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sábado, 29 de septiembre de 2012


Con los ángeles y arcángeles cantamos sin cesar el himno de tu gloria

Apoc. 12, 7-12; Sal. 137; Jn. 1, 47-51
‘Con los ángeles y con los arcángeles, y con todos los coros celestiales cantamos sin cesar el himno de tu gloria’, proclamamos en el prefacio de la plegaria eucarística. Nos unimos así al cántico de gloria celestial como repetimos en el salmo ‘delante de los ángeles tañeré para ti, Señor’.
Así queremos hacerlo mientras aún vamos peregrinos por este mundo, con la esperanza de que un día en el cielo, con los ángeles, con los arcángeles, con todos los coros celestiales, con todos podamos cantar y proclamar eternamente la gloria del Señor. Hoy lo hacemos, podríamos decir con una intensidad especial, cuando estamos celebrando la fiesta de los santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
A través de lo que se nos va revelando en la Biblia contemplamos esos diversos coros angélicos que cantan la alabanza del Señor eternamente en el cielo pero que tienen como diversos ministerios o funciones en la relación que establecen con los hombres, como protectores especiales de los hombres y como poderosos ejecutores de las órdenes del Señor. Lo hemos expresado en la oración litúrgica: ‘con admirable sabiduría distribuyes los ministerios de los ángeles y de los hombres’. Por eso pedíamos también que ‘nuestra vida esté siempre protegida en la tierra por aquellos que te asisten continuamente en el cielo’.
Los arcángeles que hoy celebramos son especiales mensajeros del cielo en relación con la historia de nuestra salvación. Al arcángel san Miguel lo hemos contemplado en el Apocalipsis como en ángel vencedor contra el maligno, Lucifer que era ángel de la luz como su nombre indica, que se había rebelado con sus ángeles contra Dios. ‘¿Quién como Dios?’ es el grito y nombre del arcángel y viene a ser signo de esa victoria sobre el maligno. ‘Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios y el mando de su Mesías’, que es el grito de victoria que se escucha en el cielo.
Gabriel es el mensajero divino que, primero a Zacarías para el anuncio de Juan y luego a María para anunciarle la Buena Nueva del nacimiento del Hijo del Altísimo, nos viene a anunciar el inicio ya de la plenitud de los tiempos que nos traería la salvación a todos los hombres. ‘Yo soy Gabriel, le dice a Zacarías, que estoy en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablarte y darte esta Buena Noticia’.
Al arcángel san Rafael lo contemplamos en el libro de Tobías como compañero, protector y defensor en el camino del joven Tobías que va en búsqueda también de luz y salud para los ojos apagados de su padre ciego. Por eso lo consideramos también como imagen de la medicina de Dios que nos alcanza la salud y la  salvación. O como dice el mismo Rafael su misión era también ser quien presentara ante el trono de Dios las oraciones humildes y confiadas que surgían del corazón lleno de fe y amor de Tobías. ‘Yo presentaba el memorial de vuestra oración delante de la gloria del Señor’, les dice el arcángel cuando se les da a conocer. ‘Soy Rafael, uno de los siete ángeles que asisten al Señor y pueden contemplar su gloria’, les dice.
En ese sentido van las oraciones de la liturgia de este día. Ya hacíamos referencia a la primera de las oraciones, pidiendo vernos siempre protegidos aquí en la tierra por aquellos que están contemplando la gloria del Señor. Que sintamos, sí, la protección de los ángeles para que nos veamos liberados del mal y podamos caminar caminos de santidad.
Pero pediremos también que el Señor reciba nuestras ofrendas y oraciones, con la intercesión de los santos ángeles; o como pedimos en la primera de las plegarias eucarísticas ‘que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel’. Pero también vamos a pedir finalmente que quienes nos hemos alimentado del pan celestial ‘caminemos seguros por la senda de la salvación bajo la fiel custodia de los ángeles’.
Por eso terminaremos esta reflexión diciendo con los salmos ‘Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti’; con todos los ángeles y los santos queremos cantar para siempre la gloria del Señor.

