homilia con motivo de la celebración
de los 350 años de la llegaada
del Cristo de Dolores a Tacoronte
Algo que ha cautivado siempre a cuantos nos acercamos a la Imagen bendita de Nuestro Cristo de Tacoronte ha sido su mirada. Ya nos postremos aquí al pie del altar, o nos quedemos en cualquier rincón de nuestra Iglesia su mirada nos llega al alma, penetra hondo en nosotros. Sus ojos, su mirada siempre se clavarán en nuestro corazón.
Cuántas cosas hemos oído contar - o nosotros mismos lo hemos sentido también - de peregrinos que se acercaban a este Santuario con sus penas, sus dolores, sus problemas o sus motivos de acción de gracias y que sentían cómo la mirada del Cristo llegaba a lo más dentro de ellos mismos hablándoles a su corazón apenado, sintiéndose confortados y aliviados en sus sufrimientos, que hacían brotar las lágrimas no sólo de sus ojos sino de lo más hondo de su alma en una oración musitada de petición insistente y confiada, de súplica llena de esperanza o de acción de gracias por tantas cosas en las que se habían visto beneficiados. Para mi sigue siendo impresionante y sumamente hermosa y significativa la mirada del Cristo cuando atraviesa nuestra plaza o nuestras calles, en especial en la procesión de la noche, con el silencio frío y al mismo tiempo ardiente en el corazón que siempre se produce a su paso en cuantos le contemplan o se sienten interpelados por esa mirada.
Una mirada llena de serenidad y dulzura, una mirada reconfortante y te llena de paz, una mirada que nos manifiesta un amor profundo en ese supremo instante de su entrega en su dolor o como victorioso de la muerte como quiere reflejarnos su imagen.
Una mirada de su rostro severo y a su vez sereno bellamente plasmada por el artista en la Imagen de nuestro Cristo de los Dolores y que yo diría recoge esas miradas que en el evangelio vemos en Jesús para con los enfermos o con los pecadores, para los que se sienten atribulados o incluso para aquellos que de alguna manera le han negado, se han puesto en su contra o hasta le abandonan porque no son capaces de seguirle en todo lo que El les pide. No es, sin embargo, nunca una mirada airada o de reproche sino siempre una mirada de amor y de paz; una mirada que es invitación y que es señal de El también está en camino siempre a nuestro lado.
La mirada de llamada a los discípulos junto al lago invitándoles a seguirle, o la mirada compasivo y siempre misericordiosa a los pecadores; la mirada que levantaba a los enfermos de su postración, enfermedad o invalidez como a la suegra de Pedro o al paralítico tanto al que descolgaron por techo o el que estaba postrado junto a la piscina probática; la mirada al joven que había invitado a seguirle pero que se marchaba pesaroso incapaz de dar el paso, o la que invitaba a Zaqueo a bajarse de la higuera porque quería ir a hospedarse a su casa; la mirada penetrante pero llena de misericordia y compasión a la multitud que andaba como ovejas sin pastor y a los que alimenta con su palabra enseñándoles y con el pan milagrosamente multiplicado allá en el descampado; la mirada a Judas en el momento de la entrega en que sigue llamándole amigo, o la que dirige a Pedro tras la negación que le movería a lágrimas de arrepentimiento.
Pero sería la mirada que llenaba de alegría, de paz y de gozo inmenso cuando resucitado se aparecía a las mujeres que iban a buscarlo al sepulcro, o a los discípulos desesperanzados en camino a Emaús o reunidos llenos de miedo y temor en el Cenáculo, o allá junto al lago cuando se habían vuelto de nuevo a la pesca. Siemre un saludo de paz y de alegría con sus palabras y con su presencia y su mirada llena de amor. Son muchas las miradas – no podemos ahora recorrerlas todas - que contemplamos en Jesús a lo largo del evangelio y que en cualquiera que sea nuestra situación con mirada así nos sentimos nosotros cuando nos postramos ante nuestro Cristo de los Dolores.
