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sábado, 17 de octubre de 2015
Ponernos de parte de Jesús no es solo llegar al martirio cruento de dar la vida sino ofrecer el testimonio de mi fe cada día con mi vida
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viernes, 16 de octubre de 2015
La mano de Jesús siempre estará sobre nuestro hombro en los momentos difíciles y podemos sentir su presencia y cercanía en lo hondo del corazón
La mano de Jesús siempre estará sobre nuestro hombro en los momentos difíciles y podemos sentir su presencia y cercanía en lo hondo del corazón
Romanos 4,1-8; Sal 31; Lucas
12,1-7
Qué paz y que fortaleza se siente en el corazón cuando
una mano amiga se posa sobre tu hombro o escuchas una palabra amable y de ánimo
en momentos en que quizá te sientes solo, los problemas te abruman, o estás
como desconcertado ante lo que sabes que se te viene encima y no sabes cómo
afrontarlo. Cuánta agradece uno esa palmadita en la espalda o esa palabra de
ánimo y de cariño para no sentirse solo, para saber que puedes afrontar todo lo
que pueda suceder y que en ti hay una fuerza distinta y superior que te hará
salir a flote por malos que sean los momentos que estás pasando.
Cuanto necesitamos muchas veces en la vida esa mano
amable, esa mirada de cariño y de ánimo, pero también tendríamos que saber
ofrecerla a los que caminan a nuestro lado porque eso sería una muestra de que
no nos desentendemos de ellos sino que estamos atentos a su situación. Quizá no
podemos ofrecerles grandes soluciones, pero sí podemos estar a su lado y que
con nuestra presencia, esa sonrisa y ese calor de nuestro corazón hacer que no
se sientan solos ni abandonados.
Eso quiero ver en el pasaje del evangelio que hoy se
nos ofrece. Mucha gente seguía a Jesús en su subida a Jerusalén, dice que hasta
se atropellaban unos a otros y se pisaban. Pero allí en medio de todo ese
tumulto van los discípulos más cercanos a Jesús a los que El les había ya
anunciado lo que iba a pasar en Jerusalén aunque como nos ha repetido el
evangelista a ellos les costaba entender. Quizá veían también que la tarea que
les esperaba era inmensa, viendo tanta gente como ahora seguía a Jesús, y no
sabrían si ellos serían capaces de afrontarla.
Jesús los toma aparte y con ellos comienza a abrir su
corazón. Pero Jesús quiere hacerles sentir que no están solos porque Dios Padre
nos cuida a todos y qué preferencia especial tendrá con sus elegidos. Ya en
otra ocasión veremos a Jesús orando al Padre para que cuide a aquellos a los
que ha elegido. Ahora quiere que ellos sientan esa palabra de ánimo, esa mano
sobre el hombro y que no teman.
Es bueno escuchar de nuevo esas palabras concretas de
Jesús. ‘A vosotros os
digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden
hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder
para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo.
¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida
Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no
tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones’.
Podrán venir momentos difíciles en los que pueden atentar incluso
contra nuestra vida, pero Dios no se olvida de nosotros y no nos faltará la
fuerza de su Espíritu. En otros momentos Jesús anunciará persecuciones y muerte
a causa de su nombre, pero también les había dicho allá en las bienaventuranzas
que serían dichosos si padecieran por el nombre de Jesús. Lo importante es que
sepamos mantener la fidelidad hasta el final, que no nos quiten eso más importante
que llevamos dentro de nosotros con nuestra fe y nuestro sentido de la vida.
Hemos de saber escuchar esas palabras de Jesús, sentir esa presencia de
Jesús en el camino de nuestra vida de cada día. Momentos malos, momentos de
desanimo, momentos en que nos podemos sentir acosados, momentos en los que no
sabremos qué hacer o cómo actuar, momentos en que lo podemos ver todo oscuro y
no sabemos cómo salir adelante, momentos en que todo se nos vuelve en contra,
no nos faltarán. Pero sepamos mantener nuestra fidelidad. Sepamos apoyarnos en
el Señor. Sepamos sentir su presencia y la fuerza de su Espíritu. Sepamos
acudir allá en la intimidad de nuestro corazón a la oración que nos haga sentir
la presencia y la gracia del Señor.
