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sábado, 28 de octubre de 2023

Escuchemos con gozo nuestro nombre en los labios de Jesús que a nosotros también nos elige porque nos ama seamos como seamos para darnos una misión

 


Escuchemos con gozo nuestro nombre en los labios de Jesús que a nosotros también nos elige porque nos ama seamos como seamos para darnos una misión

Efesios 2, 19-22; Sal 18; Lucas 6, 12-19

Supongamos que estamos en un lugar tratando más o menos de pasar desapercibidos, porque pensamos que allí nadie nos conoce; no es que hagamos cosas extrañas, pero queremos pasarlo sin preocupaciones, atendiendo a nuestras cosas, tratando de disfrutar del momento de manera relajada; pero de repente escuchamos una voz, quizás por la megafonía del lugar, o quizás la sentimos detrás de nosotros mismos, que nos llama por nuestro nombre y hasta nuestros apellidos; seguramente nos sentiremos sorprendidos porque alguien nos haya identificado, alguien nos esté señalando con nuestras circunstancias concretas, y además nos dicen que nos necesitan, que hay algo que quieren confiarnos. Nos sentimos además en el punto de mira de todos los que están a nuestro alrededor.

Como decíamos primero es la sorpresa, pero luego quizás en el fondo nos sentimos halagados porque nos hayan identificados, y más cuando nos dicen que quieren confiarnos algo. ¿Aun con todas esas sorpresas y halagos nos sentiremos dispuestos a dar el paso para aceptar aquello que nos quieren confiar?

¿Sería algo así lo que le sucedió a aquel grupo de discípulos de Jesús cuando se ven llamados uno a uno por su nombre porque Jesús quiere confiarles algo? No estaban allí quizás queriendo pasar desapercibidos, pero si formaban parte de aquel grupo numero que iba siguiendo a Jesús y querían ser sus discípulos; ya lo llamaban maestro, como lo hacen los seguidores y discípulos. Pero mirándose a sí mismos, unos pescadores de la orilla del lago, otros de tierra adentro quizás con otras ocupaciones, algunos que habían formado parte del grupo de los zelotas que eran algo así como los rebeldes contra el dominio de los romanos, alguno que había formado parte de aquel grupo que era despreciado por las gentes y que los llamaban publicanos, pero sus nombres fueron sonando uno a uno y Jesús quería que estuvieran con El. Pronto comenzará a confiarles algunas misiones. En principio era para estar con Jesús y sentirse enseñados por El de manera especial.

Quiero trasladar ese episodio al hoy de nuestra vida y de nuestro mundo. Jesús sigue llamando por su nombre y su identidad, Jesús sigue llamándonos a nosotros por nuestro nombre y nuestra identidad. Que no son solo el nombre y los apellidos, el lugar de donde procedamos o la edad o profesión que tengamos. Jesús quiere seguir llamándonos por nuestro nombre conociendo quienes somos, conociendo lo que es nuestra vida, con sus luces y buenos deseos pero también con sus sombras, porque todos tenemos nuestras sombras.

Una llamada de Jesús es una elección, y una elección implica un amor especial. Nos ama Jesús con lo que somos, con lo que es nuestra vida; nos ama Jesús y quiere confiar en nosotros, quiere a nosotros confiarnos también una misión. Nos ama Jesús a pesar de que tengamos nuestras parálisis o nuestras cegueras, estemos invadidos por la lepra de nuestras debilidades y maldades, o andemos también muchas veces de acá para allá sin saber por donde decidirnos, sin saber lo que realmente creemos, sin saber por donde orientar nuestra vida. Pero Jesús cuenta con nosotros. Jesús a nosotros también nos quiere confiar una misión en ese campo nuestro que a veces nos parece tan árido y tan estéril.

