Vistas de página en total

sábado, 3 de julio de 2010

Preguntas y dudas que necesitan respuestas para fortalecer la fe


Ef. 2, 19-22;
Sal. 116;
Jn. 20, 24-29


‘Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo es la piedra angular’, nos decía la carta a los Efesios. Celebramos hoy de nuevo la fiesta de un apóstol. Celebramos hoy a santo Tomás. Pero celebramos a Cristo, porque siempre nuestra celebración es celebrar a Cristo y en Cristo, con Cristo y por Cristo dar gloria por siempre al Padre. Hoy la hacemos recordando, celebrando a este apóstol escogido por Cristo para formar parte del número de los doce, el Colegio Apostólico y convertirse así en cimiento y fundamento de nuestra fe cristiana.
Tres son los momentos en que aparece este apóstol en el evangelio, además de los listados que los sinópticos nos hacen de los doce. Más allá del Jordán donde Jesús recibió la noticia de la enfermedad de Lázaro y desde donde Cristo se decide venir finalmente a Betania. Frente a las dificultades que los demás ponen para venir porque tenían lo que podía pasar porque ya sabían cómo atentaban contra Jesús, Tomás decididamente dirá: ‘Vayamos y muramos con El’.
Otro momento será en la cena pascual cuando no termina de comprender lo que Jesús les dice de su marcha al Padre y del camino que ellos han de hacer, que pregunta ‘Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’, a lo que Jesús le contestará ‘Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí’.
Finalmente el texto que todos más conocemos y que es el que nos ofrece hoy la liturgia de sus dudas ante el anuncio de los discípulos de que Jesús ha resucitado y se les ha manifestado allí en el Cenáculo. ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en el costado, no lo creo’. Finalmente hará la más hermosa profesión de fe ‘¡Señor mío y Dios mío!’, cuando Cristo se les manifieste de nuevo. ‘¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto’, que le replicará Jesús.
Cuando hablamos de Tomás siempre hablamos de su incredulidad y de la búsqueda de pruebas para poder creer en Jesús palpando con sus manos, viendo con sus ojos. Un poco podría parecer que sintiéramos lástima de Tomás porque no había creído, como si nosotros fuéramos mejores o no tuviéramos también muchas veces tantas dudas. Sin embargo san Agustín cuando comenta esta llamada incredulidad de Tomás nos dice que eso lo permitió el Señor para ayudarnos a fortalecernos a nosotros en nuestra fe.
Efectivamente creo que contemplar este hecho del evangelio y celebrar a santo Tomás como hoy lo estamos haciendo tendría que provocar en nosotros el deseo de sentirnos fuertes en nuestra fe. Dudas pueden aparecernos de muchas maneras en nuestra vida pero hemos de saber buscar esa fortaleza de nuestra fe. Tomás preguntaba a Jesús lo que no entendía, o quería encontrar razones o respuestas para llegar a creer firmemente.
Algunas veces parece que nos queremos contentar con la fe del carbonero, como se suele decir, porque creemos porque sí, porque así nos lo enseñaron nuestros padres, nos contentamos con lo que nos enseñaron de pequeños, pero simplemente hemos cerrado los ojos para decir que creemos pero no nos hemos preocupados debidamente para hacer crecer y madurar nuestra fe, para formarnos en nuestra fe. Y esa puede ser una cuestión pendiente muchas veces en nuestra vida.
Cuando oímos hablar de Catequesis solamente pensamos en los niños y pareciera que eso no tiene que ver con nosotros, los mayores. Pero la catequesis que es esa formación, esa maduración de nuestra fe la necesitamos en todas las etapas de nuestra vida. Como niños se nos podían plantear unos interrogantes a los que entonces se nos respondió, pero ahora como jóvenes o mayores se nos siguen planteando interrogantes, o tenemos que responder desde nuestra fe a los planteamientos que nos hace la vida con sus problemas y es ahí entonces donde hemos de tener esa fe madura para dar esa respuesta.
Es, entonces, de lo que tendríamos que preocuparnos, es la catequesis y la formación que en todo momento necesitamos, en esta situación de la vida que ahora vivimos que necesitamos. Eso que se preguntaba Tomás, es que no sabemos el camino, no sabemos a donde vas, que son nuestras dudas y nuestros interrogantes a los que hemos de dar respuesta.
Que podamos llegar a confesar nuestra fe en Jesús desde lo más hondo de nuestra vida, diciendo como Tomás ‘¡Señor mío y Dios mío!’ porque en verdad así lo sintamos que es para nosotros. Que lleguemos en verdad a descubrir que Cristo es el camino, y la verdad y la vida para nosotros de manera que no tengamos ya otra manera de vivir sino vivir a Cristo. Que nos sintamos tan fortalecidos en nuestra fe, tan seguros en lo que creemos que no temamos lo que podamos sufrir por dar ese testimonio de nuestra fe en medio de nuestros hermanos los hombres y si tenemos que llegar a dar la vida, como Tomás, también seamos capaces de decir: ‘Vayamos y muramos con El’. Es ese sólido edificio de nuestra vida en que Cristo es en verdad la piedra angular, pero los apóstoles son para nosotros esos sólidos cimientos sobre los que edificamos nuestra fe y nuestra vida cristiana.