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jueves, 15 de octubre de 2015
Teresa de Jesús modelo del camino de perfección y santidad para llenarnos de Dios y saborear la sabiduría de su presencia
Teresa de Jesús modelo del camino de perfección y santidad para llenarnos de Dios y saborear la sabiduría de su presencia
Eclesiástico
15,1-6; Sal
88; Mateo
11,25-30
En este día del 15 de octubre celebra la Iglesia la
festividad de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia.
Precisamente en este día viene a concluir el año teresiano que venimos
celebrando en el quinientos aniversario de su nacimiento. Aquella mujer fuerte
que tras un largo proceso en su vida emprendió el camino de la perfección que
le llevaría a la altura y profundidad de la vida mística de unión con Dios y
que se sintió llamada y escogida por el Señor para emprender la inmensa tarea
de la reforma de la Orden del Carmelo.
Centrando su vida en la contemplación del misterio de
Dios, del que recibió inmensos favores y aunque en la vida dura de la clausura
del convento que con tanta fuerza trató de reformar para llevarlo a la forma
más autentica de lo que había de ser la vida de unas personas consagradas a
Dios en la clausura para ser fortaleza de la Iglesia con su testimonio y
oración, sin embargo se le llama la monja andariega porque recorrería los
caminos de Castilla, llegando incluso a Andalucía, para la fundación de los
nuevos conventos reformados de las Carmelitas Descalzas.
Sus escritos en las cartas que dirigía a los conventos
reformados o a quienes acudían a ella pidiendo consejo y orientación para sus
vidas, en el relato de la experiencia de su vida y de las profundidades de la
vida espiritual que Dios le otorgó la convirtieron también en escritora que se
convierte así en gloria de las letras españolas en el siglo de Oro de la
literatura española. Pero la profundidad de su vida y de sus escritos han hecho
por otra parte que la Iglesia la reconozca como doctora mística de la Iglesia,
convirtiendo así su doctrina y enseñanzas en magisterio espiritual para quienes
quieren alcanzar un alto grado de contemplación en su vida espiritual.
Como Teresa estaba abierta a Dios y a su Palabra,
nosotros también en su fiesta dejémonos iluminar por la Palabra de Dios que la
liturgia nos ofrece en su celebración. Nos hablan los textos sagrados de
Sabiduría y de humildad, de mansedumbre y de búsqueda de nuestra fortaleza y
nuestro descanso en Dios.
No es una sabiduría como estábamos acostumbrados a ver
a los sabios de este mundo que se puede quedar en mero conocimiento
intelectual. Podemos aprender cosas, podemos adquirir muchos conocimientos,
podemos ser expertos en toda clase de ciencias, aunque bien sabemos que no
podemos abarcarlo todo y normalmente nos centraremos en un área concreta de
conocimientos.
Pero la sabiduría de la que nos habla hoy la Palabra de
Dios es otra cosa. Buenos son todos esos conocimientos de tipo llamémoslo
intelectual o científico con el que estamos también desarrollando esos dones
con que reconocemos nos ha dotado Dios. Pero esa sabiduría nos lleva a algo
más, porque es como un saborear ese sentido de la vida, es entrar en otra
profundidad que va incluso mucho más allá de unos conocimientos filosóficos
porque nos hacen descubrir ese sentido de Dios que llena e inunda todo nuestro
ser dándole el más profundo de los sentidos.
Y hoy Jesús en el evangelio nos está diciendo que ese
misterio del ser humano que encontraremos en Dios solo se revela a los que son
sencillos y humildes de corazón. Da gracias Jesús porque el Padre se ha
revelado no a los que se creen sabios y entendidos sino a los pequeños y a los
sencillos, porque son los que mejor pueden abrirse a ese misterio que nos
trasciende, a ese misterio de Dios. ‘Te
doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a
los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre,
así te ha parecido mejor’.