viernes, 28 de septiembre de 2012

En el silencio misterioso de la oración Dios se nos revela y nos llena de su paz y amor


Eclesiastés 3, 1-11; Sal. 143; Lc. 9, 18-22

Este texto del evangelio según san Lucas hoy proclamado recientemente lo hemos escuchado y meditado (el pasado domingo) en el evangelio de Marcos que vamos leyendo en este ciclo, además de hacer referencias a él en otros momentos de nuestra reflexión de cada día. Pero, como tantas veces hemos dicho, la Palabra de Dios es una palabra viva y que nos llena de vida en todo momento; por mucho que la reflexionemos y oremos nunca se agota el mensaje que el Señor quiere trasmitirnos para nuestra vida.

La Palabra que escuchamos tenemos que hacerla oración, porque no vamos simplemente a hacer un estudio sobre esos textos, sino que es una Palabra que el Señor nos dice y a la que nosotros hemos de dar respuesta. Es con espíritu de fe y oración cómo nos acercamos a la Palabra, y sólo así lograremos que vaya produciendo frutos de vida y salvación en nosotros. Ayer decíamos que es desde la fe como tenemos que acercarnos a Jesús para conocerle, dejándonos conducir por su Espíritu que es el que nos va a ayudar a vivir todo ese misterio de gracia que se nos revela. Así siempre en la escucha de la Palabra.

Es en ese misterioso silencio interior en el que nos adentramos en la oración donde sentiremos que la voz de Dios nos interpela al tiempo que nos hace ir penetrando en su maravilloso misterio de amor. Ahí en ese silencio interior surgirán preguntas que interrogan nuestra vida pero también iremos encontrando esa respuesta que el Espíritu divino nos va trasmitiendo.

Es el camino de la verdadera oración que tenemos que cultivar aunque muchas veces nos cueste. Nos es más fácil quedarnos en nuestras palabras que hacer ese silencio para escuchar la verdadera Palabra que Dios quiere trasmitirnos. Nos contentamos muchas veces en nuestra oración con hacer muchos rezos porque quizá tenemos muchas necesidades o queremos recordar muchas cosas, pero tendríamos que aprender a hacer ese silencio para dejar que Dios nos hable, porque el ruido de las muchas palabras quizá nos impida escucharle bien.

Le tenemos miedo quizá a ese silencio porque no sabemos qué hacer o cómo escuchar, o también porque en ese silencio, como decíamos, surgen esas preguntas hondas que nos interrogan pero que nos llevarían impulsados por el Espíritu a la auténtica verdad del misterio de Dios que al mismo tiempo nos está revelando también el verdadero misterio del hombre, el verdadero sentido del hombre.

Fijémonos en este texto que hoy se nos ha proclamado y que a mi me ha sugerido esta reflexión que ‘estando a solas Jesús en oración en presencia de sus discípulos’ es cuando surgen esas preguntas que Jesús les hace que es una forma de plantearles que se interroguen profundamente por la fe que tienen en El. ‘¿Qué dice la gente que soy yo?... y vosotros ¿quién decís que soy yo?’

Es preguntarse por su fe en Jesús. ¿En qué Jesús creen? ¿cómo es su fe en Jesús? Y aunque Pedro da una respuesta atinada, como le dice Jesús porque el Padre se lo ha revelado en su corazón, a continuación Jesús les hará profundizar más cuando les anuncie su pasión y todo el misterio pascual por el que ha de pasar. Sí, es Jesús ‘el Mesías de Dios’, como le dice Pedro, pero ese Mesías de Dios ha de padecer, ser ejecutado y resucitar, ese Mesías de Dios ha de pasar por la Pascua donde se va a revelar en plenitud quien es Jesús para nosotros y cuál la verdadera salvación que no ofrece.

