La mano de Jesús siempre estará sobre nuestro hombro en los momentos difíciles y podemos sentir su presencia y cercanía en lo hondo del corazón
Romanos 4,1-8; Sal 31; Lucas
12,1-7
Qué paz y que fortaleza se siente en el corazón cuando
una mano amiga se posa sobre tu hombro o escuchas una palabra amable y de ánimo
en momentos en que quizá te sientes solo, los problemas te abruman, o estás
como desconcertado ante lo que sabes que se te viene encima y no sabes cómo
afrontarlo. Cuánta agradece uno esa palmadita en la espalda o esa palabra de
ánimo y de cariño para no sentirse solo, para saber que puedes afrontar todo lo
que pueda suceder y que en ti hay una fuerza distinta y superior que te hará
salir a flote por malos que sean los momentos que estás pasando.
Cuanto necesitamos muchas veces en la vida esa mano
amable, esa mirada de cariño y de ánimo, pero también tendríamos que saber
ofrecerla a los que caminan a nuestro lado porque eso sería una muestra de que
no nos desentendemos de ellos sino que estamos atentos a su situación. Quizá no
podemos ofrecerles grandes soluciones, pero sí podemos estar a su lado y que
con nuestra presencia, esa sonrisa y ese calor de nuestro corazón hacer que no
se sientan solos ni abandonados.
Eso quiero ver en el pasaje del evangelio que hoy se
nos ofrece. Mucha gente seguía a Jesús en su subida a Jerusalén, dice que hasta
se atropellaban unos a otros y se pisaban. Pero allí en medio de todo ese
tumulto van los discípulos más cercanos a Jesús a los que El les había ya
anunciado lo que iba a pasar en Jerusalén aunque como nos ha repetido el
evangelista a ellos les costaba entender. Quizá veían también que la tarea que
les esperaba era inmensa, viendo tanta gente como ahora seguía a Jesús, y no
sabrían si ellos serían capaces de afrontarla.
Jesús los toma aparte y con ellos comienza a abrir su
corazón. Pero Jesús quiere hacerles sentir que no están solos porque Dios Padre
nos cuida a todos y qué preferencia especial tendrá con sus elegidos. Ya en
otra ocasión veremos a Jesús orando al Padre para que cuide a aquellos a los
que ha elegido. Ahora quiere que ellos sientan esa palabra de ánimo, esa mano
sobre el hombro y que no teman.
Es bueno escuchar de nuevo esas palabras concretas de
Jesús. ‘A vosotros os
digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden
hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder
para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo.
¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida
Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no
tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones’.
Podrán venir momentos difíciles en los que pueden atentar incluso
contra nuestra vida, pero Dios no se olvida de nosotros y no nos faltará la
fuerza de su Espíritu. En otros momentos Jesús anunciará persecuciones y muerte
a causa de su nombre, pero también les había dicho allá en las bienaventuranzas
que serían dichosos si padecieran por el nombre de Jesús. Lo importante es que
sepamos mantener la fidelidad hasta el final, que no nos quiten eso más importante
que llevamos dentro de nosotros con nuestra fe y nuestro sentido de la vida.
Hemos de saber escuchar esas palabras de Jesús, sentir esa presencia de
Jesús en el camino de nuestra vida de cada día. Momentos malos, momentos de
desanimo, momentos en que nos podemos sentir acosados, momentos en los que no
sabremos qué hacer o cómo actuar, momentos en que lo podemos ver todo oscuro y
no sabemos cómo salir adelante, momentos en que todo se nos vuelve en contra,
no nos faltarán. Pero sepamos mantener nuestra fidelidad. Sepamos apoyarnos en
el Señor. Sepamos sentir su presencia y la fuerza de su Espíritu. Sepamos
acudir allá en la intimidad de nuestro corazón a la oración que nos haga sentir
la presencia y la gracia del Señor.
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