Y nos invita Jesús a que desde nuestras luchas y
nuestros cansancios, desde nuestras búsqueda y desde nuestros agobios acudamos
a El que es manso y humilde de corazón, aprendamos de su mansedumbre,
aprendamos de su humildad, aprendamos cual es ese sentido verdadero que hemos
de darle a nuestra vida y que solo en El vamos a encontrar. Es Jesús el que con
la fuerza de su Espíritu nos va a ayudar a encontrar esa sabiduría de Dios, ese
sentido de Dios para nuestra vida.
En la salvación que Jesús nos ofrece no solo nos regala
el perdón que viene a restaurar nuestra vida rota por el pecado, sino que en El
vamos a encontrar esa luz que nos conduce por caminos de vida eterna, por los
caminos de mayor plenitud que nosotros podamos imaginas o podamos encontrar.
Todo esto nos lo estamos reflexionando en la fiesta de
santa Teresa de Jesús. Cuando su corazón se vació de si mismo empezó a
encontrarse con Dios y a llenarse de El cada vez en una mayor plenitud. Es el
camino de ascesis y camino de perfección y santidad que ella emprendió. Hoy la
contemplamos y celebramos. Es modelo y estimulo para nuestra vida como lo son
todos los santos, pero a ella queremos hoy contemplar e invocarla de manera
especial. Que no nos falten nunca en nuestro corazón esos deseos de Dios, esos
deseos que nos llevan por caminos de santidad y nos conduzcan a la plenitud del
conocimiento de Dios, de la sabiduría de Dios. Que saboreemos de verdad en lo
más hondo de nosotros mismos ese presencia de Dios que nos llena de sabiduría y
que nos hace resplandecer de santidad.
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miércoles, 14 de octubre de 2015
No seamos fáciles para juzgar a los otros y decirles lo que tienen que hacer, sino sepamos caminar juntos con sentido de fraternidad
No seamos fáciles para juzgar a los otros y decirles lo que tienen que hacer, sino sepamos caminar juntos con sentido de fraternidad
Romanos
2,1-11; Sal 61; Lucas 11,42-46
Qué fácil es decirles a los demás lo que tienen que
hacer antes que hacerlo uno mismo. Somos muy dados a caer en esa tentación.
Vemos lo que hacen los demás y enseguida entramos en el juicio, ya estamos
pensando en nuestro interior si eso se puede hacer así o no se puede hacer,
pensamos que nosotros los haríamos mejor aunque no hagamos el mínimo esfuerzo
por hacerlo, y le estamos diciendo al otro lo que tiene que hacer.
Ahí entran muchas cosas como son nuestros juicios y
hasta nuestras fáciles condenas, nuestro orgullo de considerarnos mejores y más
perfectos y nuestros deseos de imposición sobre los otros desde nuestro
complejo de superioridad. Nos ponemos en un escalón superior y miramos por
encima. Nos consideramos tan perfectos que nos cegamos y no nos damos cuenta de
los errores en los que nosotros también podemos caer. Enseguida nos consideramos
maestros que enseñamos y decimos lo que los otros tienen que hacer.
Cuánta humildad necesitamos en nuestra vida; cuanta
capacidad de mirarnos a nosotros mismos y juzgarnos, pero a nosotros, siendo
capaces de reconocer nuestros errores, nuestros fallos, nuestros tropiezos.
Cuanto espíritu de fraternidad que nos hace sentirnos iguales y cercanos,
caminantes que hacemos los caminos juntos y somos capaces de ayudarnos
mutuamente, no estando siempre por ayudar a los demás sino también por el
dejarnos nosotros ayudar.
Me hago esta reflexión que es también algo así como un auto
examen al escuchar las palabras que Jesús dirige a los fariseos y a los
letrados. Ciegos guía ciegos, los llama en ocasiones, que tropiezan los dos en
la misma piedra y caen ellos y hacen caer también a los otros en el mismo hoyo.
Es lo que le venimos escuchando a Jesús estos días en el evangelio.