viernes, 2 de julio de 2010

El verdadero camino hacia Dios es la misericordia.


Amós, 8, 4-6.9-12;
Sal. 118;
Mt. 9, 9-13

El relato del evangelio es la vocación de Mateo. Pero aparte de la disponibilidad y generosidad para seguir a Jesús cuando le llama, el evangelio quiere decirnos más cosas. Nos está manifestando cómo es la misericordia del Señor que nos ama y nos busca allí donde estemos. Cómo tiene que ser también la misericordia de la que llenemos nuestro corazón.
Por una parte, como hemos dicho, la vocación de Mateo. Allí estaba ‘sentado al mostrador de los impuestos’. Era su oficio, su trabajo, aunque no fuera bien visto por los judíos, que los consideraban con desprecio a todos los de este oficio como pecadores, designándolos con la palabra de ‘publicanos’. Allí estaba Mateo y Jesús que le vio al pasar que le dice: ‘Sigueme. El se levantó y lo siguió’. Como un día Pedro y Andrés, Santiago y Juan, que dejaron las barcas y se fueron con Jesús cuando escucharon también esa voz que les llamaba.
‘Y estando a la mesa en casa de Mateo - ¿habría hecho un banquete para celebrar la llamada del Señor y para despedirse de sus amigos porque comenzaba una nueva vida para él? – muchos publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos’. No rehuye Jesús la presencia de los pecadores. A todos busca. Para todos quiere ser signo del amor y la misericordia de Dios.
Pero no todos lo entienden de la misma manera. ‘Los fariseos al verlo, preguntaron a los discípulos: ¿cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’ Pero Jesús es el médico que viene a sanar a los enfermos, el buen pastor que busca la oveja perdida aunque sea en lo más hondo de los barrancos, el signo del padre que lleno de amor está siempre esperando la vuelta del hijo perdido para darle su abrazo de padre y vestirle el vestido de los hijos.
‘No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos’, sentencia Jesús. ¿Os creéis vosotros sanos que no necesitáis del médico? Pero Jesús les sigue diciendo: ‘Andad, aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, que no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores’. Si no habéis llenado vuestro corazón de misericordia sois vosotros también los que necesitáis del medico, para vosotros es también la misericordia de Dios para que de ella llenéis el corazón. ¿Os creéis justos? Mira a ver cuál es la medida real del amor de tu corazón.
Nos lo está diciendo el Señor a nosotros también. A nosotros nos busca para mostrarnos su misericordia, para ofrecernos su amor y su perdón que bien lo necesitamos porque somos pecadores. Pero a nosotros también nos está enseñando a que llenemos nuestro corazón de misericordia, de compasión, de amor. En esa misericordia nosotros aprendamos también a respetar a los demás, a valorar a toda persona, a quitar cualquier atisbo de discriminación que pudiera aparecer en nuestro corazón.
Será la misericordia del Señor que manifestemos en nuestra vida con la que conquistaremos el mundo, con lo que despertemos en los demás deseos de Dios. La misericordia es el mejor camino que podemos ofrecer y vivir nosotros para ir hasta Dios. Mostrémonos siempre como personas de misericordia. Que la Iglesia se presente siempre ante el mundo como esa madre de misericordia que nos descubre el amor de Dios que nos ama y nos perdona.