Dejémonos penetrar por esa mirada de Jesús que inunda nuestro corazón de paz y de amor como a tantos peregrinos que a lo largo de los siglos se han acercado a este Santuario. Siempre que aquí acudimos algo hondo vamos a sentir en nuestro corazón. Desde niños aquí hemos venido y hemos aprendido a abrir nuestro corazón al Señor desde nuestras penas, nuestras necesidades, nuestros sufrimientos. Sus puertas están siempre abiertas porque la casa del Cristo es siempre nuestra casa a la que venimos con gusto, con deseos de Dios y aquí siempre nos sentiremos transportados a algo grande y hermoso, a la trascendencia que da un sentido a nuestra vida.
Cuando escuchaba el pasado viernes al historiador hablarnos de la llegada de esta Bendita Imagen a nuestro pueblo y como poco a poco se fueron estableciendo costumbres y tradiciones me hacía rememorar lo que yo mismo he vivido desde mi niñez y juventud aquí junto al Cristo, y más tarde como sacerdote en los años que estuve más cerca si cabe de este Santuario por mi trabajo pastoral en Tacoronte.
Decir que mis primeros encuentros con el Cristo de Tacoronte fueron pasados los diez años de edad, pues bien sabéis que no nací en este pueblo sino que a esa edad vine a vivir aquí. Ya desde mi llegada, y que fue casi en las vísperas de las fiestas de setiembre, al primer domingo de residir aquí ya mi madre me trajo a Misa como había sido siempre nuestra costumbre, porque doy gracias a Dios por haber nacido y crecido en una familia profundamente cristiana a la que nunca podía faltar la misa dominical. Sería entonces y asi mi primer encuentro con esta imagen aunque en ese sentido no tengo recuerdos especiales ni emotivos. Sí me recuerdo mucho una figura sacerdotal, que no puedo dejar de mencionar, a don José Pérez Reyes celebrando, confesando en el confesonario que estaba cercano a la puerta que da a los claustros del convento, explicándonos el evangelio mientras otro sacerdote oficiaba la misa.
Y ya recuerdo de entonces escuchar hablar a los vecinos de mi barrio del día del Señor, que para los tacoronteros fue siempre el viernes, sin quitar por supuesto importancia al domingo. El día del Señor, el viernes, era algo que no se podía dejar de lado en las familias tacoronteras. Muchas promesas se hacían entonces de venir un número determinado de viernes, el viernes del Señor, a Misa a este Santuario. Era la ofrenda, la promesa o la acción de gracias, como un rendimiento de pleitesía al Señor de Tacoronte.
Pero no eran sólo los tacoronteros, lo recuerdo muy bien, sino que esa misa de la mañana bien temprano se encontraban personas venidas también de otros lugares. Siempre se habla de cómo en la octava de la fiesta vienen muchas personas del sur, de Güimar y de Arafo, pero no sólo de ahí, sino eran también muchas las personas que venían de Santa Cruz o venían del Norte. Pero no solo en la fiesta sino en esos viernes del Señor como decía. Ya en épocas en las que era mayor recuerdo encontrar gentes que no faltaban nunca de Los Realejos, de La Cruz Santa, de la Orotava. Por lugares más lejanos del sur, Arona o Granadilla, me encontré en alguna casa una lámina de nuestro Cristo de Tacoronte, señal de la devoción que les hacía venir de sitios tan lejos hasta nuestro Santuario.
Era un lugar también donde venían muchas personas a confesarse aprovechando la visita al Cristo. ¿Quién no recuerda – al menos nosotros los mayores – al P. Pascual o a don Sixto en el confesonario antes de misa los viernes ya fuera en la mañana o cuando ya se hacia en la tarde? Y eso hasta no hace muchos años, porque en mis tareas parroquiales en otras parroquias siempre me encontré con personas que te hablaban de su venida al Cristo y de cómo acudían aquí a confesarse los viernes.