Fue un momento importante para los apóstoles toda esta confidencia y revelación, aunque fue un momento difícil para ellos porque no terminaban de comprender lo que Jesús les anunciaba. Pero Jesús se les revelaba, los iba preparando para esos acontecimientos porque ellos habían de ser testigos de su pascua, de su resurrección.

Vayamos, pues, con ese espíritu de oración profunda hasta Jesús; introduzcámonos ese silencio misterioso que nos acerca a escuchar mejor a Dios. No temamos ese silencio de nuestra oración, porque escucharemos la voz de Dios en nuestro corazón que se nos revela y que nos inunda con todo su amor y su paz.

jueves, 27 de septiembre de 2012


Herodes tenía ganas de ver a Jesús, ¿tendremos nosotros deseos de conocerle también?
Eclesiastés 1, 2-11; Sal. 89; Lc. 9, 7-9

Herodes ‘tenía ganas de ver a Jesús’. Habían llegado noticias de Jesús a los oídos de Herodes. Era el Virrey de Galilea y era allí donde especialmente Jesús realizaba su actividad. Pero las noticias que le llegaban lo dejaban confundido. Unos le decían una cosa acerca de Jesús, mientras otros le hablaban de otra manera. Los comentarios que ahora se manifiestan vienen a repetir las respuestas que un día los apóstoles dieron a Jesús cuando preguntó por lo que la gente decía de él. Pero el pensar si Jesús podría ser Juan el Bautista que había vuelto a la vida dejaba más perplejo a Herodes, porque había sido él quien lo había mandado matar. Por eso no quería creer nada de lo que le decían sino que ‘tenía ganas de verlo’. 

¿Por qué quería Herodes ver a Jesús? ¿Le interesaba el mensaje que Jesús iba trasmitiendo? ¿El Reino de Dios que Jesús anunciaba le crearía mayor confusión en su mente? Su padre, Herodes el grande, precisamente cuando le dijeron los magos de Oriente que venían buscando un recién nacido rey de los judíos manifestó también deseos de ir a verlo, pero no sabemos con qué intenciones. Bueno, las intenciones se manifestaron cuando burlado por los Magos que no volvieron por Jerusalén mandó matar a todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores. 

Como nos preguntábamos ¿estaría Herodes Agripa interesando en el mensaje de Jesús? Decía que escuchaba con gusto al Bautista, pero lo había metido primero en la cárcel y luego lo había mandado matar a instigación de Herodías. ¿Cuál sería el interés por Jesús? Habrían de encontrarse en Jerusalén en medio de la pasión de Jesús y lo trataría como un loco porque Jesús no había ni querido hacer los milagros que le pedía para divertirse ni siquiera le había hablado. Jesús se había sentido libre ante Herodes a pesar de ser llevado preso y estar en peligro su vida ante los deseos y curiosidades de Herodes.  Así lo había manifestado Jesús cuando en una ocasión le dijeron que Herodes tenía deseos de conocerlo.

‘Tenía ganas de verlo’. Todo esto que hemos ido comentando brevemente sobre los deseos de Herodes de ver y conocer a Jesús o la relación que de alguna manera mantuvo con El, tendría que ayudarnos a descubrir el mensaje que el Señor hoy quiere dejarnos para nuestra vida desde esta Palabra de Dios proclamada. 

¿Tendremos nosotros también deseos de ver y conocer a Jesús? Como a todos quizá nos ha sucedido en más de una ocasión habrá aparecido en nuestra imaginación o en nuestro corazón esos deseos o sueños de haber estado allí en Palestina, en Galilea o en Jerusalén en aquellos tiempos para directamente nosotros haber conocido a Jesús. De esa manera en sueños se quedarán porque no vamos ahora a meternos en el túnel del tiempo como aparece en novelas o películas para aparecer caminando en medio de las gentes en tiempos de Jesús. 