Un día Simón el cananeo y Judas Tadeo, los apóstoles que hoy celebramos, escucharnos su nombre y dieron el paso para estar con Jesús. ¿Estaremos dispuestos a dar también ese paso? ¿Estaremos dispuestos a abrir bien nuestros oídos para escuchar nuestro nombre en los labios y en el corazón de Jesús? Dicha tenemos que sentir. Generosidad tiene que explosionar desde nuestro corazón.

viernes, 27 de octubre de 2023

Miramos la vida y contemplamos cuanto sucede, encontremos la sabiduría que nos da unos ojos distintos, una mirada nueva sobre cuanto acontece y nos comprometemos

 


Miramos la vida y contemplamos cuanto sucede, encontremos la sabiduría que nos da unos ojos distintos, una mirada nueva sobre cuanto acontece y nos comprometemos

Romanos 7, 18-24; Sal 118; Lucas 12,54-59

Saber leer la vida es una sabiduría. Es importante. Es necesario. Como nos echa en cara hoy Jesús en el evangelio sabemos interpretar las señales de las nubes para decir que tiempo es o podemos esperar, pero no sabemos leer las señales de los tiempos. Sobre todo en las gentes de nuestros campos, no sé si por estar más en contacto con la naturaleza, o depender en cierto modo de lo que la naturaleza nos ofrece para que nuestros trabajos sean más productivos están ‘barruntando’ como decimos en nuestra tierra si el tiempo está del norte o del sur, si las nubes nos traen agua, o más bien nos anuncian vientos y temporales. Recuerdo a mi abuelo en la tarde pendiente de las nubes, de las señales de la luna o si había no había nubes cubriendo nuestro Teide. Hoy quizás hasta eso las nuevas generaciones lo hemos olvidado.

Pero no nos quedemos en las nubes, sepamos leer la vida, la historia, lo que acontece a nuestro alrededor. Como decíamos al principio, es una sabiduría que no todos sabemos alcanzar. Pero es que en nuestras carreras vamos a lo que salga; no nos detenemos, nos cuesta analizar lo que sucede, es necesario ser más reflexivos y para eso necesitamos estar con los ojos más abiertos. Quizás estamos más pendiente de si el vecino hizo esto o aquello para entrar en nuestros juicios, pero no somos capaces de reflexionar sobre la marcha de la vida.

Nos vemos aturdidos por los acontecimientos, pero parece como si un destino ciego nos estuviera conduciendo de manera que no reaccionamos. En nuestras tertulias o charlas de café, por llamarlas de alguna manera, somos capaces de ponernos con nuestras lamentaciones o con las culpabilizaciones de rigor porque parece que siempre tenemos a quien echarle la culpa, pero no llegamos a la conclusión de mirarnos a nosotros mismos para reaccionar, para poner nuestro grano de arena constructiva, para darnos cuenta de qué parte tenemos nosotros que poner o que no hemos puesto para que la sociedad marche como está marchando.

Los cristianos tenemos que tener criterios claros sobre cuál ha de ser nuestra participación. Razones y motivos tenemos para ir poniendo en nuestro mundo unos valores nuevos. Si nos llamamos cristianos es porque hemos hecho una opción por nuestra vida cuando decimos que creemos en Jesús y que El es nuestro Salvador; tenemos unas claves en ese Reino de Dios en el que creemos y que sabemos que tenemos que construir; tenemos claro unos valores que tenemos que desarrollar porque sabemos el mundo que queremos. Y es por ahí por donde tenemos que apostar. Sabemos bien qué es lo que va a humanizar nuestro mundo y por eso tenemos que luchar.

Y miramos la vida, y contemplamos cuanto sucede, y hemos de tener unos ojos distintos, una mirada nueva sobre todo eso que acontece. Y tenemos que aprender; y tenemos que analizar cuales son los errores que estamos cometiendo para enmendarlos, para hacerlo de una manera nueva y distinta. Y tenemos que saber escuchar esa llamada que Dios nos está haciendo desde esas mismas cosas que suceden. No para crear alarmas, no para ser catastrofistas, que de esos hay muchos en el mundo, pero esa no es la manera. Los miedos no son los mejores consejeros ni serán nunca la fuente de la sabiduría para construir lo nuevo. Sabemos que la semilla sembrada en silencio es la que puede germinar para que surja una nueva planta, una nueva vida. Es por donde tenemos que caminar.