jueves, 1 de julio de 2010

Sobrecogidos alabemos a Dios que nos sana y nos salva en Jesús

Amós, 7, 10-17;
Sal. 18;
Mt. 9, 1-8

‘Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla… ánimo, hijo, tus pecados están perdonados…’
Ya comentábamos ayer que los milagros que Jesús realiza son signos que nos manifiestan la transformación que se realiza en el hombre con la llegada del Reino de Dios. Si ayer lo contemplábamos en la curación de los endemoniados, hoy lo tenemos en la curación de este paralítico que llevan hasta Jesús. Al final Jesús le dirá al paralítico: ‘ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa. Y se puso en pie y se fue a su casa’.
Pero no era sólo el milagro de que estaba paralítico, postrado en una camilla, se pusiera en pie y, cargando con la camilla, por su pie se fuera a su casa. Algo muy hondo se había realizado en aquel hombre. Las primeras palabras que Jesús le dirigió lo manifiestan. Y las gentes vislumbraban lo que pasaba porque mientras unos lo criticaban porque se atribuía poder de Dios y para ellos eso era como una blasfemia, otros ‘sobrecogidos alababan a Dios que a los hombres da tal potestad’.
La transformación realizada era algo muy profunda. Era el perdón de los pecados. Era la salvación que Jesús venía a traernos. Para eso moriría en la cruz donde se manifestaría todo el poder y la gloria de Dios aunque fuera en la humillación de la pasión y de la cruz. Allí era en verdad Dios glorificado al darnos la salvación.
Las postración más grande del hombre, la hondura y la negrura peor de nuestra vida es el pecado que nos lleva a la muerte. El milagro de Jesús es señal de resurrección. El milagro que realiza Jesús es anticipo y anuncio de resurrección. ‘Levántate… ponte en pie’, que le dice al paralítico, ‘sal fuera, sal del sepulcro…’ como le dice a Lázaro, sal de la muerte que hay en ti, que nos quiere decir Jesús a nosotros para arrancarnos del pecado. Resucita a la vida. Cristo nos arranca de la muerte del pecado. Es anticipo y anuncio de la propia resurrección de Jesús con la que quiere también a nosotros resucitarnos, dándonos nueva vida, llenándonos de gracia.
Vayamos a Jesús con nuestra invalidez y nuestra muerte. Pero vayamos llenos de fe, como aquellos hombres – ‘viendo la fe que tenían…’ dice el evangelista -. Dejémonos conducir hasta Jesús como aquel paralítico llevado por aquellos hombres llenos de fe. Ayudemos también a los demás a que lleguen hasta Jesús para que también alcancen la vida, la salud, la salvación. Es misión nuestra conducir a los demás hasta Jesús. ¡Cómo no vamos a hacerles partícipes de esa gracia y de esa gloria de conocerlo y podernos llenar de su gracia!
Sí, tenemos que reconocer las maravillas que el Señor hace en nosotros. Tenemos que sentirnos sobrecogidos también por tanto amor, por tantas cosas buenas que el Señor nos regala. Cuando perdemos la capacidad de admirarnos ante las maravillas de Dios es señal de que nos estamos enfriando en nuestra fe. Tenemos que saber alabarle y darle gracias que así nos levanta, así nos sana y nos salva, así nos perdona y nos da la salvación.
Démosle gracias al Señor porque en la Iglesia podemos vivir su gracia en los sacramentos. Démosle gracias porque en la Iglesia nos ha dejado Jesús el perdón de los pecados y así podemos tener la certeza de su presencia y de alcanzar su salvación. Creo que no damos gracias suficientemente al Señor por el Sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación.