¿No podremos, entonces, conocer a Jesús? No necesitaremos el túnel del tiempo, pero sí necesitamos avivar nuestra fe, porque sí podemos conocer a Jesús, sentirnos al lado de Jesús o sentir a Jesús en nuestra vida y en nuestro corazón. Tenemos su Palabra revelada y contenida en la Biblia en la que a partir de esos escritos inspirados por el Espíritu Santo que nos dejaron los evangelista podemos acercarnos a Jesús para no solo conocerle sino llegarle a vivir también. 

No son los evangelios para nosotros unas simples historias cual si de novelas se tratara que nos dejaran la biografía de Jesús. Es algo mucho más hondo y más hermoso, porque cuando nos estamos acercando a los Evangelio o a la Biblia toda nos estamos acercando a lo  que Dios quiere revelarnos de sí mismo. Por eso solo desde la fe tiene sentido el acercarnos a los evangelios, desde la fe y pidiendo también la asistencia del Espíritu Santo que nos vaya revelando, descubriendo allá en lo más hondo de nuestro corazón y nuestra vida, todo ese misterio de Dios. 

Queremos ver a Jesús, queremos conocer a Jesús vayamos a los Evangelios, vayamos a la Biblia toda donde El mismo se nos va a dar a conocer, se nos va a revelar y aún más querrá venir a habitar en nuestro corazón, en nuestra vida. No será conocer simplemente cosas de Jesús sino conocer a Jesús es llegar a vivir a Jesús. Con esa fe y conducidos por su Espíritu es cómo hemos de acercarnos a los evangelios.

miércoles, 26 de septiembre de 2012


Anunciando la Buena Noticia del Reino y curando por todas partes
Prov. 30, 5-9; Sal. 118; Lc. 9, 1-6

‘Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar enfermos’. Jesús había escogido entre sus discípulos a doce a quienes llamó apóstoles, ‘los enviados’. Hasta ahora había estado con ellos aprovechando toda ocasión para irles enseñando, explicándoles de manera especial. Hemos escuchado en alguna ocasión como Jesús en ocasiones intenta ir a solas con ellos. Ahora los envía. Es lo que hoy escuchamos.

‘Les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades’, nos dice el evangelista. Son una prolongación de Jesús. Van a realizar la misma obra de Jesús. ‘Les dio poder y autoridad…’ nos dice. Es la misma misión de Jesús. 

Ahora la realizarán aún estando Jesús en medio de ellos, Un día, cuando regrese al Padre, los enviará por todo el mundo. Hoy les da unas instrucciones concretas sobre la disponibilidad con que han de ir, no apoyándose en fuerzas ni cosas humanas - por eso les dice ‘no llevéis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero’, disponibilidad total, - sino sintiendo que la obra que van a realizar no es su obra sino la obra de Jesús, no es por su propio poder sino con el poder de Jesús.

‘Ellos fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes’. Anunciaban la Buena Noticia del Reino de Dios que llegaba y que había que aceptar. Realizaban los signos del amor de que ese Reino de Dios se iba realizando en medio de ellos porque el mal había de ser vencido. Esas curaciones que van realizando y para las que Jesús les ha dado poder, no es solo la liberación de unos dolores o sufrimientos o enfermedades corporales sino que son signo de lo profundo que se va realizando en nosotros cuando vamos aceptando y viviendo el Reino de Dios. 

Aceptar y creer en el Reino de Dios significa que Dios es el único Señor de nuestra vida; ninguna otra cosa u otra realidad puede ser señor nuestro. Y cuando podemos a Dios en el centro de toda nuestra vida, muchos males van siendo derrotados, porque en quien tiene en su corazón a Dios no caben ni los egoísmos ni las envidias, no cabe el que realicemos el mal o llenemos de orgullo nuestro corazón, no valen los apegos a las cosas convirtiéndolas en dioses o señores de nuestra vida, sino que viviremos liberados desde lo más profundo de nosotros mismos.

