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sábado, 17 de mayo de 2014

El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores

El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores

Hechos, 13, 44-52; Sal. 97; Jn. 14, 7-14

 Ayer decíamos que las palabras de Jesús en la última cena que vamos escuchando no solo tienen aires de despedida, sino también de anuncio de una nueva presencia de Jesús junto a nosotros. No solo nos decía que iba a prepararnos sitio para que donde estuviera El estuviéramos nosotros también, sino que además nos aseguraba su presencia permanente junto a nosotros si vivimos unidos a El en el amor y en la gracia divina. Importante esa unión que por la fe podemos y tenemos que vivir con Cristo. Aunque aun no nos ha hablado de su Espíritu, lo escucharemos más adelante, ya se vislumbra por las palabras de Jesús esa unión mística y profunda que podemos vivir con El por la fuerza de su Espíritu.


Sigue hablándonos Jesús del Padre al que podemos conocer si lo conocemos a El. ‘Quien me ha visto a mi ha visto al Padre’, nos dice.  Y así como el Padre y El son uno - ya lo hemos escuchado en otros momentos - y las obras que realiza Jesús son las obras del Padre, así si nosotros permanecemos unidos a El podemos realizar también sus obras. Será la misión que nos confía. ‘Os lo aseguro, nos dice, el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores’.


Como decimos es la misión que nos confía. Es la tarea de la Iglesia y es la tarea de todo cristiano. ¿Cuáles son las obras que Jesús realiza? Las obras del amor. ‘Pasó haciendo el bien’. Así lo contemplamos en el Evangelio. Si nos unimos a Cristo nos estaremos llenando de su amor; si por la fe vivimos la vida de Cristo nos estamos haciendo uno con El y tendríamos que decir que habrían de brotar las obras del amor de nosotros casi de forma espontánea, porque es Cristo que está actuando en nosotros.


Pasar haciendo el bien, no es simplemente vivir como todos viven o hacer las cosas que todos hacen; es mucho más, porque es el amor el que va guiando nuestra vida y cuando hay amor de verdad en nosotros no podemos ser de ninguna manera insensibles a las necesidades o al sufrimiento de los que están a nuestro lado. Es lo que vemos hacer a Jesús, y curaba a los enfermos, y despertaba esperanza en los corazones de los que lo rodean, y los invitaba a vivir en una vida nueva en un estilo nuevo. Es lo que nuestra vida llena de amor tendría que ir provocando en aquellos que están a nuestro lado.


Lo contemplamos en tantos a nuestro alrededor que viven entregados por los demás, en tantos que siempre están en una actitud de servicio, en tantos que comparten lo que son y lo que tienen con los que están a su lado. Es lo que contemplamos en las obras de la Iglesia a través de tantos servicios como se van realizando en medio de nuestro mundo; es lo que contemplamos en los diferentes carismas que van surgiendo en tantas personas que se han consagrado al Señor pero para vivir al servicio de los demás, de los enfermos, de los ancianos, de los pobres, de tantas y tantas obras que múltiples congregaciones religiosas, múltiples grupos de inspiración cristiana van realizando al servicio de la comunidad.


Pero nos dice algo más hoy el Señor. Por una parte la necesidad de la oración de lo que todos hemos de estar convencidos, porque no podremos realizar la obra de Cristo sin la oración, sin nuestra unión con Cristo por la oración para  alcanzar la gracia del Señor que nos dé fortaleza; pero es también la seguridad que nos da el Señor que cuando oramos en su nombre siempre vamos a ser escuchados y se realizará todo lo bueno que deseamos y tendremos siempre la ayuda y la gracia del Señor.