Podemos alcanzar esa sabiduría que nos hará no solo saber leer la vida, sino comenzar a poner manos a la obra para transformarla.  Podemos saber el sentido de las nubes de la vida y aprovechar la fuerza que nos viene de lo alto para generar nueva vida. Y es una tarea que no hacemos solos, porque el Espíritu del Señor está con nosotros para ser nuestra sabiduría y nuestra fuerza.

jueves, 26 de octubre de 2023

Entendamos las palabras de Jesús que ha venido a traer fuego y lo que quiere es que se encienda y arda, solo así se transformará nuestro mundo y surgirá un mundo nuevo

 


Entendamos las palabras de Jesús que ha venido a traer fuego y lo que quiere es que se encienda y arda, solo así se transformará nuestro mundo y surgirá un mundo nuevo

Romanos 6, 19-23; Sal 1; Lucas 12, 49-53

Nos chocan las palabras de Jesús. Es lo primero que se me ocurre decir. Diera la impresión que está diciendo todo lo contrario de lo que ha venido proclamando continuamente en el evangelio.

Su nacimiento fue anunciado como la paz para todos los hombres de buena voluntad, y ahora se nos habla de guerra. Continuamente nos está hablando de amor y de unidad, de comunión y entendimiento, y ahora nos habla de división y de una forma concreta nos habla de la división y del enfrentamiento incluso entre los miembros de las mismas familias. Nos habla de armonía y de construcción de algo nuevo, y nos habla del fuego destructor que todo lo arruina. ¿Qué nos está queriendo decir Jesús?

No podemos olvidar por una parte que el evangelio se proclama en un pueblo semita, un pueblo oriental en el que están habituados a hablar con muchas imágenes que nos quieren como describir el mensaje que se nos quiere ofrecer; y recordemos también cómo Jesús a lo largo del evangelio emplea parábolas y alegorías para trasmitirnos la buena noticia del Reino de Dios. Es un lenguaje, es una forma de expresarse. Y además contemplaremos a lo largo del evangelio que Jesús nos va sorprendiendo algo nuevo y distinto, por eso es buena nueva, buena noticia, porque es algo nuevo lo que se nos quiere transmitir.

Las posturas de Jesús, la respuesta a las cuestiones que le plantean, la manera de ser y de actuar de Jesús sorprende. Será por lo que algunos no querrán aceptarle; su manera de acercarse y estar con los pecadores, pues hasta se sienta a la mesa con ellos, es sorprendente; sorprendente es la manera como trata a las mujeres y a los niños, que de alguna manera eran los marginados de la sociedad; sorpresa y admiración producen sus milagros y los signos que realiza porque están queriendo trasmitirnos algo nuevo, algo que hasta entonces no se había visto ni se había vivido.

Entendamos, pues, las palabras de Jesús, su mensaje, lo nuevo que quiere trasmitirnos, la revolución que va a significar en la vida de muchos la aceptación del Reino de Dios que nos anuncia. Por eso será exigente con los que quieren seguirle, pues seguirle a El no es buscar prebendas ni beneficios; seguirle a El tiene sus exigencias, porque no podemos volver la vista atrás cuando cogemos el arado para trabajar en su campo; seguirle a El tiene su renuncia y su negación de nosotros mismos, porque ya no será nuestro yo el que va a dictar los caminos, sino que es El quien nos señala la senda; seguirle a El implica que tenemos también que cargar con la cruz, porque solo ese el camino que nos lleva a la vida en plenitud.

Pero quien se siente cogido por el evangelio, siente que su vida se transforma, ya no puede ser el de antes, es como una explosión que surge en su interior y que le lanza de manera irresistible a nuevos caminos y a nuevas tareas. Es, sí, como un fuego que sentimos en el corazón y que no podemos apagar; es ese celo radical que sentimos en nuestro interior y que ya nada nos detendrá en ese camino del seguimiento de Jesús y de anuncio del evangelio.