Y todo eso lo vamos realizando en lo más profundo de nosotros - es un liberarnos del pecado para vivir en la gracia, para vivir en la amistad con Jesús - pero eso vamos ayudando a realizarlo en cuantos nos rodean. Un cristiano, un seguidor de Jesús va siempre haciendo el bien, como Jesús que paso haciendo el bien; un seguidor de Jesús va repartiendo amor y haciendo que el amor sea el sentido también de la vida de los que le rodean; un seguidor de Jesús va desterrando el odio, y la ambición, y el orgullo, el pecado en una palabra. 

Un cristiano, seguidor de Jesús, va siempre enseñando con su palabra y con el testimonio de su vida que el amor es el sentido más profundo de la persona y cuando amemos de verdad iremos haciendo un mundo mejor y un mundo en el que todos vamos a ser más felices. Nos cuesta frente a tanto odio, frente a tanto desamor, frente a tantas injusticias y desigualdades que contemplamos a nuestro alrededor, pero esa tiene que ser siempre la Buena Noticia que tenemos que anunciar. 

Y lo podremos hacer porque con nosotros va el poder y la autoridad de Jesús, Nunca nos faltará su gracia. En la oración, en la escucha de la Palabra, en la celebración de los sacramentos tenemos la fuente de la gracia que necesitamos. Ahí se  nos hace presente Jesús para llenarnos de su gracia.

martes, 25 de septiembre de 2012


Los que escuchan la Palabra de Dios, y la ponen por obra serán los hijos de Dios
Prov. 21, 1-6.10-13; Sal. 118; Lc. 8, 19-21

‘Vinieron a avisarle a Jesús: fuera están tu madre y tus hermanos y quieren verte’. La familia de Jesús, María, sus parientes vienen a ver a Jesús. A alguien pudiera parecerle un rechazo la respuesta que les da Jesús. Pareciera que se desentendiera de ellos. ‘Estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios, y la ponen por obra’.

Muchas veces hemos comentado este texto y ya todos entendemos que no es un rechazo de Jesús a su madre o a sus familiares, sino que es más bien una alabanza a María. ¿Quién escuchó mejor que ella la Palabra de Dios? ¿quién la plantó con mayor efectividad en su corazón cuando en ella la Palabra se encarnó para hacerse hombre y para ser nuestra salvación?

Para nosotros es modelo de acogida de la Palabra de Dios. Cuando viene el ángel a traerla la Palabra de Dios, ya vemos cómo escuchó, cómo hizo silencio en su interior para rumiarla, para tratar de entenderla, cómo finalmente ella plantó la Palabra de Dios en su vida con su ‘sí’, con su ‘hágase’, porque allí estaba la esclava del Señor y a ella no le tocaba otra cosa que dejarse hacer por la Palabra del Señor. ‘Hágase en mi según tu palabra’, que se cumpla, que se realice, y en ella Dios se encarnó y de sus entrañas salió el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación.

Merecerá María la alabanza por su fe, porque así se cumpliría en ella lo anunciado por el Señor. ‘Dichosa tú que has creído, le dice su prima Isabel, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. 

Pero merecerá María también una alabanza salida de los labios de Jesús, cuando llama dichosos a todos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Es lo que hizo María, escuchó y plantó en su corazón. Por eso las palabras de Jesús hoy en el evangelio cuando nos está señalando quienes son su madre y sus hermanos, está siendo una alabanza también para María.

Como María tenemos que saber hacerlo con fe, con docilidad, con humildad, con generosidad, con disponibilidad. Por su docilidad, por su fe, por su disponibilidad, por su acogida a la Palabra de Dios, en ella se encarnó la Palabra eterna de Dios y nació el Hijo de Dios, hecho hombre. ‘Será grande, será el hijo del Altísimo… y el que va a hacer de ti será santo y se llamará hijo de Dios’, le había dicho el ángel. Ya nos decía el principio del evangelio de san Juan cuando nos habla de la Palabra eterna de Dios ‘que viene a los suyos y los suyos no la recibieron, pero a cuantos la recibieron, a cuantos creen en su nombre les dio poder de ser hijos de Dios’. 