‘Yo me voy al Padre, nos dice; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si pedís algo en mi nombre, yo lo haré’. Cómo siempre tenemos que hacer nuestra oración en el nombre de Jesús. Fijémonos como es la oración de la liturgia de la Iglesia ‘por Jesucristo, nuestro Señor’.


viernes, 16 de mayo de 2014

Volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros



Volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros

Hechos, 13m 26-33; Sal. 2; Jn. 14, 1-6
‘Volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino’. Palabras de despedida pero de anuncio de un nuevo encuentro. Un nuevo encuentro, si cabe, que será más intenso, más vivo, de otra forma. Sabemos que estas palabras de Jesús fueron pronunciadas durante la última cena; palabras que iremos escuchando y teniendo la oportunidad de meditar en los próximos días que nos resten del tiempo pascual.
Los que se aman tienden a estar juntos, a sentirse profundamente unidos. Aquí es Jesús el que quiere que estemos con El y nos dice que tiene sitio para nosotros y nos señala el camino que ya tendríamos que conocer para estar con El. Quiere Jesús que vivamos profundamente unidos a El y que nunca nos separemos de El; ya iremos viendo cuánto nos dice en este sentido.
Pero es que nosotros si lo amamos y lo amamos de verdad sentimos también ese deseo en nuestro corazón; temeremos perderlo, que no podamos estar con El aunque confundidos algunas veces parezca que no sepamos cómo hacerlo. La fe que tenemos en Jesús nos lleva al amor; nuestra fe no puede ser algo frío meramente racional; en nuestra fe en Jesús ponemos todo nuestro ser y nuestro deseo tendría que ser vivir su misma vida; aunque, repito, en ocasiones andamos confundidos o hay cosas que tenemos el peligro que nos aparten de Jesús.
Hoy nos invita Jesús a una gran confianza en El; que pongamos toda nuestra confianza para que nada nos separe de El. ‘No perdáis la calma, nos dice; creed en Dios y creed también en mí’. Estas palabras suenan en todo su sentido en el marco que fueron dichas en los momentos previos al inicio de su pasión. El prendimiento de Jesús y su posterior pasión y muerte sería un gran escándalo para los discípulos; ya nos dice que a la hora del prendimiento en Getsemaní ‘todos lo abandonaron y huyeron’. Por eso Jesús les previene, van a venir momentos difíciles, pero no perdáis la calma, seguid manteniendo viva nuestra fe. Algunas veces es  difícil.
Sí, algunas veces nos es difícil; cuando en la vida nos aparecen los problemas que nos cercan y parece que casi no nos dejan respirar; cuando vienen los momentos del rechazo o de la persecución como han ido pasando los cristianos a lo largo de todos los siglos; cuando las tentaciones nos acosan y sentimos la tentación al abandono, al dejarse llevar por el ambiente, o nos vemos atormentados en medio de las dificultades o incomprensiones de los que nos rodean.
Pero Jesús nos dice también a nosotros: ‘No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí’, porque Jesús nos asegura su presencia que nos llena de fortaleza, porque nos está pidiendo que vivamos profundamente unidos a El, porque tenemos que vivir con toda intensidad el amor que le tenemos para que deseemos no separarnos nunca de El. Promete que no nos dejará solos, que estará con nosotros, que parece que se va, pero lo que hace es prepararnos sitio y vendrá a buscarnos para que estemos para siempre unidos a El.
Cuando los discípulos le preguntan por el camino, ya hemos visto lo que ha respondido: ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre sino por mí’. Es Jesús  nuestro camino y nuestra verdad; es Jesús nuestra vida y nuestra salvación; es Jesús el único que nos lleva hasta el Padre para vivir esa profunda unión con El; hemos escuchado estos días que El es la puerta y quien entre por El encontrará la salvación. Solo con Cristo y por Cristo alcanzamos la vida y la salvación. Más adelante nos dirá que tenemos que estar unidos a El como el sarmiento a la vid para que no se seque sino para que pueda dar fruto. Ya lo escucharemos.
Viene el Señor a nuestra vida y nos lleva con El; dejémonos conducir por su Espíritu para que vivamos para siempre la vida de Dios.

jueves, 15 de mayo de 2014

Por nuestro amor y santidad tenemos que ser imagen de Jesús, imagen y signo del amor de Dios

Por nuestro amor y santidad tenemos que ser imagen de Jesús, imagen y signo del amor de Dios

