Por nuestro amor y santidad tenemos que ser imagen de Jesús, imagen y signo del amor de Dios
Hechos, 13, 13-25; Sal. 88; Jn. 13, 16-20
‘El que recibe a mi
enviado, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado’. De la misma manera que Jesús es la
manifestación del amor del Padre y quien ve a Jesús, como ya hemos venido
reflexionando, ve al Padre, así también Jesús quiere hacerse presente en medio
del mundo a través de quienes creemos en El.
De la misma manera que Jesús es imagen de Dios invisible, quienes
creemos en Jesús por nuestra fe y por nuestro amor tenemos que ser imagen de
Jesús, imagen y signo de ese amor de Dios.
Por una parte esto nos hace pensar en cómo recibimos y
acogemos a sus enviados, a quienes en nombre de Jesús están en medio de
nosotros para hacernos llegar la gracia de Dios, su Palabra y su salvación; la
comunidad cristiana ha de ser valorar desde la fe a aquellos a quienes el Señor
ha llamado de manera especial y ha puesto en medio de la comunidad, como pastores
del pueblo de Dios, como servidores de esa comunidad para trasmitirnos la
Palabra de Dios, para hacernos llegar la gracia de Dios a través de los
sacramentos y para ayudarnos a vivir esa salvación de Dios que Cristo nos
ofrece en su Iglesia.
Hace unos días reflexionábamos con aquella frase del
Santo Cura de Ars que nos decía que ‘un
buen pastor, según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios
puede conceder a una parroquia, a una comunidad eclesial, y uno de los dones
más preciosos de la misericordia divina’. Con esos ojos de fe hemos de
saber contemplar a los sacerdotes y a todos los pastores que en nombre de Jesús
nos ayudan a hacer ese camino de la fe y de la caridad que es nuestra vida
cristiana. Como nos dice hoy Jesús, ‘quien
recibe a mi enviado, me recibe a mi, y el que me recibe a mi, recibe a quien me
ha enviado’.
Eso nos lleva también a ver cómo la comunidad cristiana
acompaña con su aprecio y sobre todo con su oración a los pastores. Solo con la
fuerza y la gracia del Señor podemos desarrollar la misión que el Señor nos ha
encomendado; solo con la fuerza y la gracia del Señor podemos ser santos en
nuestra vida para ejercer dignamente nuestro ministerio. Y a eso tenemos que
ayudar a nuestros pastores con nuestro apoyo y nuestra oración.
Pero decíamos también, por otra parte, que hemos de
reflexionar cómo nosotros hacemos presente a Jesús en medio de nuestro mundo a
través de la santidad de nuestra vida, a través de las obras del amor, a través del testimonio cristiano. Esto
nos obliga a todos a pensar en la santidad que hemos de manifestar con nuestra
vida; una santidad que vivimos con la gracia del Señor, pero que hemos de vivir
en el espíritu de humildad y en nuestra capacidad de servicio. Tenemos, y eso
es tarea de todos los cristianos, que
ser testigos de Jesús en medio de nuestro mundo, porque la santidad de nuestra
vida ha de ser un signo para los demás de esa santidad de Dios a la que todos
hemos de aspirar.
Nos decía Jesús: ‘Os
aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado más que el que lo
envía’. Y añadía: ‘puesto que sabéis
esto, dichosos vosotros si lo ponéis en
práctica’. ¿Qué nos quiere decir? Hablábamos ya de la humildad y del
espíritu de servicio. Si queremos ser santos, lejos de nosotros la prepotencia
y el orgullo de creernos mejores o superiores; no podemos hacer otra cosa sino
imitar al Señor.
Este texto que estamos meditando forma parte de las
palabras de Jesús con sus discípulos en la última cena. ¿Recordáis cómo comenzó
aquella llamada última cena del Señor? Despojándose Jesús de su manto y tomando
agua y una toalla para lavarle pies a cada uno de sus discípulos. El Señor y el
Maestro postrado a los pies de los discípulos; ya nos había dicho que sería el
más grande el que se hiciera el último y el servidor de todos. Y nos decía que
nosotros habríamos de hacer lo mismo.
La Palabra del Señor que cada día vamos escuchando, si
la acogemos con verdadera fe en nuestro corazón, nos irá dando esas pautas que
hemos de seguir para vivir nuestro seguimiento de Jesús y todo lo que es
nuestra vida cristiana. Dichosos nosotros que podemos cada día escuchar esa
Palabra de Señor que nos ilumina, que nos llena de gracia y que nos impulsa a
una mayor santidad en nuestra vida. Es una riqueza grande la que llega cada día
a nuestra vida. Aprovechémosla.
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