Sal. 77;
Filp. 2, 6-11;
Jn. 3, 13-17
‘Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor’, proclamamos el Misterio de nuestra Redención en una de las aclamaciones de la plegaria eucarística. El Misterio de nuestra Redención en la cruz de Cristo que para nosotros es esperanza, vida y salvación. Es lo que celebramos y proclamamos en cada Eucaristía. Es lo que es fiesta hoy para nosotros al celebrar la Exaltación de la Santa Cruz.
Por eso hemos podido comenzar hoy la celebración de la Eucaristía con esta hermosa antífona tomada de las cartas de San Pablo: ‘Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; en El está nuestra salvación, vida y resurrección; El nos ha salvado y liberado’.
Nos gloriamos en la Cruz, porque Cristo es nuestra salvación, nuestra vida, nuestra resurrección. Miramos a la Cruz, pero porque miramos a Cristo. Festejamos y celebramos la Cruz porque en ella estuvo clavado Jesús para ser nuestra salvación. En el árbol de la cruz estuvo clavada la salvación del mundo, proclamamos el viernes santo.
Es bien hermoso que precisamente cuando la liturgia celebra hoy la Exaltación de la Santa Cruz, el pueblo cristiano mire a Cristo, celebre a Cristo crucificado como se hace en tantos sitios en este día. Decimos incluso es la fiesta del Cristo. Es que estamos celebrando nuestra salvación, celebrando a aquel que nos trajo la salvación precisamente en su muerte en la cruz, en su misterio pascual. ‘El que se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de Cruz’.
El Hijo del Hombre había de ser elevado en alto, nos dice Jesús en el evangelio, igual que Moisés levantó en alto en un estandarte la serpiente de bronce en medio del campamento como signo de salvación. Y también nos había dicho Jesús que cuando fuera levantado en alto atraería a todos hacia El. ‘Para que todo el que cree en El tenga vida eterna’, terminará diciéndonos. Y es que creer en Jesús es creer en el amor de Dios. Creer en Jesús levantado en lo alto de la cruz es estar palpando ese amor inmenso, infinito de Dios que tanto nos ama que nos entrega a su Hijo para que cuantos creen en El tengan vida eterna. Cristo fue condenado a muerte en la cruz, pero la cruz para nosotros no es condena sino salvación ‘porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que le mundo se salve por El’.
Pudiera parecer a quien es ajeno a nuestra fe que es una locura hacer fiesta por la cruz. Así pensaban los paganos que era una necedad, así pensaban los judíos que era una locura cuando Pablo predicaba a Cristo crucificado. Pero nosotros decimos que es nuestra sabiduría y nuestra gloria. Ahí está el amor, la mayor locura de amor; ahí está el amor, la sabiduría del amor que es la sabiduría de Dios.
Así lo confesamos y así lo queremos vivir. Porque el camino del seguimiento de Jesús pasa también por la cruz. Es a lo que nos invita Jesús para seguirle, tomar la cruz. Pero tenemos que confesar que no siempre nos es fácil, más bien muchas veces la rehuímos. Después de lo que confesamos con nuestra fe, después incluso de lo que celebramos la cruz – cuántas fiestas en honor de la cruz, cuántos adornos y alegría cuando la celebramos -, sin embargo parece que nos es más fácil tenerla presente en algunas cosas de la vida, que cuando a la vida nos llega la cruz que nos cuesta mucho más aceptarla, cargar con esa cruz para seguir a Jesús.
No se nos quede en un adorno o en una fiesta sino que vayamos al sentido hondo que ha de tener para nosotros. Es el sentido del amor y de la entrega, es el sentido del sacrificio y en el signo del sufrimiento, es el sentido nuevo que aprendemos en la cruz de Cristo con el que hemos de realizar el camino de nuestra vida de cada día. Plantamos la cruz en nuestra vida, como la hemos plantado en nuestros caminos, en nuestras plazas, en las puertas de nuestras casas, en lo alto de los campanarios o de las montañas y lo hacemos como la señal de una fe, de un amor y de una salvación. Por eso sí tiene sentido el que hagamos fiesta por la cruz, porque no nos habla simplemente de sufrimiento implacable y amargura, sino que nos hace mirar a Jesús y ver todo lo que para El significó y significó para nosotros en consecuencia de vida y de salvación.
En ese sentido y desde esa fe y ese amor tomamos también nosotros nuestra cruz de cada día en nuestros sufrimientos, en nuestros problemas y dificultades que vamos encontrando en la vida, en nuestra entrega y la ofrenda de amor que hacemos cada día de nuestra vida por Dios y por los demás; pero en ese sentido y desde esa fe y amor también tomamos la cruz en esa lucha y ese esfuerzo que hacemos por superarnos, por vencer la tentación, por ser mejores aunque nos cueste, por saber aceptar a los que están cerca de nosotros aunque nos cueste, por amar a todos aunque no seamos correspondidos.
Cuando vivimos así nuestra vida en la fe y en el amor con nuestra cruz nos unimos a la cruz de Cristo; con esas cruces dolorosas que tenemos que cargar en nuestra vida aprendemos a santificarnos porque santificamos nuestro dolor y nuestro sufrimiento si sabemos vivir la presencia de Jesús en nuestro camino de dolor; cuando tomamos así nuestra cruz para seguir a Jesús estaremos llenándonos de esa gracia de vida y salvación que Jesús en la cruz ganó para nosotros con su redención.
Llevemos la cruz bien anclada por el amor en nuestra vida y aprenderemos a amar y seguir a Jesús llenándonos así de su salvación. La cruz siempre será camino de resurrección.
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