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miércoles, 26 de septiembre de 2012


Anunciando la Buena Noticia del Reino y curando por todas partes
Prov. 30, 5-9; Sal. 118; Lc. 9, 1-6

‘Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar enfermos’. Jesús había escogido entre sus discípulos a doce a quienes llamó apóstoles, ‘los enviados’. Hasta ahora había estado con ellos aprovechando toda ocasión para irles enseñando, explicándoles de manera especial. Hemos escuchado en alguna ocasión como Jesús en ocasiones intenta ir a solas con ellos. Ahora los envía. Es lo que hoy escuchamos.

‘Les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades’, nos dice el evangelista. Son una prolongación de Jesús. Van a realizar la misma obra de Jesús. ‘Les dio poder y autoridad…’ nos dice. Es la misma misión de Jesús. 

Ahora la realizarán aún estando Jesús en medio de ellos, Un día, cuando regrese al Padre, los enviará por todo el mundo. Hoy les da unas instrucciones concretas sobre la disponibilidad con que han de ir, no apoyándose en fuerzas ni cosas humanas - por eso les dice ‘no llevéis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero’, disponibilidad total, - sino sintiendo que la obra que van a realizar no es su obra sino la obra de Jesús, no es por su propio poder sino con el poder de Jesús.

‘Ellos fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes’. Anunciaban la Buena Noticia del Reino de Dios que llegaba y que había que aceptar. Realizaban los signos del amor de que ese Reino de Dios se iba realizando en medio de ellos porque el mal había de ser vencido. Esas curaciones que van realizando y para las que Jesús les ha dado poder, no es solo la liberación de unos dolores o sufrimientos o enfermedades corporales sino que son signo de lo profundo que se va realizando en nosotros cuando vamos aceptando y viviendo el Reino de Dios. 

Aceptar y creer en el Reino de Dios significa que Dios es el único Señor de nuestra vida; ninguna otra cosa u otra realidad puede ser señor nuestro. Y cuando podemos a Dios en el centro de toda nuestra vida, muchos males van siendo derrotados, porque en quien tiene en su corazón a Dios no caben ni los egoísmos ni las envidias, no cabe el que realicemos el mal o llenemos de orgullo nuestro corazón, no valen los apegos a las cosas convirtiéndolas en dioses o señores de nuestra vida, sino que viviremos liberados desde lo más profundo de nosotros mismos.

Y todo eso lo vamos realizando en lo más profundo de nosotros - es un liberarnos del pecado para vivir en la gracia, para vivir en la amistad con Jesús - pero eso vamos ayudando a realizarlo en cuantos nos rodean. Un cristiano, un seguidor de Jesús va siempre haciendo el bien, como Jesús que paso haciendo el bien; un seguidor de Jesús va repartiendo amor y haciendo que el amor sea el sentido también de la vida de los que le rodean; un seguidor de Jesús va desterrando el odio, y la ambición, y el orgullo, el pecado en una palabra. 

Un cristiano, seguidor de Jesús, va siempre enseñando con su palabra y con el testimonio de su vida que el amor es el sentido más profundo de la persona y cuando amemos de verdad iremos haciendo un mundo mejor y un mundo en el que todos vamos a ser más felices. Nos cuesta frente a tanto odio, frente a tanto desamor, frente a tantas injusticias y desigualdades que contemplamos a nuestro alrededor, pero esa tiene que ser siempre la Buena Noticia que tenemos que anunciar. 

Y lo podremos hacer porque con nosotros va el poder y la autoridad de Jesús, Nunca nos faltará su gracia. En la oración, en la escucha de la Palabra, en la celebración de los sacramentos tenemos la fuente de la gracia que necesitamos. Ahí se  nos hace presente Jesús para llenarnos de su gracia.

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