Hagamos el esfuerzo de ponernos con toda sinceridad ante Jesús y escuchar como si fuera la primera vez esta parábola
Hebreos
10,11-18; Sal
109,1.2.3.4; Marcos
4,1-20
‘Jesús se puso a
enseñar junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una
barca… les enseñó mucho rato en parábolas’. Así nos dice hoy el evangelista. Mucha gente venía a
ver a Jesús, a escucharle. Y Jesús les enseña en parábolas. Imágenes o
comparaciones con las que se ayuda Jesús para que comprendan lo que es el Reino
de Dios; imágenes y comparaciones para hacer reflexionar.
Mucha gente venia a Jesús. Como nos hemos preguntado
muchas veces, ¿a qué venían? ¿Qué buscaban? ¿Qué es lo que traían dentro de sí
cuando llegaban hasta Jesús y Jesús les enseñaba? ¿Cómo venimos nosotros hasta
Jesús? ¿Qué traemos también en nuestro interior?
Con la parábola que Jesús les propone del sembrador que
sale a sembrar su semilla, pero semilla que cae en diversas tierras y serán
distintos, entonces, también los frutos Jesús quiere hacernos pensar en cómo
escuchamos a Jesús. Porque podemos venir y no escuchar. O escuchamos lo que nos
interesa. Habrá cosas que nos llamen la atención y cosas a las que no hacemos
caso. De una forma o de otra nos pasa muchas veces.
Entre aquellas gentes muchos podrían venir por
curiosidad, porque habían oído hablar de aquel nuevo predicador, de aquel nuevo
profeta que había surgido; o vendrían algunos desde sus intereses, porque le traían
a sus enfermos para que los curasen o ellos mismos venían con sus dolores y enfermedades
esperando el milagro por parte de Jesús. Muchos quizá venían y querían prestar
atención a sus palabras, porque quizá despertasen alguna sorpresa en su
interior, pero quizá en su interior pesaba mucho lo que era su vida de siempre,
sus costumbres y rutinas y emprender un
cambio y una transformación era algo que exigía más. A muchos quizá no les
convencía demasiado aquello nuevo que enseñaba Jesús, aquellas actitudes nuevas
que había que tener, y se quedaban en la distancia a ver por donde terminaba
todo. En muchos sí que se despertaba la esperanza de algo nuevo que estaban
esperando y deseando y entonces trataban de llevarlo a su vida porque sentían
que algo nuevo estaba comenzando.
Son los diferentes tipos de tierras preparadas o no de
las que habla Jesús; la tierra dura y pisoteada del camino donde no podría
penetrar la semilla que o se llevaba el viento o se la comían los pájaros;
sería la tierra llena de malezas, de abrojos o de piedras donde era difícil
echar raíz o si nacía la nueva plata pronto iba a ser como engullida por las
malas hierbas, o podría ser la tierra buena, dispuesta, labrada, abonada para
que la semilla pudiera germinar y dar fruto.
Pero no miramos solo aquellas gentes que aquel día en
la orilla del lago de Tiberíades escuchaban a Jesús. Pensamos en nosotros, los
que tantas veces hemos escuchado esta parábola y quizá nos hemos hecho buenos
propósitos, que pronto quizá hemos olvidado; nosotros que cuando empezamos a
escucharla ya decimos que nos la sabemos pero de ahí no pasamos; a nosotros que
quizá nos sentimos interpelados pero nos cuesta arrancarnos de esas malas
hierbas que hemos dejado brotar en nuestra vida y al final seguiremos como
estábamos; a nosotros, a mi mismo, que cuando escucho la parábola antes que
pensar en mi mismo tengo la tentación de pensar en los demás a ver como la
explico o qué consecuencias puedo sacar para los demás, pero poco pienso en mi
mismo.
¿Por qué no hacemos el esfuerzo de ponernos con toda
sinceridad ante Jesús y escuchar como si fuera la primera vez esta parábola
para plantar la semilla de esta Palabra en nuestra propia vida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario