Miramos
la vida y contemplamos cuanto sucede, encontremos la sabiduría que nos da unos
ojos distintos, una mirada nueva sobre cuanto acontece y nos comprometemos
Romanos 7, 18-24; Sal 118; Lucas 12,54-59
Saber leer la vida es una sabiduría. Es
importante. Es necesario. Como nos echa en cara hoy Jesús en el evangelio
sabemos interpretar las señales de las nubes para decir que tiempo es o podemos
esperar, pero no sabemos leer las señales de los tiempos. Sobre todo en las
gentes de nuestros campos, no sé si por estar más en contacto con la
naturaleza, o depender en cierto modo de lo que la naturaleza nos ofrece para
que nuestros trabajos sean más productivos están ‘barruntando’ como decimos en
nuestra tierra si el tiempo está del norte o del sur, si las nubes nos traen
agua, o más bien nos anuncian vientos y temporales. Recuerdo a mi abuelo en la
tarde pendiente de las nubes, de las señales de la luna o si había no había
nubes cubriendo nuestro Teide. Hoy quizás hasta eso las nuevas generaciones lo
hemos olvidado.
Pero no nos quedemos en las nubes,
sepamos leer la vida, la historia, lo que acontece a nuestro alrededor. Como
decíamos al principio, es una sabiduría que no todos sabemos alcanzar. Pero es
que en nuestras carreras vamos a lo que salga; no nos detenemos, nos cuesta
analizar lo que sucede, es necesario ser más reflexivos y para eso necesitamos
estar con los ojos más abiertos. Quizás estamos más pendiente de si el vecino
hizo esto o aquello para entrar en nuestros juicios, pero no somos capaces de
reflexionar sobre la marcha de la vida.
Nos vemos aturdidos por los
acontecimientos, pero parece como si un destino ciego nos estuviera conduciendo
de manera que no reaccionamos. En nuestras tertulias o charlas de café, por
llamarlas de alguna manera, somos capaces de ponernos con nuestras
lamentaciones o con las culpabilizaciones de rigor porque parece que siempre
tenemos a quien echarle la culpa, pero no llegamos a la conclusión de mirarnos
a nosotros mismos para reaccionar, para poner nuestro grano de arena constructiva,
para darnos cuenta de qué parte tenemos nosotros que poner o que no hemos
puesto para que la sociedad marche como está marchando.
Los cristianos tenemos que tener
criterios claros sobre cuál ha de ser nuestra participación. Razones y motivos
tenemos para ir poniendo en nuestro mundo unos valores nuevos. Si nos llamamos
cristianos es porque hemos hecho una opción por nuestra vida cuando decimos que
creemos en Jesús y que El es nuestro Salvador; tenemos unas claves en ese Reino
de Dios en el que creemos y que sabemos que tenemos que construir; tenemos
claro unos valores que tenemos que desarrollar porque sabemos el mundo que
queremos. Y es por ahí por donde tenemos que apostar. Sabemos bien qué es lo
que va a humanizar nuestro mundo y por eso tenemos que luchar.
Y miramos la vida, y contemplamos
cuanto sucede, y hemos de tener unos ojos distintos, una mirada nueva sobre
todo eso que acontece. Y tenemos que aprender; y tenemos que analizar cuales
son los errores que estamos cometiendo para enmendarlos, para hacerlo de una
manera nueva y distinta. Y tenemos que saber escuchar esa llamada que Dios nos
está haciendo desde esas mismas cosas que suceden. No para crear alarmas, no
para ser catastrofistas, que de esos hay muchos en el mundo, pero esa no es la
manera. Los miedos no son los mejores consejeros ni serán nunca la fuente de la
sabiduría para construir lo nuevo. Sabemos que la semilla sembrada en silencio
es la que puede germinar para que surja una nueva planta, una nueva vida. Es
por donde tenemos que caminar.
Podemos alcanzar esa sabiduría que nos
hará no solo saber leer la vida, sino comenzar a poner manos a la obra para
transformarla. Podemos saber el sentido
de las nubes de la vida y aprovechar la fuerza que nos viene de lo alto para
generar nueva vida. Y es una tarea que no hacemos solos, porque el Espíritu del
Señor está con nosotros para ser nuestra sabiduría y nuestra fuerza.
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