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domingo, 11 de octubre de 2015

Busquemos la sabiduría del evangelio que nos conduce a la vida eterna aprendiendo a vaciarnos de nosotros mismos

Busquemos la sabiduría del evangelio que nos conduce a la vida eterna aprendiendo a vaciarnos de nosotros mismos

Sabiduría 7, 7-11; Sal. 89; Hebreos 4, 12-13; Marcos 10, 17-30
Seguramente que más de una vez hemos oído decir que la Iglesia tiene que cambiar en sus posturas, que ha de modernizarse y ponerse al día, que no se puede estar enseñando lo mismo sobre determinadas cuestiones porque el mundo ha avanzado, las cosas en la sociedad han cambiado, la gente pide otra cosa; y ahí suelen salir una serie de cuestiones, que si de moral sexual, que si del aborto o la eutanasia, y ahora mismo las cosas están candentes con el tema del matrimonio y la familia, con motivo del Sínodo que se está celebrando y donde algunos pareciera que están esperando que la Iglesia ha de bajarse de sus principios, cambiar lo que son materias fundamentales de los sacramentos o del mismo matrimonio.
Yo me atrevo a decir que esto no es nada nuevo y propio solo de nuestro tiempo. A lo largo de todos los siglos siempre nos hemos encontrado con quienes pareciera que están buscando rebajas en las cosas tocantes a nuestra fe o a nuestros principios morales, porque la gente se va o quiere pensar de otra manera. Peticiones así no le han faltado a la Iglesia en el correr de los tiempos.
Pero es que eso hoy mismo lo encontramos en la escena del Evangelio de este domingo. Serán los propios discípulos cercanos a Jesús los que exclamaran ante lo que Jesús les está proponiendo ‘entonces, ¿quién puede salvarse?’ Ante las exigencias que propone Jesús de lo que significa su seguimiento a ellos les parece que eso es imposible y Jesús debería de actuar de otra manera o enseñar otras cosas que agraden más a la gente. Ya recordamos que en otro momento, allá en la sinagoga de Cafarnaún la gente dirá que Jesús está loco y muchos ya no querrán saber nada de Jesús.
Jesús viene a iluminar nuestra vida con la luz de la sabiduría de Dios en todas y cada una de las circunstancias que los hombres vivimos. Y Jesús nos habla con claridad. La ocasión ha sido en este momento el hecho de aquel joven que se acerca a Jesús con buenos deseos e intenciones, pero que no pasan de ahí cuando Jesús abre ante sus ojos otros caminos. Quiere aquel joven saber de la sabiduría de la vida eterna y qué es lo que hay que hacer y Jesús comienza por plantearlo los mandamientos. Pero aquel joven está muy lleno de si mismo. ‘Maestro, yo todo eso lo he cumplido desde pequeño’. Y Jesús le dirá que hay que vaciarse de si mismo porque otras han de ser las actitudes.
Aparentemente todo parece centrarse en el tema de las riquezas, porque aquel joven se marchó porque era muy rico y Jesús dirá qué difícil les es entrar en el reino de los cielos a los ricos, lo que motivará los comentarios de los discípulos a que hemos hecho referencia. Pero no nos quedemos en la materialidad de las palabras, aunque hacen, es cierto, clara referencia a las riquezas, sino que hemos de entender todo lo que son los apegos que llenan nuestro corazón convirtiéndolos en centros y dueños de nuestra vida.
Ya decíamos que aquel joven estaban muy lleno de si mismo; y no era solo que las riquezas que poseía ya le encerraban en si mismo, siendo una rémora imposible  de saltar para ser capaz de desprenderse de todo, vendiendo lo que tenía y dando el dinero a los pobres. Es eso y algo más, porque son muchos los orgullos de nuestro corazón porque nosotros sí sabemos,  nosotros sí somos buenos, nosotros somos los escogidos y hacemos las cosas siempre bien, nosotros nos creemos con la posesión de la verdad absoluta, y así tantas cosas.
Qué espíritu nuevo habríamos de tener de una mayor humildad y sencillez; qué generosidad de nuestro corazón para compartir pero también para saber aceptar a los demás y de los demás. Son los caminos nuevos del evangelio que nos cuesta aceptar y asumir de verdad en nuestra vida. Es lo que nos está planteando Jesús cuando nos habla de vender nuestras cosas y posesiones para poder encontrar el verdadero tesoro de nuestra vida.
No es simplemente que nosotros nos desprendamos de nuestras cosas para volvernos pobres miserables, sino saber entender bien el sentido de eso que poseemos que no solo es nuestro y para nosotros. Comprender que eso que tenemos hemos de convertirlo en un bien para los demás porque quizá una cosa que tendríamos que hacer es hacer fructificar esas cosas para hacer posible que otras personas tengan; y cuando digo tengan no es solo porque se lo demos y así puedan por ejemplo alimentarse o tener lo indispensable para la vida, sino que quizá lo que podríamos ofrecer es un trabajo digno para esos que nada tienen a nuestro lado desde eso que nosotros tenemos y no nos contentamos con guardarlo, enterrarlo como aquel del talento de la parábola, sino que lo hacemos fructificar para bien de los demás.
Ese darlo a los pobres podría significar que aunque a mi no me falte lo necesario aprenda sin embargo a vivir en la austeridad y en la sencillez para sentir en mi propia carne el sacrificio de los que nada tienen para poder vivir; seguro que cuando lo sintamos en nuestra propia carne - y ese es el sentido del ayuno penitencial que la Iglesia nos propone - aprenderemos mejor lo que es la necesidad que los otros padecen y en consecuencia habrá una compasión más auténtica en nosotros, porque realmente estaremos padeciendo con y como los que nada tienen.
Es la sabiduría del evangelio que hemos de buscar para convertirlo de verdad en sabiduría de nuestra vida. Aquel joven del evangelio buscaba la sabiduría de la vida eterna y Jesús nos está enseñando cual es el camino de esa verdadera sabiduría aprendiendo a vaciarnos de nosotros mismos. Y aunque nos cueste y hasta nos parezca imposible, en esa tarea no estamos solos porque Dios está con nosotros.


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