Amós, 5, 14-15.21-24;
Sal. 49;
Mt. 8, 28-34
Seguimos escuchando al profeta Amós. ¿Puede ser agradable una ofrenda que presentemos al Señor con nuestras manos y nuestro corazón manchado por las obras malas de la injusticia y de la maldad?
Es la denuncia que hacen los profetas y en este caso Amós que le costará incluso problemas con los dirigentes del pueblo de Israel y los sacerdotes del templo, como mañana escucharemos. ‘Detesto y rehúso vuestras fiestas, no quiero oler vuestras ofrendas… aunque me ofrezcáis holocaustos y dones no me agradarán…’ Recordamos que es una queja de Jesús en el evangelio haciendo alusión también a lo dicho por los profetas. ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; el culto que me dan está vacío, pues las doctrinas que enseñan son preceptos humanos…’
Puede ser esto motivo para una buena reflexión que nos hagamos en la presencia del Señor. ¿Qué es lo que le ofrecemos al Señor? ¿Un corazón puro y limpio o un corazón manchado por la maldad? ¿Rechazará el Seños nuestras ofrendas por presentarnos con un corazón manchado y lleno de pecado? La liturgia nos ofrece signos y ritos litúrgicos que hemos de saber utilizar para esa purificación del corazón cuando venimos a presentarnos delante del Señor con nuestra oración, con nuestra alabanza y acción de gracias y con la ofrenda que queremos presentarle.
Comenzamos, por ejemplo, siempre la celebración reconociéndonos pecadores en un acto penitencial que en ocasiones podemos sustituir por la aspersión del agua que nos recuerda nuestro bautismo. Que lo hagamos con toda verdad, con toda sinceridad para así sentirnos purificados en nuestro corazón al presentarnos ante el Señor. Y otro signo que realiza el sacerdote tras la presentación de las ofrendas es el lavarse las manos. Un gesto simbólico que quiere expresar también esa purificación interior para ir con corazón limpio ante el Señor. Pero no sólo el sacerdote, aunque sea él quien realice el signo ritual, sino que todos así deseemos purificarnos antes de acercarnos al altar del Señor.
Y una palabra también en relación al evangelio. Jesús llega a una región que ya es frontera con Israel, la región de los gerasenos. Se encuentra con unos endemoniados a los que, como hemos escuchado, finalmente Jesús cura y libera de su mal. Decir endemoniado en el evangelio puede tener varios significados; puede, es cierto, hacer referencia a la posesión del maligno, pero también es una forma de expresar el mal que puede padecer la persona, por ejemplo, a causa de la enfermedad; muchas veces puede hacer referencia incluso a ciertas enfermedades de tipo mental, por decirlo de alguna manera. Pero en el fondo lo que se nos quiere expresar como un signo de la llegada del reino de Dios, es cómo Cristo vence al mal, nos arranca del mal con su salvación. Los milagros siempre los vemos como signos de esa acción transformadora de Dios en el hombre con la llegada del Reino de Dios.
Pero hay algo muy significativo y que nos tiene que interrogar por dentro en este episodio que nos narra hoy el evangelio. Primero aquellos endemoniados se resisten a la presencia de Jesús reconociendo que es el Hijo de Dios. ‘¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?’ Sienten como con Jesús llega la victoria sobre el mal. ¿No nos sucederá a veces cuando hemos dejado introducir el pecado en nuestra vida que hacemos resistencia a la gracia de Dios y a la conversión, cambio de vida que tendríamos que realizar? Por otra parte, los habitantes del lugar terminarán pidiendo a Jesús que se marche de su país. ¿Haremos de alguna manera nosotros oposición y rechazo a la gracia y a la salvación que Jesús nos ofrece? Preguntas que tenemos que hacernos con sinceridad.
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