Hechos, 13, 13-25; Sal. 88; Jn. 13, 16-20
‘El que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado’. De la misma manera que Jesús es la manifestación del amor del Padre y quien ve a Jesús, como ya hemos venido reflexionando, ve al Padre, así también Jesús quiere hacerse presente en medio del mundo a través de quienes creemos en El.  De la misma manera que Jesús es imagen de Dios invisible, quienes creemos en Jesús por nuestra fe y por nuestro amor tenemos que ser imagen de Jesús, imagen y signo de ese amor de Dios.
Por una parte esto nos hace pensar en cómo recibimos y acogemos a sus enviados, a quienes en nombre de Jesús están en medio de nosotros para hacernos llegar la gracia de Dios, su Palabra y su salvación; la comunidad cristiana ha de ser valorar desde la fe a aquellos a quienes el Señor ha llamado de manera especial y ha puesto en medio de la comunidad, como pastores del pueblo de Dios, como servidores de esa comunidad para trasmitirnos la Palabra de Dios, para hacernos llegar la gracia de Dios a través de los sacramentos y para ayudarnos a vivir esa salvación de Dios que Cristo nos ofrece en su Iglesia.
Hace unos días reflexionábamos con aquella frase del Santo Cura de Ars que nos decía que ‘un buen pastor, según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, a una comunidad eclesial, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina’. Con esos ojos de fe hemos de saber contemplar a los sacerdotes y a todos los pastores que en nombre de Jesús nos ayudan a hacer ese camino de la fe y de la caridad que es nuestra vida cristiana. Como nos dice hoy Jesús, ‘quien recibe a mi enviado, me recibe a mi, y el que me recibe a mi, recibe a quien me ha enviado’.
Eso nos lleva también a ver cómo la comunidad cristiana acompaña con su aprecio y sobre todo con su oración a los pastores. Solo con la fuerza y la gracia del Señor podemos desarrollar la misión que el Señor nos ha encomendado; solo con la fuerza y la gracia del Señor podemos ser santos en nuestra vida para ejercer dignamente nuestro ministerio. Y a eso tenemos que ayudar a nuestros pastores con nuestro apoyo y nuestra oración.
Pero decíamos también, por otra parte, que hemos de reflexionar cómo nosotros hacemos presente a Jesús en medio de nuestro mundo a través de la santidad de nuestra vida, a través de las obras del  amor, a través del testimonio cristiano. Esto nos obliga a todos a pensar en la santidad que hemos de manifestar con nuestra vida; una santidad que vivimos con la gracia del Señor, pero que hemos de vivir en el espíritu de humildad y en nuestra capacidad de servicio. Tenemos, y eso es tarea de todos los cristianos,  que ser testigos de Jesús en medio de nuestro mundo, porque la santidad de nuestra vida ha de ser un signo para los demás de esa santidad de Dios a la que todos hemos de aspirar.
Nos decía Jesús: ‘Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado más que el que lo envía’. Y añadía: ‘puesto que sabéis esto,  dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’. ¿Qué nos quiere decir? Hablábamos ya de la humildad y del espíritu de servicio. Si queremos ser santos, lejos de nosotros la prepotencia y el orgullo de creernos mejores o superiores; no podemos hacer otra cosa sino imitar al Señor.
Este texto que estamos meditando forma parte de las palabras de Jesús con sus discípulos en la última cena. ¿Recordáis cómo comenzó aquella llamada última cena del Señor? Despojándose Jesús de su manto y tomando agua y una toalla para lavarle pies a cada uno de sus discípulos. El Señor y el Maestro postrado a los pies de los discípulos; ya nos había dicho que sería el más grande el que se hiciera el último y el servidor de todos. Y nos decía que nosotros habríamos de hacer lo mismo.
La Palabra del Señor que cada día vamos escuchando, si la acogemos con verdadera fe en nuestro corazón, nos irá dando esas pautas que hemos de seguir para vivir nuestro seguimiento de Jesús y todo lo que es nuestra vida cristiana. Dichosos nosotros que podemos cada día escuchar esa Palabra de Señor que nos ilumina, que nos llena de gracia y que nos impulsa a una mayor santidad en nuestra vida. Es una riqueza grande la que llega cada día a nuestra vida. Aprovechémosla.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Muéstranos a cuál de los dos has elegido para este servicio apostólico