‘¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente
con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!’, les
dice hoy Jesús a los letrados que se quejan porque se sienten ofendidos por las
palabras de Jesús. Se sienten ofendidos porque se sienten tocados y señalados
por la denuncia de Jesús.
‘¡Ay de vosotros, fariseos, que
pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres,
mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que
practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan
los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle!’ Así les dice a los fariseos tan quisquillosos para
fijarse en las cosas más menudas dejando a un lado las que son verdaderamente
importantes. Asientos de honor, lugares de importancia, pedestales en los que
subirse para estar por encima de los demás como unos intocables. Pero Jesús
enseña que otras han de ser las actitudes, otra la manera de actuar donde
siempre ha de prevalecer la humildad y la misericordia.
Ojalá aprendamos la lección de Jesús, el que vino
no ser servido sino a servir, el que estuvo siempre cercano a nosotros haciendo
nuestro mismo camino, el que cargó sobre sus hombros toda nuestra miseria para
ayudarnos a llevar nuestra cruz, pero para levantarnos también desde las caídas
y honduras de nuestras miserias. Ojalá
sepamos hacerlo nosotros también con nuestros hermanos aprendiendo a caminar
juntos siendo en verdad cireneos los unos de los otros, y yo dejando también
que otro cireneo se acerque a mí para ayudarme a llevar mi carga.
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martes, 13 de octubre de 2015
Viviendo con sinceridad y autenticidad, alejamos de nosotros apariencias y vanidades para poner humildemente nuestro corazón en el Señor
Viviendo con sinceridad y autenticidad, alejamos de nosotros apariencias y vanidades para poner humildemente nuestro corazón en el Señor
Romanos
1,16-25; Sal 18; Lucas 11,37-41
Cuantas cosas se pueden ocultar tras una apariencia
bonita; vanidades de la vida, orgullos que nos quieren revestir de brillos
exteriores, apariencias externas que tratan de ocultar las miserias de nuestro
interior, la mentira que nos impide ser sinceros con nosotros mismos y con la
que tratamos de engañar a los que nos rodean. Son tentaciones que sufrimos cada
día cuando nos falta la humildad de la verdad.
Nos contentamos con cumplir formalmente pero desde
nuestro interior no sería lo que nos gustaría hacer. Podemos aparecer con mucha
rectitud aparente y hasta nos convertimos en exigentes con las actitudes, las
posturas o las acciones de los demás, pero no somos capaces de exigirnos a
nosotros mismos de la misma manera. Con qué sinceridad tendríamos que
enfrentarnos a todo esto.
Nos puede parecer una anécdota lo que vienen a plantearle
a Jesús los fariseos, o acaso una cuestión de higiene. Lo curioso es que lo que
podían ser meras formas de cortesía y de higiene para evitar contagios y
enfermedades, o expresa corrección también en el trato y respeto que le debemos
a los demás, los fariseos lo habían convertido en ley, le habían dado hasta un
significado religioso donde hablaban de impureza legal, es cierto, pero con una
connotación fuertemente religiosa. Lo habían convertido en una fuerte
exigencia, el tema de lavarse las manos al volver de la plaza antes de sentarse
a la mesa.
En esta ocasión el asunto surge cuando un fariseo
invita a su casa a Jesús a comer y se extrañó que Jesús no se lavara las manos
antes de sentarse a la mesa. Hay otro episodio del evangelio en que Jesús
también está invitado en casa de un fariseo, pero éste realmente no le había
ofrecido todo lo que eran las normas habituales para la hospitalidad y acogida,
donde estaba lo del agua para lavarse o el perfume que se ofrecía como un
obsequio al visitante.
Entonces será la mujer pecadora la que con su amor y
sus lágrimas y perfumes va a suplir lo que el fariseo no le había ofrecido y
dará ocasión para un hermoso mensaje de Jesús. Ahora también Jesús viendo el
recelo del fariseo tendrá oportunidad de dejarnos un hermoso mensaje.
