Amós, 2, 6-10.13-16; Sal. 49; Mt. 8, 18-22
‘Atención, los que olvidáis a Dios’, repetimos en el salmo. Nos lo repetimos nosotros como un eco en el corazón a lo que nos dice el Señor a través del profeta y del salmista. Es bueno que nos lo repitamos, que nos lo digamos a nosotros mismos, que lo escuchemos hondamente dentro de nosotros.
Vamos a fijarnos de manera especial en el profeta y el salmo, porque el texto del evangelio es el paralelo al escuchado y meditado ayer domingo en san Lucas, de las exigencias que Jesús plantea a los que quieren seguirle como discípulos o son llamados.
Durante esta semana vamos a estar escuchando al profeta Amós, salvo los días en que tengamos alguna solemnidad especial, como sucede mañana con la fiesta de san Pedro y san Pablo. Y la profecía de Amós comienza haciéndonos esa llamada de atención.
Algunas veces se pensaba que los profetas eran para hacer imprecaciones dirigidas directamente a los pueblos impíos o infieles que no conocían al Señor. Pero la profecía que hoy hemos escuchado en Amós comienza dirigiéndose directamente a la casa de Israel. Les molestarían y dolerían las palabras del profeta y, como veremos en los próximos días, tratarán de quitárselo de en medio diciéndole que se vaya a profetizar a otros lugares – ya lo comentaremos -. Pero la misión del profeta es la de ser voz de la conciencia y voz de Dios para el pueblo del Señor para ayudarles a que vayan por buen camino y para denunciar sus infidelidades y pecados. Nos molesta también muchas veces a nosotros el mensaje de la Palabra del Señor que la Iglesia nos anuncia, sobre todo también cuando denuncia nuestra infidelidad y pecado.
Les recuerda el profeta sus pecados, sus malas acciones y sus injusticias, y les echa en cara de manera especial que hayan olvidado las acciones del Señor en su vida y en su historia. Les recuerda la salida de Egipto, la peregrinación por el desierto durante cuarenta años y la posesión de la tierra prometida que el Señor les dio. Por eso, por su infidelidad, por su olvido de la Alianza, su olvido de Dios les anuncia castigos si no hay arrepentimiento y conversión sincera al Señor.
Pero, como tantas veces decimos, es Palabra que el Señor nos dirige a nosotros hoy que también somos pecadores y con tanta facilidad olvidamos cuántos beneficios recibimos del Señor cada día. Cada uno tenemos que recordar nuestra historia personal y hacer una lectura de ella con los ojos de Dios, con los ojos de la fe, para reconocer cuánto hemos recibido del Señor. No olvidemos las acciones del Señor y cómo tantas veces ha sido misericordioso con nosotros. Tenemos el peligro de vivir algunas veces olvidándonos de Dios, dejándolo a un lado y no poniéndolo de verdad en el centro de nuestra vida. Nos puede muchas veces el materialismo del ambiente, la indiferencia religiosa que nos rodea o una agnosticismo práctico viviendo como si Dios no estuviera presente en nuestra vida.
‘Atención los que olvidáis a Dios…’ que nos dice el salmo. ‘¿Por qué recitas mis mandatos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mis enseñanzas y te echas a la espalda mis mandatos?’, nos echa en cara el salmista. Pero terminará diciéndonos ‘el que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios’.
No olvidemos la acciones del Señor. Sepamos en todo momento ofrecer la acción de gracias, dar gracias a Dios con toda nuestra vida por tanto amor.
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