Muéstranos a cuál de los dos has elegido para este servicio apostólico

Hechos, 1, 15-17.20-26; Sal. 112; Jn. 15, 9-17
 A través del año en diferentes momentos vamos celebrando las fiestas de los Apóstoles. Ahora en medio del tiempo pascual, cuando estamos en la espera de Pentecostés ya cercano celebramos en medio del mes de mayo la fiesta del apóstol san Matías en la concordancia de haber sido elegido para formar parte del número de los Doce cuando los apóstoles estaban reunidos en la espera también de Pentecostés.
Cuando vamos celebrando la fiesta de los distintos apóstoles nos fijamos habitualmente en algo en lo que se haga mención de ellos en los evangelios; otras veces destacamos quizá su relevancia especial como puedan ser los apóstoles más conocidos o de los que conozcamos su lugar de apostolado después del envío de Jesús en la Ascensión y de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés. Quizá de algunos, en este sentido, poco podríamos destacar, pero siempre está el aspecto de haber sido elegidos por el Señor para formar parte del grupo de los Doce y ser los enviados al mundo entero a predicar el evangelio.
De san Matías, a quien hoy estamos celebrando, solo tenemos noticias del momento de su elección tal como la escuchamos en el relato de los Hechos de los Apóstoles. Matías, regalo de Dios que es el significado de este nombre, fue elegido para sustituir a Judas Iscariote, que fue el traidor. Pero fijémonos en algunos aspectos que se resaltan a la hora de su elección.
Pedro, asumiendo el papel que le había confiado el Señor cuando le dio el primado entre los Doce es el que habla y convoca al resto de los apóstoles y discípulos para su elección. Recuerda las Escrituras que lo habían anunciado y que ahora les inspira y les impulsa a la elección. Han de elegir un testigo de Jesús. Esa es la característica principal; se resalta que tiene que haber sido testigo de la resurrección del Señor, pero también ser de los que estaban siguiendo a Jesús desde el principio desde los tiempos y la predicación del Bautista hasta el momento de la Ascensión. Como hace notar alguno de los santos padres de la Iglesia antigua, Matías formaría parte quizá del grupo de los setenta y dos discípulos que fueron enviados de dos en dos a predicar el Reino delante de Jesús.
Van ellos ahora a elegir entres dos propuestas que se presentan por el método de las suertes, que era una forma repetida en la antigüedad y en el Antiguo Testamento. Pero son conscientes de que es el Señor el que elige. Por eso oran antes de la elección pidiendo al Señor que les señale quien es el elegido del Señor. ‘Muéstranos a cual de los dos has elegido para que, en este servicio apostólico, ocupe el puesto que dejó Judas al marcharse al suyo propio’.
No es una elección que hacemos los hombres, es la elección, la vocación, la llamada que hace el Señor. Es algo que hemos de tener claro. Cualquiera que vaya a ejercer un ministerio en la Iglesia no lo hace por sí mismo, por su gusto o por su saber o poder; está lo que llamamos vocación, aunque no siempre ahondemos todo lo que tendríamos que hacerlo en el sentido de la palabra vocación. Es una llamada, una elección del Señor; llamada y elección que podemos sentir en nuestro corazón de diferentes maneras y que luego la Iglesia ha de discernir y confirmar; pero es el Señor el que elige.
En este sentido hemos escuchado en el evangelio. ‘Ya no os llamo siervos, os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure’.
Estamos en la cercanía de la Jornada de las Vocaciones y bien nos viene recordar todo esto que nos manifiesta hoy la Palabra de Dios y el testimonio que podemos contemplar en san Matías, el regalo del Señor, que es su nombre, pero a quien regaló el Señor cuando lo eligió y lo llevó a formar parte del grupo de los Doce.