‘Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y
el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades’, le dice Jesús. ¿Es
el lavarse las manos o será la acogida a la persona lo que es importante? ¿Es
la formalidad de una limpieza interior o será más importante cómo tengamos el
corazón?
Mucho tendrían que hacernos pensar estas palabras de
Jesús, para examinar de verdad cuales son las intenciones que tenemos en el
corazón, para no quedarnos en esa pureza o santidad de apariencia sino que
tengamos verdaderamente limpio del corazón. Podemos hacer incluso muchas cosas
buenas, pero las intenciones que tengamos por dentro sean intenciones torcidas
porque busquemos un reconocimiento, unas alabanzas, o el que nos consideren muy
buenos sabiendo nosotros que no es oro todo lo que reluce en nuestra vida
porque ocultamos orgullos y soberbias, buscamos vanidades.
No son los ritos los que le dan profundidad a la vida
del hombre; el rito tendrá que ser signo de algo más profundo que llevamos
dentro. Esto nos vendría bien para hacernos pensar en cómo, por ejemplo,
desarrollamos y vivimos nuestros ritos religiosos; eso, si se quedan simplemente
en ritos, y no son signos de lo que verdaderamente llevamos o hacemos en
nuestro interior. “Yo ya fui a Misa y cumplí”, decimos tantas veces, pero
mientras estaba corporalmente en la celebración mi mente y mi corazón estaban
lejos, no había un verdadero encuentro y relación con el Señor; con nuestros
labios vamos recitando oraciones, pero nuestra mente está en otra parte, en
otras cosas que tenemos que hacer, cuando no estemos maquinando el mal.
Vivamos con sinceridad y autenticidad; alejemos de
nosotros apariencias y vanidades; centremos de verdad nuestra vida en el Señor
reconociendo también humildemente lo que hay de pecado muchas veces en nuestro
corazón.
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lunes, 12 de octubre de 2015
María es Pilar de nuestra fe, como signo de presencia de gracia y fortaleza y como señal que se hace camino para llevarnos siempre hasta Jesús
María es Pilar de nuestra fe, como signo de presencia de gracia y fortaleza y como señal que se hace camino para llevarnos siempre hasta Jesús
1Crónicas
15,3-4. 15-16;16,1-2; Sal 26; Lucas 11,27-28
El pilar es un signo y una señal. Fundamentamos los
edificios sobre fuertes pilares que van a sostener la trabazón de todo el
edificio y nos hablan de la fortaleza de lo que edificamos; pero también
podemos decir que es una señal porque un pilar colocado en un sitio determinado
nos puede estar señalando lo importante que allí podemos encontrar, pero
también puede ser una señal que nos indique una dirección a seguir para no
perder el norte o la dirección de nuestro camino.
He querido comenzar mi reflexión con estas imágenes
porque hoy estamos celebrando a la Santísima Virgen María en su advocación y
título del Pilar por la representatividad de su imagen sobre una columna o un
pilar. Nos recuerda una hermosa tradición que nos habla de la presencia de
María ya desde los orígenes de la fe cristiana en nuestras tierras hispanas con
la predicación del Apóstol Santiago, a quien se le manifestó la Virgen María
como fortaleza de Dios en la difícil tarea del anuncio del Evangelio en nuestra
tierra.
Da igual que tengan o no tengan fundamento histórico
estas piadosas tradiciones - no vamos a entrar en discusiones de tipo histórico
que pienso son lo menos importante en este caso -, porque lo importante es el
signo de María presente en el caminar de nuestra fe en nuestra tierra hispana a
lo largo de los siglos, en los que María ha sido siempre un faro seguro que nos
ha conducido a la fortaleza de nuestra fe en Jesús. Ella siempre nos conduce a
Cristo y nos enseña a dejarnos iluminar por su luz.
María así es para nosotros ese pilar, esa columna que
nos ayuda a mantener firme nuestra fe frente a todas las acechanzas y peligros.