Nos preguntábamos ‘¿quiénes son mi madre y mis hermanos’, quienes son los hijos de Dios? Los que reciben la palabra de Dios se hacen hijos de Dios. No es según la carne, ni según ninguna estirpe humana, no es simplemente fruto de un deseo humano. Es el regalo de Dios a quienes creemos, a quienes aceptamos, recibimos su Palabra, que nos hace hijos de Dios.

Es el camino que nos queda hacer a nosotros. Amemos la Palabra de Dios y escuchémosla siempre con atención. Es Dios que nos habla, es Dios que viene a nosotros y nos eleva y nos engrandece, nos llena de luz y de vida, nos hace vivir como hijos de Dios.

lunes, 24 de septiembre de 2012


Es necesario que brille la luz y recuperemos el entusiasmo de la fe
Prov. 3, 27-35; Sal. 14Lc. 8, 16-18

‘Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo esconde debajo de la cama’. Dicho en un lenguaje coloquial, es de cajón. No encendemos una luz para esconderla; si encendemos una luz es para que ilumine aquel lugar donde estamos, por donde vayamos a pasar e ilumine también a los demás, porque no vamos a querer la luz para nosotros solos.

¿Qué nos querrá decir Jesús? Creo que el mensaje es claro cuando recordamos que El nos ha dicho que es la luz del mundo y que nosotros también tenemos que ser luz. Pero aunque esto en principio lo veamos tan claro, ha de hacernos reflexionar porque muchas consecuencias podemos y tenemos que sacar. 

Recordamos que esa luz de Jesús se nos puso en nuestras manos en el día de nuestro bautismo cuando nuestros padres y padrinos como un signo encendieron una vela, una luz desde el Cirio Pascual. Así recordamos que Jesús es la luz; que la luz de Cristo resucitado ha de iluminar nuestra vida y nuestro mundo, y si se nos ha dado esa luz es como imagen de cómo nosotros hemos de ser iluminados por la luz de Cristo, pero también como signo de cómo nosotros esa luz hemos de llevarla a los demás, 

Y aquí vienen muchas preguntas que hemos de hacernos con sinceridad en nuestro interior. ¿Le damos importancia a esa Luz? ¿Significa algo para nosotros? ¿Nos dejamos iluminar por Cristo? Y si somos unos iluminados por la luz de Cristo - a los cristianos se les llamaba los iluminados - ¿somos capaces de llevar esa luz a los demás para iluminar de verdad nuestro mundo con la luz de Cristo?

Como decíamos todo esto nos tiene que hacer pensar, reflexionar, revisar nuestra vida, nuestras actitudes, nuestras posturas, lo que hacemos. Decimos que somos tantos los que nos llamamos cristianos y creemos en Jesús. ¿Por qué nuestro mundo sigue aún a oscuras sin que la luz de Jesús sea en verdad el sentido de la vida de tantos que nos rodean? Porque decimos que somos tantos cristianos y en las estadísticas aparecen los millones de cristianos y de católicos, pero pareciera sin embargo que a nuestro alrededor la fe se va debilitando, como que cada día tienen menos influencia en nuestro mundo los valores de Cristo y del Evangelio. ¿Habremos desvirtuado la luz? 

Creo que todo esto nos ha de hacer reflexionar para que cuidemos cada vez más nuestra fe y en verdad sea una luz que brille en nuestra vida porque desde ese sentido de la fe, desde ese sentido de Cristo vayamos nosotros ordenando nuestra vida para no sólo llamarnos sino ser en verdad cristianos. Que este año de la fe que vamos a comenzar sea en verdad un estímulo en nuestra vida para querer formarnos mejor, para crecer más en nuestra fe. 