No todos lo comprenderán. Muchos quizá seguirán queriendo hacer sus componendas, cuando El nos dice que no nos valen los remiendos, sino que a vino nuevo serán odres nuevos; muchos querrán quedarse como observadores, como quien ve los toros detrás de la barrera, pero El nos implica y nos compromete o estamos con El o estamos contra El, porque quien no recoge con El, desparrama. No podemos querer quedarnos enterrando muertos, porque hemos optado por la vida y es eso lo que siempre tenemos que construir.

Muchos no lo entenderán, y pueden aparecer las persecuciones, pero no olvidemos que el discípulo no es más que su maestro; y aparecerán los desencuentros entre aquellos donde menos pensamos que los íbamos a tener como pueden ser nuestros seres más cercanos, los mismos amigos o la misma familia. Es de lo que hoy nos está hablando también.

Entendemos, sí, las palabras de Jesús que ha venido a traer fuego y lo que quiere es que se encienda y arda, porque solo así se transformará nuestro mundo para hacer surgir un mundo nuevo. No temió El subir hasta el Calvario y la Cruz; alguien al final, aunque no fuera de los antes habían escuchado el evangelio, reconocerá que ‘este hombre era inocente’. Lo que podría parecer una incongruente derrota de una muerte en cruz se convertiría el signo más glorioso de victoria con la resurrección y la vida. Es nuestro camino.

miércoles, 25 de octubre de 2023

Vivimos tiempos inseguros, pero cuidado que esa inseguridad sea porque no hemos puesto los cimientos suficientemente fuertes y seguros para mi vida

 


Vivimos tiempos inseguros, pero cuidado que esa inseguridad sea porque  no hemos puesto los cimientos suficientemente fuertes y seguros para mi vida

Romanos 6,12-18; Sal 123; Lucas 12,39-48

Dicen que vivimos tiempos inseguros. Lo cierto es que ya no vemos las puertas de las casas siempre abiertas como veíamos antaño; los que somos mayores añoramos aquellos tiempos de tranquilidad en que incluso la llave se dejaba puesta en la puerta y los vecinos cercanos entraban con naturalidad en nuestras casas abriendo la puerta y simplemente llamándonos por nuestro nombre. Ante la inseguridad, vigilancia; no es raro ver sobre la puerta el cartelito que nos dice la casa está conectada a unos servicios de vigilancia y de alarma para evitar que los amigos de lo ajeno se acerquen por nuestros hogares.

Pero esto me hace pensar; andamos muy preocupados por esas alertas y vigilancias de nuestros bienes, pero ¿andaremos con una vigilancia semejante sobre todo lo que pueda atentar contra nuestra vida, nuestra dignidad o los peligros que en ese sentido podamos tener? ¿Nos preocuparemos más de las cosas que de la propia persona?

Es cierto que cuando rezamos – y repito cuando rezamos – pedimos en el padrenuestro que nos veamos libres de todo mal y no caigamos en la tentación. Lo decimos, ¿pero realmente será algo que tenemos muy en cuenta en nuestra vida? Creo que muchas veces andamos muy a la ligera no temiendo los peligros que pudieran atentar contra nuestra integridad interior. Decimos que somos buenos, que queremos o intentamos hacer el bien, pero que se hace lo que se puede. ¿Significa eso que no ponemos todo el esfuerzo que tendríamos que poner? Eso me hace pensar, no sé a ti, que estás leyendo esta reflexión.

Hoy Jesús nos dice que si el dueño de casa supiera cuando viene el ladrón, estaría vigilante y al acecho para no poner en peligro los bienes de su casa. Necesitamos poner alarmas. No de esas que suenan escandalosamente en la calle, sino aquellas alarmas que nos llaman y nos tocan en nuestro interior. Vigilancia desde la rectitud con que quiero vivir mi vida y asumir lo que son mis responsabilidades en la vida. El vigilante repasa aquellos lugares donde tiene que ejercer su vigilancia, el vigilante está atento a cuanto sucede en su ámbito y si descubre algo anormal que pudiera ser un peligro acude al lugar con los medios necesarios para solventar la situación; el vigilante revisa aquellos medios de los que dispone para ejercer su oficio para que en todo momento estén a punto.

