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jueves, 15 de mayo de 2014

Por nuestro amor y santidad tenemos que ser imagen de Jesús, imagen y signo del amor de Dios

Por nuestro amor y santidad tenemos que ser imagen de Jesús, imagen y signo del amor de Dios

Hechos, 13, 13-25; Sal. 88; Jn. 13, 16-20
‘El que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado’. De la misma manera que Jesús es la manifestación del amor del Padre y quien ve a Jesús, como ya hemos venido reflexionando, ve al Padre, así también Jesús quiere hacerse presente en medio del mundo a través de quienes creemos en El.  De la misma manera que Jesús es imagen de Dios invisible, quienes creemos en Jesús por nuestra fe y por nuestro amor tenemos que ser imagen de Jesús, imagen y signo de ese amor de Dios.
Por una parte esto nos hace pensar en cómo recibimos y acogemos a sus enviados, a quienes en nombre de Jesús están en medio de nosotros para hacernos llegar la gracia de Dios, su Palabra y su salvación; la comunidad cristiana ha de ser valorar desde la fe a aquellos a quienes el Señor ha llamado de manera especial y ha puesto en medio de la comunidad, como pastores del pueblo de Dios, como servidores de esa comunidad para trasmitirnos la Palabra de Dios, para hacernos llegar la gracia de Dios a través de los sacramentos y para ayudarnos a vivir esa salvación de Dios que Cristo nos ofrece en su Iglesia.
Hace unos días reflexionábamos con aquella frase del Santo Cura de Ars que nos decía que ‘un buen pastor, según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, a una comunidad eclesial, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina’. Con esos ojos de fe hemos de saber contemplar a los sacerdotes y a todos los pastores que en nombre de Jesús nos ayudan a hacer ese camino de la fe y de la caridad que es nuestra vida cristiana. Como nos dice hoy Jesús, ‘quien recibe a mi enviado, me recibe a mi, y el que me recibe a mi, recibe a quien me ha enviado’.
Eso nos lleva también a ver cómo la comunidad cristiana acompaña con su aprecio y sobre todo con su oración a los pastores. Solo con la fuerza y la gracia del Señor podemos desarrollar la misión que el Señor nos ha encomendado; solo con la fuerza y la gracia del Señor podemos ser santos en nuestra vida para ejercer dignamente nuestro ministerio. Y a eso tenemos que ayudar a nuestros pastores con nuestro apoyo y nuestra oración.
Pero decíamos también, por otra parte, que hemos de reflexionar cómo nosotros hacemos presente a Jesús en medio de nuestro mundo a través de la santidad de nuestra vida, a través de las obras del  amor, a través del testimonio cristiano. Esto nos obliga a todos a pensar en la santidad que hemos de manifestar con nuestra vida; una santidad que vivimos con la gracia del Señor, pero que hemos de vivir en el espíritu de humildad y en nuestra capacidad de servicio. Tenemos, y eso es tarea de todos los cristianos,  que ser testigos de Jesús en medio de nuestro mundo, porque la santidad de nuestra vida ha de ser un signo para los demás de esa santidad de Dios a la que todos hemos de aspirar.
Nos decía Jesús: ‘Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado más que el que lo envía’. Y añadía: ‘puesto que sabéis esto,  dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’. ¿Qué nos quiere decir? Hablábamos ya de la humildad y del espíritu de servicio. Si queremos ser santos, lejos de nosotros la prepotencia y el orgullo de creernos mejores o superiores; no podemos hacer otra cosa sino imitar al Señor.
Este texto que estamos meditando forma parte de las palabras de Jesús con sus discípulos en la última cena. ¿Recordáis cómo comenzó aquella llamada última cena del Señor? Despojándose Jesús de su manto y tomando agua y una toalla para lavarle pies a cada uno de sus discípulos. El Señor y el Maestro postrado a los pies de los discípulos; ya nos había dicho que sería el más grande el que se hiciera el último y el servidor de todos. Y nos decía que nosotros habríamos de hacer lo mismo.
La Palabra del Señor que cada día vamos escuchando, si la acogemos con verdadera fe en nuestro corazón, nos irá dando esas pautas que hemos de seguir para vivir nuestro seguimiento de Jesús y todo lo que es nuestra vida cristiana. Dichosos nosotros que podemos cada día escuchar esa Palabra de Señor que nos ilumina, que nos llena de gracia y que nos impulsa a una mayor santidad en nuestra vida. Es una riqueza grande la que llega cada día a nuestra vida. Aprovechémosla.

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