Ecls. 27, 33-28, 9;
Sal. 102;
Rom. 14, 7-9;
Mt. 18, 21-25
La autenticidad y la sinceridad con que hagamos las cosas hará que lo que vamos haciendo vaya dejando huella positiva en nuestra vida y vayan teniendo repercusiones en lo que vivimos o hacemos. No nos vale hacer las cosas de una manera formal, simplemente porque hay que hacerlo como si de un rito ajeno a nuestra vida se tratara. Y creo que hay peligro que en muchas cosas, incluso importantes, que hacemos o vivimos algunas veces nos puede faltar esa autenticidad.
A esto que voy diciendo uno este pensamiento. Quien ha experimentado de una forma intensa y honda en su vida el sentirse amado y perdonado será el que luego podrá tener también buen corazón para los demás y mostrarse de la misma manera misericordioso como para saber perdonar con generosidad. Claro que podré experimentar en el fondo del alma ese amor y ese perdón cuando con sinceridad yo me he sentido pecador, he sentido la miseria del pecado en mi vida y he sabido acudir a quien me ama y puede perdonarme.
Está claro que estamos hablando del perdón, tanto el que recibimos de Dios como del que generosamente hemos de saber dar a los demás. Llegar a pedir perdón a Dios por nuestros pecados, podríamos decir, que más o menos lo hacemos, pero ya sabemos cuanto nos cuesta el perdonar a los demás, a cualquiera que nos haya podido ofender de alguna manera. Es un hueso que solemos tener atravesado en nuestra garganta, es un nudo muchas veces difícil de desatar que llevamos en el corazón.
¿No es esa la pregunta que le hace Pedro a Jesús? Y por la forma como algunas veces nosotros actuamos nos pudiera parecer que Pedro se pasa de generoso cuando le dice a Jesús si ha de perdonar hasta siete veces, porque muchas veces nosotros a la primera ya nos cerramos a otorgar el perdón. Cuántos resentimientos y resquemores guardados en el corazón; cuántas amistades rotas que ya parece que no se volverán a recomponer nunca; cuántas palabras o saludos negados para siempre por esta causa; cuántos odios que nos queman y nos hacen daño por dentro.
Pero si nos pudiera parece que Pedro es generoso llegando hasta siete en las veces que se ha de perdonar, la respuesta de Jesús para muchos les puede parecer imposible. ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta sententa veces siete’. Porque eso ya lo entendemos como que tenemos que perdonar siempre.
Y Jesús nos propone la parábola que bien conocemos. El criado a quien su amo perdonó su deuda a pesar de ser inmensa, simplemente por la generosidad de su corazón; pero dicho criado que no supo perdonar a su compañero que le debía pero que era algo insulso comparado con lo que a él se le había perdonado.
Pudiera parecernos que esto se contradice con algo de lo que anteriormente hemos dicho, porque a él le habían perdonado pero no supo perdonar. Pero es en lo que precisamente se le quiere hacer recapacitar. ‘Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?’
Es en lo que nosotros tenemos que reflexionar y a lo que antes hacía mención. La experiencia de sentirnos amados y perdonados. No es la formalidad simple de que se nos perdone, sino es fundamentalmente la experiencia del amor, la experiencia de sentirnos amados. Y ese perdón que el Señor me ofrece es la consecuencia lógica de su amor. Y quien se siente amado del Señor y vive ese amor en lo profundo de sus entrañas necesariamente tendrá que sentirse impulsado al amor, impulsado en consecuencia al perdón.
Por eso hablábamos también de la autenticidad y la sinceridad con que hacemos o vivimos las cosas. Es la autenticidad y la sinceridad con que tenemos que acercarnos al Señor, la autenticidad y sinceridad con que hemos de vivir, por ejemplo, los sacramentos. No los podemos convertir nunca en un ritualismo que realizamos, en una formalidad sin más.
Vemos con autenticidad nuestra vida y la miseria de nuestro pecado y contemplando lo que es el amor que el Señor nos tiene es cómo nos acercamos verdaderamente arrepentidos a pedir perdón al Señor; verdaderamente arrepentidos y poniendo toda nuestra capacidad de amor. ‘Porque amó mucho se le perdonan sus muchos pecados’, le decía Jesús al fariseo cuando la mujer pecadora se acercó llorando a Jesús como un signo de su arrepentimiento. Es lo que nosotros hemos de hacer.
Esto que reflexionamos tendría que hacernos revisar con sinceridad – y vuelvo a emplear la palabra – cómo celebramos nosotros el sacramento de la Penitencia para que le demos autenticidad, para que haya un encuentro auténtico y vivo con el Señor y con su amor, y así experimentemos ese perdón generoso que el Señor nos concede.
Y por otra parte cuando vamos viviendo esto asi tan intensamente es cuando surgirá esa generosidad de nuestro corazón para ofrecer el perdón al hermano que me haya ofendido. Qué importante el mandamiento del amor que tiene que regir y marcar nuestra vida. Si hubiera ese amor auténtico a la manera de Jesús desde la experiencia de sentirnos nosotros amados del Señor, nuestras relaciones, nuestro trato con los que nos rodean sería distinto. Habría de verdad amor y misericordia en nuestro corazón, seríamos realmente comprensivos y sabríamos aceptarnos y acogernos mutuamente, sabríamos perdonarnos siempre porque también nosotros queremos sentirnos perdonados.
Esto es una experiencia cristiana que hemos de vivir con intensidad, porque ya sabemos que muchas veces en el mundo que nos rodea esto no es fácil de vivir. Esa experiencia del perdón y del sentirnos perdonados creo que es un aspecto muy importante en esta civilización del amor que hemos de ir sembrando a nuestro alrededor. Tenemos que vencer el odio a fuerza de amor.
Tenemos que ser instrumentos de paz, de amor, de perdón en el mundo en el que vivimos. No son cosechas fáciles de cultivar, pero desde nuestra fe en Jesús es algo que tiene que estar muy presente en nuestra vida. San Pablo les decia a los colosenses que habían de ponerse la vestidura de la compasión y misericordia, de la bondad, de la humildad, de la mansedumbre y de la paciencia y todo eso ceñido con el cinturón del amor y de la paz. Que esa sea la vestidura que resplandezca en nuestra vida y así siendo comprensivos, sabremos aceptarnos y sabremos perdonarnos siempre con generosidad de corazón.
El papa les decía a los jovenes en Cuatro Vientos: ‘Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios’.
Cuántas consecuencias se tendrían que sacar de estas palabras. ‘Personas que se saben amadas de Dios… el origen de nuestra existencia un proyecto de amor de Dios… abrir nuestro corazón a ese misterio de amor…’ Y si abrimos nuestro corazón a ese misterio de amor, comenzaremos a amar de verdad a los demás; sabremos, entonces, perdonar siempre con generosidad. Nuestra vida y nuestro mundo sería distinto. Nuestras relaciones serían más humanas porque están llenas de amor.
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