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lunes, 25 de enero de 2016

Preguntemos también nosotros como Saulo ‘¿qué quieres que haga, Señor?’

Preguntemos también nosotros como Saulo ‘¿qué quieres que haga, Señor?’

 Hechos de los Apóstoles 22,3-16; Sal. 116; Marcos 16,15-18

‘¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues?... ¿Quién eres, Señor?... Yo soy Jesús, a quien tu persigues... ¿Qué debo hacer, Señor?’ Es el diálogo que se desarrolló en el camino de Damasco. Y Saulo cayó. No es solo el hecho de que rodara por tierra en aquel momento ante el impacto de la visión. Saulo se cayó de su orgullo y de su prepotencia, de su fatalismo y de su violencia. Saulo se transformó con la experiencia del encuentro con Jesús.
Es lo que hoy recordamos y celebramos. En su fanatismo religioso se había dedicado a destruir cuanto no fueran sus ideas. Por eso perseguía a los cristianos. Por eso iba ahora a Damasco con cartas de los sumos sacerdotes que le autorizaban para coger a todos los que creyeran en el nombre  de Jesús y llevarlos presos a Jerusalén. Saulo se había formado sólidamente en la fe judía a los pies de su maestra Gamaliel. Se había hecho del partido de fariseos su fanatismo no tenía limites. Había sido incluso testigo de la muerte de Esteban encargándose de guardar los mantos de aquellos que le apedreaban, porque aun era muy joven. Pero todo aquello había ido haciendo mella en su corazón que se iba endureciendo más y más.
No contaba con las maravillas de la gracia divina, pues pensaba quizá que todo había de hacerlo por si mismo y no por las fuerza de las convicciones sino por la fuerza de la violencia. Ahora se iba a encontrar con otro Maestro, el Maestro que venía a su encuentro aunque él lo persiguiera, el Maestro que iba a trastocar todos sus planes violentos y le iba a enseñar que toda aquella energía de su corazón había de dedicarla a algo mejor. El que hasta entonces perseguía a los cristianos iba a convertirse en apóstol de los gentiles para traerlos a la fe, pero a la fe de Jesús.
Era, aunque él no lo sabía o lo había interpretado de manera equivocada, un elegido del Señor, un instrumento de salvación para muchos como le manifestara el Señor en la visión a Ananías. Se acabarían los recelos contra Saulo porque se había encontrado con el Señor y su vida iba a ser distinta. Al final de aquel encuentro había llegado a decir ‘¿qué quieres que haga, Señor?’ y se había dejado conducir por el Señor.
Como un ciego al que llevan de la mano fue al encuentro de la luz verdadera porque las otras luces lo habían cegado. Todos los gestos e imágenes de este relato son verdaderos signos para nosotros, que tenemos que aprender a dejarnos conducir por el Señor porque mientras no estemos con El andaremos también como ciegos por los caminos de la vida subidos sobre los caballos de nuestra soberbia que también nos hace violentos tantas veces e intolerantes.
Creo que es el mensaje sencillo pero capaz de transformar nuestro corazón que podemos recibir hoy en esta fiesta en que recordamos y celebramos la conversión de san Pablo. El Señor le dio otra oportunidad a Saulo para rehacer su vida y Saulo fue capaz de hacerlo. El Señor sigue dándonos oportunidades a nosotros; seamos capaces de dejarnos conducir por el Espíritu del Señor y reconozcamos cuantas maravillas realiza en nosotros.
Preguntemos también nosotros como Saulo ‘¿qué quieres que haga, Señor?’

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