miércoles, 30 de junio de 2010

Que nuestra ofrenda sea agradable al Señor ofrecida con un corazón puro

Amós, 5, 14-15.21-24;
Sal. 49;
Mt. 8, 28-34

Seguimos escuchando al profeta Amós. ¿Puede ser agradable una ofrenda que presentemos al Señor con nuestras manos y nuestro corazón manchado por las obras malas de la injusticia y de la maldad?
Es la denuncia que hacen los profetas y en este caso Amós que le costará incluso problemas con los dirigentes del pueblo de Israel y los sacerdotes del templo, como mañana escucharemos. ‘Detesto y rehúso vuestras fiestas, no quiero oler vuestras ofrendas… aunque me ofrezcáis holocaustos y dones no me agradarán…’ Recordamos que es una queja de Jesús en el evangelio haciendo alusión también a lo dicho por los profetas. ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; el culto que me dan está vacío, pues las doctrinas que enseñan son preceptos humanos…’
Puede ser esto motivo para una buena reflexión que nos hagamos en la presencia del Señor. ¿Qué es lo que le ofrecemos al Señor? ¿Un corazón puro y limpio o un corazón manchado por la maldad? ¿Rechazará el Seños nuestras ofrendas por presentarnos con un corazón manchado y lleno de pecado? La liturgia nos ofrece signos y ritos litúrgicos que hemos de saber utilizar para esa purificación del corazón cuando venimos a presentarnos delante del Señor con nuestra oración, con nuestra alabanza y acción de gracias y con la ofrenda que queremos presentarle.
Comenzamos, por ejemplo, siempre la celebración reconociéndonos pecadores en un acto penitencial que en ocasiones podemos sustituir por la aspersión del agua que nos recuerda nuestro bautismo. Que lo hagamos con toda verdad, con toda sinceridad para así sentirnos purificados en nuestro corazón al presentarnos ante el Señor. Y otro signo que realiza el sacerdote tras la presentación de las ofrendas es el lavarse las manos. Un gesto simbólico que quiere expresar también esa purificación interior para ir con corazón limpio ante el Señor. Pero no sólo el sacerdote, aunque sea él quien realice el signo ritual, sino que todos así deseemos purificarnos antes de acercarnos al altar del Señor.
Y una palabra también en relación al evangelio. Jesús llega a una región que ya es frontera con Israel, la región de los gerasenos. Se encuentra con unos endemoniados a los que, como hemos escuchado, finalmente Jesús cura y libera de su mal. Decir endemoniado en el evangelio puede tener varios significados; puede, es cierto, hacer referencia a la posesión del maligno, pero también es una forma de expresar el mal que puede padecer la persona, por ejemplo, a causa de la enfermedad; muchas veces puede hacer referencia incluso a ciertas enfermedades de tipo mental, por decirlo de alguna manera. Pero en el fondo lo que se nos quiere expresar como un signo de la llegada del reino de Dios, es cómo Cristo vence al mal, nos arranca del mal con su salvación. Los milagros siempre los vemos como signos de esa acción transformadora de Dios en el hombre con la llegada del Reino de Dios.
Pero hay algo muy significativo y que nos tiene que interrogar por dentro en este episodio que nos narra hoy el evangelio. Primero aquellos endemoniados se resisten a la presencia de Jesús reconociendo que es el Hijo de Dios. ‘¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?’ Sienten como con Jesús llega la victoria sobre el mal. ¿No nos sucederá a veces cuando hemos dejado introducir el pecado en nuestra vida que hacemos resistencia a la gracia de Dios y a la conversión, cambio de vida que tendríamos que realizar? Por otra parte, los habitantes del lugar terminarán pidiendo a Jesús que se marche de su país. ¿Haremos de alguna manera nosotros oposición y rechazo a la gracia y a la salvación que Jesús nos ofrece? Preguntas que tenemos que hacernos con sinceridad.