¿No será lo que tenemos que hacer en la vida? Responsabilidad en aquello que vivimos y que tenemos que hacer, que nos exige una rectitud, una madurez interior para hacer las cosas no porque me vigilen o me vayan a tomar cuentas, sino porque desarrollo mi vida con responsabilidad. Atención y cuidado ante los peligros que se pudieran presentar. No basta decir líbrame de todo mal y no me dejes caer en la tentación, sino que yo voy a apartarme de aquello que sé que no es bueno, de aquello que pudiera ser una tentación en mi vida. Cuidar mi interioridad, mi vida interior, mi espiritualidad, para poder sentirme seguro y fuerte, porque sé bien en qué, o mejor, en quien me estoy apoyando; no me puedo dejar arrastrar por la tibieza, la desgana espiritual, porque es una pendiente muy peligrosa, de la que es difícil salirse.

Vivimos tiempos inseguros, comenzábamos diciendo. Pero cuidado que esa inseguridad nos esté atacando por dentro, venga de donde no hemos puesto los cimientos suficientemente fuertes y seguros para mantener levantado ese edificio de mi vida. Sabemos bien cómo tenemos que hacerlo.

martes, 24 de octubre de 2023

Vigilancia y atención para que no olvidemos ni abandonemos lo que verdaderamente nos hace grandes y lo que da verdadera trascendencia a nuestra vida

 


Vigilancia y atención para que no olvidemos ni abandonemos lo que verdaderamente nos hace grandes y lo que da verdadera trascendencia a nuestra vida

Romanos 5,12.15b.17-19.20b-21; Sal 39; Lucas 12, 35-38

¿Y si no esperamos a nadie? Cuando no esperamos a nadie nos da igual como estemos. Supongamos que estamos en casa, haciendo nuestras cosas, nuestras obligaciones de cada día o nuestros entretenimientos, no esperamos a nadie, no nos preocupamos de estar arreglados, nos da igual estar vestidos de una manera o de otra, puede llegar a tanto nuestra desidia que ni nos preocupemos de tener la casa recogida y arreglada; total, pensamos, estamos solos, por aquí no viene nadie, para qué vamos a vestirnos bien, para qué vamos a tener las cosas arregladas, estamos de cualquier manera. Nos hemos acostumbrado a vivir la vida así, sin mayores preocupaciones.

Se suele decir a las personas que viven solas, que son mayores, que se preocupen de si mismas, que cuiden de sus cosas, que se arreglen aunque no esperen a nadie, porque incluso uno tiene que sentirse a gusto con uno mismo, gustarse, por decirlo de alguna manera; y no podemos caer en esa despreocupación, en ese simplemente dejar las cosas pasar. Pero bueno, no venimos aquí a hablar de cómo tienen que arreglarse y cuidar de si mismo los que son mayores o los que viven solos.

Pero, bueno, es una imagen de cómo andamos en la vida. Nos preguntábamos al principio ¿y si no esperamos a nadie? Es en algo que vamos cayendo en la vida cuando perdemos un sentido de trascendencia para aquello que hacemos o que vivimos; es una vida sin sentido y sin horizonte que algunas veces nos vamos construyendo; es el abandono del sentido espiritual de la vida en que vamos cayendo quizás influenciados por ese tono gris de indiferencia en que muchos viven a nuestro alrededor y que puede ser también una tentación para nosotros cuando se nos enfría la fe y la esperanza.

Muchos en la vida han perdido esa trascendencia, muchos van perdiendo un sentido espiritual de la existencia, muchos van cayendo en ese materialismo, por llamarlo de alguna manera, que nos va envolviendo cuando perdemos el norte de la fe. Y no esperamos a nadie, porque ya ni siquiera en los momentos más apurados contamos con Dios.

El evangelio de hoy quiere despertarnos, nos invita a la vigilancia, nos invita a mantener viva la esperanza, nos invita a esperar y llegar a sentir esa presencia de Dios en nuestra vida. Andamos tan preocupados de lo material, del día a día, del trabajo con sus ganancias, del vivir bien, del disfrutar de todo, que olvidamos ese sentido espiritual de nuestra vida. Somos algo más que una materia, somos algo más que un cuerpo material.