Con María a nuestro lado, en ese lugar preciso y precioso en que Dios quiso
colocarla en la historia de la salvación, nos sentimos seguros en el camino de
nuestra fe, nos sentimos fortalecidos con la gracia del Señor de la que ella es
intercesora en favor nuestro. María en su imagen del Pilar se convierte así en
signo de esa presencia y de esa gracia del Señor que con la mediación de la
madre llega a todos sus hijos; es el signo que nos habla de esa firmeza de nuestra
fe y de nuestra esperanza, pero es el signo también de lo que tiene que ser
nuestro amor del que María nos enseña a amar como nos amó Jesús.
Estando al lado de María nos sentimos seguros en la
orientación y en la dirección que le damos a María. Con ella nunca nos
sentiremos engañados; si escuchamos de verdad a María en nuestro corazón - cómo
tendríamos que aprender a hacer silencios en nuestro corazón cuando vamos al
encuentro de María para no solo atiborrarla con nuestras peticiones sino
también sobre todo para escuchar sus inspiraciones en lo secreto de nuestro
corazón - ella nos llevará siempre hasta Jesús. Siempre María es esa señal que
nos dirige hasta Jesús y nos dice ‘haced
lo que El os diga’.
‘Dichoso
el vientre que te llevó y los pechos que te criaron’, escuchábamos a la mujer anónima
del evangelio prorrumpiendo en cánticos de alabanza a María, pero también
escuchábamos a Jesús que completaba ese cántico diciéndonos que seremos en
verdad dichosos como María si como ella escuchamos la Palabra de Dios y la
plantamos en nuestro corazón. Así María es ese pilar, ese signo de fortaleza,
esa señal que se hace camino que nos conduce a Jesús, ese ejemplo que hemos de
seguir y ese amor que hemos de vivir.
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domingo, 11 de octubre de 2015
Busquemos la sabiduría del evangelio que nos conduce a la vida eterna aprendiendo a vaciarnos de nosotros mismos
Busquemos la sabiduría del evangelio que nos conduce a la vida eterna aprendiendo a vaciarnos de nosotros mismos
Sabiduría 7, 7-11; Sal. 89; Hebreos 4, 12-13; Marcos 10, 17-30
Seguramente que más de una vez hemos oído decir que la
Iglesia tiene que cambiar en sus posturas, que ha de modernizarse y ponerse al
día, que no se puede estar enseñando lo mismo sobre determinadas cuestiones
porque el mundo ha avanzado, las cosas en la sociedad han cambiado, la gente
pide otra cosa; y ahí suelen salir una serie de cuestiones, que si de moral
sexual, que si del aborto o la eutanasia, y ahora mismo las cosas están
candentes con el tema del matrimonio y la familia, con motivo del Sínodo que se
está celebrando y donde algunos pareciera que están esperando que la Iglesia ha
de bajarse de sus principios, cambiar lo que son materias fundamentales de los
sacramentos o del mismo matrimonio.
Yo me atrevo a decir que esto no es nada nuevo y propio
solo de nuestro tiempo. A lo largo de todos los siglos siempre nos hemos
encontrado con quienes pareciera que están buscando rebajas en las cosas
tocantes a nuestra fe o a nuestros principios morales, porque la gente se va o
quiere pensar de otra manera. Peticiones así no le han faltado a la Iglesia en
el correr de los tiempos.
Pero es que eso hoy mismo lo encontramos en la escena
del Evangelio de este domingo. Serán los propios discípulos cercanos a Jesús
los que exclamaran ante lo que Jesús les está proponiendo ‘entonces, ¿quién puede salvarse?’ Ante las exigencias que propone
Jesús de lo que significa su seguimiento a ellos les parece que eso es
imposible y Jesús debería de actuar de otra manera o enseñar otras cosas que
agraden más a la gente. Ya recordamos que en otro momento, allá en la sinagoga
de Cafarnaún la gente dirá que Jesús está loco y muchos ya no querrán saber
nada de Jesús.
