Escuchemos
con gozo nuestro nombre en los labios de Jesús que a nosotros también nos elige
porque nos ama seamos como seamos para darnos una misión
Efesios 2, 19-22; Sal 18; Lucas 6, 12-19
Supongamos que estamos en un lugar
tratando más o menos de pasar desapercibidos, porque pensamos que allí nadie
nos conoce; no es que hagamos cosas extrañas, pero queremos pasarlo sin
preocupaciones, atendiendo a nuestras cosas, tratando de disfrutar del momento
de manera relajada; pero de repente escuchamos una voz, quizás por la megafonía
del lugar, o quizás la sentimos detrás de nosotros mismos, que nos llama por
nuestro nombre y hasta nuestros apellidos; seguramente nos sentiremos
sorprendidos porque alguien nos haya identificado, alguien nos esté señalando
con nuestras circunstancias concretas, y además nos dicen que nos necesitan,
que hay algo que quieren confiarnos. Nos sentimos además en el punto de mira de
todos los que están a nuestro alrededor.
Como decíamos primero es la sorpresa,
pero luego quizás en el fondo nos sentimos halagados porque nos hayan
identificados, y más cuando nos dicen que quieren confiarnos algo. ¿Aun con
todas esas sorpresas y halagos nos sentiremos dispuestos a dar el paso para
aceptar aquello que nos quieren confiar?
¿Sería algo así lo que le sucedió a
aquel grupo de discípulos de Jesús cuando se ven llamados uno a uno por su
nombre porque Jesús quiere confiarles algo? No estaban allí quizás queriendo
pasar desapercibidos, pero si formaban parte de aquel grupo numero que iba
siguiendo a Jesús y querían ser sus discípulos; ya lo llamaban maestro, como lo
hacen los seguidores y discípulos. Pero mirándose a sí mismos, unos pescadores
de la orilla del lago, otros de tierra adentro quizás con otras ocupaciones,
algunos que habían formado parte del grupo de los zelotas que eran algo así
como los rebeldes contra el dominio de los romanos, alguno que había formado
parte de aquel grupo que era despreciado por las gentes y que los llamaban publicanos,
pero sus nombres fueron sonando uno a uno y Jesús quería que estuvieran con El.
Pronto comenzará a confiarles algunas misiones. En principio era para estar con
Jesús y sentirse enseñados por El de manera especial.
Quiero trasladar ese episodio al hoy de
nuestra vida y de nuestro mundo. Jesús sigue llamando por su nombre y su
identidad, Jesús sigue llamándonos a nosotros por nuestro nombre y nuestra
identidad. Que no son solo el nombre y los apellidos, el lugar de donde
procedamos o la edad o profesión que tengamos. Jesús quiere seguir llamándonos
por nuestro nombre conociendo quienes somos, conociendo lo que es nuestra vida,
con sus luces y buenos deseos pero también con sus sombras, porque todos
tenemos nuestras sombras.
Una llamada de Jesús es una elección, y
una elección implica un amor especial. Nos ama Jesús con lo que somos, con lo
que es nuestra vida; nos ama Jesús y quiere confiar en nosotros, quiere a
nosotros confiarnos también una misión. Nos ama Jesús a pesar de que tengamos
nuestras parálisis o nuestras cegueras, estemos invadidos por la lepra de
nuestras debilidades y maldades, o andemos también muchas veces de acá para
allá sin saber por donde decidirnos, sin saber lo que realmente creemos, sin
saber por donde orientar nuestra vida. Pero Jesús cuenta con nosotros. Jesús a
nosotros también nos quiere confiar una misión en ese campo nuestro que a veces
nos parece tan árido y tan estéril.
Un día Simón el cananeo y Judas Tadeo,
los apóstoles que hoy celebramos, escucharnos su nombre y dieron el paso para
estar con Jesús. ¿Estaremos dispuestos a dar también ese paso? ¿Estaremos
dispuestos a abrir bien nuestros oídos para escuchar nuestro nombre en los
labios y en el corazón de Jesús? Dicha tenemos que sentir. Generosidad tiene
que explosionar desde nuestro corazón.