Otra cosa triste sería que nos avergonzáramos de la fe y por eso ocultemos la luz. Nos puede suceder. Sería triste pero es una realidad en tantos cristianos que nos sentimos temerosos de dar la cara por nuestra fe, porque quizá los familiares, quizá la gente que nos rodea, porque quizá el ambiente en que vivimos eso ya no se lleva y nos pueden decir tantas cosas si nos manifestamos creyentes, Tenemos que despertar nuestra fe y despertar la valentía con que vamos a proclamar nuestra fe para que en verdad nuestro mundo, empezando por nuestro entorno más cercano sea cada día más iluminado por Cristo y su evangelio. 

Como decíamos será una ocasión propicia este año de gracia que vamos a comenzar para que los cristianos revitalicemos nuestra fe. Es lo que el Papa quiere cuando ha convocado este año; que los cristianos nos preocupemos de nuestra fe para hacerla crecer más y más y para que entonces con esa luz de Jesús podamos iluminar de verdad nuestro mundo. No podemos ocultar la luz, tenemos que ponerla muy alta, sentirnos orgullos de la fe que tenemos; orgullos y alegres, para vivir siempre con entusiasmo la alegría de nuestra fe.

domingo, 23 de septiembre de 2012


Unos pasos de humildad, de servicio, de acogida al otro camino de la verdadera grandeza

Muchas veces tenemos en la vida silencios bien significativos; silencios en el desconcierto sin saber a qué quedarnos; silencios llenos de temor porque no entendemos y no sabemos cómo preguntar para no quedarnos como al desnudo; silencios porque quizá nuestros pensamientos o nuestros deseos no están muy en consonancia con aquellos con los que estamos; silencios quizá desde nuestra mala conciencia por lo que nos callamos en cierto modo avergonzados. Muchos silencios que en cierto modo manifiestan una falta de paz en nuestro corazón.

Jesús quiere ir a solas con sus discípulos más cercanos porque con ellos quiere tener una conversación en mayor profundidad para instruirles, para prepararles ante todo lo que está por suceder. Una vez más les está anunciando su entrega hasta la muerte aunque ellos no entienden y no quieren preguntar. ‘El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará’, les dice.  Pero ellos ‘no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle’. 

Con la imagen que ellos se habían hecho de Jesús y lo que pensaban que tenía que ser el Mesías como alguien que se iba a presentar triunfador y victorioso, les costaba entender lo que Jesús hablaba de entregarse y de entregarse hasta la muerte. Cuesta darnos hasta arrancarnos de nosotros mismos. Cuesta entender el verdadero camino y sentido de la pascua. Siempre tenemos la tentación de hacernos nuestras reservas y pensamos que no es necesario quizá llegar a tanto. Por eso las palabras de Jesús se les hacían duras y difíciles. Y a ellos se les hacía difícil preguntar. Los miedos que crean silencios.

El no aclarar bien las cosas hará que luego sigan con sus sueños, a pesar de lo que Jesús les anunciaba y los caminos que les enseñaba. Por eso, a pesar de las palabras de Jesús, seguirán pensando en triunfos y en honores y por el camino irían discutiendo quien va a ser el más importante, el que va a ser el primero en ese Reino de Dios que ellos sienten que es inminente tras los anuncios que Jesús ha ido haciendo. 

‘Llegados a Cafarnaún y una vez en casa Jesús les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino?’ Y ellos que pensaban que Jesús no los había oído. Una vez más el silencio por respuesta. ‘Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante’. La mala conciencia les hacía callar. Cuántas veces Jesús les había explicado las cosas y ellos seguían con la mente cerrada. 

