Preguntemos también nosotros como
Saulo ‘¿qué quieres que haga, Señor?’
Hechos
de los Apóstoles 22,3-16; Sal. 116; Marcos 16,15-18
‘¡Saulo, Saulo! ¿por
qué me persigues?... ¿Quién eres, Señor?... Yo soy Jesús, a quien tu persigues...
¿Qué debo hacer, Señor?’
Es el diálogo que se desarrolló en el camino de Damasco. Y Saulo cayó. No es
solo el hecho de que rodara por tierra en aquel momento ante el impacto de la
visión. Saulo se cayó de su orgullo y de su prepotencia, de su fatalismo y de
su violencia. Saulo se transformó con la experiencia del encuentro con Jesús.
Es lo que hoy recordamos y celebramos. En su fanatismo
religioso se había dedicado a destruir cuanto no fueran sus ideas. Por eso
perseguía a los cristianos. Por eso iba ahora a Damasco con cartas de los sumos
sacerdotes que le autorizaban para coger a todos los que creyeran en el
nombre de Jesús y llevarlos presos a
Jerusalén. Saulo se había formado sólidamente en la fe judía a los pies de su
maestra Gamaliel. Se había hecho del partido de fariseos su fanatismo no tenía
limites. Había sido incluso testigo de la muerte de Esteban encargándose de
guardar los mantos de aquellos que le apedreaban, porque aun era muy joven.
Pero todo aquello había ido haciendo mella en su corazón que se iba
endureciendo más y más.
No contaba con las maravillas de la gracia divina, pues
pensaba quizá que todo había de hacerlo por si mismo y no por las fuerza de las
convicciones sino por la fuerza de la violencia. Ahora se iba a encontrar con
otro Maestro, el Maestro que venía a su encuentro aunque él lo persiguiera, el
Maestro que iba a trastocar todos sus planes violentos y le iba a enseñar que
toda aquella energía de su corazón había de dedicarla a algo mejor. El que
hasta entonces perseguía a los cristianos iba a convertirse en apóstol de los
gentiles para traerlos a la fe, pero a la fe de Jesús.
Era, aunque él no lo sabía o lo había interpretado de
manera equivocada, un elegido del Señor, un instrumento de salvación para
muchos como le manifestara el Señor en la visión a Ananías. Se acabarían los
recelos contra Saulo porque se había encontrado con el Señor y su vida iba a
ser distinta. Al final de aquel encuentro había llegado a decir ‘¿qué quieres que haga, Señor?’ y se había
dejado conducir por el Señor.
Como un ciego al que llevan de la mano fue al encuentro
de la luz verdadera porque las otras luces lo habían cegado. Todos los gestos e
imágenes de este relato son verdaderos signos para nosotros, que tenemos que
aprender a dejarnos conducir por el Señor porque mientras no estemos con El
andaremos también como ciegos por los caminos de la vida subidos sobre los
caballos de nuestra soberbia que también nos hace violentos tantas veces e
intolerantes.
Creo que es el mensaje sencillo pero capaz de
transformar nuestro corazón que podemos recibir hoy en esta fiesta en que
recordamos y celebramos la conversión de san Pablo. El Señor le dio otra
oportunidad a Saulo para rehacer su vida y Saulo fue capaz de hacerlo. El Señor
sigue dándonos oportunidades a nosotros; seamos capaces de dejarnos conducir
por el Espíritu del Señor y reconozcamos cuantas maravillas realiza en
nosotros.
Preguntemos también nosotros como Saulo ‘¿qué quieres que haga, Señor?’
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