martes, 13 de mayo de 2014

También nos preguntamos en nuestro interior quién es Jesús para crecer cada día más en nuestra fe



También nos preguntamos en nuestro interior quién es Jesús para crecer cada día más en nuestra fe

Hechos, 11, 19-26; Sal. 86; Jn. 10, 22-30
‘¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo abiertamente’. Es la pregunta insistente que se hacen los judíos y que le hacen continuamente a Jesús. El evangelio de Juan de alguna manera está tejido sobre esta pregunta. ‘Tú,  ¿quién eres?’ De una forma o de otra es una pregunta que se repite y el evangelio de Juan tiene como finalidad dar respuesta a esta pregunta. No en vano el evangelio es como una catequesis con la que el evangelista trata de trasmitir el mensaje de Jesús. En el final del evangelio se nos dirá: ‘Todas estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que creyendo tengáis en El la vida eterna’.
La primera vez que se hace esta pregunta es a Juan el Bautista, ‘tú, ¿quién eres?’, le preguntan los enviados desde Jerusalén. Pero luego a lo largo del evangelio de una forma u otra se repite esta pregunta en relación a Jesús. ¿Será o no será el Mesías?
Las  mismas afirmaciones que algunos personajes como Nicodemo, que dice que tiene que ser un hombre que viene de Dios y Dios está con él para hacer las obras que hace, o la samaritana que le reconocerá como el profeta que va a dar o está dando respuesta a las preguntas más hondas que ella misma se hace, son una forma de manifestar cómo esa pregunta está en el interior de cada uno. Como lo está también en nuestro interior, porque en fin de cuentas queremos manifestar de forma clara nuestra fe que es respondernos también a quién es Jesús y quien es Jesús para nosotros.
Ahora la preguntan a Jesús que les ha hablado de que es el Buen Pastor al que hay que seguir, que se manifieste claramente. Jesús les dice que las obras que hacen están dando testimonio y lo que es necesario es tener fe, creer, para reconocerle, escucharle y seguirle. ‘Os lo he dicho y  no creéis’, les dice. Cuando cerramos los ojos y el corazón al misterio de la fe, difícil nos será reconocer el misterio de Dios que se nos manifiesta. Hemos de saber asombrarnos ante las maravillas que se realizan ante nuestros ojos, pero algunas veces nos acostumbramos y entramos en rutinas y frialdades, nos entra la indiferencia y la desconfianza y no podremos llegar a reconocer ese misterio de Dios que llega a nuestra vida.
Hoy en la vida queremos darnos explicaciones para todo o con la ciencia creemos que todo está explicado, no somos capaces de asombrarnos ante el misterio o nos creemos tan grandes y tan sabios que no queremos calibrar bien todo lo que es la inmensidad del misterio de Dios, y perdemos también un sentido de trascendencia porque lo reducimos todo a lo material y terreno; lo que hace referencia a lo espiritual y religioso lo relegamos a un segundo término y eso nos hace perder la autentica profundidad de nuestro ser y de todas esas ansias de perfección y eternidad que llevamos impresas en el alma. Perdemos el sentido de la fe.
Les costaba a los judíos reconocer a Jesús y reconocer el testimonio de las obras que hacía. ‘Os lo he dicho y no creéis: las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí…’ A los creen y le siguen, Jesús les da la vida eterna. Como recordábamos que se nos dice el final del evangelio ‘para que creyendo tengáis en El la vida eterna’.  Si creemos Jesús, como el Hijo de Dios y nuestro Salvador, tenemos la seguridad de que El Señor estará para siempre con nosotros, de nuestra parte; en Jesús alcanzamos la salvación;  en Jesús alcanzamos la vida eterna. ‘No perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano’, nos dice Jesús.
Por eso es tan importante que cultivemos y cuidemos mucho nuestra fe. Siempre hemos de estar en el deseo de que crezca más y más, la vivamos con más intensidad, tratemos de conocer con mayor profundidad la vida de Jesús para así llenarnos más de su vida. No podemos decir que ya nos lo sabemos todo. Eso sería orgullo y un camino que está expresando bien que crecemos en ignorancia. Si con fe y con humildad nos acercamos al Evangelio, invocamos al Espíritu Santo para que nos ilumine por dentro seguro que iremos descubriendo cada vez más cosas, sentiremos cómo el Señor nos habla en nuestro interior y se nos va revelando más y más en nuestro corazón. Y podremos sentir ese gozo de la fe, ese gozo de sentirnos cada día más cerca de Dios y más llenos de su gracia y de su amor.

