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lunes, 12 de septiembre de 2011

Y el nombre de la virgen era María, nombre cargado de divinas dulzuras



‘Y el nombre de la Virgen era María’, nos señala con detalle el evangelista cuando comienza a relatarnos el momento grandioso en el que se iban a suceder las maravillas de Dios.

Cuando el ángel saluda a María llamándola la llena de gracia, porque Dios está con ella –‘Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo’ – ante la turbación que estas palabras le producen la llama por su nombre. ‘No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor’. Y es que cuando en momentos de turbación o nos sentimos impresionados por algo el escuchar nuestro nombre nos llena de paz y nos da seguridad.

El ángel la llama por su nombre. ‘Nombre cargado de divinas dulzuras’, que diría san Alfonso María de Ligorio. Nombre que nos llena de alegría y de esperanza; nombre que nos sabe a gloria porque bien sabemos no sólo lo que el nombre de María puede significar, sino lo que realmente María venía a significar en la historia de nuestra salvación.

Los autores hacen juegos de palabras con las etimologías de este nombre y hacen comparaciones en lo que pudiera significar en las diferentes lenguas antiguas. No vamos a detenernos excesivamente en ello pero para nosotros el nombre de María es un nombre de vida. María es la nueva Eva que si aquella primera madre de los vivientes nos trajo la muerte con el pecado, en María encontramos la gracia porque su Sí a la embajada del ángel nos trajo la vida y la salvación para todos los hombres haciendo posible que Dios se encarnase en sus entrañas para ser Dios con nosotros.

No nos quedamos en el significado de belleza o señorío que pueda encerrar esta palabra que la puede convertir en princesa o en reina nuestra, sino que también en su raíz podemos contemplarla como la más amada, porque así fue amada por el Señor hasta hacerla su madre.

San Bernardo llama a María la Estrella del Mar, porque son su luz y su presencia nos va a dar siempre el norte que nos lleva hasta Jesús sin ningun temor ni pérdida. Como la estrella polar en la noche o la luz de los faros en nuestros mares nos estará señando siempre el camino para que vayamos a Jesús.

María, Reina, Madre, Faro de luz, Consuelo, camino de felicidad, arco iris que nos anuncia la paz del espíritu en medio de las tormentas, aurora de la salvación, esperanza cierta que nos anuncia la luz del día de la gracia y de la salvación. Bienaventurado el que ama vuestro nombre, oh María —exclama San Buenaventura—, porque es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace reportar frutos de justicia’.

El nombre de María siempre nos habla de pureza y de santidad, como enseñara san Pedro Crisólogo. La contemplamos inmaculada, sin pecado; la invocamos como la purísima y la siempre virgen; le pedimos que nos mantenga el alma pura porque a ella siempre queremos parecernos.

Como nos habla sor María Jesús de Agreda, en su Mística Ciudad de Dios en sus revelaciones escucha la voz del Padre celestial que habla del nombre que ha de llevar la que va a ser la madre de Dios: ‘María se ha de llamar nuestra electa y este nombre ha de ser maravilloso y magnífico. Los que le invocaren con afecto devoto, recibirán copiosísimas gracias; los que le estimaren y pronunciaren con reverencia, serán consolados y vivificados; y todos hallarán en él remedio de sus dolencias, tesoros con que enriquecerse, luz para que los encamine a la vida eterna’.

Y ese nombre ‘llave del cielo’, como le dice san Efrén, es el que queremos llevar siempre bien marcado en nuestro corazón, porque es el nombre de la Madre, de la Madre de Dios y nuestra Madre, a la que queremos invocar en todo momento porque con su protección e intercesión nos sentiremos siempre seguros de acertar en el camino del seguimiento de Jesús.

Invoquemos a María, llamémosla con este dulce nombre, amémosla con todo nuestro corazón porque estamos seguros que siempre sentiremos sobre nosotros su protección.

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