martes, 29 de junio de 2010

Pedro y Pablo, fundamentos de nuestra fe cristiana


Hechos, 12, 1-11;
Sal. 33;
2Tim. 4, 6-8.17-18;
Mt. 16, 13-19

Llenos de alegría celebramos la fiesta de los santos Apóstoles san Pedro y san Pablo que Cristo quiso darnos como fundamento de nuestra fe cristiana, como lo expresábamos en la oración litúrgica de este día. Los dos, por caminos diversos, congregaron a la Iglesia de Cristo, a los dos celebra hoy la Iglesia con una misma veneración.
Popularmente siempre pensamos en este día sólo como el día de san Pedro, pero la liturgia de la Iglesia quiere celebrar en una misma fiesta la solemnidad de estos dos santos, san Pedro y san Pablo. Columnas fundamentales de la Iglesia, de nuestra fe cristiana.
A uno, Pedro, Cristo confió el primado de la Iglesia, como hoy mismo lo hemos escuchado en el evangelio cuando le dice ‘tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré la Iglesia’. El otro, Pablo, fue elegido de manera especial como le dice el Señor a Ananías de Damasco a la hora de la conversión de Pablo: ‘Este es un instrumento elegido para llevar mi nombre a todas las naciones’. Y ya conocemos la intensidad de su vida apostólica y todo lo que significó en la predicación del evangelio sobre todo a los gentiles.
No vamos a extendernos en esta breve reflexión en hacer amplias reseñas de la vida de ambos, que ya a través del año litúrgico en la proclamación de la Palabra se nos habla ampliamente de ellos. Podríamos resaltar la fe intrépida de ambos, su amor a Cristo tanto en Pedro como en Pablo, que le llevará a uno a querer ser el primero siempre en el seguimiento de Jesús hasta estar dispuesto a dar su vida por Jesús –‘estoy dispuesto a dar mi vida por ti’ le dice en la misma cena pascual -, como al otro a una unión tan profunda con Cristo que le haga decir ‘ya no vivo yo, sino que es Cristo que vive en mí’.
Siempre que celebramos la fiesta de cualquiera de los apóstoles una cosa que resaltamos es su profundo sentido eclesial, puesto que nuestra fe es apostólica porque se fundamenta en la fe que nos trasmitieron los apóstoles. Con cuánta más razón podemos y tenemos que decirlo en la fiesta de san Pedro y san Pablo, porque, como decíamos al principio y expresa la misma liturgia, ellos son fundamento de nuestra fe cristiana, sobre esa fe trasmitida por ellos se apoya y fundamenta toda la fe de la Iglesia.
Por eso, en este sentido eclesial, en esta fiesta celebramos también el Día del Papa. Una oportunidad para expresar y vivir intensamente nuestra comunión eclesial con toda la Iglesia, con todos los creyentes en Jesús; en la liturgia expresamos y pedimos que alcancemos ‘la gracia de vivir de tal modo en tu Iglesia que, perseverando en la fracción del pan y en la doctrina de los apóstoles, tengamos un solo corazón y una sola alma arraigados firmemente en tu amor’. Pero comunión eclesial porque toda la Iglesia, porque todos los creyentes en Jesús nos queremos sentir en comunión profunda con el Papa, sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra.
La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, que hoy hemos escuchado nos manifiesta cómo el Señor se hace presente en la vida de la Iglesia para preservarla de todo peligro y liberarla de todo mal. Vemos cómo el ángel del Señor liberó de sus cadenas al apóstol Pedro que estaba en la cárcel. ‘Es verdad, reconoce él cuando se ve libre, el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos’.
Pero el texto sagrado nos manifiesta también algo hermoso en esa Iglesia orante mientras el apóstol está en la cárcel. ‘Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente por él’. En ese sentido de comunión eclesial que hemos de vivir y de comunión con el Papa, ahí tiene que estar ese apoyo de la Iglesia, de toda la Iglesia, con su oración a los pastores, al Papa. Es algo que necesita la Iglesia, que necesita el Papa, en este momento, como en cualquier momento de la historia, porque cada momento tiene sus dificultades y sus problemas. Es necesaria esa oración de la Iglesia. Es importante. Es fundamental. Pero no hemos de temer porque el Señor prometió su asistencia, su presencia, la fuerza de su Espíritu. Cuando da a Pedro el poder de las llaves porque ‘sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’, continúa diciéndole ‘y el poder del infierno no la derrotará’.
Pablo también en el texto de la carta que hoy hemos escuchado manifiesta algo así. ‘El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje… El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo’. Así nos tenemos que sentir seguros en el Señor. ‘El Señor me libró de todas mis ansias’, decíamos en el salmo, porque ‘el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege’.
Vivamos, pues, esta celebración y esta solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo tan importante en la vida de la Iglesia. Vivámosla con ese sentido eclesial del que hemos hablado. Pero que nos mueva también a crecer en nuestra fe, en nuestro amor, en nuestro seguimiento gozoso y valiente del Señor Jesús como Pedro, como Pablo. ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir si tu tienes palabras de vida eterna’, diremos como Pedro y en Jesús ponemos toda nuestra fe y nuestra confianza. ‘Te seguiré y estoy dispuesto a dar la vida por ti’, tenemos también que decirle no fiándonos de nuestras fuerzas sino sintiéndonos fortalecidos en el Espíritu del Señor.
Y que sea tan grande nuestra unión con Cristo por el amor que le tenemos y porque nos dejamos inundar por su vida que ya no vivamos por nosotros mismos sino por el Señor. ‘Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí’, como decía Pablo. Para eso nos da la fuerza de su Espíritu que nos configura con Cristo para llenarnos de la vida divina y hacernos hijos de Dios.

