Un buen pastor es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una comunidad eclesial
Hechos, 2,
14.36-41; Sal.22; 1Ped. 2, 20-25; Jn. 10, 1-10
‘El Señor es mi pastor, nada me falta… en verdes
praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…’
Así hemos rezado en el salmo en este domingo que se le suele conocer como el
domingo del Buen Pastor.
Un buen
pastor cuida de sus ovejas; un buen pastor busca los mejores pastos; un buen
pastor procurará que no le falte el agua para beber sus ovejas; un buen pastor
se preocupa de buscar a la oveja descarriada o perdida y curar a la herida o
que está enferma. Hoy todo eso lo vemos como en imagen para referirnos a
Cristo, nuestro Buen Pastor.
¿Qué es lo
que vemos en el evangelio? ¿Cómo podemos contemplar a Jesús como Buen Pastor de
nuestra vida? Aparte de lo que hemos escuchado en los textos del día de hoy
podemos recordar otros momentos. Cuando las multitudes acuden a Jesús queriendo
escuchar su Palabra o llevarle a sus enfermos con sus dolencias, caminando
hasta los lugares más apartados porque tienen deseos de estar con Jesús, dirá
el evangelista que sintió lástima de ellos porque andaban como ovejas sin
pastor y se puso a enseñarles con calma y al final multiplicará los panes para
que nadie se quede sin comer.
Pero por
otra parte cuando es prendido en el huerto, los discípulos que quedan y están
allí llenos de miedo ante lo que se avecina, ‘todos le abandonaron y huyeron’, contarán los evangelios, pero ya
antes Jesús había recordado el anuncio profético de ‘heriré al pastor y se dispersarán sus ovejas’.
No quiere
Jesús que nos perdamos, que vayamos errantes de un lugar para otro sin saber
donde encontrar el alimento que necesita nuestra vida. Estará siempre dispuesto
a alimentarnos para que tengamos vida y vida en abundancia y El mismo será
nuestro alimento y nuestra vida porque se hará Pan de vida para que le comamos
y para que podamos tener vida para siempre.
¿No
podemos recordarle también como el que va al encuentro de aquel enfermo a quien
nadie mira ni atiende como el paralítico de la piscina o el ciego de nacimiento
de la calle, o también ofreciéndose a ir allí donde hay alguien que sufre ya
sea el criado del centurión o la hija de Jairo?
Cuando nos
ve heridos o descarriados siempre querrá estar atrayéndonos hacia El,
manifestará la sed que tiene de nosotros, pero nos manifestará sobre todo lo
que es el amor del padre que nos espera, que nos regala con su amor y su perdón
y además hace un banquete para celebrar nuestra vuelta.
Y es que
más alegría habrá en el cielo por un solo pecador que se convierta que por
noventa y nueve justos que no necesitan convertirse, y entonces nos hablará del
pastor que va a buscar a la oveja perdida, mientras deja a las otras noventa y
nueve a buen recaudo para que no se pierdan volviendo con la oveja perdida
sobre los hombres e invitando a sus amigos a la fiesta porque ha encontrado la
oveja pedida, o también de la mujer que
barre y revuelve toda la casa para encontrar la moneda que se le había
extraviado.
Es el que
nos conoce allá en lo más hondo de nuestro corazón porque nada podemos ocultar
a su amor y por eso siempre tiene la paciencia de esperarnos, de llamarnos, de
buscarnos, pero también de revelarnos todo lo que es su amor y su vida para que
como El nos conoce también nosotros lo conozcamos. Por eso hoy nos dice ‘y las ovejas atienden a su voz, y El las va
llamando por el nombre a sus ovejas… camina delante de ellas, y las ovejas le
siguen porque conocen su voz…’
Jesús es
nuestro Buen Pastor, pero ¿nosotros
reconoceremos su voz y le seguimos? No nos basta decir que El es nuestro
Buen Pastor si luego nosotros no lo escuchamos y lo seguimos; no nos basta
decir que es nuestro Buen Pastor si luego nosotros no nos dejamos alimentar por
su vida. Pensemos cuanta gracia derrama el Señor sobre nuestra vida buscándonos
y llamándonos, pero cómo tantas veces nos hacemos oídos sordos a esas llamadas
del Señor. Cuántas veces no queremos aceptar su Palabra, su enseñanza y
rechazamos su gracia porque los caminos que seguimos no son precisamente los
caminos que nos señala el Señor.
Hoy nos
dice también que El es la puerta, la única puerta por la que podemos entrar
para alcanzar la salvación; la única puerta donde vamos a ir y encontrar la
fuente del agua viva de la gracia que nos santifica; la única puerta por la que
podemos acercarnos para escuchar su Palabra, una Palabra que nos llena de vida,
que nos santifica, que nos conduce por los verdaderos caminos que nos conducen
a Dios. ‘Yo soy la puerta; quien entra
por mí se salvará y podrá entrar y salir y encontrará pastos’, nos dice el
Señor.
Pero Jesús
además ha querido dejarnos también a quienes en su nombre sean pastores del
pueblo de Dios para que realicen ese mismo actuar de Cristo. Escogió a los Doce
apóstoles a los que enviará por el mundo con su misma misión, pero sigue
llamando a los que El quiere que continúen con la misma misión. Son los
pastores del pueblo de Dios que en nombre de Cristo siguen anunciándonos la
Palabra del Señor y siguen conduciéndonos a la fuente de la gracia divina que
nos sane, que nos llene de vida, que nos
alcance la salvación.
Hoy es un
buen momento para que todos reconozcamos y oremos por aquellos que realizan esa
misión pastoral dentro de la Iglesia en nombre de Cristo Buen Pastor. Es una
tarea grande que el Señor ha querido confiar a personas como nosotros, a los
que llama de manera especial, con una vocación especial, instrumentos de barro
con las mismas debilidades que los demás cristianos pero que han de asemejarse
a Cristo Buen Pastor para realizar su misión. Y aquí toda la comunidad eclesial
ha de estar al lado de sus pastores, valorando la misión que de Cristo han
recibido, pero orando por ellos para que no les falte nunca la gracia del Señor
para realizar su misión de la manera más santa posible.
Por eso
hoy es también día de oración por las vocaciones. La mies es abundante, pero
los obreros son pocos, nos decía Jesús en el Evangelio cuando aquellas
multitudes se acercaban a El para escucharle. Orad al dueño de la mies para que
envíe obreros a su mies, nos decía Jesús. Es lo que siempre hemos de hacer,
pero que de manera especial hacemos en este domingo, pidiendo al Señor que sean
muchos los llamados al sacerdocio, a consagrarse en la vida religiosa en sus
diferentes carismas por el Reino de Dios, o a los distintos ministerios en
tantos campos de apostolado que tenemos ante nosotros.
Oramos
para que haya buenos pastores para el pueblo de Dios según el corazón de
Cristo. Como decía el santo Cura de Ars, ‘un
buen pastor, según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios
puede conceder a una parroquia, a una comunidad eclesial, y uno de los dones
más preciosos de la misericordia divina’.
Que así
elevemos siempre nuestra oración al Señor para que conceda esos tesoros a la
Iglesia con abundantes vocaciones; pero así hemos de elevar también nuestra
oración al Señor pidiendo por nuestros pastores, por los sacerdotes, por los
religiosos y religiosas, por los misioneros, por todos los que realizan una
función pastoral dentro de la Iglesia; que se manifieste así la misericordia
del Señor. Cristo, Buen Pastor, nunca nos abandona.
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