‘Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos’. Así claramente, con rotundidad. Hazte el último, hazte el servidor. Por ahí va la verdadera grandeza. Es el camino de Jesús que no vino ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos. Es el camino que va a hacer Jesús cuando suba a Jerusalén, porque no serán los hombres los que lo entregarán, sino que será el amor el que lo entrega; El mismo se entrega, es una entrega de amor, de amor sin límites, de amor hasta el extremo. Porque El da su vida libremente, nadie se la arrebata. Así es la ofrenda y el sacrificio que va a ofrecer.

Lo hemos reflexionado y hemos escuchado las reflexiones que en este sentido nos ha ofrecido el apóstol Pablo. Se rebajó hasta hacerse el último; pasó por uno de tantos, no quería destacar en grandezas humanas se sometió a la muerte y a la muerte más ignominiosa, a la muerte de Jesús. Ho hay amor más grande.

Y ese es el camino de amor que nos enseña, el camino de la humildad y del servicio. Algunas veces pensamos que tenemos que hacer grandes cosas, algo extraordinario y especial, pero es en las cosas pequeñas de cada día donde tenemos que manifestar ese espíritu. Es la fidelidad de las cosas pequeñas. Es la fidelidad en las cosas ordinarias de cada día, allí donde vivimos, allí donde estamos, allí donde convivimos, con los que nos rodean, con la familia, con los amigos, con los compañeros de trabajo de cada día, con los que nos vamos encontrando. Dios no nos pide cosas extraordinarias, sino que seamos capaces de hacer extraordinariamente bien, con un extraordinario amo, esas cosas ordinarias de cada día.

Son tantos detalles, pequeños e insignificantes a veces, son tantos los gestos de amor, de servicio, de generosidad que podemos tener en cualquier momento. Una palabra buena, un favor que surge espontáneo con el que está a nuestro lado, una mano que tendemos para ayudar a caminar, a levantarse, a cruzar de un lado a otro, una sonrisa y un gesto de amabilidad, una buena cara para el que está a nuestro lado o con quien nos encontramos, una palabra de gratitud por algo que hayan hecho bien o a favor nuestro. Ahí en esas pequeñas cosas se tiene que manifestar la bondad de nuestro corazón, ese espíritu de servicio que nos hemos propuesto como lema de nuestra vida.

Jesús termina hoy en el evangelio este encuentro y lección con sus discípulos diciéndonos cómo tenemos que ser acogedores con todos. Nos es fácil quizá poner buena cara o tener un gesto de bondad con aquellos que nos hacen bien, o que consideramos importantes para nosotros en la vida. Pero Jesús nos está enseñando que tenemos que ser acogedores para con los pequeños, para los que nos pueden parecer menos importantes. Es por eso,  por lo que ‘acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mi sino al que me ha enviado’.

En el niño está la imagen de lo pequeño, de quien no es importante, del que quizá pasa desapercibido porque no resplandece o destaca por nada especial. En la época de Jesús y en aquella cultura los niños eran poco valorados. Por eso es imagen de quienes son los que tenemos que aprender a acoger. Hay tantos a la vera del camino de nuestra vida que vamos dejando a un lado por un motivo u otro. Son tantas las discriminaciones y distinciones que vamos haciendo con los que nos rodean. Pero Jesús nos está diciendo cómo y a quienes tenemos que aprender a acoger. En ese acercamiento al que es pequeño o nos pueda parecer el último encontraremos nuestra verdadera grandeza.

Vamos a dejar que Jesús nos hable ahí en esos silencios que se nos hacen en el corazón. Seguro que sentiremos el ardor de su Palabra, el fuego de su Espíritu que nos enardece, la Luz que disipa esas tinieblas y oscuridades que se nos meten dentro tantas veces. Aunque en ocasiones sintamos el temor a dar el paso en esa entrega dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que nos dé valentía y fortaleza. Que nos llenemos de esa Sabiduría de Dios, que nos viene de lo alto, como nos decía Santiago en su carta, que ‘es pura y además amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera’.