lunes, 28 de junio de 2010

Atención los que olvidáis a Dios

Amós, 2, 6-10.13-16; Sal. 49; Mt. 8, 18-22

‘Atención, los que olvidáis a Dios’, repetimos en el salmo. Nos lo repetimos nosotros como un eco en el corazón a lo que nos dice el Señor a través del profeta y del salmista. Es bueno que nos lo repitamos, que nos lo digamos a nosotros mismos, que lo escuchemos hondamente dentro de nosotros.
Vamos a fijarnos de manera especial en el profeta y el salmo, porque el texto del evangelio es el paralelo al escuchado y meditado ayer domingo en san Lucas, de las exigencias que Jesús plantea a los que quieren seguirle como discípulos o son llamados.
Durante esta semana vamos a estar escuchando al profeta Amós, salvo los días en que tengamos alguna solemnidad especial, como sucede mañana con la fiesta de san Pedro y san Pablo. Y la profecía de Amós comienza haciéndonos esa llamada de atención.
Algunas veces se pensaba que los profetas eran para hacer imprecaciones dirigidas directamente a los pueblos impíos o infieles que no conocían al Señor. Pero la profecía que hoy hemos escuchado en Amós comienza dirigiéndose directamente a la casa de Israel. Les molestarían y dolerían las palabras del profeta y, como veremos en los próximos días, tratarán de quitárselo de en medio diciéndole que se vaya a profetizar a otros lugares – ya lo comentaremos -. Pero la misión del profeta es la de ser voz de la conciencia y voz de Dios para el pueblo del Señor para ayudarles a que vayan por buen camino y para denunciar sus infidelidades y pecados. Nos molesta también muchas veces a nosotros el mensaje de la Palabra del Señor que la Iglesia nos anuncia, sobre todo también cuando denuncia nuestra infidelidad y pecado.
Les recuerda el profeta sus pecados, sus malas acciones y sus injusticias, y les echa en cara de manera especial que hayan olvidado las acciones del Señor en su vida y en su historia. Les recuerda la salida de Egipto, la peregrinación por el desierto durante cuarenta años y la posesión de la tierra prometida que el Señor les dio. Por eso, por su infidelidad, por su olvido de la Alianza, su olvido de Dios les anuncia castigos si no hay arrepentimiento y conversión sincera al Señor.
Pero, como tantas veces decimos, es Palabra que el Señor nos dirige a nosotros hoy que también somos pecadores y con tanta facilidad olvidamos cuántos beneficios recibimos del Señor cada día. Cada uno tenemos que recordar nuestra historia personal y hacer una lectura de ella con los ojos de Dios, con los ojos de la fe, para reconocer cuánto hemos recibido del Señor. No olvidemos las acciones del Señor y cómo tantas veces ha sido misericordioso con nosotros. Tenemos el peligro de vivir algunas veces olvidándonos de Dios, dejándolo a un lado y no poniéndolo de verdad en el centro de nuestra vida. Nos puede muchas veces el materialismo del ambiente, la indiferencia religiosa que nos rodea o una agnosticismo práctico viviendo como si Dios no estuviera presente en nuestra vida.
‘Atención los que olvidáis a Dios…’ que nos dice el salmo. ‘¿Por qué recitas mis mandatos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mis enseñanzas y te echas a la espalda mis mandatos?’, nos echa en cara el salmista. Pero terminará diciéndonos ‘el que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios’.
No olvidemos la acciones del Señor. Sepamos en todo momento ofrecer la acción de gracias, dar gracias a Dios con toda nuestra vida por tanto amor.

domingo, 27 de junio de 2010

Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén, se puso en camino y nos invita a seguirle