lunes, 12 de mayo de 2014

El Buen Pastor no solo nos da vida porque nos alimenta sino que da su vida por nosotros

El Buen Pastor no solo nos da vida porque nos alimenta sino que da su vida por nosotros

Hechos, 11, 1-18; Sal. 41; Jn. 10, 1-18
Jesús es el Buen Pastor que no solo nos da vida sino que además da su vida por nosotros. Cuando reflexionábamos en lo que hacia el pastor por sus ovejas decíamos cómo un buen pastor busca los mejores pastos que alimenten a sus ovejas, las cuida y las conduce lejos de todo peligro, las busca y las llama y las ovejas escuchan su voz porque lo conocen, pero hoy podemos dar un paso más, no solo da vida porque las alimenta sino que es capaz de dar su vida.
Era hermoso y bien significativo como al ir al aprisco a buscar a sus ovejas, no salta por encima de la tapia como el ladrón y bandido que viene a robar a las ovejas, sino que entra por la puerta porque al buen pastor y dueño de las ovejas el guarda lo conoce y le abre. La imagen hay que entenderla en todo su contexto y contenido. Se guardaban en un mismo aprisco o redil ovejas de distintos pastores, pero a la hora de sacarlas a pastorear cada pastor sacaba y llevaba sus ovejas. El las conoce y las ovejas le conocen a él; él es capaz de llamarlas por su nombre y las ovejas reconocen su voz, el camina delante de ellas y le siguen; a un extraño no lo seguirán sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
¿Reconoceremos la voz de Jesús y seremos capaces de seguirle o quizá confundidos nos vamos tras la voz de los extraños? Es un peligro y tentación que tenemos; no escuchamos la voz de Jesús y queremos escuchar otras voces; no queremos reconocer y hacer nuestro el mensaje de Jesús y nos dejamos seducir por mensajes extraños y bien ajenos a nuestro sentido cristiano. Cuántas cosas así nos pueden suceder.
Cualquier tipo de doctrina y enseñanza nos la tragamos con toda facilidad dejándonos seducir por la novedad, porque viene de aquí o viene de allá, porque es lo que ahora se lleva, o porque nos lo quieren presentar como las grandes verdades en los medios de comunicación. Nos dejamos convencer por el que llega a nuestra puerta hablándonos de otro sentido de la religión y no hemos estudiado a fondo lo que es nuestra verdadera fe católica y el mensaje del evangelio; no acudimos a la Iglesia ni a cuantas cosas la Iglesia nos ofrece para formarnos debidamente en nuestra fe y nos vamos tras aquellos que nos invitan a tal o cual reunión donde nos van a presentar la fe verdadera según ellos.
Pero Jesús está ahí, nos busca, nos llama, nos atrae con su gracia, quiere en verdad alimentar nuestra vida, nos conduce a las fuentes del agua viva de la gracia. Como nos día ‘yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante’.
Pero no se queda ahí porque nos dirá: ‘Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas… yo conozco a las mías y yo doy mi vida por las ovejas’. Nos dice que no es como el asalariado que venir al lobo y huye, porque al asalariado no le importan las ovejas. Nosotros sí importamos para Cristo. Hasta tal punto que da su vida por nosotros.  Y bien lo sabemos.
Quiere Jesús atraernos a todos; quiere que formemos un solo y único rebaño. Y para eso llama y busca también a las ovejas que no son de su redil. Cristo Jesús ha venido para reconciliar a todos los seres y para poner en paz todas las cosas. El lo que quiere es que seamos un solo rebaño bajo el cayado de un solo pastor. Y para eso El da la vida por nosotros  y así se nos manifiesta todo lo que es el amor de Dios.