Jesús viene a iluminar nuestra vida con la luz de la
sabiduría de Dios en todas y cada una de las circunstancias que los hombres
vivimos. Y Jesús nos habla con claridad. La ocasión ha sido en este momento el
hecho de aquel joven que se acerca a Jesús con buenos deseos e intenciones,
pero que no pasan de ahí cuando Jesús abre ante sus ojos otros caminos. Quiere
aquel joven saber de la sabiduría de la vida eterna y qué es lo que hay que
hacer y Jesús comienza por plantearlo los mandamientos. Pero aquel joven está
muy lleno de si mismo. ‘Maestro, yo todo
eso lo he cumplido desde pequeño’. Y Jesús le dirá que hay que vaciarse de
si mismo porque otras han de ser las actitudes.
Aparentemente todo parece centrarse en el tema de las
riquezas, porque aquel joven se marchó porque era muy rico y Jesús dirá qué difícil
les es entrar en el reino de los cielos a los ricos, lo que motivará los
comentarios de los discípulos a que hemos hecho referencia. Pero no nos quedemos
en la materialidad de las palabras, aunque hacen, es cierto, clara referencia a
las riquezas, sino que hemos de entender todo lo que son los apegos que llenan
nuestro corazón convirtiéndolos en centros y dueños de nuestra vida.
Ya decíamos que aquel joven estaban muy lleno de si
mismo; y no era solo que las riquezas que poseía ya le encerraban en si mismo,
siendo una rémora imposible de saltar
para ser capaz de desprenderse de todo, vendiendo lo que tenía y dando el
dinero a los pobres. Es eso y algo más, porque son muchos los orgullos de
nuestro corazón porque nosotros sí sabemos,
nosotros sí somos buenos, nosotros somos los escogidos y hacemos las
cosas siempre bien, nosotros nos creemos con la posesión de la verdad absoluta,
y así tantas cosas.
Qué espíritu nuevo habríamos de tener de una mayor
humildad y sencillez; qué generosidad de nuestro corazón para compartir pero
también para saber aceptar a los demás y de los demás. Son los caminos nuevos
del evangelio que nos cuesta aceptar y asumir de verdad en nuestra vida. Es lo
que nos está planteando Jesús cuando nos habla de vender nuestras cosas y
posesiones para poder encontrar el verdadero tesoro de nuestra vida.
No es simplemente que nosotros nos desprendamos de
nuestras cosas para volvernos pobres miserables, sino saber entender bien el
sentido de eso que poseemos que no solo es nuestro y para nosotros. Comprender
que eso que tenemos hemos de convertirlo en un bien para los demás porque quizá
una cosa que tendríamos que hacer es hacer fructificar esas cosas para hacer
posible que otras personas tengan; y cuando digo tengan no es solo porque se lo
demos y así puedan por ejemplo alimentarse o tener lo indispensable para la
vida, sino que quizá lo que podríamos ofrecer es un trabajo digno para esos que
nada tienen a nuestro lado desde eso que nosotros tenemos y no nos contentamos
con guardarlo, enterrarlo como aquel del talento de la parábola, sino que lo
hacemos fructificar para bien de los demás.
Ese darlo a los pobres podría significar que aunque a
mi no me falte lo necesario aprenda sin embargo a vivir en la austeridad y en
la sencillez para sentir en mi propia carne el sacrificio de los que nada
tienen para poder vivir; seguro que cuando lo sintamos en nuestra propia carne
- y ese es el sentido del ayuno penitencial que la Iglesia nos propone -
aprenderemos mejor lo que es la necesidad que los otros padecen y en
consecuencia habrá una compasión más auténtica en nosotros, porque realmente
estaremos padeciendo con y como los que nada tienen.
Es la sabiduría del evangelio que hemos de buscar para
convertirlo de verdad en sabiduría de nuestra vida. Aquel joven del evangelio
buscaba la sabiduría de la vida eterna y Jesús nos está enseñando cual es el
camino de esa verdadera sabiduría aprendiendo a vaciarnos de nosotros mismos. Y
aunque nos cueste y hasta nos parezca imposible, en esa tarea no estamos solos
porque Dios está con nosotros.
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