No todo es trabajar para tener con qué vivir, con qué alimentarnos o con que poder disfrutar de los goces de la vida. No todo es un cuerpo que tenemos que tener equilibrado para que se mantenga sano y si no ya utilizaremos todos esos compuestos químicos, las medicinas que decimos, que curen esas deficiencias somáticas. Hay algo mucho más hondo que da sentido a nuestro ser. Busquemos a Dios que da respuesta a esas ansias profundas que tenemos dentro de nosotros y que nos elevan por encima de lo material. 

Vigilancia y atención nos está pidiendo Jesús para que no olvidemos ni abandonemos lo que verdaderamente nos hace grandes. Nos habla del criado vigilante para abrir la puerta cuando llegue su señor de la boda. Llega el Señor a nuestra vida y tenemos que saber estar atentos a su presencia, con las lámparas encendidas como aquellas previsoras doncellas de la boda. El gozo de la presencia de Dios en nuestra vida no tiene comparación con ninguno de los disfrutes de esta vida.

Hoy nos dice que seremos dichosos porque si el Señor nos encuentra así vigilantes, será El quien se ciña y se ponga a servirnos a nosotros, como contemplamos a Jesús en la última cena, lavando los pies de sus discípulos. Es el gozo de la presencia del Señor, es el gozo de saber que con El nos sentimos seguros, es el gozo que nos anima para vivir en esa esperanza a pesar de las oscuridades de la noche de la vida.


lunes, 23 de octubre de 2023

Hay cosas en la vida que no nos llenan la cartera de dinero pero sí el corazón de la felicidad más deseada, busquémoslas

 


Hay cosas en la vida que no nos llenan la cartera de dinero pero sí el corazón de la felicidad más deseada, busquémoslas

Romanos 4,20-25; Sal.: Lc 1,69-75; Lucas 12,13-21

El cuento de la lechera es algo que se repite más veces de lo que pensamos en nuestra vida. Todos soñamos; y todos soñamos lo que podríamos hacer si tuviéramos esto o aquello; todos soñamos cuando compramos un número de la lotería, ¡cuántas obras maravillosas haríamos! Y seguro que no seríamos egoístas solo pensando en nosotros mismos; bueno, eso es lo que pensamos, pero ahí están nuestros sueños. Sueños que nos delatan de la codicia que hay en nuestro corazón; sueños que nos delaten de donde es en el fondo en lo que estamos poniendo todas nuestras esperanzas, como si fueran las soluciones a todo lo que nos pasa en la vida, como si fuera ese el sentido que le estamos dando a la vida. ¿Y no será así?

Como le pide uno hoy en el evangelio a Jesús que medio en un conflicto que tiene con su hermano a cuenta de una herencia. No es nuevo el tema, quiero decir, que no es cosa solo de hoy, de las peleas familiares a cuenta de las herencias, porque ya vemos que en tiempos de Jesús así andaban también. Pero bueno, lo importante es el mensaje que Jesús nos quiere dejar. ‘Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’. Bueno, nosotros nos buscaremos matizaciones con aquello de que el dinero no da la felicidad pero ayuda a conseguirla. Tendríamos que interrogarnos con esa forma de pensar.

Y Jesús nos propone una pequeña parábola. La del hombre que tuvo una gran cosecha y pensé que ya lo tenía todo resuelto para su vida. Agrandó sus graneros para tener espacio suficiente donde almacenar todo lo que había cosechado. ¿Pero eso va a aumentar un palmo el tiempo de nuestra vida? Algunas veces, reconozcamos, nos lo pensamos también. Aquel hombre murió aquella noche ¿y de qué le sirvió todo lo que había acumulado?