Es una lástima que después de todo lo que Jesús hace por nosotros hasta dar su vida, nosotros andemos divididos; es una lástima que teniendo una misma fe en Cristo Jesús que es nuestro único y autentico salvador nosotros andemos divididos y bajo el mismo nombre de cristianos luego pongamos adjetivos que nos diferencien y  nos distancien, que rompan esa unidad querida por Cristo. Nos tendría que hacer pensar mucho. Nos tendría que hacer rezar mucho también. Aquí está todo el tema de la unidad de todas las Iglesias que es tan sangrante.

domingo, 11 de mayo de 2014

Un buen pastor es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una comunidad eclesial



Un buen pastor es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una comunidad eclesial

Hechos, 2, 14.36-41; Sal.22; 1Ped. 2, 20-25; Jn. 10, 1-10
‘El Señor es mi pastor, nada me falta… en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas  y repara mis fuerzas…’ Así hemos rezado en el salmo en este domingo que se le suele conocer como el domingo del Buen Pastor.
Un buen pastor cuida de sus ovejas; un buen pastor busca los mejores pastos; un buen pastor procurará que no le falte el agua para beber sus ovejas; un buen pastor se preocupa de buscar a la oveja descarriada o perdida y curar a la herida o que está enferma. Hoy todo eso lo vemos como en imagen para referirnos a Cristo, nuestro Buen Pastor.
¿Qué es lo que vemos en el evangelio? ¿Cómo podemos contemplar a Jesús como Buen Pastor de nuestra vida? Aparte de lo que hemos escuchado en los textos del día de hoy podemos recordar otros momentos. Cuando las multitudes acuden a Jesús queriendo escuchar su Palabra o llevarle a sus enfermos con sus dolencias, caminando hasta los lugares más apartados porque tienen deseos de estar con Jesús, dirá el evangelista que sintió lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles con calma y al final multiplicará los panes para que nadie se quede sin comer.
Pero por otra parte cuando es prendido en el huerto, los discípulos que quedan y están allí llenos de miedo ante lo que se avecina, ‘todos le abandonaron y huyeron’, contarán los evangelios, pero ya antes Jesús había recordado el anuncio profético de ‘heriré al pastor y se dispersarán sus ovejas’.
No quiere Jesús que nos perdamos, que vayamos errantes de un lugar para otro sin saber donde encontrar el alimento que necesita nuestra vida. Estará siempre dispuesto a alimentarnos para que tengamos vida y vida en abundancia y El mismo será nuestro alimento y nuestra vida porque se hará Pan de vida para que le comamos y para que podamos tener vida para siempre.
¿No podemos recordarle también como el que va al encuentro de aquel enfermo a quien nadie mira ni atiende como el paralítico de la piscina o el ciego de nacimiento de la calle, o también ofreciéndose a ir allí donde hay alguien que sufre ya sea el criado del centurión o la hija de Jairo?
Cuando nos ve heridos o descarriados siempre querrá estar atrayéndonos hacia El, manifestará la sed que tiene de nosotros, pero nos manifestará sobre todo lo que es el amor del padre que nos espera, que nos regala con su amor y su perdón y además hace un banquete para celebrar nuestra vuelta.
Y es que más alegría habrá en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse, y entonces nos hablará del pastor que va a buscar a la oveja perdida, mientras deja a las otras noventa y nueve a buen recaudo para que no se pierdan volviendo con la oveja perdida sobre los hombres e invitando a sus amigos a la fiesta porque ha encontrado la oveja pedida, o también de  la mujer que barre y revuelve toda la casa para encontrar la moneda que se le había extraviado.
Es el que nos conoce allá en lo más hondo de nuestro corazón porque nada podemos ocultar a su amor y por eso siempre tiene la paciencia de esperarnos, de llamarnos, de buscarnos, pero también de revelarnos todo lo que es su amor y su vida para que como El nos conoce también nosotros lo conozcamos. Por eso hoy nos dice ‘y las ovejas atienden a su voz, y El las va llamando por el nombre a sus ovejas… camina delante de ellas, y las ovejas le siguen porque conocen su voz…’
