Atravesamos los mares de la vida haciendo camino y a pesar de las tormentas seguros de la presencia de Jesús con nosotros
2Samuel 12,1-7a.10-17; Sal 50;
Marcos 4,35-41
Se suele decir que la vida es un camino, un camino que vamos
recorriendo con nuestra existencia día a día en búsqueda de nuestro desarrollo
personal, trazándonos metas que queremos alcanzar, buscando también el
desarrollo armónico de ese mundo en el que vivimos; camino en el que nos
salimos de nosotros mismos para ir al encuentro con el otro con lo que es mi
vida, pero aceptando y acogiendo su vida con lo que mutuamente nos
enriquecemos; en camino que los creyentes vivimos llenos de trascendencia
porque sabemos que no nos quedamos en lo que cada día ahora vivimos sino que
esa plenitud que deseamos solo la podemos encontrar en Dios.
Un camino que desearíamos que siempre estuviera lleno de luz, pero que
sabemos que nos vamos a encontrar muchas sombras y oscuridades en su
desarrollo; nos aparecerán tormentas de todo tipo en nosotros mismos porque aunque
siempre aspiramos a lo mejor sin embargo en muchas ocasiones confundidos no
escogemos lo mejor y eso nos traerá siempre consecuencias; tormentas en los
problemas que la misma vida nos da porque algunas veces se hace dificultoso ese
encuentro con los otros o con esa sociedad en la que vivimos; y no digamos
cuando nos atenaza el dolor o el sufrimiento ya sea físico en nuestras
enfermedades, o ya sea algo más profundo al constatar quizá nuestras propias
limitaciones.
Es un camino que como creyentes que somos sabemos que no lo hacemos
solos. Al crearnos Dios nos ha puesto en ese camino de la vida, pero con fe
podemos sentir su presencia. Jesús, con su mensaje de salvación quiere también
ponernos en camino, ‘id…’ nos dice y nos confía una misión en ese mundo
global en el que vivimos. ‘Vamos a la otra orilla… y tal como estaban
subieron a la barca para atravesar el lago’, nos dice hoy el evangelio.
Allí estaba con ellos, y es bien significativo que se durmió allá en
un rincón de aquella barca. Y surgió la tormenta. ‘Se levantó un fuerte
huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua’. Y los
discípulos estaban asustados, tenían miedo a pesar de tantas veces que habían
atravesado el lago y también quizá en medio de tormentas. Ahora les parecía
sentirse solos porque Jesús dormía y no se despertaba a pesar de lo fuerte de
la tormenta.
Les parecía sentirse solos. Como
nos sucede muchas veces a nosotros cuando tenemos que enfrentarnos a esas
tormentas o a esas oscuridades de la vida que antes mencionábamos. Nos parece
ir a la deriva y que no hay norte que nos guíe o nos libere de esa fortaleza
que nos tienta y pone a prueba nuestra fe.
Por fin despertaron a Jesús. ‘¿No
te importa que nos hundamos?’ poco
menos que le reclaman. Es el grito de la angustia. ‘¿Por qué sois tan
cobardes? ¿Aún no tenéis fe?’ ¿Por qué somos tan cobardes? ¿Dónde hemos
puesto nuestra fe? Tendríamos que ser nosotros los que reflexionáramos y nos preguntáramos
por nuestra fe. Allí está Jesús, aquí está Jesús que con El sabemos seguros que
tendremos la victoria.
Despertemos nuestra fe porque somos nosotros los que nos dormimos y
muchas veces nos olvidamos de nuestra fe.
Aunque nos parezca que Dios no nos oye, El está ahí siempre a nuestro
lado. Es nuestra fortaleza. Es la Roca segura de nuestra salvación. Con El
siempre tendremos la luz que venza la oscuridad aunque las tinieblas quisieran
vencer la luz.
Sigamos haciendo el camino seguros de la presencia del Señor,
conscientes de cual es nuestra tarea y cual nuestra meta, sin temor a la
oscuridad porque nunca nos faltará su luz. Busquemos esa plenitud de nuestra
vida que ahora nos vaya enriqueciendo y vaya enriqueciendo ese mundo que nos
rodea haciéndolo mejor.