Como ya había dicho Jesús ‘aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’. Tenemos que hacer una buena escala de valores en la vida. Tenemos que empezar a valorar lo que verdaderamente es importante en la vida. Y eso nos cuesta. Porque además es lo que hemos estado viendo siempre; y soñamos con tener, con poseer cosas, con llenarnos de cachivaches, y uno tiene que pensar ¿y para qué me sirve todo esto? Y al final terminamos siendo esclavos de las cosas que tenemos, que parece que sean ellas las que nos poseen a nosotros.

Hay otros valores en la vida. Hay otras cosas que nos dan más felicidad. Hay cosas que de verdad nos mantienen el corazón en paz. Hay cosas que de verdad nos hacen sentir libres y más felices. Hay cosas que realmente nos llenan por dentro. Es lo que tenemos que buscar. Son los caminos del amor, del perdón, de la entrega, de la sencillez, de la sinceridad y congruencia en la vida, de la limpieza de corazón, de la amistad con Dios y los hermanos…algo que no llena la cartera de dinero pero sí el corazón de la felicidad deseada.

¿No habremos experimentado más de una vez la satisfacción que sentimos dentro del corazón cuando somos generosos y sin que nos lo pida nadie nos desprendemos de algo para compartirlo de los demás? ¿No nos habremos sentido con gozo en el corazón cuando hemos perdido nuestro tiempo para detenernos a hablar con alguien al que veíamos solo y en la cuneta de la vida y los ojos de aquella persona se iluminaron solo con nuestra presencia a su lado? Así podríamos seguir pensando en esos pequeños detalles que nos han hecho sentir la felicidad de saber que alguien se siente más feliz con ese pequeño detalle que hemos tenido con esa persona. Seguro que todos tenemos una lista interminable de cosas de este tipo.

domingo, 22 de octubre de 2023

Dar a Dios lo que es de Dios, o lo que es lo mismo respetar, valorar, engrandecer la dignidad de la persona, de toda persona, en ellos estamos viendo la imagen de Dios

 


Dar a Dios lo que es de Dios, o lo que es lo mismo respetar, valorar, engrandecer la dignidad de la persona, de toda persona, en ellos estamos viendo la imagen de Dios

Isaías 45, 1. 4-6; Sal 95; 1Tesalonicenses 1, 1-5b; Mateo 22, 15-21

Hay gente que le gusta poner en apuros a los demás; parece que son especialistas en preguntas de doble sentido, muchas veces con aviesas intenciones queriéndonos hacer decir lo que nosotros no queremos decir; luego vendrán las interpretaciones, los juicios, las cosas que confunden. De todas maneras la vida misma nos pone muchas veces en la encrucijada. ¿Qué tenemos que hacer en cada momento? ¿Qué es lo más correcto? Viéndonos envueltos en tantas cosas confusas, ¿cómo tenemos que reaccionar? ¿Cómo tenemos que actuar?

Vivimos en medio de una sociedad, ese mundo en el que vivimos, las tendencias de muchos van por una parte que a nosotros no nos terminan de convencer, pero nos vemos envueltos por mayorías que opinan o piensan de manera distinta a nosotros, ¿qué hacemos? ¿Nos acomodamos? ¿Nos dejamos arrastrar cobardemente por no enfrentarnos?

Hoy escuchamos decir con frecuencia de hacer lo políticamente correcto, para no ponernos en contradicción con nadie; es una tentación cuando nos sentimos débiles e indefensos. Pero, ¿dónde están nuestros principios, nuestros valores? Vendemos lo que sea por un plato de lentejas. Tenemos que buscar seguridades, tenemos que fundamentar bien nuestra vida, ponerle buenos cimientos, para que esos vientos y huracanes no nos arrastren y terminen por arrasarnos. Ya Jesús nos lo repetirá en el evangelio, aunque nosotros en nuestra debilidad y muchas veces también en nuestra cobardía, no sabemos bien ni donde estamos.

Con frecuencia vemos que vienen a Jesús con preguntas capciosas. Hoy nos encontramos en el evangelio una de esas preguntas. En cierto modo es un dilema serio el que le están planteando a Jesús. Y saben entrar con mucha astucia, y podríamos decir también, con mucha diplomacia. ‘Sabemos que eres veraz, que eres sincero’. De alguna manera es un reconocimiento de la personalidad de Jesús, lo que sucede es que la frase está dicha con cierto veneno.