Jesús es nuestro Buen Pastor, pero ¿nosotros  reconoceremos su voz y le seguimos? No nos basta decir que El es nuestro Buen Pastor si luego nosotros no lo escuchamos y lo seguimos; no nos basta decir que es nuestro Buen Pastor si luego nosotros no nos dejamos alimentar por su vida. Pensemos cuanta gracia derrama el Señor sobre nuestra vida buscándonos y llamándonos, pero cómo tantas veces nos hacemos oídos sordos a esas llamadas del Señor. Cuántas veces no queremos aceptar su Palabra, su enseñanza y rechazamos su gracia porque los caminos que seguimos no son precisamente los caminos que nos señala el Señor.
Hoy nos dice también que El es la puerta, la única puerta por la que podemos entrar para alcanzar la salvación; la única puerta donde vamos a ir y encontrar la fuente del agua viva de la gracia que nos santifica; la única puerta por la que podemos acercarnos para escuchar su Palabra, una Palabra que nos llena de vida, que nos santifica, que nos conduce por los verdaderos caminos que nos conducen a Dios. ‘Yo soy la puerta; quien entra por mí se salvará y podrá entrar y salir y encontrará pastos’, nos dice el Señor.
Pero Jesús además ha querido dejarnos también a quienes en su nombre sean pastores del pueblo de Dios para que realicen ese mismo actuar de Cristo. Escogió a los Doce apóstoles a los que enviará por el mundo con su misma misión, pero sigue llamando a los que El quiere que continúen con la misma misión. Son los pastores del pueblo de Dios que en nombre de Cristo siguen anunciándonos la Palabra del Señor y siguen conduciéndonos a la fuente de la gracia divina que nos sane, que nos llene de  vida, que nos alcance la salvación.
Hoy es un buen momento para que todos reconozcamos y oremos por aquellos que realizan esa misión pastoral dentro de la Iglesia en nombre de Cristo Buen Pastor. Es una tarea grande que el Señor ha querido confiar a personas como nosotros, a los que llama de manera especial, con una vocación especial, instrumentos de barro con las mismas debilidades que los demás cristianos pero que han de asemejarse a Cristo Buen Pastor para realizar su misión. Y aquí toda la comunidad eclesial ha de estar al lado de sus pastores, valorando la misión que de Cristo han recibido, pero orando por ellos para que no les falte nunca la gracia del Señor para realizar su misión de la manera más santa posible.
Por eso hoy es también día de oración por las vocaciones. La mies es abundante, pero los obreros son pocos, nos decía Jesús en el Evangelio cuando aquellas multitudes se acercaban a El para escucharle. Orad al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies, nos decía Jesús. Es lo que siempre hemos de hacer, pero que de manera especial hacemos en este domingo, pidiendo al Señor que sean muchos los llamados al sacerdocio, a consagrarse en la vida religiosa en sus diferentes carismas por el Reino de Dios, o a los distintos ministerios en tantos campos de apostolado que tenemos ante nosotros.
Oramos para que haya buenos pastores para el pueblo de Dios según el corazón de Cristo. Como decía el santo Cura de Ars, ‘un buen pastor, según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, a una comunidad eclesial, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina’.
Que así elevemos siempre nuestra oración al Señor para que conceda esos tesoros a la Iglesia con abundantes vocaciones; pero así hemos de elevar también nuestra oración al Señor pidiendo por nuestros pastores, por los sacerdotes, por los religiosos y religiosas, por los misioneros, por todos los que realizan una función pastoral dentro de la Iglesia; que se manifieste así la misericordia del Señor. Cristo, Buen Pastor, nunca nos abandona.