas reflexiones y hermosos propósitos, pero que
luego eso se haga vida, realidad en mi vida, negándome a mi yo, a mi deseo, es
más costoso, es verdadera ofrenda. Es lo que viene a enseñarnos Jesús. Es lo
que podremos hacer si nos dejamos conducir por la fuerza de su Espíritu. ‘En
tus manos, Padre, pongo mi espíritu’, en tus manos pongo mi vida,
diría Jesús en la Cruz.
Y los que queremos hacer por encima de todo la voluntad
del Padre cumpliendo los mandamientos del Señor
somos en verdad la familia de Jesús. Es lo que hemos escuchado en el
Evangelio hoy. Vienen a decirle que allí están su madre y sus hermanos. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ se
pregunta Jesús. ‘Estos son mi madre y mis
hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y
mi madre’.
Danos, Señor, la fuerza de tu Espíritu para que sepamos
aceptar siempre lo que es la voluntad del Padre; quiero hacer de mi vida una
ofrenda de amor. Nos unimos a Jesús, nos unimos a su ofrenda de amor y así
quedaremos en verdad santificados.
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