Y con esa veracidad, con esa sinceridad Jesús responde. Ojalá nosotros en la vida siempre fuéramos así de sinceros, de veraces, de íntegros en nuestro actuar y en nuestro decir. Lo que le plantean a Jesús pudiera parecer que tiene cierta connotación política, pero en al ambiente judío tenía también sus resonancias religiosas. Para un buen judío el único impuesto que en su conciencia podía aceptar eran los diezmos y primicias que se ofrecían en el templo. Un pueblo teocrático que todo lo centraba en Dios, era ese el camino de su contribución.

Pero ahora vivían sometidos a la autoridad de Roma, y como todo  pueblo dominado tenían que pagar sus impuestos al pueblo dominador, en este caso a Roma. De mala gana lo aceptaban. Por eso consideraban como unos colaboracionistas a los encargados de cobrar los impuestos, a los que además por la usura con la que actuaban en todo lo referente al dinero porque al mismo tiempo se convertían en prestamistas para los que tuvieran necesidad de dinero, los consideraban unos pecadores, publicanos los llamaban, como tantas veces hemos visto a lo largo del evangelio.

La pregunta que le plantean a Jesús va por ese camino. ¿Es lícito o no pagar los impuestos al Cesar? La pregunta en las dos posibles respuestas que ellos podían esperar tenía su veneno. Siempre podía quedar mal Jesús, si justificaba sin razón los impuestos, o si se oponía a ello con lo que se iba a encontrar las autoridades romanas en su contra. Pero la sabiduría de Jesús es mayor que la que ellos pueden imaginar. Pregunta que le enseñen la moneda de curso legal y pregunta que es lo que se representa en esa moneda, cual es la imagen que aparece. Era normal que si era moneda romana fuera la figura del César y es lo que no les queda más remedio que reconocer. ‘Pues dad al César lo que es del César, pero dar a Dios lo que es de Dios’.

¿Y qué es lo que es de Dios? ¿Dónde encontramos esa imagen de Dios que nos manifiesta su grandeza y su señorío? Es el hombre la verdadera imagen de Dios, hecho a su imagen y semejanza como lo manifiestan ya las primeras páginas de la Biblia y donde encontramos la verdadera antropología con sentido cristiano. Es lo que Jesús nos viene a revelar, pero también a purificar y a engrandecer. Con nuestro pecado hemos mancillado esa imagen de Dios en el hombre y Cristo viene a redimirnos. Hemos arruinado nuestra vida y Cristo viene a hacer una verdadera restauración que además nos engrandece, porque somos de tal manera hechos a imagen de Dios que nos quiere hacer sus hijos. ‘A los que creen en su nombre les da poder ser hijos de Dios’, como se nos dice al principio del Evangelio de san Juan.

Tendremos, es cierto, que dar al César lo que es del César, tendremos que trabajar por ese mundo en el que vivimos porque además sabemos que Dios lo ha puesto en nuestra manos para que continuemos con nuestro desarrollo su obra creadora; pero tenemos que trabajar por la dignidad del hombre, de la persona, porque así es como estaremos dando gloria a Dios.

No podemos permitir que nuestra dignidad sea mancillada, no podemos permitir la destrucción de la persona, pero seguimos en un mundo donde no se termina de respetar la dignidad de toda persona; seguimos con esclavitudes y con discriminaciones, seguimos con violencias y con muerte, seguimos con nuestra injusticia queriendo aprovecharnos de los demás y mancillando su dignidad, seguimos destruyéndonos cuando incluso destruimos el mundo en el que vivimos y no todos pueden alcanzar igual dignidad.

He ahí nuestra tarea, dar a Dios lo que es de Dios, o lo que es lo mismo respetar, valorar, engrandecer la dignidad de la persona, de toda persona, porque en ellos estamos viendo la imagen de Dios, porque en ellos tenemos que ver unos hijos de Dios a los que Dios ama, y por eso tenemos que amarlos nosotros también.