1Reyes, 19, 16. 19-21;
Sal 15;
Gál. 5, 1. 13-18;
Lc. 9, 51-62

‘Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén’. Y se puso en camino. Un camino, una subida, una ascensión. Así nos lo va presentando el evangelio de Lucas. Así nos va invitando Jesús a ir con El, a ponernos en camino, a seguirle. Eso es ser su discípulo.
Pero ponernos en camino y seguirle es algo serio. Nos va explicando cómo es ese camino, sus exigencias, sus gozos y sus esperanzas, cuál es la plenitud a la que nos llama. No de cualquier manera nos ponemos en camino. Piensa en quien va a hacer un viaje; piensa en quien va a hacer una peregrinación; piensa en quien, por ejemplo ahora que estamos en el año jacobeo, se dispone a hacer el camino de Santiago. Necesitamos llevar lo esencial, liberarnos de pesos muertos que nos aten o retarden en ese caminar, conocer bien la ruta y la meta a donde vamos.
Jesús nos va explicando en la ocasión de los que se ofrecen generosos a seguirle o a aquellos a los que El llama e invita, cuales son esas exigencias o esas disposiciones necesarias. Es seguir a Jesús porque queremos ser sus discípulos o porque El nos llama a una entrega distinta, más intensa, porque nos quiere tener junto a El en su misma misión. Pero todo aquel que se llame cristiano es un discípulo que está dispuesto a seguir a su maestro.
De entrada vemos que va a haber dificultades, porque envía a algunos por delante y no fueron recibidos, no fueron aceptados. ‘No los recibieron porque iban a Jerusalén’, dice el evangelista de las razones por las que aquellos samaritanos no los recibieron. Una reacción, hacer bajar fuego del cielo para castigarlos, pero Jesús se los lleva a otro lugar. No todos van a comprender el camino, o que nosotros hayamos tomado la decisión de hacer ese camino. Pero no nos debe importar. Hay mucha gente en la sociedad que nos rodea que no termina de entender el evangelio y lo que significa el seguimiento de Jesús y nos llevan la contra o nos hacen la guerra. Aunque sintamos la tentación no nos llenemos nunca de violencia para responder a quienes no terminan de entendernos.
Algunos se ofrecen voluntarios – ‘te seguiré adonde vayas’ - con una bonita disponibilidad pero esa disponibilidad exigirá un vaciamiento de sí, un desprendimiento interior pero también de otros apegos o deseos, aunque cueste. ‘Las zorras tienen madriguera, les dice Jesús, y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’. No seguimos a Jesús para que las cosas nos sean más fáciles o para obtener unos privilegios o unas seguridades. Ponernos en camino para seguir a Jesús es dejarnos conducir por El, por la fuerza de su Espíritu; es dejarnos hacer por la novedad del Espíritu y eso exige una generosidad y una disponibilidad total.
