También nos preguntamos en nuestro interior quién es Jesús para crecer cada día más en nuestra fe
Hechos, 11, 19-26; Sal. 86; Jn. 10, 22-30
‘¿Hasta cuándo nos vas
a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo abiertamente’. Es la pregunta insistente que se
hacen los judíos y que le hacen continuamente a Jesús. El evangelio de Juan de
alguna manera está tejido sobre esta pregunta. ‘Tú, ¿quién eres?’ De una
forma o de otra es una pregunta que se repite y el evangelio de Juan tiene como
finalidad dar respuesta a esta pregunta. No en vano el evangelio es como una
catequesis con la que el evangelista trata de trasmitir el mensaje de Jesús. En
el final del evangelio se nos dirá: ‘Todas
estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de
Dios; y para que creyendo tengáis en El la vida eterna’.
La primera vez que se hace esta pregunta es a Juan el
Bautista, ‘tú, ¿quién eres?’, le
preguntan los enviados desde Jerusalén. Pero luego a lo largo del evangelio de
una forma u otra se repite esta pregunta en relación a Jesús. ¿Será o no será
el Mesías?
Las mismas
afirmaciones que algunos personajes como Nicodemo, que dice que tiene que ser
un hombre que viene de Dios y Dios está con él para hacer las obras que hace, o
la samaritana que le reconocerá como el profeta que va a dar o está dando
respuesta a las preguntas más hondas que ella misma se hace, son una forma de
manifestar cómo esa pregunta está en el interior de cada uno. Como lo está
también en nuestro interior, porque en fin de cuentas queremos manifestar de
forma clara nuestra fe que es respondernos también a quién es Jesús y quien es
Jesús para nosotros.
Ahora la preguntan a Jesús que les ha hablado de que es
el Buen Pastor al que hay que seguir, que se manifieste claramente. Jesús les
dice que las obras que hacen están dando testimonio y lo que es necesario es
tener fe, creer, para reconocerle, escucharle y seguirle. ‘Os lo he dicho y no creéis’,
les dice. Cuando cerramos los ojos y el corazón al misterio de la fe, difícil
nos será reconocer el misterio de Dios que se nos manifiesta. Hemos de saber
asombrarnos ante las maravillas que se realizan ante nuestros ojos, pero
algunas veces nos acostumbramos y entramos en rutinas y frialdades, nos entra
la indiferencia y la desconfianza y no podremos llegar a reconocer ese misterio
de Dios que llega a nuestra vida.
Hoy en la vida queremos darnos explicaciones para todo
o con la ciencia creemos que todo está explicado, no somos capaces de
asombrarnos ante el misterio o nos creemos tan grandes y tan sabios que no
queremos calibrar bien todo lo que es la inmensidad del misterio de Dios, y
perdemos también un sentido de trascendencia porque lo reducimos todo a lo
material y terreno; lo que hace referencia a lo espiritual y religioso lo
relegamos a un segundo término y eso nos hace perder la autentica profundidad
de nuestro ser y de todas esas ansias de perfección y eternidad que llevamos
impresas en el alma. Perdemos el sentido de la fe.
Les costaba a los judíos reconocer a Jesús y reconocer
el testimonio de las obras que hacía. ‘Os
lo he dicho y no creéis: las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan
testimonio de mí…’ A los creen y le siguen, Jesús les da la vida eterna.
Como recordábamos que se nos dice el final del evangelio ‘para que creyendo tengáis en El la vida eterna’. Si creemos Jesús, como el Hijo de Dios y
nuestro Salvador, tenemos la seguridad de que El Señor estará para siempre con
nosotros, de nuestra parte; en Jesús alcanzamos la salvación; en Jesús alcanzamos la vida eterna. ‘No perecerán para siempre y nadie las
arrebatará de mi mano’, nos dice Jesús.
Por eso es tan importante que cultivemos y cuidemos
mucho nuestra fe. Siempre hemos de estar en el deseo de que crezca más y más,
la vivamos con más intensidad, tratemos de conocer con mayor profundidad la
vida de Jesús para así llenarnos más de su vida. No podemos decir que ya nos lo
sabemos todo. Eso sería orgullo y un camino que está expresando bien que
crecemos en ignorancia. Si con fe y con humildad nos acercamos al Evangelio,
invocamos al Espíritu Santo para que nos ilumine por dentro seguro que iremos
descubriendo cada vez más cosas, sentiremos cómo el Señor nos habla en nuestro
interior y se nos va revelando más y más en nuestro corazón. Y podremos sentir
ese gozo de la fe, ese gozo de sentirnos cada día más cerca de Dios y más
llenos de su gracia y de su amor.
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