En ese sentido recuerdo lo que mi madre me contaba de su primera venida a la fiesta del Cristo traída por su padre, mi abuelo, probablemente aún no se había casado, luego estoy hablando de la década de los años veinte, en una carreta o carro tirado por caballos. Cómo serían esos viajes por aquellos caminos para venir a ver al Señor de Tacoronte. Me hablaba de la procesión y de cómo la gente tendía sus manteles en las huertas que rodeaban entonces la plaza para comer allí.
Pero hablando de los viernes del Señor había otra cosa que era el manifiesto o la exposición del Santisimo que en la tarde, - en aquella época la misa era siempre en la mañana - sobre todo los primeros viernes se hacía y a la que acudían muchas personas devotas. Y no podemos olvidar tampoco los sermones del Cristo que en la ultima semana antes de semana santa, entonces llamada semana de pasión, se tenían ya en la noche a los que acudían gentes de todo tacoronte, llenándose el santuario.
Recuerdos, que nos tendrian que hacer pensar mucho. Porque pienso que nuestra Imagen del Cristo de los Dolores y su Santuario fue de alguna manera una fuente de espiritualidad no sólo para Tacoronte, sino para cuantos acudían a la visita al Señor de los Dolores. Y confieso que ha sido para mi siempre un sueño. Cómo tendríamos que saber aprovechar pastoralmente este Santuario como un punto importante de renovación espiritual de nuestro pueblo. En la tarea de nueva evangelización en la que estamos empeñados habría que saber aprovechar todo el tema de las devociones populares, porque además santuarios como éste tan visitados tendrían que convertirse en focos y fuentes de espiritualidad.
No se puede quedar la devoción al Cristo en una fiesta que hacemos en setiembre o que la vida parroquial ordinaria en la misa de semana y domingos prácticamente se haya trasladado a este Santuario. Recuperar la parroquia de Santa Catalina, sí, pero hacer de este Santuario un lugar de encuentro espiritual para muchos que aquí acuden. No sé cómo habría que hacerlo, pero sí pienso que es algo que se puede aprovechar en nuestras tareas evangelizadoras con la atracción que la imagen de nuestro Cristo de los Dolores si teniendo para tantos no sólo de nuestro pueblo sino también de fuera.
Dada la advocación de nuestro Cristo, de los Dolores en otro tiempo llamado también de la Agonía como nos decía el historiador, para todo ese mundo del dolor, de la enfermedad y del sufrimiento podría ser una buena fuente de espiritualidad. Contemplando a Cristo en su dolor, pero también en su victoria sobre el dolor, el mal y la muerte como nos refleja su imagen, cuánto podríamos aprender para descubrir el valor y significado del sufrimiento, de cómo no sólo en Cristo encontrar esa fuerza y esa gracia para enfrentarnos a esas situaciones dolorosas de nuestra vida sino para encontrar su sentido y su sentido redentor cuando desde nuestro dolor y sufrimiento nos unimos a Cristo en la Cruz.
Mucho habría que hablar en este sentido, pero son pensamientos y sugerencias que me surgen con motivo de estas celebraciones que estamos viviendo del 350 aniversario de la venida de esta bendita Imagen del Cristo de los Dolores a Tacoronte. Que esta programación especial de estos dias sea un ensayo y un aprendizaje para muchas cosas mas que se podrían tener para empaparnos de la espiritualidad de nuestro Cristo de Tacoronte.
Termino. Dejémonos cautivar por esa mirada del Cristo. Que nos llegue hondo, al fondo de nuestra alma, y que sintamos cuántas cosas el Señor quiere decirnos. Que nuestra devoción a nuestro Señor de Tacoronte nos haga crecer en una espiritualidad verdaderamente cristiana y que sea renovadora no sólo de nuestras vidas sino de cuantos nos rodean, o se acercan hasta este santuario.