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miércoles, 14 de octubre de 2015

No seamos fáciles para juzgar a los otros y decirles lo que tienen que hacer, sino sepamos caminar juntos con sentido de fraternidad

No seamos fáciles para juzgar a los otros y decirles lo que tienen que hacer, sino sepamos caminar juntos con sentido de fraternidad

Romanos 2,1-11; Sal 61; Lucas 11,42-46

Qué fácil es decirles a los demás lo que tienen que hacer antes que hacerlo uno mismo. Somos muy dados a caer en esa tentación. Vemos lo que hacen los demás y enseguida entramos en el juicio, ya estamos pensando en nuestro interior si eso se puede hacer así o no se puede hacer, pensamos que nosotros los haríamos mejor aunque no hagamos el mínimo esfuerzo por hacerlo, y le estamos diciendo al otro lo que tiene que hacer.
Ahí entran muchas cosas como son nuestros juicios y hasta nuestras fáciles condenas, nuestro orgullo de considerarnos mejores y más perfectos y nuestros deseos de imposición sobre los otros desde nuestro complejo de superioridad. Nos ponemos en un escalón superior y miramos por encima. Nos consideramos tan perfectos que nos cegamos y no nos damos cuenta de los errores en los que nosotros también podemos caer. Enseguida nos consideramos maestros que enseñamos y decimos lo que los otros tienen que hacer.
Cuánta humildad necesitamos en nuestra vida; cuanta capacidad de mirarnos a nosotros mismos y juzgarnos, pero a nosotros, siendo capaces de reconocer nuestros errores, nuestros fallos, nuestros tropiezos. Cuanto espíritu de fraternidad que nos hace sentirnos iguales y cercanos, caminantes que hacemos los caminos juntos y somos capaces de ayudarnos mutuamente, no estando siempre por ayudar a los demás sino también por el dejarnos nosotros ayudar.
Me hago esta reflexión que es también algo así como un auto examen al escuchar las palabras que Jesús dirige a los fariseos y a los letrados. Ciegos guía ciegos, los llama en ocasiones, que tropiezan los dos en la misma piedra y caen ellos y hacen caer también a los otros en el mismo hoyo. Es lo que le venimos escuchando a Jesús estos días en el evangelio.
‘¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!’, les dice hoy Jesús a los letrados que se quejan porque se sienten ofendidos por las palabras de Jesús. Se sienten ofendidos porque se sienten tocados y señalados por la denuncia de Jesús.
‘¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! Así les dice a los fariseos tan quisquillosos para fijarse en las cosas más menudas dejando a un lado las que son verdaderamente importantes. Asientos de honor, lugares de importancia, pedestales en los que subirse para estar por encima de los demás como unos intocables. Pero Jesús enseña que otras han de ser las actitudes, otra la manera de actuar donde siempre ha de prevalecer la humildad y la misericordia.
Ojalá aprendamos la lección de Jesús, el que vino no ser servido sino a servir, el que estuvo siempre cercano a nosotros haciendo nuestro mismo camino, el que cargó sobre sus hombros toda nuestra miseria para ayudarnos a llevar nuestra cruz, pero para levantarnos también desde las caídas y honduras de nuestras miserias.  Ojalá sepamos hacerlo nosotros también con nuestros hermanos aprendiendo a caminar juntos siendo en verdad cireneos los unos de los otros, y yo dejando también que otro cireneo se acerque a mí para ayudarme a llevar mi carga.

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