Jesús invita, pero invita a la vida, a que tengamos vida y a que busquemos la vida, no la muerte. Es el anuncio del Reino que El nos hace y al que nos invita. Es a construir a lo que el Señor nos llama y cuánto de bueno, de vida podemos y tenemos que hacer. Por eso nos dirá que dejemos que los muertos entierren a sus muertos.
Y seguir a Jesús es entrar en un camino de libertad y de amor, como nos dice hoy la carta a los Gálatas. ‘Para vivir en libertad Cristo nos ha liberado…’ Y cuando sentimos que Cristo nos ha liberado qué felices somos, qué dicha sentimos en el alma. Por eso termina diciéndonos el apóstol que nos ha liberado para vivir en el amor. ‘Sed esclavos unos de otros por amor’. Amándonos así seremos felices y haremos felices a los demás.
Y finalmente nos quiere decir que caminemos siguiendo sus huellas siempre. Y para seguir sus huellas no podemos andar en la vida distraídos con muchas cosas, o con añoranzas de cosas que dejamos atrás, o cosas de otros tiempos. ‘El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios’.
Tenemos que arriesgarnos, tenemos que quemar nuestras naves antiguas. Recordamos aquel hecho de la historia en que el valiente capitán y conquistador para que sus leales soldados no tuvieran la tentación cuando viniera lo difícil de volverse atrás quemó las naves. Así había que seguir siempre adelante, hacia la meta. Bueno, en la primera lectura hemos visto que Eliseo cuando el profeta le invita a seguirle, con la yunta de bueyes de su trabajo ofrece un sacrificio y da de comer a toda su gente. Así se desprendía de todo. Así nada le ataba ya para seguir al profeta y cumplir con la misión que ahora se le encomendaba de ser profeta también.
Hay ocasiones en que andamos con miedos a la hora de decidirnos por vivir con radicalidad el seguimiento de Jesús. Nos cuesta ponernos en camino con decisión. Queremos como hacernos algunas reservas por si acaso. Pero en el camino del seguimiento de Jesús no nos valen las mediocridades, las medias tintas, las añoranzas de cosas pasadas. Con El tenemos que darlo todo, darnos totalmente y con generosidad.
Pero cuando nos decidimos de verdad por seguir a Jesús y nos entregamos con valentía a vivir los valores que nos enseña en el evangelio, y vivimos nuestro amor con generosidad, y nos arrancamos de nuestros apegos y egoísmos, al final sentimos la satisfacción más honda, la alegría más completa. Porque en Jesús sentimos que nuestra vida se llena de plenitud, de felicidad de la buena, de la verdadera. Qué felices somos cuando nos damos y hacemos el bien. Decíamos que seguir el camino de Jesús no es para la muerte sino para la vida. Y El nos hace felices de verdad.
Jesús se puso en camino, va delante de nosotros. Pongámonos en camino nosotros también con decisión, con valentía, con generosidad, con mucho amor. ‘Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha… por eso se me alegra el corazón y se gozan mis entrañas…’ Sintamos ese gozo en el Señor.